Su amiga cercana e incondicional, Kary Simpson, me confirma que la persona que busco podía recibirme, pero nunca antes de las 3 de la tarde. Kary y su esposo, ambos cantantes, la cuidan mucho, en ese acto amoroso en que se convierte la cercanía de los amigos coterráneos e inmigrantes, y en este caso, de larga data. Eso lo percibo de inmediato.
Marta Castillo, con sus ochenta y ocho años maravillosamente bien conservados, aún vive en su apartamento madrileño los horarios del cabaret y el espectáculo: ella sigue siendo noctámbula. Vive de noche delante de su televisor, o con sus libros, siempre acompañada de sus santos, como si las mañanas no se hubieran hecho para empezar a vivir el día.
Marta Castillo sigue linda, hasta exultante, diría yo, dentro de una serena y rara majestuosidad. Fina, elegante, educadísima, con una memoria que no puede ser otra cosa que el privilegio de un don divino, Marta es para mí un descubrimiento y una revelación, mucho más de lo que pude suponer cuando mi querido Jorge Enrique González Pacheco me habló de ella e inició la urdimbre que culminó en este encuentro.
Y llegado a este punto me pregunto como nadie de los que nos pasamos la vida escudriñando el pasado musical cubano, la encontró antes. Ni siquiera se menciona su nombre, ante la foto tan difundida con su amigo Benny Moré: nunca se dice que esa muchacha es ella: Marta Elena Castillo Torrens, la gran Marta Castillo, nombre esencial en la historia del cabaret cubano y cuya hoja de vida demuestra la destacada e imprescindible huella de los bailarines en la difusión internacional de la música cubana.
La foto corresponde a un período de esplendor y salud para el Bárbaro del Ritmo, quien parece disfrutar de la compañía. Marta, igual que él, miran a la cámara que parece haber aprovechado de súbito el momento. Marta Castillo no duda: afirma que fue tomada en el cabaret Montmartre, en el lejano 1954 durante un ensayo o ya en plena función –no recuerda bien– del espectáculo “El Solar”, que creara el gran coreógrafo Alberto Alonso. Una pieza homónima había alcanzado resonante éxito en el Teatro Martí, y en ella bailaba una Martha muy joven, casi adolescente. Se le puede ver en fotos con parte de aquel elenco all-stars que, como pocas veces suele ocurrir, pudo reunir su productor: Benny Moré, Rita Montaner, Guillermo Alvarez Guedes, Sonia Calero, Mimí Cal, Leopoldo Fernández, El Chino Wong y muchos otros.
Cuando habla del Benny, la mirada de Marta se ilumina, y sonríe.
“Simpatiquísimo! Era una persona muy tratable, muy simpática. En el show “El Solar” nuestros papeles eran de marido y mujer, escenificaba yo a una vecina del solar y ahí bailaba. Y el Benny como siempre… ya tomaba muchísimo, pero la gente lo adoraba. Ponían una mesa y encima de ella siempre un vaso con bebida… cognac, o lo que fuera…no sé…. de pronto salía corriendo, tomaba algo del vaso y volvía a la escena…. Llegaba tarde, como siempre, pero todo el mundo se lo soportaba de muy buena gana… él era el rey. Lo conocí allí mismo, y como compañero de trabajo fue maravilloso aunque debo decir que nunca tuve una amistad íntima con él, fuimos amigos. Como cantante, buenísimo. Y no era de esos que se enorgullecían y se creían mejores, no. Era muy humilde, muy humilde, como deben ser las personas que valen; y él valía mucho! Otro Benny Moré no nace!”
Pero Marta Castillo es mucho más que una muchacha en una foto: su nombre figura entre las fundadoras de las miticas Mulatas de Fuego, en su primera generación, formación músico-danzaria que delineó el patrón que se convirtió después en una marca tan indeleble, que hasta hoy es reproducida y reasimilada no solo en Cuba, sino dondequiera que se pretenda hacer sonar guarachas, sones, chachachás, mambos.
Por si eso fuera poco, todo parece indicar que Marta es la primera mujer afrodescendiente en alcanzar la categoría de primera bailarina en el cabaret Tropicana, y probablemente, la única que pasó triunfalmente con esa categoría por los tres cabarets más famosos de La Habana: Sans Soucí, Montmartre y Tropicana, con sus parejas de baile Tondelayo, Alexander y el más famoso de todos: Miguelito Chekis.
“Soy habanera y vine al mundo el 3 de septiembre de 1931. Debo haber nacido en La Habana Vieja, pues la primera casa que recuerdo estaba en la calle Paula #119. Luego nos mudamos a Jesús María entre Compostela y Picota, siempre en casas de vecindad, hasta que después, ya siendo muy jovencita todavía, nos mudamos a La Lisa, Marianao, a una casita, que era lo que yo quería. Eso era cerca de Tropicana… mucha gente dice que yo nací en Tropicana, porque prácticamente desde que empecé hasta que me fui de Cuba el lugar donde más tiempo trabajé fue allí. Empecé en Tropicana como a los 15 ó 18 años, empecé en esto con Rodney, gracias a que Facundo Rivero me lo presentó. Debo decir que yo cantaba, había ganado en “La Corte Suprema del Arte”, como estrella naciente, y lo que hacía era cantar, y me gustaba.
Me encuentro en la calle con Facundo, pues iba a debutar en el Zombie Club como cantante, y me sugirió que fuera al Teatro Fausto, que estaban seleccionando a muchachas mulatas para un espectáculo que se llamaría “Serenata Mulata”, y que lo estaba montando Roderico Neyra –faltaba q mucho ue llegara a ser el famoso Rodney– y todo el elenco era de negros y mulatos. Llegué y Roderico me preguntó si bailaba y le respondí: “Bailo y canto!” Y me dijo: “Olvídate del canto… y baila”. Y ahí comenzó mi relación profesional con Rodney que me llevaría a integrar Las Mulatas de Fuego, idea que salió de ese espectáculo en el Fausto, y luego a Sans Soucí y a Tropicana.”
Las Mulatas de Fuego
Sobre Las Mulatas de Fuego, Marta se empeña en aclarar:
“La historia de Las Mulatas de Fuego es muy bonita, pero cada quien la cuenta a su manera. Después del éxito de “Serenata Mulata”, llega a Cuba el Chato Guerra junto con Figueroa [1], su cameraman, buscando un espectáculo para incluirlo en el filme que realizarían, y le recomendaron ver a Rodney. Ve lo nuestro y le gusta. Ahí elige a seis mulatas. A mí me eligen, pero al final no hice el viaje a México, porque mi madre no me permitía viajar sola fuera de Cuba: Olga Socarrás, Rita Mercedes Montané, Meche Lafayette, Fefa –que fue la primera que sale del grupo– Anita Arias y Marta Castillo. Al no ir yo en el grupo fue Vilma Valle, que con tal de ir, aunque era cantante, dijo que era bailarín. Lo mismo pasó con el segundo viaje de Las Mulatas, esta vez a Venezuela, en el que fue Celia Cruz: a mí tampoco mi madre me dejó ir. El de México fue el primer viaje de Las Mulatas. En ese grupo fue como coreógrafo Litico, pues Rodney por su enfermedad no podía viajar en ese momento. Y fue el mexicano Chato Guerra quien nos puso el nombre, no fue Rodney: fue él quien nos llamó Las Mulatas de Fuego. Después fueron más de seis porque necesitaron una cantante y llevaron a Elena Burke y contrataron aparte a Celia Cruz para cantar.
Para seguir trabajando en Cuba, Roderico hizo la segunda edición de Las Mulatas de Fuego, al irse las primeras para México, y para eso decidió junto conmigo, que no había viajado, armar el otro grupo: Lilian y Fello, que eran hermanas [Lilia y Amelia Alvarez], Lina Ramírez, Julita Borrell, y yo”.
Marta cuenta cómo llega por primera vez a Tropicana:
“Las Mulatas de Fuego fuimos a parar a Tropicana -hablo del antiguo Tropicana-, a finales de los cuarenta-. Actuaban en el show Bola de Nieve, Rita Montaner y Estela la rumbera, que en ese momento, no podía actuar porque había hecho santo y había que buscar un espectáculo que le reemplazara. Entonces Rita, que era íntima amiga de Roderico le habló para que pudieran contratar a Las Mulatas. Rodney aún no estaba en Tropicana, entonces decidió que fuéramos dos a sustituír a Estela: Meche Lafayette y yo. Y esa fue mi primera vez en Tropicana. Se dice erróneamente que en Tropicana no admitían a bailarines negros y mulatos: eso no es cierto, porque siempre los hubo, pero en época de Rodney mucho más, pues él introdujo a todos los negros habidos y por haber, siempre que fueran buenos. Roderico no quería gente mala, que no valiera la pena, ese era su rasero, debían tener calidad, no se guiaba por el color. Nunca en Tropicana prohibieron que bailaran negros, porque Estela no era blanca, ni Celeste Mendoza, que empezó como corista, tampoco, ni muchas otras y otros.”
En las Grandes Ligas del cabaret cubano
Tondelayo
En el triángulo de los grandes cabarets, donde primero bailó Marta Castillo fue en Sans Soucí y de esta etapa tiene entrañables recuerdos:
“En toda mi vida tuve tres partenaires, tres compañeros de baile: Tondelayo, Alexander y finalmente con el que trabajé más tiempo y ha llegado a ser el más importante: Miguel Chekis. Tondelayo fue mi primera pareja de baile. ¡ Era un señor bailarín! Tomaba clases de ballet, lo que era raro, pues en aquella época los negros que bailaban no solían tener formación ni les interesaba, pero él sí, él tenía mucho espíritu de superación. Fue uno de los mejores bailarines que hubo en Cuba, pero se fue muy pronto con Katherine Dunham a integrar su ballet y murió joven y enfermo, víctima de las adicciones, la marihuana… se destruyó a sí mismo. Su nombre artístico lo tomó de una película de Hedy Lamarr [2], pero nunca supe cuál era su nombre verdadero.”
Con Tondelayo tuvo Marta muchos éxitos en Sans Soucí, y así lo reflejaba la revista Show en su segundo número (abril de 1954) en el obituario de Tondelayo, escrito por su director, Carlos M. Palma: “Era un bailarín dinámico que lucía como un coloso sobre todas las pistas de la danza. Su pareja con Marta Castillo es inolvidable.”
Alexander
“Se llamaba Alexander Cutín Robich… también salió de Cuba y murió aquí en España… formé pareja con él cuando Tondelayo decide viajar. Alexander era un negro alto, grande, con un cuerpo muy atlético, muy bonito, y él sabía cómo aprovechar su figura, aunque no era un gran bailarín, era efectista, “aspavientoso”, pero sabía cómo hacer las cosas. Con la pareja Marta y Alexander continué acumulando buenos momentos en Sans Soucí. De ellos, el show “Zun Zun Babaé” [3], estrenado en 1952, que llevó a Roderico a lo más alto en el mundo del cabaret, tanto, que Tropicana después de este show le hizo una oferta que él no pudo rechazar. Y empezó el ascenso indetenible de Tropicana y del propio Roderico, ya convertido en Rodney. A ver “Zun Zun Babaé” fueron muchos artistas famosos que pasaban por La Habana y entre ellos, Sonja Henie [4], la campeona de patinaje, que presentaba su show en una pista de hielo montada especialmente para la ocasión en el teatro Blanquita, que estaba en Miramar [5]”
Sonja Henie había llegado a La Habana con su compañía de 150 integrantes, a finales del marzo de 1952 y apareció en el Parque de Diversiones –antiguo Coney Island– el 30 de marzo, aunque su debut y actuación principal tuvo lugar en el Teatro Blanquita el 12 de abril, que había sido dotado especialmente de una pista de hielo para que la Henie asombrara a todos con su espectáculo Ice Revue y sus maravillosas evoluciones. [6]
“En Sans Soucí, la Henie nos vio bailar, se enamoró del espectáculo y quiso montarlo en su show sobre hielo que llevaba a varios países en una larga gira. Quería que Rodney fuera para hacerlo, pero como él no podía viajar, delegó todo en Alexander, con todas las anotaciones e indicaciones de la coreografía y finalmente contratados Marta y Alexander fueron contratados para sumarnos a la gira de Sonja Henie. Se montó el número del “Zun Zun Babae”, sobre el hielo; se llevó todo el control para el pago de los honorarios que correspondían a Rodney y los derechos a Rogelio Martínez, el director y dueño de La Sonora Matancera, que era el autor del tema musical. Al final del espectáculo, con el último número de Sonja salíamos nosotros haciendo el “Zun Zun Babae”, sobre una plataforma que se construyó especialmente para eso, colocada sobre el hielo, y salían también el resto del elenco ya sobre la pista helada, y en primer lugar la Henie patinando alrededor de nosotros. La plataforma subía y se lograba la idea que se quería dar, la del ‘pájaro lindo de la madrugá’: la noche ya había pasado.”
Probablemente la de Marta y Alexander haya sido la primera de las múltiples versiones que este número, Zun Zun Babaé, ha tenido en la historia del cabaret cubano. De Sans Soucí, Rodney lo llevó luego a Tropicana, donde por décadas devino un standard escénico con las sucesivas interpretaciones de Chiquita & Johnson, Mayda Limonta, Lupe Guzmán, quien incorporó saltos acrobáticos desde la famosa araña del Salón Bajo las Estrellas, de Tropicana.
“Aquel fue mi primer viaje, mi primera gira internacional. Eso fue en 1952. Visitamos varios países, entre ellos, Inglaterra y coincidió con la coronación de la Reina Isabel II y hasta actuamos en Londres en un espectáculo que se hizo especialmente en su honor. Éramos muy jóvenes y aunque sabíamos quién era y qué significaba ser Reina de Inglaterra no le dimos la importancia que le doy hoy.”
La coronación de Isabel II de Inglaterra ocurrió el 2 de junio de 1952. Y para ratificar lo que cuenta Marta, ahí está la revista Show en su primer número, en marzo de 1954, acompañando esta noticia a una foto de Marta y Alexander en la escena de Tropicana.
“En Sans Soucí me fue muy bien. Cuando trabajaba allí, ya en esa época, había una ‘mafia norteamericana’. Mr. Norman, como le llamábamos, era el jefe, tuvo una relación con la vedette Olga Chaviano, pero la verdad es que, te digo, era buenísimo trabajar con los mafiosos aquellos, porque cada semana nos aumentaban el sueldo y nosotros no nos enterábamos el por qué. Allí sí se puede afirmar que había algo de mafia, porque muchas veces se ha dicho que en Tropicana había mafia, pero nosotros no nos enterábamos de nada de eso.”
Tropicana
Cuando Rodney acepta el contrato en Tropicana, se lleva a Marta Castillo, que regresa y vuelve de nuevo a brillar en su escenario, al formar parte de ese crecimiento que llevó al cabaret bajo las estrellas a triunfar en la encarnizada batalla de los tres grandes: Montmarte, Sans Soucí y Tropicana.
“Recuerda que yo trabajé en el Tropicana ‘viejo’, en la época en que aquella finca se llamaba Villa Mina, Martin Fox era el dueño y se la tenía arrendado al italiano de la dirección de Tropicana. Conocí a Víctor Correa, y hasta a su padre, al coreógrafo Sergio Orta… y en realidad, siempre recibí muchos elogios de ellos por mi trabajo. Y no sé cómo, porque nunca tomé una clase de baile, nunca fue a una academia, nunca tomé clases de nada… lo mío era natural… Dios me mandó así y así estuve hasta que sentí que tenía que ir a una academia, de acuerdo a como estaban las cosas aquí en España, muchos años después de salir de Cuba. Rodney nunca quiso que tomara clases, pues me decía que no quería que perdiera mi gracia y habilidad natural.”
Con Josephine Baker
La diva había viajado a La Habana por primera vez en 1952, en una visita llena de incidentes y contratiempos, pero también de aceptación por el público cubano. Marta probablemente la haya conocido en esa ocasión, aunque no recuerda la fecha exacta. Lo que sí recuerda con claridad es el reencuentro con la gran actriz y cantante norteamericana.
“Estábamos trabajando como Marta y Alexander en Barcelona, en una de las varias giras que hicimos antes de 1959 y llegó la Baker allí. Ya Alexander y yo la habíamos conocido cuando ella estuvo en Cuba, y por eso fuimos a verla, nos recibió y nos preguntó acerca de lo que estábamos haciendo. Nos preguntó cuándo finalizaba el contrato que teníamos y si queríamos trabajar con ella, y por supuesto, dijimos que sí, y estuvimos trabajando con ella una temporada, en la que también bailamos en el Teatro Olympia de París. Y hasta llegamos a vivir en el castillo de la Baker!
Miguel Chekis
Marta sale de Cuba, formando la pareja Marta y Chekis, en 1961, con apenas treinta años de edad, y no ha regresado nunca más. “Ya toda la plana mayor de Tropicana se había ido: Martín Fox, Alberto Ardura, pero Rodney estaba estable en Tropicana y a él, te soy sincera, lo respetaron, lo respetaron muchísimo no sé por qué. Rodney tenía un contrato para México, Miami y Puerto Rico; eligió su gente, y me escogió a mí, y por supuesto, a Miguel, entre las cerca de cien que salimos. Y nos mantuvimos trabajando en Tropicana hasta el día en que nos fuimos de Cuba, con un permiso de regresar a los 3 meses después de cumplido el contrato, pero resulta que se fue extendiendo… y así fue que nos quedamos. Estuvimos primero en Miami; después trabajamos en Puerto Rico en un hotel donde alternábamos con Olga Guillot, y luego a México. Volvimos a Miami y de nuevo a México, donde ya contrataron a Rodney con su espectáculo en el “Señorial”, que era un restaurante con espectáculo, y él lo convirtió en un cabaret; Roderico lo cambió por completo y lo acomodó de acuerdo a su espectáculo y fue un éxito rotundo, rotundo. Allí compartimos escenario con Nat King Cole, alguien encantador. ¡Qué caballero! Cuando estuvo en Cuba nunca pude verlo ni trabajar con él, pues siempre estaba yo en otro contrato o de viaje.
Siempre me gustó muchísimo España. Cuando era pareja con Alexander estuvimos en Holanda, Bélgica, Suecia, Inglaterra, Francia. Ya había estado en España en un espectáculo que Gaza el dueño del teatro, que quería trabajar con músicos y bailarines cubanos. Ya nosotros, Marta y Chekis, habíamos estado trabajando en el la sala de fiestas Emporio, en Barcelona. Y dije una vez, que si alguna vez no podía o no quería vivir en mi país, el único lugar donde me gustaría vivir es España. Y ya estoy aquí desde 1963, hace 56 años, he vivido más tiempo aquí que en Cuba; conozco más de España que de mi Isla, porque de allá sólo conozco La Habana. Lo demás lo he visto en documentales y películas, así he ido conociendo y reconociendo a Cuba.”
Cuando salen de Cuba, Marta, como Miguel, controlaban lo esencial dentro de aquella industria del entretenimiento; ambos aprendieron temprano la importancia de la disciplina; supieron estar actualizados y en constante aprendizaje, no olvidaron el papel de la imagen y la comunicación, ni tampoco del entramado de la fama como parte de aquélla; ambos cuidaron sus cuerpos y sus estilos.
En lo personal, Marta Castillo, además, cinceló para sí una atrayente personalidad que le dura hasta hoy. Todo esto hizo posible que consiguieran reinsertarse con éxito en el cambiante mundo del espectáculo una vez que decidieron asentarse en Europa.
Es el momento de preguntarle a Marta cuál de sus partnaires fue para ella el mejor:
“Sin dudas, Miguel Chekis. Cuando Rodney nos llamó para irnos de viaje todos a la gira en que salimos en 1961, yo ya en 1958 había roto la pareja con Alexander y me gustaba mucho cómo bailaba Miguelito Chekis, porque era muy bueno, recibía clases de danza moderna y estaba constantemente preocupado por esto; de los bailes nuestros, populares, no, porque no le hacía falta. Se inspiraba mucho en los grandes bailarines norteamericanos de salón que se venían en las películas. Miguel tenía mucha clase. Fue mi iniciativa hablar con Miguel para que integráramos una pareja de baile, pero cuando le hablo me dice que lo sentía mucho, pero que él había estado reuniendo dinero –yo lo sabía– para irse a Nueva York a tomar clases de danza y perfeccionarse. No pensaba que las cosas cambiarían de manera tan drástica en Cuba, pero no recuerdo bien qué hizo cambiar a Miguel de opinión: el caso fue que cuando finalmente entramos en el grupo que Rodney se llevaría a México, Miami y Puerto Rico, y teniendo en cuenta cómo estaban de cambiantes las cosas, decidimos hacernos ropa de actuación como pareja Marta y Chekis, por si acaso algo ocurría y teníamos que independizarnos del grupo. Miguel Chekis era maravilloso. Llegó a ser primer bailarín de Tropicana, junto al argentino Henry Boyer, muy bueno, y Willy. Y las primeras bailarinas, Marta Castillo, Leonela González, entre otras en diferentes momentos. Y nos intercambiamos según las producciones, en parejas diversas. Con Miguel formamos una gran pareja. Marta y Chekis alcanzaron muchos éxitos en muchos escenarios, más allá de La Habana.
Marta ha perdido la cuenta de los países a los que llevó junto con Miguel Chekis su arte danzario y sus bailes con ritmos cubanos. En un programa de carácter internacional Marta y Chekis incorporaron también el canto junto a la danza y el baile, y un cierre de música netamente cubana, y así se presentaron en un sinfín de países en América Latina (Argentina, México, Brasil…) Asia (Japón, China, Tailandia…) y Europa (Suiza, Suecia, Holanda, Francia, Italia…): “Trabajamos mucho por el mundo con Armando Oréfiche y sus Lecuona Cuban Boys. Además, teníamos un show de una hora de duración. Cantábamos en inglés, español, francés, italianos, e incluíamos conocidos temas internacionales y cubanos. Aprendimos el inglés de oídas, y con eso viajamos el mundo entero.”
Siento que, en el momento que vive, y ante el recuento de su vida artística y personal, a Marta Castillo le cuesta hablar de la parte de su carrera que ha compartido con Miguel Chekis. No es rara una relación de amistad profunda entre bailarines que han trabajado años juntos, pero la de ellos es una hermandad indestructible y de probada lealtad, que ha prevalecido, a despecho de los años. Marta fue quien propició la llegada de Miguel Ángel Pérez Salgado al mundo fabuloso del cabaret y su conversión en el gran Miguel Chekis. [7]
“Cuando la época de Las Mulatas de Fuego, a finales de los años cuarenta, trabajamos mucho en el Teatro Martí, en La Habana. Hicimos “El Solar” con Rita Montaner, antes de la versión del cabaret… yo todavía estaba en el coro y como me pintaba un lunar en el dorso del muslo, ya todo el mundo me reconocía por el lunar y ya yo era “la del lunar”. Pero cuando empezaron las imitadoras, entonces, me quité el lunar. Y en ese tiempo, Miguelito era asiduo al teatro y me veía. Y por esas cosas de la vida, siempre yo me destaqué, siempre me elegían a mí. Y un día Miguelito pasa por la calle Jesús María, donde yo vivía, y me reconoce, me aborda y me dice: Ah! Usted es Marta, la del teatro! Es que yo la he visto y la admiro mucho! Yo también quiero ser bailarín, tomo clases, voy a los cabildos…! Ya yo estaba en Tropicana -el antiguo- y el coreógrafo se llamaba Henry Bell, y me llevaba muy bien con él. Le recomendé a Miguel, Henry lo hizo ir a Tropicana para que hiciese unas pruebas, y así empezó. Era el Tropicana de finales de los 40. Y es en esa época, que Miguel Chekis empieza allí, para después de varios años convertirnos ambos en primeros bailarines y formar nuestro famoso dúo de baile.”
A partir de entonces, cada uno, desde la amistad de alegrías y reveses compartidos, de mutuos apegos y cuidados, a medida que la edad avanza, Marta Castillo y Miguel Chekis han permanecido juntos en esa amistosa fidelidad y parece que esto no va a cambiar. Marta cuida de Miguel todo el tiempo y su estado de ánimo depende mucho de la salud actual de su amigo. Para Miguel, que también cuenta ya 88 años y sin contar con otros familiares, Marta es su principal apoyo al enfrentar la enfermedad que lo mantiene en situación de dependencia.
No puedo evitar sentirme culpable ante Marta Castillo. Siempre estremece algo la contradicción entre la importancia de recoger el testimonio de un protagonista de la historia de la música popular cubana, y lo doloroso que resulta el ejercicio de la memoria para quienes ya cuentan ocho décadas, han visto partir a tantos de sus compañeros y se aferran, desde la evocación cierta o brumosa, a sus muchos recuerdos y a una Habana que ya no existe más, como tampoco existe más aquella circunstancia. En todo caso, sé que vale la pena poner en letras lo valioso que ha tenido la vida de esta mujer y de quienes, como ella y Miguel Chekis, forman parte de una historia que merece cada vez más ser contada, porque los sitúa en el lugar que les corresponde, en hitos importantes de nuestra cultura musical y danzaria.
Tras 58 años de salir de su país, sin volver, Marta Castillo explica cómo vive su cubanía: “Me siento lejos de Cuba, añoro mucho mi tierra. A pesar de tantos años, a veces aparece mi llantico cuando recuerdo los lugares a los que iba con mis amistades, a los que iba a trabajar, sobre todo recuerdo mucho Sans Soucí, que me es muy entrañable, porque fue el primero de los grandes cabarets donde trabajé. Y orgullosa de haber trabajado en los tres mejores lugares de Cuba, parece que no hay nadie que lo haya conseguido.”
Candilejas, lentejuelas, aplausos, halagos, cientos de fotos maravillosas y recortes de prensa, giras importantes, galas fastuosas, famosos compartiendo escenarios, ser parte de hechos trascendentes, y hasta fundacionales; la realización de la carrera que ansió… ¿Está satisfecha Marta Castillo con la vida que ha vivido?
“Hasta cierto punto sí. Aunque me habría gustado tener un buen compañero y tener tres hijos, tres varones. Pero nunca me casé. Viví para mi profesión, con seriedad, y durante treinta años, viví para un amor, que pudo ser mucho más, pero no fue. En la vida profesional sí estoy satisfecha y muchísimo, de verdad. Bailé hasta los 61 años de edad. No puedo quejarme, sé que logré cosas significativas. Y no me arrepiento: si vuelvo a nacer, volveré a ser bailarina.”
Notas:
[1] El Chato Guerra era un productor mexicano, muy vinculado al célebre teatro Folies Berger, en el DF. Algunas fuentes indican que era el dueño del Teatro, lo cual no ha podido ser verificado. Cuando Marta se refiere al “cameraman Figueroa” no sabemos si se trata del notable fotógrafo mexicano Gabriel Figueroa, de larga trayectoria en el cine de su país
[2] Se trata del filme “White Cargo” de 1942, donde Hedy Lamarr asumía el rol de Tondelayo, una bella mujer de una plantación británica enclavada en Africa, que seducía a todos los colonos británicos (Sinopsis en www.imdb.com)
[3] La producción “Zun Zun Babae” es una de las más notables puestas en la escena del cabaret Sans Soucí en La Habana de 1952. Producida por César Alonso con ideas y montaje de Rodney y música y dirección orquestal de Rafael Ortega. Toma su nombre del tema afro homónimo de Rogelio González, que interpretaba entonces con éxito La Sonora Matancera con Celia Cruz.
[4] Sonja Henie (Oslo, Noruega, 8 de abril de 1912 – 12 de octubre de 1969). Campeona olímpica de patinaje sobre hielo en tres ocasiones, diez veces campeona del mundo y seis veces campeona de Europa. Desarrolló también una amplia trayectoria como actriz.
[5] Teatro Blanquita, propiedad del magnate Alfredo Horned, situado en las calles 1ra. Y 10, en Miramar, La Habana.. Hoy es el Teatro Karl Marx
[6] Diario de la Marina, 11 de abril de 1952. Año CXX. No. 88. Pag. 10. También: Leonardo Depestre Catony: Sonja Henie. En: http://www.habanaradio.cu/articulos/sonja-henie/
[7] Miguel Ángel Pérez Salgado, a.k.a. Miguel Chekis, nació en La Habana el 11 de febrero de 1932.
*Todas las fotos pertenecen al archivo personal de Marta Castillo.
**Agradecimientos a Jorge Enrique González Pacheco, Kary Simpson y Alberto Concepción.
***Este texto se reproduce con la autorización expresa de su autora. Tomado del blog Desmemoriados. Historias de la música cubana.