En La Habana las trompetas, los saxofones, los timbales, las tumbadoras llenan las mañanas, las tardes y las noches. Los instrumentistas se transforman en seres resistentes a la lluvia, al frío, al sol ardiente de las doce del día, a la soledad.
Un parque aledaño a la Sala Polivalente Ramón Fonst se convierte, cada tarde y hasta entrada la noche, en uno de los islotes mágicos de esta ciudad.
Allí se escuchan sonidos que expresan el alma de islas individuales, cuyas historias son sueños dignos de contarse. Sueños que a veces se vuelven reales y otras tantas quedan entre las sombras de los árboles del parque, cobijados a la espera del próximo saxo, del acorde exacto que recomponga los hilos dispersos de la suerte.
Él por ejemplo se nombra Pedro Pablo Hernández, pero prefiere llamarse Campeón y desde 1982 viene a la Polivalente a ensayar. Se define como amante de la vida, religioso yoruba y consagrado al estudio de su instrumento: la trompeta. Usa un sombrero blanco, me mira y me sicoanaliza, lee mi carta de la suerte. Dice que soy hijo legítimo de Babalú, de Oshún, algo le habla desde el Más Allá. Quizás por eso no se cansa de la música, porque le ve el lado mágico.
– Yo soy el tesorero de mi edificio y todo el mundo me quiere, pero por eso mismo no debo molestar con los ensayos. Como mucha gente, todos los días me traslado hasta aquí.
Campeón aún no logra el sueño de todo músico: viajar, la fama, grabaciones, conciertos en grandes escenarios. Toca para la Unión Latina, una agrupación habitual en bares nocturnos. Sin embargo, hay en él una determinación innata que aviva sus esperanzas.
-Nací en una tabla de planchar en el año 60, me cortaron el cordón umbilical con un hilo de coser y siendo un bebé me tomé un pomo de anís estrellado. Nunca me enfermo, siempre sobrevivo todas las crisis, algún día se me abrirán las puertas.
Viene porque la ciudad carece de un salón de ensayos, porque el deterioro de las Casas de Cultura dificulta un espacio fijo con ese fin. Viene además porque la Polivalente es una hermandad, la unión de intereses, la isla dentro de la isla.
-A esto le decimos la Escuela de los Trompetas –aclara Rolando Llerena Espinosa– aquí estudiaron grandes maestros, como Nilo Valles, uno se nutre también con las conversaciones.
Llerena no tiene reparos en recorrer 9 kilómetros hasta la Polivalente varias veces a la semana, aunque sabe que el sitio se torna hostil cuando cae la tarde.
-Se han dado asaltos aquí cerca contra los músicos, pero vale la pena venir. En Guanabacoa me menosprecian, creen que no tengo futuro, que pierdo el tiempo, allí molestan mis ensayos.
Es que el sitio es inclusivo, lo frecuentan consagrados y noveles, casi siempre prima la camaradería, el trago de ron, la descarga.
-Nosotros nos pasamos técnicas para ensayar que bajamos de internet, nos criticamos de forma constructiva, hasta intercambiamos contratos de trabajo en los centros nocturnos –agrega el joven Damián Leal, quien toca en la Banda Municipal de Guanabacoa.
-Pasé por el lugar y me llamó la atención la fraternidad, así que vine a hacer amigos. Sólo toco la trompeta por hobby, estudio derecho, la música cubana y el jazz me llenan el corazón; apunta Alfredo Ibáñez, un mexicano de 38 años quien además se muestra impresionado por la calidad acústica del lugar, por los enterramientos religiosos tan abundantes, por la magia que se hace sentir.
Este es un lugar salvador también para jóvenes como Luis Hernando Chávez Piloto, de 21 años, trompetista de la orquesta de Pablo FG. Aquí encontró su destino, los amigos, el amor.
-No soy graduado de música porque en séptimo grado una profesora se encarnó en mí y perdí la escuela. Mi padre se sintió muy triste, se esforzó desde entonces trabajando en el campo por 30 pesos al día, para pagarme las clases de solfeo. Una vez estaba ensayando en el patio de mi casa y por una denuncia de los vecinos acabé en la estación de policía con un acta levantada. Supe que debía buscar mi espacio y apareció la Polivalente. Soy de la provincia de Mayabeque, aquí empecé viviendo en la calle 23 en una casa prestada y ahora estoy con mi novia en Reina, muy cerca del parque de la Fonst. Todo lo que logré se lo debo a mi padre y a este sitio, con el que tengo un vínculo fuerte.
Chávez Piloto le da gracias a Dios porque todo le fue bien con la trompeta, mientras proyecta el sonido de su instrumento contra las alejadas paredes de la Terminal de Ómnibus Nacionales. Dice que el lugar parece una explanada de conciertos, que la acústica es espectacular, pero igual reclama unas luces para el sitio.
Un grupo de curiosos se detiene a escuchar la descarga de jazz improvisada, alguien recuerda a los “polivarenteros” que ya no están, porque fueron a otras islas y continentes.
Yo sólo soy periodista, no toco ningún instrumento y ya me siento parte de algo más grande.
La ciudad está llena de historias interesantes. Bien contada!!
bonita historia , me gusto,lo importante es el deseo de triunfar , algunos lo logran,otros no,felicidades a esos cubanos. que tanto se esfuerzan.
Excelente historia. Yo cruzaba por ese parque a diario y escuchaba a los trompetistas. El sitio es único, pero es verdad lo de la iluminación. En frente de la terminal de Omnibus Nacionales y muy cerca de la Plaza de la Revolución.