Da gusto descubrir bandas y sonoridades nuevas en el panorama del jazz cubano. Que Cuba es una cantera inagotable de talento musical es por todos sabido, pero qué placer comprobarlo en la cómplice oscuridad de La zorra y el cuervo. En cualquier ruta mundial del jazz, ahí junto al Blue Note, el Village Vanguard, el New Morning y el Ronnie Scott, debe aparecer sin complejos la gruta de 23 y O.
Afortunadamente, en los últimos años, sitios como el Jazz Café o el Café Miramar han mitigado la soledad de La zorra… como refugio del género, pero es ese espacio quien lleva el trabajo más serio y sostenido en el tiempo. Su escenario constituye parada obligatoria para todos los jazzistas que quieran poner a prueba su calidad, y si bien los precios de sus noches no están al alcance de todos los bolsillos, afortunadamente las tardes de sábado compensan en parte este asunto.
La convocatoria llega de la mano del programa A buena hora, de la emisora Radio Taino (para los que no escuchan radio, es una de las propuestas mediáticas más completas y atractivas de Cuba –en serio, ya es hora de rescatar la radio y sobre todo sus oyentes-). Cada sábado, de 2 a 4 de la tarde, el colectivo de A buena hora invita a los amantes de la buena música a disfrutar de la descarga de alguna agrupación. Atención a estas descargas, por allí pasa una porción considerable del futuro del jazz cubano, diseminado entre montones de intérpretes talentosos.
En una de estas descargas por ejemplo, puede suceder que te topes con una antigua colega de la vocacional Lenin, que recuerdas de algunas actividades artísticas escolares de los años adolescentes, convertida en una prometedora voz capaz de moverse, con la misma habilidad, entre la grave dulzura de Corcovado y el arrebato eléctrico de Blues de Habana. Y es allí que te recuerdan su nombre, Zule, pero que ahora no solo es Zule, sino también Zule Guerra y su banda. Y que aquella entusiasta cantante amateur decidió jugar al duro y ahora compite sin complejos con cualquier jazzista; tanto, que recibió el Segundo Premio de Interpretación en el Festival Jojazz del año 2013.
Y si sorprende Zule Guerra, la verdad que eso de su banda no les hace justicia al resto de la agrupación. Porque lo que logran Víctor Benítez, Ronald Rivero, Pedro Aguilar y Humberto Quijano es más que acompañamiento. La suma de sus habilidades logra ese particular empaste que tiene todo grupo de jazz que busca sonar con swing. Desde las improvisaciones de Benítez, con unos potentes fraseos que hablan a las claras de que aprendió bien la lección de Coltrane, la capacidad rítmica de Quijano que tras el tomtom es un verdadero bastión del tiempo para la banda, y las entradas precisas de Ronald Rivero y Pedro Aguilar, cuya carencia de efectismo y otras cabriolas en la ejecución casi que se agradecen en estos tiempos en el que el lucimiento y la petulancia sin objetivo son una norma en la escena del jazz.
Estar en el mismo salón en el que estos jóvenes músicos entrelazan el blues, el funk y el R&B desde las inconfundibles bases del jazz latino es una garantía de goce para cualquier melómano. Más cuando uno se entera que llevan unos pocos meses tocando juntos y se pregunta a dónde podrían llegar estos locos si no les da por dispersarse. Porque, amén de estos elogios no están libres de los balbuceos y tropiezos que acompañan a toda compañía que comienza su viaje. Deben ganar en aplomo, en repertorio, en cubrir mejor ciertas carencias individuales que suelen diluirse a golpe de incontables ensayos y conciertos. Confiemos en que las economías y los egos no hagan de las suyas y estemos en presencia del principio de una de las agrupaciones que, de seguir el rumbo mostrado en La zorra y el cuervo, se convertirá en una de las favoritas del circuito jazzístico cubano.1
Nota:
1 Hago un esfuerzo sobrehumano y solo apunto como nota al pie la provocación de si podemos hablar en realidad de un circuito jazzístico cubano. Pero ya volveremos sobre ese asunto.