Dick Cluster quería convertir La Habana en un libro, y para eso se dedicó a “explorar” la ciudad: caminando, preguntando, montando bicicleta y en los ómnibus llamados “camellos”, llenándose de todas las cosas que lo habían fascinado cuando vivía aquí. El resultado es “The History of Havana”, una historia social de la capital desde su fundación hasta hoy, escrita a cuatro manos con Rafael Hernández, director de la revista Temas.
Sin embargo su verdadera profesión es la de traductor. La simpatía hacia Cuba y su pasión por el trabajo lo han llevado a colaborar con Josefina de Diego, Raúl Aguiar, Mirta Yáñez, y más recientemente Abel Prieto, Mylene Fernández, Aida Bahr, Pedro de Jesús, entre otros autores de la Isla.
Insertar la literatura cubana en Estados Unidos no es empresa fácil, sobre todo cuando allí las traducciones enfrentan ciertos prejuicios, al punto que representan apenas un tres porciento de los títulos publicados. Además existen visiones estereotipadas que en imaginan el país como un paraíso de baile y fiesta, o con las nostalgia de los años 50 y 60.
El tránsito de un idioma a otro implica términos lingüísticos y culturales, pasando por usos populares, locales y juegos de palabras. Por ejemplo, “dirigentes”, que no significa exactamente “executives” de traje y corbata, y a veces se parece más a “politicians”. “Se trata de buscar lo que la persona hubiera dicho si su lengua fuera el inglés”. Entonces Dick provoca y hacer reír a su auditorio en la Feria del Libro. “A ver, alguien me dice una mala palabra ‘en cubano’ y yo digo cómo lo traduciría”.
Si hablamos de investigaciones de ciencias sociales, la labor se complica aún más. “¿Cómo comunicar, en términos de precios, que dos docenas de plátanos en el agromercado pueden costar lo mismo que un mes de gas en la casa, y una botella de aceite en el shopping infinitas veces más que una visita al médico?”. Luego, el reto está en encontrar formas de especificar eso, en consulta con el autor, sin romper el argumento. De lo contrario, “una traducción literal dejaría al lector no en Cuba, sino en China”.
En términos de industria y mercado, Dick opina que el alcance de las letras nacionales en Estados Unidos ha estado matizado por una ignorancia grande, al compararlas con la música, las artes plásticas, y el cine. “Por muchos años casi los únicos escritores cubanos admitidos eran los de la emigración, y especialmente los más politizados”. No obstante ese panorama comenzó a cambiar entre los ’90 y 2000, con la publicación de siete antologías de cuentos. Era la narrativa de un país nuevamente descubierto, y la novedad se vende.
La tendencia es que estos volúmenes aparezcan en editoriales independientes, fuera del mainstream o asociadas con universidades, como Diálogos y el Centro de Estudio Latinoamericanos de Harvard. Por otra parte, las grandes casas comerciales asumen fundamentalmente textos cubanos que hayan sido best-sellers en Europa.
Dick Cluster sigue visitando el país y siguiendo de cerca su producción literaria. Sus mayores satisfacciones profesionales son conocer a los autores y llegar a gente que no tiene su experiencia personal ni han podido conocer la Isla. “Es traerlos un poco virtualmente para acá, y tratar de ‘complicar’ sus visiones de Cuba”.