“Ahora, salido de esa vorágine que constituye (…) una nueva experiencia en mi vida, regreso a mis manuscritos, a mi trabajo personal, como un convaleciente que saliera de una enfermedad sin peligros, pero que lo hubiera tenido fuera de mi mismo durante más de cuarenta días”.
Así escribió Alejo Carpentier, el Día de los Santos Inocentes de 1954, en el diario personal que llevó durante años en Caracas, Venezuela. Se refería al primer Festival de Música Latinoamericana, un viejo sueño que hizo realidad en noviembre de ese año, empresa precursora y de gran éxito que lo dejó, empero, extremadamente exhausto. Según consignó en su bitácora íntima –ocultada con celo por su viuda, Lilia- llegó el momento en que sintió su organismo y su mente gritarle “¡hasta aquí…!”.
Solo al culminar ese fárrago pudo el fecundo escritor ocuparse de sus afanes literarios. Al leer tal confesión en el volumen publicado el pasado año por la Fundación Alejo Carpentier, comprendí algo mejor al maestro Leo Brouwer cuando decidió ponerle punto final al festival que llevó su nombre, y que durante los seis últimos años trajo a Cuba a leyendas vivas de la música universal.
Gracias al Festival Leo Brouwer de Música de Cámara los cubanos pudimos disfrutar en vivo de “monstruos” como Yoyo Ma, Vincent Bernhardt, Enrike Solinis, Jordi Savall o el fiel Fito Páez, y que estuvo a punto de traernos al gran Bobby McFerrin. Por eso resultó tan chocante cuando, al presentar la sexta edición del evento, Brouwer advirtió que sería la última. Y lo fue.
Al respecto, el Maestro acaba de precisar un par de cosas sobre dicho fin. En conversación con el corresponsal de Prensa Latina en España, Brouwer refutó ciertas interpretaciones sobre las razones que adujo para terminar aquella ambiciosa aventura musical.
“Cuando se anunció que no se iba a celebrar más algunas personas lo tomaron como críticas al gobierno por falta de apoyo del ministerio de Cultura. En eso hay una exageración. No se trata de falta de apoyo oficial, sino de urgencias y problemas económicos que tienen montones de países y que en el nuestro está ligado al momento histórico”, explicó el laureado guitarrista.
Recordó que abundan las problemáticas que inciden en la economía nacional, empezando por el bloqueo de Estados Unidos. “Nos falta material. Los teatros están saturados por la operación cultural múltiple que se hace en mi país. ¿Cómo voy a criticar un país cuyos teatros, que no alcanzan, están llenos de actividad cultural? Ah, el problema está en que nuestro festival ha sido reconocido por todos como muy importante y los teatros no se nos abren en este momento”, señaló.
Además, hace falta algo más que buena voluntad para armar un programa de lujo, como el que fue norma en los sucesivos festivales. Gracias al prestigio de Brouwer, su festival contó con músicos que llenan estadios, al módico precio de su amistad. “Si tuviera que pagarles lo que cobran –lo que valen- tendría que comenzar a robar bancos”, bromeó el Maestro vísperas de la quinta edición. Además, la cita trascendió el entorno habanero, con conciertos y debates teóricos en Santiago de Cuba y Pinar del Río, y acogió además exposiciones, mini-recitales, jam sessions y flash-mobs: una fiesta abarcadora, costosa y sin parangón en el entorno de la cultura cubana, que disfrutamos mientras duró.
No obstante, esta despedida no constituyó un portazo a los empeños culturales de Brouwer en su país: al parecer, el exitoso festival tendrá su continuidad en el evento Les Voix Humaines, proyecto vocal de la musicóloga Isabelle Hernández, su esposa y directora de la Oficina Leo Brouwer. Se trata de traer a Cuba a los mejores representantes del ámbito de las voces, ya sea corales o solistas. Les Voix Humaines título barroco del francés Marin Marais, es también un paradigma inevitable y de gran importancia, aseguró el Maestro.
Adelantó que este proyecto también incluirá algunos famosos, “pero no por ser célebres, sino por lo que hacen. La motivación constante no es la estrella artística o la figura, sino el repertorio”, dijo Brouwer, quien a sus 75 años de edad trabaja sin cesar ni regodearse en una trayectoria y una obra que ya le garantizó, con creces, la inmortalidad.