Decir que el jazz perdió a uno de sus más grandes exponentes con la muerte por cáncer a los 79 años de Chick Corea no sería del todo justo con el genio. Entre sus manos, el jazz alcanzó dimensiones nunca antes vistas y creció considerablemente con esos aportes extraordinarios salidos de la mente de un artista que giraba con el mismo virtuosismo con que deslizaba los dedos sobre el piano.
Su obra, de un mestizaje inclasificable, lo trasciende y lo mantendrá en el tiempo como uno de esos músicos que nunca se acabarán de morir.
Chick implosionó las fronteras del jazz como si pateara una puerta de cristal. Con los años su estilo no se hizo más sobrio ni se acomodó a los estándares. Tampoco se mantuvo mirando el jazz a través de la ventana del éxito ni se dedicó a pensar cómo seguir engrosando esa lista millonaria de discos que vendió durante toda su carrera.
Desde su consagración, Chick Corea siguió expandiendo los escenarios de su noviazgo con el jazz, con un estilo único e irrepetible. Lo hizo al hilvanar imaginación con virtuosismo, transgresión con conocimiento de las bases más acendradas del género. Y en medio de todo ese torbellino siempre respetó sus primeras influencias musicales como Miles Davis, Thelonius Monk o Bill Evan. Pero las honró de la mejor manera que podía hacerlo un artista de su estirpe: desplegando con un actitud rompedora e iconoclasta su herencia musical, ampliando sus raíces y creando, sin proponérselo, un lenguaje dentro de otro lenguaje.
Su manera de defender la libertad del jazz, de avecinar diferentes caminos musicales que atraviesan este género logró sentar bases para el desarrollo de un estilo muy personal con el que que se colocó a la vanguardia, no solo del jazz, sino de la música en general.
Corea era un músico en experimentación constante, un compositor que encontró la paz y el orden en ese caos de sonidos que iban de un lado a otro por los pasillos de su mente, y a los que supo darle forma y consistencia en ese ejercicio que definió una buena parte de su obra, el jazz fusión. Con Miles Davis enseñó de forma notable que estaba destinado a las ligas mayores. Ya había publicado Now He Sings, Now He Sobs, una obra monumental que esculpió como si tuviera al mismo tiempo un ángel y un demonio entre las manos.
Ese majestuoso recorrido musical lo firmó en formato de trío junto a los instrumentistas Miroslav Vitous y Roy Haynes. Pero con Davis estableció una química muy especial, patentada luego en discos clásicos del trompetista como In A Silent Way o Bitches Brew, fonogramas que expandieron por igual la carrera de Davis y de Corea.
Nació en Massachussets en 1941 con el nombre de Armando Anthony Corea, pero en el camino adoptó el nombre de Chick Corea. Su vida fue una mezcla de culturas desde la infancia (sus padres eran de origen italiano) y fue quizá esa amalgama la que despertó su temprano interés por las fusiones musicales y las conexiones culturales de los más diversos signos.
De ahí que a través del núcleo duro de su obra se puedan contar varios de los experimentos musicales más interesantes y logrados del pasado siglo. Su discografía fue muy prolífica. Grabó más de 60 discos con la maestría y dedicación de un orfebre.
De ellos el ya mencionado Now He Sings, Now He Sobs junto a Remembering Bud Powell, Return To Forever, Circle – Paris Concert fueron cuatro de los primeros fonogramas que cimentaron su leyenda en la música popular. Más tarde llegarían otros discos como A Week At The Blue Note o su último fonograma Plays, que confirmaron el don de seguir siendo él mismo mientras se transformaba en muchos músicos a la vez. Esa capacidad camaleónica de convertirse en otro elemento más de las culturas que tradujo en cada disco o etapa de su carrera resultó otra de las líneas maestras de toda su trayectoria.
Pese a su veteranía nunca de dejó de estar a la vanguardia. Descifró el espíritu de su tiempo y supo extraer de cada transformación sonora en el jazz lo que podía aportar a su carrera y hacer más grande este género del que fue pionero. Se adentró con criterio propio en el flamenco (siempre declaró su admiración por la música española) , y los ritmos africanos o latinos.
No solo se colocó en la avanzada por sus contribuciones musicales o virtuosismo. También lo hizo al incorporar a su primera banda, Return to forever, el sintetizador y y el piano eléctrico. Esa imbricación sonora, junto a otros elementos novedosos que caracterizan su obra, alcanzó su definición más alta en el disco Romantic warrior, de 1970, la época que lo vio consagrarse totalmente en las más elevadas cumbres del jazz.
Si bien era evidente que este genio no pasaría por alta la música cubana, se hace vital destacar esa influencia de ida y vuelta que tuvo el capital sonoro de la isla en su trabajo. Desde muy joven compartió escenarios y mantuvo vínculos con instrumentistas cubanos radicados en Estados Unidos como Mongo Santanamaría, entre otros.
Las relaciones que estableció con músicos de la isla se hacen evidentes en todo ese universo mestizo de su obra y él mismo, además, se encargó de recalcarlo. Por eso, tras su despedida, varios músicos cubanos como Chucho Valdés lo recordaron y dedicaron mensajes en honor a un músico que, incluso luego de su fallecimiento, seguirá siendo uno de los compositores e instrumentistas más vivos de la historia del jazz.