Han pasado diecisiete años desde mi primera visita a la casa del poeta Delfín Prats (Holguín, 1945). La puerta, sobre una polvorienta calle sin acera del barrio de Pueblo Nuevo, permanece abierta.
Desde aquella primera vez hasta hoy he regresado muchas veces, sin avisar. Llegar de sorpresa adonde el entrañable “Delfo” se ha convertido casi en un ritual cuando visito la ciudad en la que ambos nacimos, con algunas décadas de diferencia.
Nuestro más reciente encuentro fue hace un mes, aún con los ecos de finales de 2022, cuando lo distinguieron con el Premio Nacional de Literatura. El autor de “Humanidad”, entre otros portentosos poemas, tan humilde y de bajo perfil, se vio de pronto en el centro de la atención.
Llegué, de nuevo, sin anunciarme. Golpeé dos veces la puerta entreabierta y desde el interior resonó la voz serena del poeta: “Voy”.
Emergió su escuálida figura de 77 años y medio. Quedó mirando en silencio y, cuando el contraluz le permitió identificar mi presencia, su rostro se iluminó con una sonrisa. Exclamó con tono cálido: “Coño, ¡qué linda sorpresa! Pasa, pasa”, mientras extendía sus brazos para ofrecerme un abrazo.
—Siéntate, te hago café —anuncia Delfín mientras camina unos pocos pasos hasta la cocina.
Sentado en el viejo sofá de la casa, paneo con la vista el lugar, donde todo parece seguir igual. Echado está un gato negro y blanco. Es su mascota que viene y va. Delfín siempre tiene gatos. La primera vez que lo fotografié tenía un gato amarillo.
Sobre otro mueble adosado a la pared descansaban elementos que delineaban una escena sencilla, pero evocadora: una botella de aceite casi vacía, algunos cubiertos y platos, junto con la libreta de la bodega. En un extremo del mueble, en la parte más alta, se encontraba un cuadro/diploma y una obra original del artista plástico y poeta José Luis Fariñas. Es el testimonio elocuente que destaca a Delfín Prats Pupo como Premio Nacional de Literatura 2022 “por su destacada contribución a la literatura y cultura cubana”.
Mientras Delfín preparaba la infusión, comenzamos a ponernos al día. Había pasado un año desde la última vez que nos habíamos visto. Era él quien tenía más por contar.
—Vamos a ver cómo quedó esto —anuncia Delfín mientras me extiende una taza con café.
Pruebo un sorbo.
—Delfo, qué rico te quedó. Sigues haciendo buen café —lanzo un cumplido, con asidero en los cafés que en el pasado he tomado en esta casa.
—No creas. Eso es porque tiene calidad el polvo; si no, es intomable, como casi siempre —riposta y sonríe.
—Te noto… ¿bien?
—Trato de estar bien, aunque me ha estado faltando la pastilla que me hace dormir bien. Y, para mayor desgracia, hace unos días que no tengo radio porque el que tenía se rompió.
—¿Por qué te es tan necesario un radio?
—Si no oigo la radio me siento perdido. Mira, hoy mismo para mí era viernes y es sábado. La radio me acompaña. Últimamente casi lo único que escucho es radio Radio Reloj. Los otros programas, como los musicales, no me interesan.
—¿No te has enganchado en eso de ver series en la computadora? ¿De esas del Paquete?
—No tengo series que me puedan interesar. Para ver alguna serie o película tiene que ser en su lengua original y entonces leo los subtítulos. No aguanto los doblajes.
—¿Y leyendo?
—Tampoco estoy leyendo. En este lugar no me puedo concentrar. Más nunca he podido leer. Además, tampoco encuentro nada que me interese.
—Delfo, hace mucho que tampoco escribes. Esta casa, en la que ya llevas como veinte años, este barrio lleno de bulla y polvo… ¿Nunca te inspiraron?
—No. Aquí no. Bueno, aquí escribí el poema “Islas Gilbert”, que publicó en su colección Analecta Ediciones La Luz, con una muy linda edición. Pero nada tiene que ver con este entorno. Escribir algo dedicado, digo, al lugar… No, no, no, no. Yo no soy folclorista. Este lugar no merece que le escriba nada. Lo único que me interesa ahora es poder oír Radio Reloj para ubicarme en el tiempo.
—Cuándo no tienes radio, ¿cómo pasas el tiempo?
—A veces salgo por la mañana. Y cuando estoy aquí escucho música, que tengo guardada en la computadora.
—Recuerdo que te encantaba… ¿Vivaldi?
—Sí. Pero mi preferido es Johann Sebastian Bach. Desde muy joven me gusta la música clásica. Iba mucho a la sala de música de la biblioteca. Pasábamos largas horas con mis amigos escuchando discos de vinilo de música clásica.
—¿Y qué es lo que te apasiona de Bach?
—No sé… pero tampoco importa. Es impresionante que, aunque no sepas de música, escuchas, por ejemplo, “Los Conciertos de Brandeburgo” y te llega al alma. Lo disfrutas. No hace falta tener conocimiento alguno. Solo entregarse y escuchar.
—Ahora que veo el cuadro del Premio Nacional de Literatura…
—¿Viste qué lindo?
—Sí. ¿Por qué no lo tienes colgado en la pared?
—No tengo quien venga a ponerme un clavito en la pared. Además, aquí no tengo condiciones.
Delfín se justifica, pero realmente no le importa tener ni ese ni ningún otro reconocimiento colgado. En la pared amarilla destacan los únicos dos clavos a la vista. Suspendido de uno de ellos, un cordel forma una pequeña tendedera, mientras que en el otro, a escasos centímetros, se hallan los recibos de la luz apilados. En las proximidades, en perchas cercanas, colgaban ordenadamente dos camisas. Delfín es un ser desprendido. Prosigue:
—Es mejor tener todo en el museo, que a quien le interese tenga oportunidad de verlo. Así hice con el Hacha de Holguín que me otorgaron, y otras cosas. Las doné al museo. Ahí están bien conservadas.
—¿Cómo te enteraste de que te habían concedido al fin el Premio Nacional de Literatura?
—Quién te dice a ti que yo llevaba meses sin beber ni una gota de ron. Y ese día, de casualidad, volví a tomar. Me compré media botella. Es una cosa diabólica. Por eso te digo que tiene que existir algo extraño más allá de nosotros. La bebida me abrió el apetito musical.
—¿El ron te abrió el apetito musical?
—Sí. Esa tarde comencé a tomar aquí, en la casa, mientras oía música.
—¿En qué pensabas?
—No me acuerdo. Solo recuerdo que de pronto me avisó una vecina que me estaban llamando por teléfono. Eran como las 5 de la tarde. Voy, cojo el teléfono y escucho una voz del otro lado de la línea que me dice: “Delfín, usted ha ganado el Premio Nacional de Literatura”. Era Juanito [Juan Rodríguez Cabrera], el Presidente del Instituto Cubano del Libro. En ese momento no registré nada. Le agradecí y colgué. Regresé a mi casa y seguí bebiendo.
—¿No te pasó nada por la cabeza?
—No, nada. No puedo describirte nada de nada, porque no me acuerdo.
—O sea. Te dan la noticia de que acabas de ganar el galardón más importante de las letras cubanas, después de tantos años y tú… sigues escuchando Bach y tomando ron…
—Es que no recuerdo si en ese momento escuchaba a Bach [sonríe]. Yo alcanzo real dimensión del asunto cuando comienza a llegar gente a mi casa y me encuentran en aquel estado de ebriedad. Se llena la casa de personas queridas. Vino una “pandilla” a compartir conmigo la noticia. Finalmente me repuse. Al otro día fui a la Uneac, me conecté a Internet, entré a mi Facebook y encontré una avalancha de mensajes de todos lados y también muchas noticias sobre mi premio.
—¿Cómo fue cuando finalmente caíste?
—Muy lindo. Muy gratificante para mi persona. Entonces fue esperar desde ese momento, en diciembre del año pasado hasta febrero, que fue la ceremonia de entrega del premio. En el medio me agasajaron varias instituciones culturales de acá de Holguín y me regalaron una enorme cantidad de cosas. ¿Te conté de la premiación en La Habana?
—No, no me contaste.
—Salimos en un taxi desde Holguín a La Habana. Un viaje largo. Me acompañó un escritor funcionario, que era mi guía. El día de la inauguración de la Feria sentí que aquello era terriblemente tumultuoso. Había mucha gente. Al otro día fue la premiación. Fue lindo ver a tantos amigos en aquella sala. Leí mi discurso y un poema. Me regalaron muchísimas flores y el diploma. Al otro día regresamos a Holguín.
—Delfo, fue una inmensa felicidad para muchos saber de tu merecido premio.
—Hay gente que dijo que con este premio yo iba a pedir cosas y hasta una casa, pero yo no tengo esa longitud de cuerda para pedir nada. Yo aquí tengo a mi hermano cerca, él me da vueltas. En otro lugar estaría absolutamente solo.
—Tú nunca pediste nada. Nunca te valiste de tu obra como excusa para pedir todas las cosas que mereces.
—Creo que la actitud correcta es no pedir nada.
—¿Te parece?
—Sí. Nunca escribí para pedir nada. Allá la gente que supedita todo a la cosa económica, a lo material. Yo no soy de ese tipo de persona.
—Con este Premio era imposible que no estuvieras en el centro de todas las miradas.
—Un poco de daño me hizo el Premio.
—¿Por qué?
—O sea, me hizo feliz que me otorgaran el Premio Nacional de Literatura. Recuerdo felizmente y con agrado la gala y la premiación. Agradezco tanto cariño. Lo que me abrumó fue ir a La Habana y, sobre todo, volver a Santa María del Mar, donde me hospedaron en esos días.
En la década de los 60, aún no habiendo cumplido 20 años, Delfín Prats tomó la decisión de abandonar Holguín para establecerse en La Habana, donde se dedicó al estudio del ruso. Completó su formación en la Unión Soviética y, al regresar, optó por continuar en la capital, donde se desempeñaba como traductor.
Fueron años en los que se sumergió en el ambiente de escritores e intelectuales, dando forma a sus primeros poemas y, por sobre todo, entregándose con plenitud a la bohemia y la vibrante vida nocturna de una ciudad sin igual. Entre los lugares que frecuentaba con asiduidad se encontraba la playa de Santa María del Mar.
En 1968, su cuaderno de poesías Lenguaje de mudos se alzó con el prestigioso premio David, otorgado por la Uneac. El libro, a pesar de su reconocimiento, tuvo una especie de aura maldita. A pesar de ello, y de la censura, el texto y su autor se convirtieron en un hito en el panorama de la literatura cubana.
—¿Hace cuánto no visitabas Santa María del Mar?
—Yo no había vuelto desde aquellos años de juventud y de las tantas aventuras vividas allí. Imagínate qué golpe tan duro volver. Todavía no me he repuesto. Años ausente de un lugar tan significativo y de pronto llegar y sentir que no ha pasado el tiempo. Que todo estaba igual. Pero no era así.
—¿No sabías que te hospedarías en Santa María?
—No, no, no, no. Me enteré cuando llegué. Y fue de noche, después de un día entero de carretera atravesando el país. Entonces… aquel lugar…
—Por lo que me confiesas con tu vuelta a Santa María y por el paso del tiempo, siguen vigentes tus versos: “No vuelvas a los lugares donde fuiste feliz. / Ese mar de las arenas negras / donde sus ojos se abrieron al asombro / fue sólo una invención de tu nostalgia”.
—Sigo pensando exactamente lo mismo.
—Después del Premio llegaron más homenajes.
—Sí. Hasta abrieron un aula que se llama Escuela de Poesía y le pusieron mi nombre. Eso me disgustó un poco.
—¿Por qué?
—Agradezco el gesto y el homenaje. Incluso vinieron aquí y me pidieron permiso. Les dije que sí, ¿qué les iba a decir, si lo hicieron de muy buena fe? Pero creo que no debería ser mientras uno esté vivo. Son locuras de estos pequeños pueblos. Menos mal que no pasa de ser un aula. Otra cosa sería que le hubieran puesto como nombre algún verso de mi autoría.
—¿Por ejemplo?
—“Para festejar el ascenso de Ícaro” o “Abrirse las constelaciones”.
—¿No estás más tranquilo pasados los meses?
—No, no creas, no estoy tranquilo. Sigo un poco angustiado.
—¿Por qué sigues angustiado?
—La naturaleza humana, que es así de complicada. Yo nunca he sido religioso. Provengo de una familia totalmente atea. Sin embargo, creo que algo debe existir, porque este mundo es tan extraño, tan difícil, y los seres humanos somos tan complejos, ¿no?
—Es cierto que en tu escritura no existen explícitamente imágenes religiosas.
—He usado muy pocas referencias religiosas, pero como se usa una palabra o frase cualquiera. Pero no porque yo tenga devoción ni nada de eso.
—Has tomado de la mitología griega.
—Esa me interesa mucho, sí. Es un mundo fascinante. No solo he utilizado la griega, también la egipcia. También leía muchas cosas asiáticas. Ahí tengo libretas llenas de apuntes sobre esas lecturas y otras cosas.
—¿Dónde están? ¿Puedo verlas?
—Claro que sí.
Esos cuadernos los tiene a mano, como todas las cosas en su casa. Me los enseña. Los hojeamos. Su letra es pequeña y cursiva. Linda, menuda y legible. Se parece mucho a Delfín.
—Delfo, algún día estos apuntes y citas los deberías publicar.
—¿Tú crees?
—Por supuesto, son parte de las memorias del flamante Premio Nacional de Literatura 2022.
Reímos a carcajadas.
Se agradece una entrevista como la que acabo de leer, sobre todo si tiene que ver con un poeta como Delfín Prats. Celebro que le concedieran el Premio Nacional de Literatura.
Disfruté mucho esta entrevista. Gracias!