La noticia nos estremeció, de súbito la tristeza invadió El Mejunje y las fichas del dominó se silenciaron. Elena Burke había muerto aquel 9 de junio de 2002 y una luz imprescindible se apagaba en el camino de la espiritualidad cubana. Con su partida llegó un irrecuperable vacío y, desde entonces, tengo guardadas estas emociones.
Trato de recordarla en su trayectoria biográfica: la muchacha pobre ganadora de la Corte Suprema del Arte, acogida luego en el cuarteto de Orlando de la Rosa; la artista exclusiva de la emisora Mil Diez, integrante de las Mulatas de Fuego, después en las D´Aida; aclamada en la clausura del Festival Cinematográfico de Cannes en 1964, en el Olympia de París en 1965 con el Gran Musical Hall de Cuba; erguida en el Festival de Sopot en 1966; cantando con la Aragón en el Lincoln Center de New York en 1978; estrenando en la televisión cubana composiciones de los entonces mal mirados Silvio y Pablo; venerada en Veracruz; esplendorosa en Varadero y Su Majestad en toda Cuba.
Pero solo se me aparece ahora sentada en un banquito de El Mejunje, pasada ya la mitad de una de esas noches especiales que suceden en este lugar imprescindible de la ciudad de Santa Clara. El público, apretado y expectante, y ella sonriente, sobre el dolor que le sabemos. Cantaría todo lo que le pidieran, dijo. De entre la madrugada apareció de pronto el maestro Carlos López “Ajax” y dispuso su guitarra para acompañarla, mientras el intérprete matancero Lázaro Horta se apresuró a seguirlos, no menos magistralmente, con el piano.
Con memoria prodigiosa, Elena fue precisando títulos raros y autores casi olvidados, junto a otros clásicos. Composiciones desgarradas una a una, no sé cuántas. Fue entonces cuando me le acerqué y le dije: “Elena, canta Y ya ves”. “¡Ah!, Pablito Milanés”, dijo y, agarrada con fuerza al banquito de madera, comenzó a cantarla .
Yo no me creía aquel prodigio. Al finalizar miró hacia sus pequeños nietos acurrucados en un rincón y casi susurró: Ya ves, y yo sigo pensando en ella. Hubo silencio y ojos humedecidos; todos sabíamos que se refería a Malena, su hija, recién acababa de irse a los Estados Unidos.
Fuera del bar una llovizna comenzó a enrarecer la noche. Elena miró por la ventana, luego se volvió a Lázaro Horta, no supe qué hablaron con las miradas pero pronto se oyeron en el piano las notas de un tango. Elena levantó un vaso con ron y cantó sin que percibiéramos cuán premonitorio era aquella tonada: Cada cual tiene sus penas, y nosotros las tenemos, esta noche beberemos porque ya no volveremos a vernos más.
Fue cuando Ramón Silverio, director de El Mejunje, propuso otorgarle la medalla con que la ciudad honra a sus mejores colaboradores, y ella recibió la noticia emocionada.
Elena prometió volver, insistió casi desesperadamente en esa promesa. Y, aunque no lo pudo lograr, muchos por aquí seguimos empecinados en verla sentada ahí, en ese pedacito del alma santaclareña y cubana, sonriente, agradecida, plena, y cantando… cantando.
gracias por este artículo.
Elena, la Reina del feeling. Mi cantante favorita. La señora Sentimiento
La mas grande interprete cubana de todos los tiempos, las hay y hubo maravillosas, pero Elena era Elena, con todo respeto para mia admiradas Esther, Moraima, Ela, Beatriz… y un aparte para Rosa Fones que la mas grande artista popular cubana.