El pasado sábado 8 de diciembre, a las 5:00 pm, se inauguró en la Sala Cernuda del Centro Hispano-Americano de la Cultura la exposición Velando, mamá, velando del insigne artista puertorriqueño Antonio Martorell. Como parte del 34 Festival del Nuevo Cine Latinoamericano, que rinde homenaje especial al centenario del cine de Puerto Rico, esta muestra descubre la interpretación y apropiación ingeniosa del cuadro El Velorio de un angelito (1893) de Francisco Oller (1833-1917) por su homólogo contemporáneo, Martorell.
La exhibición reúne piezas de gran formato, reproducciones de las gráficas del proyecto El velorio, no-vela, libro del artista que descompone en personajes, materiales, elementos compositivos, colores…el cuadro del Oller, que cobran vida y cuentan sus historias, según sus visiones particulares. Estas narraciones, en voces de actores del teatro nacional de Puerto Rico, son reproducidas en la sala. La exposición contiene, además, las obras de un proyecto anterior, El Velorio ahora, cuadros y grabados que también reinterpretan la obra de Oller, exhibidos en febrero de este mismo año en el Museo de Historia, Antropología y Arte de la Universidad de Puerto Rico.
Mediante un proceso que el artista calificó de sumamente divertido, un cuadro con más de cien años de existencia, cobra voz, como ser y como proceso, en su totalidad y en su desfragmentación. Revive ante nosotros y se decide a contar una historia, muchas historias, que son las del lienzo, pero que pueden ser las nuestras también.
El cuadro, el autor, el negro Pablo, el angelito, la espátula, el rojo, los amarres, el paraguas rojo, el hombre que no alcanza el machete, la dita…todos ellos renacen, salen de su inmovilidad, de su afonía, y comparten sus vicisitudes, que, leídas entre líneas, son las vicisitudes del Puerto Rico de hoy día.
Con esta exposición Martorell continúa la línea de apropiación de El Velorio que otros de sus colegas habían iniciado. Obra paradigmática del arte puertorriqueño, el cuadro de Oller funciona como texto y pretexto continuo para evaluar el presente con los ojos del pasado. Fue pintado originalmente como una crítica a la sociedad puertorriqueña finisecular, pues presenta la degeneración del baquiné, ceremonia fúnebre, donde se velaban a los niños fallecidos, “angelitos” que iban directos al cielo por su inocencia, y que se convirtió poco a poco en una ocasión festiva, donde los visitantes iban a divertirse y a comer, más que a compartir el dolor de la pérdida de la familia.
No obstante, la crítica costumbrista es quizás lo que menos ha trascendido del cuadro, para capturar al espectador por la fuerza de una escena que parece salirse del lienzo, con movimiento, ruidos, aglomeraciones de personajes, colores…pero que es a la vez un cuadro sobrio, sombrío, que impacta por la crudeza de su tema: la muerte.
Esta tensión que se produce al interior de la tela entre el ruido y el silencio, lo irrespetuoso de la algarabía y lo sacro del fallecimiento de un niño es, pues, lo más atractivo del lienzo de Oller. La vista panorámica de El Velorio distrae hacia sus extremos, hacia el goce, la música, la gente moviéndose…pero una vez que llegamos al centro, que miramos al niño tal como lo hace el negro Pablo, el único por demás que observa al angelito, el impacto sobreviene y el jolgorio cesa, pues la muerte nos mira, y la miramos a ella, de frente.
Según Antonio Martorell, en el arte solo existen dos grandes temas: el amor y la muerte. Martorell, al tomar, una vez más, El Velorio como argumento asume la muerte como una certeza y en tanto se reconoce lo inevitable de su llegada, no se le teme, no se le huye ni se le ridiculiza, sino que se incorpora a la vida.
La indiferencia se convierte en aceptación y se trastoca la muerte en vida, el pasado en presente y lo inmóvil en movimiento. La muerte le sirve a Martorell como método de descomposición de la actualidad boricua, y la crítica que realizara Oller en su tiempo se revitaliza ante el nuevo juicio que realiza Martorell de esta misma sociedad, una centuria después. Al velorio de Oller se le suman muchos velorios contemporáneos.
Compuesta por dos proyectos, Velando, mamá, velando propone dos miradas distintas que parten de un mismo motivo y sirven a un mismo objetivo. Las gráficas impresas del libro El velorio no-vela constituyen una mirada introspectiva hacia la pintura de Oller, hacia su dinámica y complejidad interna. Es un mirar al pasado, un colocarse en la piel del lienzo, del autor y del proceso creativo en su conjunto. Martorell entiende el cuadro de Oller como una promesa, como una frase que aun no culmina, y por esto busca darle continuidad y no término. Para ello lo recrea y lo expande en el tiempo y el espacio, puesto que entiende el óleo como una captura instantánea, como un momento inmóvil, apresado y atrapado, fotograma de una secuencia que necesita ser desarrollada y ampliada. De aquí la fabulación de una historia que le da sentido, explicaciones, razones, excusas y justificaciones a la tela, pues esta necesita (o necesita Martorell) explicarse ante el mundo.
La obra de Martorell no constituye una extrapolación de la realidad del cuadro hacia el presente, ni tampoco una actualización del mismo, sino que se trata de una comprensión, una interpretación, un descubrimiento de lo que está en la imagen, de lo que falta, de lo que sugiere, de lo que provoca, de lo que imagina, de lo que seduce, de lo que esconde, de lo que persiste…es una revelación, una puesta en escena de un guión anclado en la objetividad del óleo, pero guiado por la imaginación.
El otro proyecto expuesto pertenece a la exposición El Velorio Ahora, grabados que se sirven también de la desfragmentación del cuadro pero, si bien el libro viaja hacia el núcleo del cuadro y de allí se proyecta, en estas impresiones se aíslan sus elementos y se re-contextualizan, para crear obras nuevas, autónomas, que parten de El Velorio de Oller para re-crear los velorios de la contemporaneidad.
El collage de manuscritos, recortes de noticias, tickets de loterías, anuncios publicitarios que conforman a los personajes otorgan una dimensión crítica y actualizada del velorio olleriano. Tomemos, por ejemplo, el grabado del hombre que canta, hecho con tiras y pedazos de anuncios de grandes compañías como Walmart y Sears, que mira y trata de alcanzar el rosario, conformado con igual técnica. El fondo se ha vuelto abstracto y sobre él flotan nubes hechas con billetes de loterías, juego y vicio muy popular en Puerto Rico. La metáfora es evidente. Pero expliquemos el proceso. Del cuadro se toman dos elementos: el hombre que canta y el rosario, dibujados con el collage de publicidad de los grandes monopolios transnacionales; estos se aíslan y se colocan en un nuevo escenario, que no es ya el del bohío que vela, sino uno abstracto, como un cielo gris y terroso, con nubes de lotería y azar.
El grabado resulta, pues, la expresión de una actitud consumista, enajenada, que apuesta todo a una suerte incierta, azarosa, a la promesa de una vida mejor que nunca llega, pero que consuela en su calidad de esperanza, de oportunidad, de cambio inminente, aun cuando su cumplimiento es poco probable. Es una fuga de la realidad que no permite tomar consciencia sobre lo que verdaderamente constituye un problema, por lo que su solución se torna imposible ante los ojos de quienes no quieren aceptar la crudeza de la vida que los rodea. Y esto se refuerza aún más si relacionamos esta obra con su paralela en el libro: El hombre que canta. Así se expresa este personaje:
Sé que el maestro Oller quiso evidenciar en mí un síntoma más de la podredumbre de una sociedad que critica. Pero se le fue la mano o me le fui yo de la mano, que para el caso es lo mismo. No soy un borracho habitual. Tengo sobradas razones para estar borracho hoy y para cantar también.
Ese angelito que yace tendido frente a nosotros lleva mi nombre. (…)
Ahí está acostadito, servido como un manjar de fiesta para la muerte. Me resisto a mirarlo, por eso le canto. Si me encaramo sobre un taburete es para que mi voz viaje sobre las cabezas atolondradas que llenan mi casa y mi propia cabeza con palabras y gestos que no entiendo porque están más allá o más acá del dolor pero no en mi dolor, que está solo.
El canto que hace olvidar el dolor de la pérdida; la lotería que promete una vida mejor. Resistirse a mirar, optar por cantar; negar la realidad y apostar al azar. Un siglo después, el problema es el mismo.
Velando, mamá, velando constituye, entonces, una re-visitación al arte, la cultura y la realidad puertorriqueña. Es un volver a mirar, con los ojos de hoy y con los de ayer, la historia de un pueblo, las características de una sociedad que necesita re-pensarse a sí misma.