Este 12 de abril murió en La Habana el Premio Nacional de Literatura (2014) Eduardo Heras León (1940-2023). Conmovidos por la noticia muchos cubanos han reaccionado lamentando su fallecimiento, evocando su figura, su obra, rememorando sus vivencias. Entre ellos, varios de sus lectores, alumnos y colegas escritores atendieron a la solicitud de OnCuba para recordarlo o hicieron públicas en sus redes sociales estas pequeñas “despedidas“ que queremos compartir ahora con nuestros lectores.
Eduardo para mí
Senel Paz, escritor / Especial para OnCuba
Eduardo Heras, El Chino para casi todos, Eduardo para mí, nos deja como legado su obra. Esta no se compone solo de libros, varios y valiosos, que le merecieron el Premio Nacional de Literatura, pero que no son más que parte fundamental de una vida desbordante de acciones y proyectos muy diversos, de un permanente hacer y luchar. Nos deja su bondad, su sabiduría, su empecinamiento, su paciencia, su fe, su humor. Un príncipe de la amistad y del magisterio, de la bondad; un emprendedor de ilusiones que no se dejó vencer nunca por los golpes, que siempre tuvo algo nuevo que hacer. Lo mantendremos entre nosotros cumpliendo con su principal enseñanza: el amor a la literatura, al trabajo, a la familia y amigos, a nuestra patria. Gracias, Eduardo; tu legado es tu vida toda.
La única inmortalidad
Yoss (José Miguel Sánchez), escritor / Especial para OnCuba
Eduardo Heras León entró en la Eternidad. La carne es efímera; la memoria, imperecedera. Sigue vivo en la obra de todos nosotros, sus discípulos egresados del Centro Onelio Jorge Cardoso de Formación Literaria. En cada página que publiquemos laten su sonrisa sabia y su verba entusiasta de narrador y maestro. Es la única inmortalidad que cuenta, para un carácter tan grande que se atrevió a ser más pedagogo que escritor.
Pensé llamarlo, pero no lo hice
Mylene Fernández Pintado, escritora / Especial para OnCuba
No fui alumna de Eduardo Heras. Le debo oportunidades, momentos y personas. Lo conocí en 1994, cuando presidió el jurado que otorgó a mi primer cuento una Mención en el concurso de La Gaceta (después lo incluyó en clases, ensayos y conferencias y lo escogió para que hicieran un filme. Luego me convocó a un encuentro en su casa y aquella tarde, en la que yo era la única mujer entre muchos escritores, conocí personas que marcaron mi vida literaria y personal y cuya amistad conservo como un tesoro.
Eduardo me invitó a publicar en revistas y antologías, a participar en eventos y a ser jurado de concursos pero no siempre pude aceptar. Cuando nos encontrábamos en la calle 17 hablábamos casi siempre del pasado, y cada vez lo notaba más frágil. En broma, me ordenaba que me sentara a escribir, y en serio me regañaba porque no era constante.
La última vez que conversamos fue al teléfono, me llamó para pedirme un consejo sobre Derecho de Autor. Durante la Covid, releí Las honradas y Las impuras y recordé que él defendía la segunda mientras yo abogaba por la primera. Esta vez, le di la razón y pensé llamarlo pero no lo hice.
Tengo con Heras algunas fotos y una charla imaginada sobre Miguel de Carrión.
Te despido desde lejos
Eudris Planche Savón, escritor / Tomado de Facebook
Cargado de sueños me fui de Guantánamo a La Habana un día de 2008 y Eduardo Heras León me abrió las puertas del Centro Onelio cual si fueran las de mi casa. De ese centro egresé como alumno y regresé trece años después como subdirector.
“Más que impartir un curso académico, aspiramos a cambiarles la vida”, así dijiste… Desde entonces mi vida ha cambiado mucho y para bien. Una parte importante de ello se debe a tus enseñanzas.
Hoy te despido desde lejos, maestro, desde los pasos en la hierba, desde tu amor hacia la literatura y la pasión por el ballet clásico que supiste contagiarme.
Gracias por la oportunidad de conocerte, aprender de ti, gracias por tu obra, gracias Eduardo, por tanto…
Que disfrute el libro
Ernesto Lahens Soto, periodista y escritor / Especial para OnCuba
Fui estudiante del último año en el que impartió clases el profe Heras León en el Centro Onelio Jorge Cardoso. La relación alumno-profesor se transformó en amistad. En una ocasión me dijo que pasara por su casa a recoger unos libros que podrían interesarme. Me habló de uno de ellos, Gran Sertón: Vereda. Me explicó las técnicas narrativas empleadas y el estilo de João Guimarães Rosa. Antes de terminar me contó el final del libro: “Al final Diadorín muere, y se descubre que era una mujer”. Ivonne lo interrumpió y exclamó: “¡Eduardo! ¿Cómo le vas a contar el final a Ernestito? Siempre lo haces con los alumnos”. A lo que el profe respondió: “Lo más importante no es que descubra el final, sino que disfrute el libro”.
Quienes lo vimos sonreír
Sussette Cordero Sotero, escritora / Especial para OnCuba
“En vano se echa la red ante los ojos de los que tienen alas“. Así decía Gabriela Mistral. No quiero pensar que Heras ha muerto. Necesito tenerlo en mi vida. ¿Cómo podría continuar sin mi mejor maestro? ¿Quién va a burlarse de mi despiste y mi falta de empatía con el “elitismo vulgar habanero“? Solo quienes le vimos sonreír podremos llevar esa luz como recuerdo. El hombre que recorrió La Habana y comió los ravioles más cortazarianos que existieron en una ciudad que, como él, también se ha ido.
Lejos, solo me queda sentarme a leer. Mi más grande maestro se ha hecho luz. Pondré café sobre la mesa y miraré con desgano el libro de Joyce del cual nos burlamos tantas veces.
Estoy llena de dolor hoy. Y también de saberes. Y eso se lo debo a Heras.
Descansa mi chino.
Una partida de ajedrez
Juan I. Siam Arias, escritor / Especial para OnCuba
Podría decirse que no lo conocí. Apenas intercambiamos unas palabras en Bayamo recién iniciado el siglo: él era jurado y yo concursaba. Nunca recibí sus clases presencialmente. Leí sus libros. Lo hice por motivos diversos: La guerra tuvo seis nombres y Los pasos en la hierba, porque el tema me interesaba, al punto de convertirse en mi tema de investigación durante mis años de profesor universitario y casi una obsesión siempre. Y así, hasta Acero —que había mal leído en algún momento— porque en un panel durante la XVI Feria del Libro en Holguín, debí compartir la mesa junto al conocimiento macerado del profesor Lino Verdecia Calunga y la extraña mezcla de intrepidez juvenil y experiencia del escritor y periodista Erian Peña.
Había esa tarde un incentivo especial: Heras vendría. Estaba invitado a la Feria y su presencia estaba asegurada, lo que convertía cada idea o criterio que allí se expresara en un reto, ya que sería dicho en su presencia.
Releí Acero cuidadosamente. Encontré o creí encontrar similitudes formales con sus otros libros. Fue cómodo debatir con Lino y Erian. Tener ideas diferentes a las de ellos es solo eso. Tenía yo una carta bajo la manga para dialogar con el invitado, pero él no llegó. No pudo venir a Holguín por problemas de salud y no pude mostrarle la envejecida revista de ajedrez Jaque Mate de 1968, donde aparece una partida en que, un jugador llamado Eduardo Heras León defiende las piezas negras. No pude confirmar lo que parecía obvio: que era él. No pude invitarlo a revivir aquellos momentos a través de una partida que nos enfrentara.
Hoy, ante la certeza de la noticia, comprendo que, la muerte y la vida, nos están jugando al ajedrez.
Un hombre bueno
Ahmel Echeverría, escritor / Especial para OnCuba
No alcanzan las palabras para resumir la obra y vida de Heras León. Eduardo. Un hombre bueno que sobrevivió a la atroz política (cultural) de los 70. Junto a Ivonne Galeano se propuso crear una suerte de falansterio para los jóvenes escritores cubanos. Y lo consiguió. Lo consiguieron. Estuve allí: en el Centro Onelio.
Hay un velado homenaje a Heras en mi novela La noria, también para otros escritores y artistas de su generación que (no) persistieron en la creación, y que (no) sobrevivieron de la peor o la mejor manera posible. Pasos sobre la hierba, pasos sobre la Historia.
Una disculpa
Rafael Grillo, periodista y escritor / Especial para OnCuba
Leí, por supuesto, su mítico Los pasos sobre la hierba. Pero lo ocurrido a propósito de ese libro era lo que más me impresionaba. Por eso en 2006, en el número del 40 aniversario del Caimán Barbudo, aprovechando mi papel de editor de la revista, quise destapar el feo episodio de su expulsión del Consejo Editorial en 1971. Hubo quien lo entendió como una reivindicación de Heras (algo que en ese entonces ya no era necesario). Para mí era una disculpa en nombre de la revista. Creo que disculparse enaltece.
El mejor lector
Ingrid Brioso Rieumont, académica y escritora
El Maestro Heras es el mejor lector que he conocido. Lo digo no solo pensando en su práctica de la interpretación, en la que era brillante, sino, también, por sus lecturas en voz alta. En su voz, los relatos adquirían una dimensión extraña, casi mágica, como si no pertenecieran a este mundo. Nos dejaba a todos con la respiración detenida en sus clases, esperando por la próxima palabra.
En el 2004, en su casa, en la celebración del fin del curso de técnicas narrativas, todos jugamos a escribir preguntas anónimas en papeles doblados para que los demás las respondieran. A Heras, por azar, le tocó la mía. Mi pregunta fue: ¿Cuál es su mayor deseo? Él respondió, mirándonos: “Escribir una obra maestra”. Lo cierto es que cumplió su deseo muchas veces: con cada una de sus lecturas componía una nueva obra maestra.
A los 16 años entré al Centro Onelio, y gracias a Heras, aprendí a leer, en voz alta y hacia adentro.
Una generosidad gigantesca
Carlos Alberto González, médico y periodista / Tomado de Facebook
Me sorprende la noticia de la muerte de Eduardo Heras León. Lo conocí brevemente en el 2005 durante las sesiones del Taller de Técnicas Narrativas Onelio Jorge Cardoso, que a partir de ahora debería llevar su nombre. De él recuerdo su clara inteligencia, su profesionalidad y una crítica a un cuento mío que le pareció “limpio” y luego comparó con alguno de un gran escritor para inmediatamente, como el excelente maestro que siempre fue, advertirme que yo era un aprendiz. ¡Tenía toda la razón!
En 2014, cuando le otorgaron el Premio Nacional de Literatura me alegré. No solo porque escribió libros trascendentes —de vez en cuando visito Los pasos en la hierba— sino porque fue un hombre útil, que para mí es la mejor manera de ser virtuoso.
Su gran obra, el Centro Onelio, si bien no enseñó a narrar a una generación, nos dio un puñado herramientas básicas para comenzar a aprender el oficio. Ese acto de una generosidad gigantesca tiene un valor fuera de lo común. A su esposa Ivonne, siempre tan amable, mis más sentidas condolencias.
La literatura cubana, la cultura de este país, debería estar de luto hoy.
Te quedas junto a nosotros
Centro de Formación Literaria Onelio Jorge Cardoso / Tomado de Facebook
Tú no te has ido, Maestro. Nunca te irás, Chino. Sigues en nosotros con tu sonrisa pícara, tus dotes para educar, tu habilidad para formar, como bien decías, “mejores personas”. Profe Heras, son muchos los que hoy te despiden, muchos de tus hijos se levantan a todo lo largo de esta Isla y te dicen: GRACIAS. Pero en realidad no te vas. Te quedas junto a nosotros en la entrega incondicional, en la valentía de vivir a tu manera, honesta y auténtica, y tener el valor de decirlo. Gracias por darnos tanto. Gracias por enseñarnos a compartir. Por eso hoy todas nuestras obras son tuyas. Tú no te irás mientras quede uno de nosotros. Tú no te irás. No te has ido, Maestro.
Y como logró que ustedes publiquen lo que se me ocurra o ya me ocurrió, p que mañana puede ser tarde.