Desde hacía días Manuel Porto había prometido una entrevista, “ya es un compromiso”, me decía quién cumplió 75 años de edad el pasado 28 de septiembre, tranquilo en su casa acompañado de su familia.
Como casi todo hombre con formación militar, llega puntual a la entrevista acompañado de su esposa, a quien confiesa que tiene que “pedirle permiso” para salir de su casa, porque ella es quien le organiza las actividades del día, siempre que tenga que salir a realizar cualquier gestión.
Con su acostumbrada manera de vestir desenfadada, enseguida se adapta al espacio como si fuese su casa allá en Pogolotti, Marianao, el barrio donde nació y a donde regresó luego de más de 20 años de trabajo en la Ciénaga de Zapata con el conjunto Korimakao, “la obra de mi vida”, como ha dicho en más de una ocasión.
A juzgar por su carácter, se nota que Porto, más allá de la formación militar, tuvo una crianza recta y compleja en su barrio, donde el mundo del arte no era bien visto, incluso por su familia. Aun recuerda las lágrimas correr por los ojos de su padre —de orgullo y alegría— cuando, en un primer momento, le dijo que quería ser militar.
El embullo y la insistencia de sus amigos en el ejército lo fueron llevando a dedicarse al mundo del arte: “Yo provengo de zonas extremadamente prejuiciadas con todo lo que sea arte, no solo actor. De donde venía, para mi padre y la gente del barrio eso era peligroso, ‘¡oh!, eso es peligroso, eso no es de hombre, eso es para los flojitos’, y yo estaba prejuiciado, marcado por ese pensamiento”.
Esos convencionalismos lo han acompañado a lo largo de su carrera, en especial en los años de trabajo en la Ciénaga de Zapata “una localidad extremadamente difícil porque hay mucho prejuicio todavía, y mira que luchamos contra eso”, señala.
Añade que los pobladores del lugar “aceptan lo que uno hace, pero ven el arte, por culpa de muchos conceptos equivocados, como algo para entretener un rato y ya con eso se resuelve todo”.
Por otra parte, reconoce y está seguro “que han aprendido un nivel de apreciación y de cómo ver la vida, porque también hemos ayudado a que mejore el gusto, porque esa es una de las principales funciones que tiene el arte, mejorarles el gusto a los seres humanos, ni siquiera mantenérselo, sino que la gente evolucione en su nivel de apreciación del arte, de lo bello y de lo feo, de la vida en sí”.
Porto se mantiene al tanto del proyecto, no puede desligarse del todo, nos dice, pero ahora tiene más tiempo para dedicarle a la actuación, donde lleva ya 53 años de carrera desde que iniciara en la televisión, entre un bocadillo y otro, hasta convertirse en uno de los actores más queridos por el público.
Solo una cosa le preocupa, le duele y no puede ocultarlo. Ya no se escriben personajes interesantes para personas de su edad. La oportunidad de verlo en el rol de Hugo, como profesor de piano en el filme Esteban, fue una oportunidad de lujo, experiencia que recuerda con mucho agrado, pero no es lo común en las producciones nacionales.
“Eso es una tendencia en Cuba desde hace rato, sobre todo en la televisión, que yo no tengo manera de combatirla. No sé si es una idea o proyección, porque además si decimos algo nos dicen que “estos viejos están en contra de los jóvenes” y yo no estoy en contra de ningún joven, al contrario, he ayudado a centenares de jóvenes, pero eso no tiene que ver con la creatividad”, precisa.
Porto especifica que “en las novelas cubanas, con raras excepciones, los viejos son para cuidar a las nueras, los nietos, para ir a la bodega, para servir de puente entre un conflicto y otro y se acabó. No hay un héroe viejo, porque los héroes si no dan piñazos, no matan o se baten con espadas, no son héroes y eso es mentira”.
“Hay que ver que una cosa es marginales y otra marginados, por ejemplo yo soy marginal si me margino, pero soy marginado si me marginan. No sé cómo se va a resolver, si lo van a resolver o si tienen interés en hacerlo”.
Algo si tiene claro este polifacético actor, las enseñanzas de sus profesores, que fueron muchos directa o indirectamente: los nombres de Raquel y Vicente Revuelta, Reinaldo Miravalles, Consuelito Vidal, Carlos Piñeiro, Verónica Lynn, Miguel Navarro, muchos que ayudaron a Porto a superarse profesionalmente a lo largo de los años.
“Carlos Piñeiro me dijo que interpretar era más que actuar. La musa es lo que la vida te golpea para bien o para mal, el amor que te abandona y el que encuentras; la rosa que se marchita, el amigo que traiciona… esa es la musa”.
“El método —el que le funciona al actuar— es la vida que te golpea. De ese personaje que voy a hacer investigo cuándo y cómo vivió, como fue su niñez, cómo eran sus padres, qué pasaba en ese tiempo y qué le pasa ahora en el momento en el que vive; de eso se tiene que nutrir el actor, de las cosas que le pasan a ese personaje que no están escritas y tienes que investigar y creer además”.
Para explicarlo mejor, Porto asume dicho método “como un potaje al cual le vas echando ingredientes para que quede más sabroso. Todo hace falta, a los actores nos hace falta desde el Manifiesto Comunista hasta la Biblia”.
“Yo no creo en personajes chiquitos o grandes. Quienes me prepararon a mí nunca pensaban en eso. Me decían ‘usted hace grande al personaje si usted de verdad es un actor’, y eso lo he tratado de hacer todos estos años. El mejor personaje es el que esté bien escrito, no importa si es bueno o malo en el rol. El grande o chiquito es el actor”, concluye.
Aunque las nuevas generaciones lo recuerden más en roles de hombre de carácter, pero bondadoso, los que pudieron disfrutar de la televisión en vivo recordarán a este actor en papeles de villano fundamentalmente, algo que le fascinaba, pero siempre mantuvo eso de no parecerse mucho a los personajes que interpreta.
“Es imposible quitarse los rasgos de uno completamente, porque uno no se convierte en otra persona del todo, siempre te sale un gesto o una forma de decir. Hice muchos ‘malos’ donde uno tiene que quitarse a Porto de la mente y tratar de ver y creer en ese nuevo rol que estás tratando de hacer que no es nada fácil”.
Manuel Porto sueña con interpretar a Macbeth, pero llevado a la época actual, “a un ministerio, por ejemplo, aquí o en otro país. Lady Macbeth y Macbeth para yo hacer de Macbeth y ver cómo llegan a allá arriba ellos”. Bromea y me dice: “mira, ahí hay material para escribir para personas mayores”, por si alguien se decide a escribir un guión para un héroe viejo.