Vestido con una chaqueta o un saco podía verse al “Guayabero” caminar por el centro de Holguín. De niño lo observé muchas veces: salía de su auto, un Aleko antes que un Lada; parqueaba frente a la “Casa de Trova” que hoy lleva su nombre, se desmontaba y aferrado a su guitarra como a una maleta, circunspecto, espigado y con la cabeza cubierta por un sombrero de pajilla en un tiempo pulido por un amigo limpiabotas, iba recto hasta alcanzar uno de los corredores que envuelven al parque “Calixto García”. Tras algunos saludos en el camino, surcaba enseguida la puerta de la institución.
A mí me gusta que baile Marieta/ todo el mundo conoce a esa prieta…
De permanecer uno en los alrededores podía escuchar el trasteo preparatorio del concierto y enseguida los estribillos que le hicieran popular. Era animado con palmadas, gritos y risas, porque siempre ha pegado mucho en Cuba el doble sentido, y mejor si viene con un ritmo pegajoso para mover el cuerpo. Como “Guayabero” o “El Guayabero” lo conocía todo el mundo en Holguín, por el tema “En Guayabero”, que a mediados de la década del sesenta (1965) grabó y popularizó Pacho Alonso con su orquesta, éxito por el cual su autor, entonces cercano a los cincuenta, se volvió un personaje popular en toda Cuba.
Trigueña del alma, no me niegues tu amor, trigueñita del alma dame tu corazón, nunca pienses, amor mío, que yo pueda olvidarte; nunca pienses, amor mío, que yo puedo olvidarte…
Nadie lo llamó después Faustino Oramas Osorio —su nombre y apellidos desde el 4 de junio de 1911— sino que a la hora de referirse a él preferían hacerlo recordando su canción más conocida. Tiene uno dos posibilidades ante el origen de la canción y el sobrenombre que mantuvo hasta su muerte: tomar por cierta la anécdota que él mismo contaba concerniente al lugar del cual lo sacó o considerar que la esa historia sea parte de una leyenda y que él mismo no fuera más que un “guayabero”, término usado para identificar a la persona fantasiosa y cuentera.
La anécdota: Faustino se encontraba en Guayabero, un poblado cercano a un central azucarero de Santiago de Cuba. Tocaba con un grupo en un bar y una chica que servía comenzó a rondarlo, mostrando un interés que superaba lo musical. Pero la chica era la amante de la autoridad policial del lugar, y de esa persona, con fama de despiadado, tuvieron que huir los músicos cuando hubo oportunidad, porque alguien les alertó que, dada la circunstancia de la cual ese policía había sido puesto al tanto, corrían peligro.
Como quiera que sea, con su voz rajada y una elemental afinación, “El Guayabero” trascendió en la cultura popular cubana como un juglar auténtico que parecía ajeno a su entorno solo para aferrase a la vocación de, con un tres o una guitarra, transmitir ciertas anécdotas y más de un chiste, alguna vez escuchado entre la gente humilde en esos lugares donde se juntan para divertirse. Todo su capital eran el instrumento musical, una voz, una manera de proyectarse y su grupo de músicos fieles hasta el final. Entonces, bien vestido y serio, con las medallas colgadas del pecho, con ustedes ¡El Guayabero!
En la finca de don Goyo, le metieron a Dominga, una cabeza de pollo, adentro de un pan con timba…
Ese tipo de rima nacida a ras de la tierra, tan ligada a una tradición que el cubano hizo suya, como bien se ha dicho, no gustaba siempre, por muy serio que pareciera el personaje e ilustre su currículo. Más de una vez, entre su público, hubo puritanos que exigieron la suspensión de un concierto o la inmediata salida del pueblo del cantor, a quien llegaban a considerar vulgar por sus letras.
“Eso lo piensa usted, no yo”, era lo que decía cuando se le preguntaba por su manera de ir engarzando palabras hasta meter el discurso al borde de lo grosero, aunque, como Buster Keaton en los límites de un edificio, cuando estaba por caer se daba la vuelta para delirio de quienes lo observaban o, en este caso, escuchaban. La mayoría de sus canciones hoy parece determinada por una época, una sociedad que tal vez ya vaya en picada, razón por la cual algunos de sus chistes o rimas no den tanta gracia hoy y podrían ser cuestionadas por este o aquel término.
A criterio de un especialista: “La forma musical que asume ‘El Guayabero’, en la métrica refleja la copla y el estribillo español; y en la música, la africana, o afrocubana por mejor decir. ‘El Guayabero’ dice coplas muy ingenuas. Como esta de Hilarión Cabrisas que voy a referir: ‘Paseando anoche en el prado, con una piedra han herido a la señora de Alvarado, y es lo que dice el marido: ¿cómo se la habrán tirado, y en lugar tan concurrido? Por detrás, por detrás debió haber sido, cuando yo no me he fijado’. ‘El Guayabero’ dice cosas así, que por supuesto no tienen nada de malo. El utiliza frecuentemente la cuarteta, pero con más frecuencia, la redondilla”1.
Fui a darle una serenata, a Juan el hijo de Dominga, y se despertó de un modo, que si no corro me mata…
Además de “En Guayabero” o “Marieta”, otra de sus canciones, “Candela” lo hizo reconocido a nivel internacional y le dio un alivio económico gracias a su amigo Ibrahim Ferrer, quien sumó el tema al repertorio de lo que fue un fenómeno de finales de siglo XX y principios de siglo XXI, el Buena Vista Social Club. Esa interpretación acercó el nombre de Faustino Oramas a una constelación de músicos resurrectos al final de sus vidas gracias al proyecto conocido de Ry Cooder.
Pero, Faustino contaba ya con éxitos anteriores, algunos tan lejanos en el tiempo que nadie podría ligarlos con él. El musicólogo holguinero Zenobio Hernández, en su libro El Guayabero. Rey del doble sentido, disponible en partes en el blog Aldea Cotidiana, recoge algunas de las composiciones famosas en las voces de intérpretes como Libertad Lamarque, Antonio Machín y Miguelito Valdés (“El tumbaito”, compuesta por 1945 junto a Pepe Delgado), Los Bocucos (“¡Ay, candela!”, 1972) o Eliades Ochoa (“Me voy pa´Sibanicú”, 1999).
De alguna manera, aquello que cantaba “El Guayabero” y la forma de decirlo yacía en su mente desde sus años de juventud, cuando deambulaba por las colonias cañeras situadas al sur de la provincia y en los límites con Santiago de Cuba, mucho antes de realizar sus primeras apariciones profesionales en agrupaciones como el llamado Sexteto Tropical.
“El Guayabero” creía en el son por encima de todos ritmos. Lo dijo en muchas entrevistas. En algunas mencionó a grandes soneros, all Benny, a quien conoció y con quien compartió en Holguín en los años cincuenta; a Arsenio Rodríguez, Niño Rivera y Miguelito Cuní. De todos, creo que debe más a Arsenio Rodríguez, de quien conozco al menos una canción en la cual se conectan de algún modo: “Cumbanchando con Arsenio”, un son-pachanga grabado en el disco de igual nombre, del cual supe gracias a la colección de Gladys Palmera.
Afínese bien la lengua, que no se le vuelva un nudo, tres peludos bolos pollos, tres bolos pollos peludos
También las coplas de Faustino Oramas, algunas veces, respondían a determinadas campañas con fines sociales. Su humor entonces se volvía ingenuo y didáctico, como lo demuestran canciones del tipo “Imprudentes peatones” o “El palito de la alcancía”.
En Holguín, “El Guayabero” tuvo un club soterrado donde solía presentarse en los años 80. Encima había una cafetería bautizada también en homenaje a su obra. En un piso superior del edificio, según cuenta Zenobio Hernández, dispusieron para él un departamento con el que le había puesto fin a una vida errante en hoteles, a los años de bohemia y alcohol luego abandonados.
Recibió homenajes y Holguín lo convirtió en uno de sus símbolos mucho antes de que le entregaran, en 2002, el Premio Nacional del Humor. Tuvo amores y una hija cuya historia, según el investigador holguinero Zenobio Hernández, es dramática.
….Ella misma me enseñó la entrada de la corriente/Me dijo tenga presente, mi aparato no es moderno/Pero es un recuerdo eterno de mi esposo que ya es muerto/Ya con él no me divierto, ni voy a ningún lugar/No se lo quiero prestar a ningún desconocido porque al morir mi marido nadie lo ha vuelto a tocar…
La muerte de “El Guayabero”acaeció el 27 de marzo de 2007. Estaba enfermo, pasó largos días hospitalizado. Fue un acontecimiento popular. El velatorio tuvo lugar en el edificio La Periquera, museo de historia provincial. El sitio se colmó de flores enviadas desde muchos lugares. Hubo música, como él hubiera querido; llanto, como seguro que no. Holguín se volcó a las calles para despedir su cadáver, que fue enterrado en el cementerio de la ciudad. La ciudad, Holguín, sigue siendo su sitio.
Nota:
1 Alberto Mugercia, musicólogo, en En guayabero, mamá, documental de Octavio Cortázar.