El asesinato en México de León Trotsky a manos del español Ramón Mercader por orden de Iósif Stalin ilustra “hasta qué punto puede ser tremenda esa necesidad del poder de ocupar todos los espacios posibles”, un escenario que se repite a lo largo de la historia, a juicio del escritor cubano Leonardo Padura.
Cuando se cumplen 80 años del crimen que, para Padura, inició el camino sin retorno hacia el fin de la utopía comunista rusa, el escritor reflexiona en una entrevista con Efe sobre las lecciones aún vigentes de aquel episodio histórico.
La novela El hombre que amaba a los perros (2009) le ha convertido en un referente imprescindible a la hora de hablar del asesinato de Trotsky, porque al peregrinaje en el exilio del intelectual ruso y a reconstruir la historia vital de su asesino dedicó el autor habanero cinco años de investigación exhaustiva para luego poder narrarlo.
APAGAR ESA LUZ
“Lo que importa sobre todo es el carácter simbólico que tuvo ese asesinato. El Trotsky que Stalin ordena asesinar en ese momento por mano de Ramón Mercader ocurre en un momento en que Trotsky está más marginado que nunca, tiene menos poder que nunca (…), incluso económicamente estaba en una situación absolutamente precaria, y sin embargo era una luz y Stalin necesitaba apagar esa luz”, sostiene Padura.
Una persecución que “a nivel histórico demuestra que en las luchas por el poder, por lo general la piedad no existe”.
Pero, más allá de la motivación política, Padura siempre ha defendido que el momento en que “Mercader hunde el piolet estalinista en la cabeza de Trotsky” supuso el principio del fin de la Revolución Rusa, el “punto climático” en que “las actuaciones, las decisiones, las políticas entran en un rumbo que termina en la disolución de ese proceso”.
A Mercader, mientras, lo considera “un personaje muy difícil de definir” por los muchos vacíos e incertidumbres que existen aún en torno a su figura. “Todavía muchas de las cosas que sabemos de él son cosas que no estamos seguros de si le corresponden o no a este hombre que tiene una historia que está llena de mentiras, de huecos, de baches, de imposturas”.
VÍCTIMA Y VERDUGO
“Fue verdugo, sin duda ninguna, pero de alguna manera también fue víctima de un tiempo, de un pensamiento, de una manera de actuar. Una forma de actuar que todavía hoy vemos que se repite, porque Mercader responde a una idea y vemos que hoy hay hombres que matan a otros e incluso se sacrifican a sí mismos por una idea, ideas que a veces son muy manipuladas”, reflexiona.
En el actuar del asesino, Padura encuentra un paralelo con quienes perpetran actos terroristas y, por tanto, cree que “es algo que se puede repetir en el mundo y que de hecho se repite”.
“Porque lo más triste de todo esto es que la historia se repite y los hombres no aprendemos de la historia, siempre tendemos a cometer los mismos errores y eso me parece que es una de las cosas más absurdas que tiene la condición humana”, apostilla el autor merecedor del Premio Princesa de Asturias de las Letras en 2015.
CRÍTICA NECESARIA
Otro puente entre la muerte del intelectual marxista y la actualidad reside en la eterna y a menudo mal disimulada intolerancia del poder hacia el pensamiento crítico, un pensamiento que Padura cree que “tiene que existir”.
Recuerda que una de las razones del asesinato fue la crítica sostenida de Trotsky hacia la deriva de Stalin.
“Trotsky venía de dentro, es un hombre que estaba mucho mejor preparado filosóficamente que Stalin. Y esto lo hacía tener la capacidad de poder realizar esa crítica que fue muy acertada en muchos procesos”, subraya.
Entre ellos, su denuncia de la decisión de los comunistas rusos de no aliarse con los socialdemócratas alemanes, “al precio del ascenso” de Hitler, o del pacto Molotov-Ribbentrop de no agresión entre la Alemania Nazi y la Unión Soviética que definieron la invasión y posterior reparto de media Europa.
La digitalización de las últimas tres décadas ha cambiado las reglas del juego y multiplicado los espacios de difusión, “el flujo de las ideas cambió de una manera abismal” y controlar la información es “mucho más difícil”.
“Sin embargo, los estados totalitarios insisten en hacerlo, a veces con más éxito, a veces con menos éxito, depende de determinadas situaciones que puedan estar en juego, y creo que el espacio del pensamiento crítico sigue existiendo y sigue funcionando”, señala el literato, pese a reconocer que no siempre ese pensamiento crítico se materializa en lo concreto.
Aún así, “tiene que haber una mirada reflexiva con respecto a las realidades desde dentro de las realidades”, una crítica “por la vía del periodismo, de las artes, de la filosofía” e incluso de las redes sociales, que Padura detesta pero sabe que “funcionan y que llegan a crear un estado de pensamiento, de opinión, que es diferente de los estados de pensamiento más hegemónicos”.
UN FANTASMA EN CUBA
De vuelta al pasado, y a su investigación para El hombre que amaba a los perros, Padura recuerda “la cantidad enorme de descubrimientos” que hizo, especialmente en un país, Cuba, que en aquel entonces y hasta hoy aún abraza los postulados comunistas y donde no existía información sobre Trotsky, “un contrarrevolucionario, un fantasma del cual no se hablaba”.
“Siempre digo que lo que me llevó a tener la idea de escribir esta novela fue mi ignorancia, una ignorancia lógica y programada”, explica.
Trotsky “había desaparecido como en esa famosa foto de la Plaza Roja de la que Stalin va desapareciendo personajes en la medida que los va matando”, refiere el escritor, que gracias a esa novela disfrutó “una de las reacciones, de los acercamientos más agradables que he tenido con los posibles lectores de mi libro”.
“Te agradezco que hayas escrito esta novela porque he entendido y he aprendido una parte de la historia que no conocía y que es también parte de mi propia historia”, le dijeron a Padura sus compatriotas.