Al narrador, poeta y ensayista cubano Pedro Juan Gutiérrez estuvo dedicado el tradicional espacio El autor y su obra, en la galería El Reino de este Mundo, de la Biblioteca Nacional de Cuba José Martí, realizado el pasado 26 de septiembre. Jorge Fornet, presidente de la Academia Cubana de la Lengua y Francisco López Sacha, narrador y crítico literario, me acompañaron en un panel sobre el autor de El rey de La Habana.
Todos coincidimos en que, a veinticinco años de la publicación de Trilogía sucia de La Habana (1998), la obra de Pedro Juan (publicada tardíamente, pero casi en su totalidad en el país) es una de las más sobresalientes del panorama literario insular.
Algunas coincidencias estuvieron relacionadas con su indiscutible destreza como narrador, su sugerente e inflamada poesía y uno de los elementos principales de ese cuerpo escritural: haber descrito con frontalidad, crudeza y sin prejuicios, las formas de subsistencia extremas de buena parte de la población de la capital del país en los duros años del denominado Período Especial, a inicios de los años noventa del pasado siglo. Con su literatura, el autor dio voz a los seres marginalizados que componen la sociedad cubana y habitan, sobre todo, su periferia.
Su ciclo de novelas y cuentos sobre Centro Habana permitió conocer a un escritor de mucho mérito, capaz de crear convincentes personajes de un “bajo mundo” que se expandió cada vez más en los años finales del siglo pasado.
Así lo expresó el propio Pedro Juan: “…al cabo de siete años de vivir en Centro Habana, empecé a escribir cuentos sobre lo que me pasaba en el barrio. Escribía desde el asombro (…). Y así estuve tres años. Escribiendo, bebiendo muchísimo ron, con mucho sexo, hambre y miseria. Eran los años del Período Especial. Y de ese modo, sin buscar, encontré lo que necesitaba, es decir, una filosofía para mi escritura. Todo producto del azar (…). Me interesan solo los que viven en los márgenes, con sus propias reglas, los que construyen su propio mundo y viven apartados de la gran corriente.
“Me apasionan los que viven su propio misterio, los que tienen su filosofía propia y su lenguaje propio. Ya hoy en día he escrito casi treinta libros, entre poesía, cuento y novela. La mayoría han sido publicados en Cuba. Y sigo publicando poco a poco. No ha sido fácil encontrar editores. Pero soy un hombre paciente y creo que perseverante. Además, y, sobre todo, soy un hombre agradecido. Cada día agradezco más porque lo que me propuse cuando era un jovencito ignorante y provinciano lo he logrado, así que solo me queda dar las gracias y seguir adelante, con humildad. No he hecho nada extraordinario. Me he divertido. He dedicado mi vida a la búsqueda, a la exploración, a hacer las cosas a mi manera, no a la manera de otros. Así que tengo motivos para agradecer cada día de mi vida.”
Pedro Juan fue considerado por algunos de los panelistas como un autor neoexistencialista, un indagador del sentido de la vida en situaciones límites, un apasionado de la literatura y de una productividad considerable a partir de sus dos primeros libros. Con legiones de lectores en todo el mundo, el escritor posee también multitud de seguidores en su tierra, lo que se vio plasmado por el público que colmó la galería sede del encuentro. De esto y más se habló en ese encuentro, pero me gustaría detenerme en la obra Trilogía sucia de La Habana, que estremeció a los lectores, no solo por la forma directa y minimalista —sin oraciones subordinadas, con una prosa rápida y limpia con que estaba escrita, que evidenciaba la deuda con la práctica periodística previa del autor— sino también por las historias alucinantes de violencia, sexo, pobreza y desesperación que allí se narraban. Fue una lectura chocante para todos.
La realidad narrada
De una manera visceral, el libro asumía la literatura sobre realidades rayanas con lo infrahumano (la pobreza lo es) en la sociedad cubana de los noventa del pasado siglo. Fue un impacto emocional que se experimentó primero en Europa y otros países y, después de muchos años, en Cuba, cuando las novelas pudieron publicarse finalmente (antes habían circulado de mano en mano a partir de copias traídas por viajeros). Una nueva voz había aparecido súbitamente en el paisaje letrado del país, una voz llena de ira, soez, procaz, sin pelos en la lengua y con una destreza narrativa indiscutible.
La crudeza de las realidades vividas en la Isla durante esa década de los noventa, el denominado Período Especial, sirvió de escenario y argumento para los cuentos que integraron el volumen. Se habló entonces de la distopía cubana descrita en los libros de Pedro Juan Gutiérrez (PJG), o sea, el enfoque de carácter político. Pero lo cierto es que el cuadro social descrito poseía la irrebatible fuerza de su veracidad. Más que lo político, primaba lo sociológico. A partir de Trilogía… apareció una escritura crítica, implacable y devastadora de lo que se vivió por los cubanos de todos los estamentos o niveles sociales durante aquel período más que “especial”. En la narrativa cubana, en general, afloraron, simultáneamente, la marginalidad, las jineteras, chulos, vividores, traficantes, balseros y tipos violentos de diferente pelaje, temas novísimos entonces en nuestras letras.
Pero si las condiciones sociales de supervivencia llenaban buena parte de la trama y descripciones de las historias narradas y el personaje Pedro Juan brotó de entre ellas de una forma convincente, lo otro que llamó mucho la atención de los lectores fue la manera desnuda y descarnada en que el sexo se describía desde las primeras hasta las últimas páginas. El personaje Pedro Juan y los demás que aparecían y desaparecían de tramas y subtramas vivían en el sexo permanentemente, enviciados y sofocados en la práctica. Un sexo que desbancaba, en ocasiones, todo lo demás de la trama; una sexualidad que hizo que muchos lectores dieran una interpretación errónea de sus implicaciones literarias y de las intenciones del autor. Con los libros siguientes, El rey de La Habana (1999) y Animal tropical (2000), estos rasgos llegaron al delirio, a su exacerbación y también a su maduración como textos narrativos.
A sabiendas de que me sumerjo en aguas procelosas, siento que puede ser interesante realizar un análisis de esta temática en la literatura de PJG, desde Trilogía sucia de La Habana (1998), hasta la más reciente novela, Estoico y frugal (2020), incluyendo su poesía. Estamos hablando de un período de veintidós años en el que se han publicado numerosos libros de narrativa y de poemas y un título que trata de explicar sus estrategias escriturales, Diálogo con mi sombra (2015), volumen que es necesario leer si se aspira a dominar cabalmente el orbe PJG. Si la dimensión literaria de la sexualidad, como afirmó Nara Araújo, se imbrica con interrogantes existenciales, la obra de nuestro autor parece ser la pregunta de las preguntas sobre el papel del sexo en la conducta humana.
En la narrativa y poesía del autor lo sexual se da en varias dimensiones. La más importante, a mi juicio, es la del sexo comprendido desde una dimensión antropológica, es decir, como un discurso de la otredad, o lo que es igual, un vínculo esencialmente humano o vía de comunicación entre las personas (sin dudas la más eficaz que existe). Es decir, aunque hay poco amor romántico entre los personajes de la selva citadina pedrojuanesca, de cualquier manera, la relación ocasional y furtiva puede verse como un puente de humanidad entre las personas. A ello se suma un contexto social como el descrito en casi todos estos libros donde los personajes son seres rotos, abandonados a la pobreza y sin un norte o futuro para sus vidas. Otra perspectiva es el sexo per se, donde lo erótico colinda con lo pornográfico, cuestión que el autor trata de mostrarnos sobre la base de que esos seres viven su sexualidad desaforadamente porque, básicamente, no tienen otra cosa mejor a mano o, dicho de otra manera, porque los pobres solo disponen de su cuerpo y, por tanto, deben y pueden usarlo.
Otro ángulo de la sexualidad en la obra de PJG es el racial, donde los entornos de pobreza y marginalidad son referentes obligados, pues los negros y mestizos, como se sabe, son los menos favorecidos económicamente en la sociedad cubana, sobre todo a partir del Período Especial, escenario principal de esta literatura. La atracción y el sexo del personaje Pedro Juan por y con mujeres racializadas es dominante en esta obra de principio a fin y es un rasgo que merece un análisis por su propio peso específico y dado que ha concitado un buen número de acerbas críticas por la academia.
Los cuerpos femeninos racializados en la literatura del autor se mantienen dentro de una construcción cultural que hunde sus raíces en la colonización y la esclavitud. Son cuerpos sexualizados por siglos de cultura machista y colonizada. La pobreza y la dominación social provocan efectos que, todavía en el siglo XXI, se perciben como una pesada losa para los afrodescendientes y para la percepción de ellos desde la mirada blanca. Pero el cuerpo es representación, es imagen, y es aquí donde la literatura entra a jugar su papel. Tema por debatir, sin dudas. Lo cierto es que nuestro autor racializa lo sexual y sexualiza lo racial en sus libros.
Lo cierto es que hasta la obra que nos ocupa, nunca se había visto un tratamiento tan profusamente libre, hereje y transgresor de los códigos sexuales en las letras cubanas (quizá con la excepción de Reinaldo Arenas). Se trata de una compulsividad sexual que se convierte en una suerte de hábitat para todos los personajes. La asociación con la pobreza, la marginalidad y la iracundia de los seres copuladores de esta obra reflejan constantemente su impotencia permanente ante su lamentable situación social, la que es resuelta, con frecuencia, a través del acto genital salvador. Es en este punto donde el sexo se convierte en válvula de escape, pero, al mismo tiempo, configura una celda para sus personajes literarios.
La poesía
La poesía dio otras perspectivas a personaje y autor y merece, por tanto, unas líneas. En la poesía de PJG el mundo de la sexualidad es aún más tórrido y alucinante que en su narrativa, lo que ya es mucho decir. El alter ego del personaje Pedro Juan en la poesía es Johnny Snake, capaz de las más delirantes orgías, depredador sexual, borracho empedernido, tipo medio delincuencial y personaje poético de armas tomar, capaz de adorarse a sí mismo desnudo frente a un espejo y dedicarle algunos versos amorosos a su miembro (“te amo y me gustas como no puedes imaginarte”), en poemas donde se mezclan altas dosis de ironía y humor.
Y es que PJG considera a la poesía como la expresión máxima de la “realidad delirante”, de manera que credo y obra funcionan muy articuladamente. El poemario Lulú la perdida (2008) es un texto de lo inaudito, traslación al papel de una alucinación diabólica, diálogo con la sinrazón, bolero de la gozadera que va de la nada a la lujuria y de la lujuria al delirium tremens, un discurso enloquecido lleno de pulsiones sexuales sobre clítoris, penes y semen, orgasmos múltiples y sadismo. Antipoesía escrita como una resaca amarga sobre el mundo caotizado (“el caos civilizatorio” le llama PJG) y sus peores rostros, desvarío metafísico en el que caben la muerte, la noche infinita, la locura y la fuga.
No creo que haya que buscar explicaciones a este desenfreno, el caos habita en lo más profundo del ser PJG y esa condición ha sido trasladada a su obra de una manera expresiva. Probablemente estemos ante el personaje más descocadamente sexualizado de la literatura cubana (donde personajes creados por apellidos como Arenas 1, Lezama y Montenegro son relevantes) y probablemente de la continental. El latin lover desproporcionado, incomparable y definitivo.
Nota:
1 No obstante, el listón colocado por Arenas en su autobiografía Antes que anochezca, (Tusquets editores, 1992, página 119), parece difícil de vencer, pues ahí el autor reconoce que, hasta 1968, había fornicado con nada menos que 5000 amantes. Sabemos, sin embargo, de su crónica desmesura.
Habrá gente que se disfrute de esa literatura, somos más de 7000 millones de humanos en el planeta con múltiples intereses. Nada nuevo. Y Cuba, idem, que desastre!.