En 1985 Víctor Rodríguez Núñez publicaba Usted es la culpable, una antología de varios poetas de la llamada generación de los 80. Cerraba con Sigfredo Ariel, un joven de apenas 23 años que ya desde entonces despuntaba por su originalidad, por su peculiar uso del lenguaje y por una manera muy suya de asumir la realidad, usualmente con un toque de ironía.
Estrenada a mediados de los años 80 con La Imprenta (1985) y luego con un Premio David (Algunos pocos conocidos, 1987), la poesía de Sigfredo Ariel logró entretejer en el tiempo un vasto universo de temas y relaciones donde no faltan problemas filosófico-existenciales y reflexiones muy profundas sobre la vida, la realidad y la cultura nacionales, siempre desde esa manera expresiva suya, marcada por un conversacionalismo renovado y decantado en el que, sin dudas, logró alcanzar verdadero magisterio.
Ese proceso de ascensión y madurez puede seguirse en los poemarios suyos salidos a la luz después de aquel David, entre los que sobresalen El enorme verano (1995), El cielo imaginario (1996), Las primeras itálicas (1997), Hotel Central (1998), Los peces & la vida tropical (2000), Manos de obra (2002), Escrito en Playa Amarilla (2004), Born in Santa Clara (2006), Cielo imaginario (2008) y Todos los hierros (2017).
Si algo lo distinguió fue la lucidez. Sobre la música popular cubana. Sobre la literatura. Sobre su propia praxis poética, a la que eventualmente volvía para reflexionarla y decantarla. Por eso pudo escribir con su típico toque de ángel de la jiribilla: “En mi poesía hay un hilo que insiste en volver sobre ciertos asuntos, esto me lo han hecho notar personas generosas y he terminado creyéndolo, tal vez porque me conviene. Ese hilo a veces se enreda, se anuda o queda suelto, hasta que empata con otro pedazo del mismo cordel. Así lo veo. A veces puedo comprender mejor lo que he escrito que en otras ocasiones (fíjate que subrayo comprender, que no es para mí lo mismo que entender), aunque hay páginas mías que francamente detesto, las más pretenciosas o que se propusieron ‘experimentar’”.
Para anotar seguidamente: “Algunos poemas se han defendido del tiempo de manera siempre sorprendente para mí, pues casi nunca son los que en su momento consideré mejores. Me alegra haber escrito algunos textos de amor, a esos les reprocho menos, quizás porque les exigí lo mínimo: apenas haber dicho la verdad”.
Este brevísimo muestrario de sus poemas viene a reafirmar la presencia entre nosotros no solo de uno de los poetas más importantes de su promoción, sino también de la poesía cubana contemporánea.
Ahora que Sigfredo ha partido hacia esa otra luz, no se puede sino evocar su obra y su figura con aquella sobrecogedora sentencia de Miguel de Cervantes: “Fuego soy apartado y espada puesta lejos”.
Su verso (también) crecerá sobre la hierba.
Salón Renovación
Con diecisiete años pensaba yo
que pertenecía a un margen: era
limalla, escoria de algún innoble
indigno mineral Me habían
persuadido en asambleas convulsivas
y a través de banderolas con letras
formidables en la escuela de la cual
me extirparon con un gesto
y de una vez como en un juego
de palitos chinos
Ando con diecisiete años por ahí
con el peso de mis extraordinarias
desviaciones ideológicas
hasta que un día echo un lúkin
por los alrededores y me digo
olvida eso, muchacho, olvida, olvida
Y así voy avanzando hasta la fecha
imperceptiblemente:
dale, olvida.
Para ser cantado ante la boca de un güiro
Los negritos y blanquitos
del vecino barrio marginal
se deslizan por los pocos mármoles
que quedan del antiguo club marítimo
intervenido a nombre de un notorio
sentimiento popular y más tarde
abandonado, digamos
a su suerte.
Se suponía que en esta fecha patria
no existiera el barrio marginal
que ha crecido y crece con soltura
en los márgenes de grandes avenidas
por las cuales entre otros
vehículos privados
pasan los mismos cadillacs
y chevrolets de hace
setenta años.
Bajando Lealtad
Habrá por fin bembé
la policía dio permiso
habrá violín y güiro
y vendrá gente del centro
de la isla con sus descomunales
quesos para contrabandear
fuertemente en la hora
magenta
Vive la policía en su castillo
de Zanja con la vista fija
en el casino chino Bajo
los focos led que encienden
en las noches la estación
de policía parece
Disneyworld
Los peces
A menudo me he dejado llevar por la corriente
agua de la ciudad, agua que filtran
los gajos de la menta.
No era un perseguido pero me perseguían
he servido de abono
caminado
la ruta que entonces alumbraban
los pequeños pescadores clandestinos.
Las perlas de tu boca, las perlas del danzón
eran de agua
y estaban en el agua como yo.
Quizás he visto todo
por el ojo de una res.
Y nuestra carne es roja y bien condimentada.
Y en las púas pondrían a secar nuestras cabezas
cortadas a ras —como la del bautista—
pero sin solemnidad
ni los ojos abiertos como tazas volcadas.
Llévala hielo acuéstala ave fénix
pájaro de aquí ve picoteando su corazón un poco
y busca escarba transfigura
un grano de madera dulce aún
no vulnerado aún por el descuido.
La luz, bróder, la luz
Mirar caer la nieve en la oficina de registro
cuando uno es la señal con un pañuelo, un sauce
que huele a mar del trópico, un animal aislado.
Pudiera caer ahora mismo la nieve sobre los edificios
en copos graves
pudiera morirme si me viera en una cerrazón
que tumba la cabeza
hasta las manos de los padres
que esperan sentados en un parque
y que no saben nada.
Un hombre quitaría con una vieja pala esta ceniza.
Vagamente regresa a aquel lugar
donde llovía detrás de la cabeza
cuando tuvo otro nombre y una cicatriz en la barbilla
y era hipócrita y humano
como un pobre diablo.
Bebía en los circos de ocasión
y tenía el bolsillo repleto de llaves inservibles
y un temor absoluto de la soledad.
Seré yo mismo acaso si fuera tenedor de libros
o fuera neerlandés y conociera la magia
y si en el extremo de mi vida la nostalgia
me pasmara las manos sobre el hielo.
Job pudo reposar sin violentarse
sobre este caracol marino
y las sabanas pudieran estar llenas de alfalfas
o de termas brillantes o de casas de troncos.
Quiénes seríamos entonces / calle abajo
acaso compraríamos el periódico de la mañana
cayéndonos de sueño
y las mandarinas y el pan dulce.
Estos años románticos los querrán los hijos de los hijos
y buscarán la letra en el registro, nuestros discos
los papeles sucios.
Voy a morir sin ver la nieve
qué hubiéramos adelantado bajo la nieve harinosa
esa pequeña aventura en nuestra luz:
el paso de un astro, la carrera de una estrella.
Estos días van a ser imaginados
por los dioses y los adolescentes que pedirán estos días
para ellos.
Y se borrarán los nombres y las fechas
y nuestros desatinos,
y quedará la luz, bróder, la luz
y no otra cosa.