La habitación 511 del hotel Ambos Mundos de La Habana Vieja ha quedado como testimonio de la estancia del novelista estadounidense Ernest Hemingway, pero poco se conoce fuera de Cuba de sus días en el establecimiento regentado por el gallego Manolo Asper, que llegó a ser gran amigo y hombre de confianza del escritor.
Los años en que el premio Nobel se alojó en el pequeño hotel familiar han quedado relegados a un segundo plano, a la sombra del atractivo misticismo de Finca Vigía –la mansión en las afueras de la capital donde Hemingway (1899-1961) pasó sus últimos 20 años–, algo que uno de los sobrinos de Asper espera cambiar pronto.
“Yo no entré en esta investigación porque fuera un adicto a Hemingway. Entré porque era el hotel de mi familia y porque mi padre vivió en él”, explicó a la agencia Efe el periodista español Pablo López, que ha dedicado casi dos años a recopilar documentos y testimonios sobre este período, enmarcado en la década de 1930.
López, quien acaba de regresar a La Habana para participar en el coloquio dedicado al autor de El Viejo y el Mar, explicó que durante su estancia en el Ambos Mundos, Hemingway escribió “obras como Tener y no tener (1937), Las verdes colinas de África (1935) y varios artículos para la revista Esquire”.
En “Marlin off the Morro. A Cuban Letter”, publicada por Esquire en 1933, Hemingway narra magistralmente su día, comenzando con la vista desde su habitación preferida del Ambos Mundos, desde la que se puede avizorar, “al norte, sobre la vieja Catedral, la entrada del puerto, y el mar, y hacia el este a la península de Casablanca”.
“Lo que no se sabía era la amistad que realmente hubo entre Hemingway y Manolo Asper. No sé por qué motivos, pero ha pasado a la sombra de otros acontecimientos y otras amistades”, reflexiona López, que simplifica los complicados grados de parentesco –Manolo Asper es primo de su padre– y llama tío al emprendedor gallego.
Fue una anécdota, descubierta en una de las cartas del estadounidense a su editor, Max Perkins, conservada en la biblioteca John F. Kennedy de Boston, la que llevó a López a interesarse aún más en este trozo de historia familiar, una investigación avanzada que no sabe todavía si resultará en un libro o un documental.
“Es una carta muy simpática del año 1940 donde lo primero que hace (Hemingway) es decirle (a Perkins) ‘aquí está la carta de resaca de los domingos’ (…) y lo siguiente que hace es pedirle un cheque de 1.500 dólares a nombre de Manolo Asper”, cuenta.
A pesar de la nube de vodka, vino y daiquiris, el premio Nobel no duda en asegurarle a Perkins que Asper es una “persona muy importante para él, muy amigo suyo” y que quiere ayudarlo a comprar unos camiones en Estados Unidos para enviar a España, operación que desde Cuba saldría mucho más cara.
Hemingway asegura que “está encantado de hacerle ese favor” a Asper, que “ya se lo hizo el año anterior, pero que esta vez no tiene dinero en el banco” y le pide que le envíe un adelanto del libro que está escribiendo “directamente a nombre de Manolo Asper”.
“La anécdota es bonita, porque, entre otras cosas demuestra la confianza que había entre los dos, y porque esos camiones, comprados con los anticipos de Por quién doblan las campanas, los manejó mi padre, que se murió sin tener ni idea de eso”, se emociona López.
Naturales de Chantada, en Lugo (Galicia), la familia de Manuel Asper emigra a Cuba a inicios del siglo XX y como miles de españoles en la isla se encargan de regentar varios negocios. En 1924, “uno de los hijos monta el hotel y al poco tiempo aparece Hemingway”, cuenta López.
El Ambos Mundos, situado en la intersección de las populares calles Obispo y Mercaderes de La Habana Vieja, tenía una ubicación privilegiada, a unos metros del puerto y en el centro de la actividad económica en la capital.
Para Hemingway tenía otras ventajas: estaba muy cerca de El Floridita, La Bodeguita del Medio y el Sloppy Joe’s, sus bares habituales, y del muelle donde tenía su barco, en el que salía a pescar casi a diario.
Asper, encantado con su ilustre huésped, que prefería el pequeño hotel al lujoso Sevilla, le hacía descuentos en el precio de la habitación porque el aura que ya rodeaba a Hemingway atraía a muchos turistas y a otros grandes nombres de la literatura como John Dos Passos y Scott Fitzgerald, amigos del escritor.
Incluso, después de mudarse a Finca Vigía en 1939 a insistencia de su tercera esposa, la también escritora y periodista Martha Gellhorn, Hemingway siguió recibiendo su correspondencia en el hotel habanero durante más de la mitad de la década de 1940.
Su habitación preferida, la 511, aislada del ajetreo cotidiano, con vista al mar y perfecta para escribir, funciona como un pequeño museo desde 1997 en el establecimiento, que ha visto mejores épocas y hoy funciona administrado por el grupo hotelero Gaviota.
Hasta hace poco se pensaba que Hemingway había escrito Por quién doblan las campanas allí, pero luego se comprobó que no fue así, aunque para Pablo López el vínculo entre esa obra maestra y España puede encontrarse en el hotel “porque estaba rodeado de gallegos y en la novela hay varias páginas sobre gallegos”.
En el prólogo de Hemingway en Cuba, del cubano Norberto Fuentes –a quien López entrevistó para su investigación–, a Gabriel García Márquez le llama mucho la atención el porqué Hemingway escoge al pequeño hotel familiar y “muy gallego” sobre el glamour del Sevilla.
“La conclusión a que llega García Márquez fue que, escogiendo el Ambos Mundos, quizá sin darse cuenta Hemingway estaba sucumbiendo a los encantos de la Cuba real, la auténtica”, insiste.