Si el talante de los escritores se pareciera a sus historias, entonces Pedro Juan Gutiérrez sería una estafa.
Nada más lejos de sus mundos sórdidos y sus personajes descocados, lascivos y animalescos que su pequeña voz educada, sus maneras elegantes y su serenidad cartesiana, pero sobre todo, nada más lejos que su rostro esculpido con silencio.
Ese rostro, que asimila impertérrito cualquier alabanza o diatriba, como si fuera un espía de academia o un monje tibetano, no es la máscara de nadie, sino la convicción de alguien que sabe escuchar. Y meditar. Y resistir. Y esperar.
¿Un autor de minorías?
“Pedro Juan Gutiérrez es junto a Leonardo Padura el narrador cubano más conocido fuera de nuestras fronteras, pero al contrario del segundo, tanto su obra en prosa como su poesía, parece ser frecuentada por solo una minoría de lectores cubanos”.
Son líneas de la escritora Marilyn Bobes. A unos metros del estrado desde el cual habla, un montoncito de ejemplares de La trilogía sucia de La Habana esperaba ser vendido por veinte pesos.
“Muy modestos veinte pesos”, al decir del flamante director de la Biblioteca Nacional, el dramaturgo Omar Valiño.
El funcionario espera con Reflexiones, un programa académico de charlas bajo el cual se presentó Gutiérrez, remozar el carácter de irradiación cultural de la institución.
Un libro acusado de vulgar y algo más
La edición cubana de la novela que catapultó a Pedro Juan Gutiérrez demoró veintiún años en llegar a los lectores de la Isla, aunque muchos otros textos del autor corrieron mejor suerte.
“A ese libro se le tachaba en Cuba cuando menos de vulgar”, reconoció Bobes.
“El provocativo lenguaje de las novelas y relatos que han convertido a Pedro Juan en un escritor maldito ha convencido a muchos colegas y críticos cubanos que le empiezan a hacer justicia a partir de lecturas menos superficiales”, dijo la poeta quien conoció Gutiérrez a fines de los 90, cuando tenía fama de apestado luego de ser depuesto como periodista de la veterana revista Bohemia a tenor de su Trilogía…
“Me echaron a la calle”, contó el reportero hace unos años a la agencia alemana DPA.
Junto al escritor Norberto Codina y al historiador, ensayista y crítico de arte Rafael Acosta de Arriba, participó Bobes en un homenaje por los setenta años del autor de Melancolía de los leones, un “conjunto de pequeños relatos en los que la poesía, el absurdo y la extrañeza se conjugan con una sorprendente economía de medios para mostrar el oficio de un narrador”, según la nota que aparece en la página de ventas de Amazon.
Bobes, quien colocó a Gutiérrez como “uno de los mejores prosistas desde el punto de vista estilístico del actual panorama de la narrativa cubana contemporánea”, dijo que su obra lo convierte en “un rapsodia de la Habana”, captando “a la ciudad del lado de las sombras”.
Un poeta maldito, también
Estudiada en programas de literatura de medio centenar de universidades estadounidenses y leída con pasión lo mismo en Alemania que en Turquía, la narrativa de Gutiérrez es comparada con la de Miller y Bukowsky en buena medida por la sexualización de sus historias en ambientes cloacales, la cual incluso desborda, impetuosa, hacia los territorios de su poesía.
“Está la presencia del erotismo y del sexo mondo y lirondo”, confirmó Acosta de Arriba, refiriéndose al “frenesí sexual” que atraviesa su producción lírica, de “fuerte matiz narrativa”, que “parece decirnos que el mundo es como es y la literatura no debería escamotear esa realidad, sino afirmarla y cuestionarla”.
Para este ensayista y poeta, el autor de Lulú la perdida y otros poemas de John Snake –“de un fuerte tono sociológico”-– pasa por un examen de conciencia en que se “debate el sentido moralista de quien subvierte valores tradicionales”.
La soledad, la ira, la inconformidad, la pérdida de la utopía y el dolor del “hombre de la calle” recorren, mediante “un soliloquio implacable”, los poemas de un insumiso Gutiérrez que muestra “la fea cara de la realidad y sus implicaciones intelectuales”.
“En sus libros hay una dramática galería de actores sumidos en la miseria material y moral, pero que no renuncian a la rebeldía y a la ternura como una luz en la más profunda caverna”, calzó, por su parte, Norberto Codina, poeta, escritor, editor y director de la revista literaria La Gaceta de Cuba.
Codina lamentó que el costado pictórico de Gutiérrez esté desatendido por los críticos.
“En el entramado de esa arte poética están sus cuadros y dibujos con un trazo rápido y furioso, identificando un culto a los cómics que son motivo de curiosidad para quienes quieren conocerlo”.
Las rutinas, que no rituales, de un escritor
Pedro Juan Gutiérrez nació el 27 de enero de 1950 en la occidental ciudad costera de Matanzas, bajo nombres apostólicos, lo cual no haría presagiar su futura predilección por “realidades y criaturas satánicas”.
Haciéndose retratar con un vaso de ron añejo en una mano y un tabaco en la otra, con un atardecer marino de fondo, Pedro Juan Gutiérrez es un hombre, por definición, mundano –fue vendedor de periódicos y de helados, soldado, obrero de la construcción y machetero– y su literatura, a veces muy hemingüeyana también, se confunde con su vida, exhalando machismo, según lectoras que lo aborrecen, feministas y no.
Un dato para alimentar el mito de hedonista y excesivo: en 2007, los franceses le otorgaron el Grand Prix de Rhum por glorificar la bebida caribeña en su obra.
Su novela El rey de La Habana (1999) fue llevada al cine en 2015 por el director español Agustí Villaronga. Filmada en locaciones dominicanas, la cinta destapó una agria discusión con el ICAIC y no ha sido proyectada en cines de la Isla hasta el día de hoy.
Autor de más de una veintena de libros, entre novelas, cuentos y poesía, Gutiérrez exhibe una veta ensayística que se reparte en varios textos, entre ellos Verdad y mentira en la literatura (2001), Carpentier en los otros (2004) y Estallido de la galaxia cubana (2005).
Tal vez el rigor ensayístico toma prestado de su sentido del orden creativo, una metodología afanosa, diferenciada y cognitiva de acuerdo con el género de que se trate.
Escritor compulsivo, Gutiérrez se vuelve meticuloso en sus diarios, donde registra –confesó ante el auditorio de la Biblioteca Nacional– “las rutinas intrascendentes del día a día”.
Además de tal ejercicio, escribe poesía y descarga ideas y sensaciones en un blog, siendo el cuento la variable media y la novela la máxima de su escritura.
“Un poema sale a tropezones, de una lectura, de una imagen, de un pensamiento, de algo que escucho por ahí, escribo un poco a mano y lo dejo sin darle importancia.”
Después deja correr el tiempo. Un día, un par de semanas. “Con suerte, en pocas horas, tengo un poema extraño, misterioso, inexplicable”.
El paso siguiente es pasarlo en máquina de escribir y guardarlo en una carpeta. Sobreviene la relectura, las muchas correcciones para “borrar los ripios e hilachas que siempre cuelgan” y como último paso, algo sorprendente: olvidar lo escrito.
“Es esencial olvidar lo que se escribe. Escribo para poder olvidar”, dijo ante atónitos escuchas, emparentando su operación a los juegos infantiles, en los que no hay “nada previo, ni nada posterior. Solo el presente”.
“No se puede desarrollar un método, porque no existe una ingeniería de la escritura. El intento de controlar agota la fuente misteriosa”, decretó.
Si para la poesía exige libertad total, para el cuento un poco de control. “Tomo unos apuntes, sé por dónde empezar y cómo seguir. Intuyo un final o no, generalmente no sé el final y me lanzo, pero el cuento es breve y no me hace sufrir”.
Para la novela, los plazos de alumbramiento son mayores. Su última publicada por Anagrama en 2015, Fabián y el caos, “comenzó a asomar las orejas en 1991 y no me atreví a comenzar a escribirla hasta 2012”.
Lo tenía todo para arrancar –los escenarios, los personajes, la época, la atmósfera, las relaciones, la trama básica y el superobjetivo, –“una palabrita pedante”, que sin embargo nortea cualquier proyecto– pero no sabía cómo escribir la historia.
De modo que la novela es un capataz insobornable para Gutiérrez. Fusta en mano, le hace renunciar a muchas cosas, sentarse horas frente a la máquina, hasta el mediodía, tomar café, ponerlo frenético y a veces trabajar de corrido hasta la noche durante meses y meses.
“Es terrible porque se convierte en algo obsesivo y agónico. Por suerte con los años escribo menos”, reconoció, para luego recordar haberse visto en el espejo de un poseso Cortázar escribiendo su Rayuela.
Todavía hoy, cuatro décadas después de una experiencia amorosa, familiar y trágica en el Diezmero, “barrio crudo y visceral”, no ha logrado convertir el suceso en un libro, tal como entonces lo intuyó y que ahora la memoria ha fijado como demanda impostergable.
“Ahí nació el germen de toda mi obra: la pobreza, la miseria, el subdesarrollo hincando el diente y acabando con vidas que pudieron ser mejores y más fructíferas. Por supuesto, en esos años no sabía cómo escribir una novela. Hoy tampoco sé cómo se hace. Nadie sabe”, certificó con aire melancólico.
Breve sobremesa
Al terminar los saludos y abrazos de rigor y la firma de ejemplares de La trilogía sucia de La Habana, Pedro Juan Gutiérrez cruzó unas breves palabras con OnCuba.
¿Qué sabe Ud. ahora con setenta años que ignoraba a los cincuenta y cómo eso influye en su literatura?
Llegar a los setenta es un poco sorprendente. Uno nunca piensa que va a llegar a esta edad. Son muchos años, pero lo veo del lado positivo, del lado de las ganancias que tengo. Ya no soy el mismo que era cuando tenía cincuenta años, o cuarenta o treinta, pero me gusta llegar a esta edad y seguir pa´lante con la salud y la experiencia que tengo. No queda otra. Y agradecer sobre todo la familia que tengo; los hijos que tengo; los amigos que tengo; esto que acaba de pasar aquí que es maravilloso.
Ud. hablaba de la pobreza y del subdesarrollo como las parteras de su obra… ¿El dolor y la lucha de una nación le han hecho escribir y reflexionar?
Sí. Claro, claro. Todo el proceso de nuestro país en los últimos treinta años ha sido tremendo y eso ha provocado una fuerte reflexión dentro de mí que es lo que está presente en mis libros. No hago periodismo, no hago testimonio, no hago memorias, pero hago literatura a partir de una realidad muy fuerte, muy dura. Inevitablemente.
¿A estas alturas, se siente un escritor agotado?
“No. Lo que ya tengo menos cosas que decir que hace veinte años. Voy más despacio ahora.”
Eso admite Pedro Juan Gutiérrez, entre satisfecho y resignado, en la tarde más fría de este seudo invierno cubano en una ciudad a la que el escritor le conoce, tal como se presume, sus pecados y sus pecadores… De primera mano. Uno por uno.
Muchas felicidades!