En un imponente edificio art déco de la céntrica avenida Santa Fe, en Buenos Aires, radica desde 1938 la Casa del Teatro, un refugio en el que viven gratuitamente artistas de más de 65 años. Uno de sus treinta moradores actuales es el cubano Emilio Echevarría Cruz, pianista, compositor, arreglista y director de orquestas de 75 años de edad que desde hace un cuarto de siglo se radicó en Argentina.
Desde que supe casualmente que Emilio era uno de los huéspedes de la Casa del Teatro, tenía el plan de tocar el timbre del edificio a ver si localizaba a mi coterráneo. Hasta que una mañana, días atrás, lo hice.
Me recibió un caballero muy educado, con aires de haber sido actor (seguramente galán del teatro y la televisión en sus años mozos). “Estoy buscando a Emilio, el músico cubano”, le dije. “Dame un momento para llamarlo. ¿Cuál es tu nombre?”, me preguntó. “Emilio no me conoce. Tampoco sabe que vine a verlo. Solo dígale que soy un compatriota”, le expliqué, como quien comparte el código cubano que nos permite visitar sin previo aviso.
En pocos minutos Emilio apareció, con una sonrisa espléndida y vestido de rojo, luciendo un pulóver con la bandera cubana. Me saludó con afecto, como si nos conociéramos, y estrechó mi mano, al estilo cubano, en lugar de beso en la mejilla, como es costumbre en Argentina.
Con su voz grave y pausada (me recuerda a los viejos soneros) Emilio me invitó a pasar. Nos dirigimos al noveno piso, donde se encuentra el comedor integrado a una sala de estar que alberga un hermoso piano de cola. Es allí donde suele pasar tiempo, sentado frente al instrumento, acariciando sus teclas con melodías de la isla.
Emilio es el mayor de cinco hermanos, nacido en un hogar impregnado de música desde los cimientos. Su madre fue la renombrada cantante y bailarina Esther Cruz; su padre Andrés Echeverría, conocido como “El Niño Rivera”, auténtica leyenda del tres cubano y reconocido como uno de los fundadores del fílin.
El paso del tiempo no ha logrado desvanecer la nitidez de las imágenes de la infancia en la memoria de este cubano, que evoca su hogar en La Víbora, lleno de músicos, en descargas que duraban hasta el amanecer. Por ahí inició la charla.
“En mi casa se reunía toda una cofradía. No existía rivalidad entre los cantantes como la que vemos hoy, que compiten por quién es mejor. Pasaban figuras como Ela Calvo, José Antonio Méndez, Elena Burke, Compay Segundo, César Portillo de la Luz, Rosendo Ruiz, Omara Portuondo y muchas otras glorias de Cuba. A veces, después de trabajar en los clubes nocturnos, se reunían para improvisar en el malecón y luego continuaban en casa, donde había tumbadoras, guitarras, un piano y otros instrumentos. Afortunadamente, los vecinos, sabiendo que era una casa de músicos, no protestaban. En Cuba nadie se queja por la música. Si fuera Argentina, tocar el piano por más de dos horas podría provocar que te llamen a la policía”, comentó con una sonrisa.
—Vivían en una fiesta permanente.
—No creas que solo era fiesta. Mis padres me inculcaron el estudio. Eran exigentes. Y a mí me gustaba. Me la pasaba horas y horas estudiando. Mis amigos me buscaban para ir a jugar o fiestas y yo prefería quedarme en casa tocando el piano.
—¿Estudiaste el instrumento?
—Sí. Recibí clases particulares. Mi maestro fue Alberto Romaguera, director de la Banda de la Policía Nacional de Cuba. Decía que yo tenía muchas condiciones. Y parece que así era porque en segundo año de piano ya tocaba los clásicos. De pequeño estudiaba música clásica. Me encantaba. Era mi pasión.
—¿Cuáles eran los compositores que más te gustaban?
—Chopin, Mozart y Beethoven eran mis preferidos. Te lo cuento y me da un sentimiento recordarlo que no puedo continuar.
—Pero, con semejante entorno musical, era casi inevitable no meterte de lleno en la música popular.
—A mí la música popular me gustaba mucho también. Solía acompañar a mi papá y hasta llegué a tocar en su conjunto.
Pero antes, a los 17 años, Emilio fue llamado al servicio militar. “Recibí un curso especial de Magisterio en La Cabaña. Luego de graduarnos nos mandaron a la entonces Isla de Pinos a impartir clases de didácticas en una unidad militar”, rememora.
—¿Y dejaste la música?
—¡No! Siempre busco la manera de encontrarme con la música. Ahí me integré a la banda y, cuando tenía pases, me iba a Nueva Gerona, que quedaba cerca de la unidad y con unos muchachos armé un conjuntico.
De su paso por el servicio militar guarda un pasaje peculiar:
“En una ocasión, llegó Alicia Alonso con el Ballet Nacional de Cuba a Nueva Gerona. De la unidad militar, como sabían que yo era pianista, me llevaron y terminé tocando en un teatro con todo el ballet. Esa experiencia es de los grandes recuerdos que guardo en vida”.
Luego de esa etapa, Emilio formó un dúo con su hermana, también cantante y pianista. “Para poder trabajar como profesionales tuvimos que audicionar frente a un jurado donde estaba Isolina Carrillo y hasta nos vio el maestro Adolfo Guzmán en el ICRT”, cuenta.
“Así comenzamos a trabajar en varios lugares. También viajamos a actuar fuera de La Habana. Y en una de esas caímos en Santiago de Cuba y tuvimos una presentación en la Facultad de Estomatología. Me enamoré de una estomatóloga. Entre idas y vueltas me quedé en Oriente. Luego vino otra relación y así viví veintidós años en Santiago, donde tuve a mis tres hijos”.
El músico recuerda con entusiasmo su agitada vida profesional en esa época:
“Todo el tiempo estaba ocupado. En un momento tenía varios trabajos simultáneos. Imagínate, era pianista de los siete niveles de la Escuela de Ballet. Después iba a grabar con la orquesta de los estudios Siboney, en la Egrem. Me encargaba de hacer arreglos musicales para los espectáculos que se presentaban en los cabarets de hoteles como Casa Granda. Incluso componía para las comparsas y los paseos de carrozas en carnaval… cuando los carnavales eran verdaderos carnavales. Y cuando se inauguró el Cabaret Tropicana en Santiago en 1991 tuve el honor de ser uno de los fundadores y serví como uno de los directores de la orquesta”, añadió con orgullo.
De sus tres hijos, solo una hija siguió la línea musical. “Mi familia es mi mayor fuente de satisfacción”, asegura Emilio, lleno de alegría. “Solo tengo una hija —la mayor— en la música. Es pianista y directora de coro, vive en La Habana. Mis dos hijos varones son médicos y viven en Brasil. Además, tengo una nieta llamada Gabriela en Santiago de Cuba y otra en La Habana, Luhana, cantante; tiene una voz increíblemente hermosa. Y en Brasil tengo un nieto de 4 años”.
En Tropicana Emilio conoció al cantante Francisco López, a quien describió como “un hermano de la vida”. Juntos, fundaron el dúo Santiago de Cuba. A mediados de los 90 se trasladaron para trabajar en los espectáculos de los hoteles de Varadero.
“Pasamos algunos años allí hasta que, en 1999, en el pájaro de hierro, aterrizamos en Buenos Aires. Desde entonces, y hasta el día de hoy, seguimos juntos”, dijo con satisfacción.
—¿Les fue difícil trabajar como músicos aquí?
—La luchamos y nos fuimos abriendo paso.
Emilio fue adaptándose a la vida argentina con una premisa firme: nunca perdería la idiosincrasia cubana. Junto a su compañero de ruta, recorrió escenarios argentinos a lo largo del país.
De sus actuaciones, algunos diarios escribieron: “El dúo Santiago de Cuba se destaca por su variado ritmo musical y una impresionante puesta en escena”. Otro expresó: “El vibrante ritmo de Santiago de Cuba, un dúo musical compuesto por talentosos artistas cubanos, es contagioso”.
Revela Emilio que no fue fácil al principio tocar música cubana en la tierra del tango. “Tuvimos que adaptar nuestro repertorio”, confiesa. “Gracias a Celia Cruz, nos buscamos los frijoles”, remata.
—¿Cómo es eso?
—Sí, esa gran mujer y artista nuestra nos dio de comer cuando llegamos. En esa época la música cubana no tenía tanta fama en Argentina como en la actualidad. No había llegado el gran éxito internacional del Buena Vista Social Club. La música cubana no tenía la influencia que tiene ahora. En Argentina casi la única música popular y bailable cubana que se conocía era la de Celia Cruz, con canciones como “La vida es un carnal”, que todos bailaban.
Comenzamos a armar un repertorio que incluía ese tema y otros como “Guantanamera”. Sin embargo, tuve que hacer algunos arreglos y adaptarlos al estilo argentino, más tranquilo y sencillo, para que la gente pudiera bailarlo. A pesar de esto, nos fue bien.
—¿Te adaptaste bien a vivir en Argentina?
—Siempre se extraña a Cuba, pero también me siento muy bien aquí. Me gusta Argentina. Este país me ha abierto las puertas y siempre me han tratado muy bien. Es muy hermoso, al igual que su gente. Todavía me sorprendo por la belleza de la ciudad. Disfruto salir a caminar y nunca me canso de admirarla.
—¿En estos veinticinco años volviste a casarte?
—Tuve una relación que duró catorce años. Pero ahora estoy soltero. Quiero estar suelto y sin vacunar. (Risas).
Desde hace tres años Emilio reside en la Casa del Teatro. Aquí recibe alojamiento y alimentación. Además, tiene acceso a atención médica y otros servicios. Su habitación se encuentra en el quinto piso, junto a las de otros artistas.
“Estoy feliz aquí. Vivo rodeado de artistas. Nos llevamos bien y nos apoyamos mutuamente. Me siento afortunado de haber sido admitido”, añade con gratitud.
Emilio está jubilado, pero nunca se ha retirado por completo. Durante la pandemia, junto a actores, actrices y músicos que conviven en la Casa del Teatro, grabó el disco Mi casa canta. Con su conocimiento y mucho ingenio armó un pequeño estudio de grabación en un salón del piso en el que estamos charlando.
El álbum, a la espera de ser publicado, refleja la camaradería que caracteriza la Casa del Teatro. En él se encuentran tangos, baladas, boleros e incluso chachachá, mostrando la diversidad y el talento de los residentes del lugar.
—¿Has vuelto a Cuba desde que vives en Argentina?
—Siempre que puedo, regreso. Ya han pasado cinco años desde la última vez. Me gustaría poder vivir allá, pero como sabes, la situación económica está muy difícil.
A pesar de haber permanecido un cuarto de siglo en Argentina, Emilio conserva intacto su acento cubano. “Nunca adopté el ‘vos’, el ‘che’, el ‘qué hacés’ o ‘qué querés’. No, no, no… nada de eso. Siempre tengo presentes mis raíces, mi país y de donde vengo. Aunque también tenga la nacionalidad argentina, soy cubano dondequiera que esté. Vivo orgulloso de ser cubano”, afirma mientras se lleva la palma al pecho a intervalos antes de comenzar a entonar una “Guantanamera” ahora al estilo cubano, acompañada de un sabroso ritmo al piano.