Soy el hijo de Ernestina y Juan, el sobrino de ”Forta”. Nunca he querido ser otra cosa, aunque me hubiera gustado ser, por un ratico, “Ringo”. Nunca se habla de él cómo sello Beatleriano, pero los Beatles solo se convirtieron en Beatles cuando Ringo entró en la banda.
Mi infancia fue realmente mágica: mataperro listo y comprobado, nací en un solar del Cerro habanero, muy humilde, pero de personas entrañables, todas familias. Un vecino llamado Tino trabajaba en la Cultural S.A. y mensualmente, cuando cobraba, me traía un libro. Por él conocí a Jack London y a Herminio Almendros. Mi madre también me introdujo en la literatura, me regaló La Edad de Oro de Martí, también a Batman, El Pato Donald y las postalitas aquellas de cuentos que circulaban en mi época, tenía muchas.
Nadie me conoce en el barrio donde nací y crecí por mi nombre, pero sí por mi apodo: “Jiribilla”. “Mis amigos son unos atorrantes” dice Serrat; los míos también, a veces los río, a veces los lloro.
Ese Solar, San Benigno 116, fue fundamental en el Freud musiquito que llevo dentro. Diez radios puestos a la vez es una banda sonora alucinante…Nunca sabré el milagro de amor que ha sido tu nombre, Baja y Tapa la Olla, Baja y Tapa la Olla, Baja y Tapa, Oh Vida si supieras, Put Your head on my shoulders, Pionero soy de Corazón, Aunque tú me has echado en el abandono, She loves you yeahhhhhhhhh… Diana…..Guerrillero Guerrillero. Eso era tremendo. Y todas [las canciones que tocaban] me gustaban.
Pero el mojo, el aliño de todo fue una vecina llamada Aida Repilado —santiaguera ella— familia de Compay Segundo y que celebraba cumpleaños más de una vez al año y traía al solar a Los Compadres; ese fue mi primer concierto en vivo y la campana de salida de mis futuros guitarreos. Después aparecieron las guitarras; la primera comprada con la venta de cigarros Regalías al Cuño que le robaba a mi padre y que bauticé como “Miss Helena La Polaca”, porque se la compré a un marino mercante que venía de la tierra de Chopin.
Carballea y Alberto Tosca en el cine Yara: “Nos pedían constantemente identificación”
Cuando el trovador Alberto Tosca apareció en escena todo cobró sentido. Me enseñó acordes diferentes, canciones diferentes y anécdotas de vida más que diferentes. Te hago una: con 14 años nos íbamos para el Cine Radiocentro —posteriormente conocido como Yara— y en esos muros el Tosca cantaba mientras yo regalaba cigarros y nos pedían constantemente identificación.
Era distinta esa época a la de ahora, como fue diferente la de mis padres, como será diferente la de los nietos de mis amigos y qué bueno que todas esas diferencias existan. No me gusta vivir en pasado. El tiempo es imbotellable. Mi adolescencia fue de paso al frente, fui estudiante makarenko, porque quise enseñar, en honor a los grandes maestros y maestras que tuve: Paula Socorro, Zelmira Rassi, Eladio Ruiz y José Luis Vinaberriet. Mis ídolos.
Después me encontré otros que querían cortarme el pelo y las alas. En mi aula estudiaba Bartolo que era el baterista de Sesiones Ocultas. En cierta ocasión había fiesta en Omoa y Diez de Octubre con esa banda de rocanrol, y ahí me esperaba la pecosa, bella y frágil Esther. Ese mismo día, un poco antes, alguien había tirado una tiza y el abyecto profesor de matemáticas nos castigó diciendo que pagarían “justos por pecadores”, no tuve otra solución que tirarme del segundo piso a las 7 de la noche, cuando todavía estábamos castigados. No se deja esperando a una dama ni a una fiesta…Hoy lo haría mil veces igual.
Mis primeros pasos serios en la música se dieron después de graduarme de licenciado en Educación en Geografía por el amado destacamento pedagógico Manuel Ascunce Domenech…En algún momento empezó a disgustarme el entorno y colgué el título. En esa época yo estaba más desorientado que el borracho del “Pequeño Príncipe”. Con Tosca, Donato y Roberto Poveda, Alberto Cabrales, y a Xiomara Laugart, fundamos el primer Monte de Espuma, nombre dado por el Donato. Yo era uno de los guitarristas y hacía también coros, hasta que empecé a componer, con mucho miedo, pero fue una época de luz, de muchas horas de ensayo, de poesía y mística, hasta 1978, momento en que fueron a evaluarse [mis compañeros] para la Nueva Trova y yo consideré que no estaba listo como solista. Entonces el “Dona” me dijo que sería su productor. Ese día Santiago y Donato se conocieron, y fue el nacimiento de una generación que Noel Nicola llamaba “De las Florecitas y Mariposas”.
Después apareció Mario Daly. Yo seguía perdido y él me convenció en una tarde que me tomara en serio la producción. Ya no lo dudé. Nació entonces Arte Vivo, la banda de mis sueños. Ensayaban en la Casa de Línea de Teatro Estudio, que dirigía Doña Raquel Revuelta. Ensayaban horas y horas sin saber si algún día tocarían, si algún día grabarían, pero nada los detenía, y ese impulso fue como el Big Bang: me metí en el “hueco negro sin dudarlo”. Todo era duda. Pero fueron mis otros maestros, los del diario vivir, los de los discos de vinilo interminables, los de los mini moog, pedales y fuzz y vermonas transformados, los que me dieron el impulso.
Cuando Mario Dali, de Monte de Espuma bautizó a Carballea
Tomé conciencia de ser productor cuando, gracias a la ayuda de Leandro Soto, artista plástico renombrado de la saga de “Volumen I”, hizo lo imposible para que fuéramos a Cienfuegos. No teníamos legalidad musical. El rock sinfónico era más mal visto que las pizzas del “Período Especial”. Pues aún así fuimos para el Hotel Jagua y recuerdo nuestros temores ante la posibilidad o no de llenar el Teatro Terry; ante la posibilidad de que no fuera nadie siquiera…El día que salimos hacia la función, en la guagua Skoda y todos llenos de ilusiones y temores, cantando “We are de Champions”, ese trayecto fue el más hermoso viaje de mi vida. Siempre que he dudado, recuerdo esa noche.
Cuando llegamos al parque donde estaba ubicado el Teatro Terry la cola para comprar entradas nos emocionó a todos, hasta hoy. Casi al final del concierto, en la pieza “Suite para un Danzón”, Daly me presentó de la manera más hermosa que lo han hecho alguna vez. En los ensayos yo hacía unas seis o siete notas recurrentes en el mini moog y él, públicamente y por primera vez, dijo: “Ahí está mi productor y tecladista”….Nunca lo olvidaré…Fui productor por primera vez de un teatro lleno al palo y además toqué 7 notas en el moog…Ese día nació Enrique Carballea, el productor.
En 1980 fui una tarde a merendar a la cafetería del Hotel Riviera, y en la cancha estaba una joven que resultó ser Esther Suaréz, una escritora de teatro que colaboraba con la compañía de teatro juvenil Pinos Nuevos y estaban montando una obra llamada “Proyecto de Amor”. Para ello, necesitaban hacer la música original. Le sugerí [a Esther] que Arte Vivo estuviera a cargo y ella aceptó. Luego nos fuimos para la Isla de la Juventud, y la obra terminó siendo “Gran Premio” y “Premio de Música” en el Festival de Teatro de Camagüey.
Carballea, Santiago y la fiesta en una loma de naranjas heladas
Mi relación con Santiago Feliú es extensa y continuante. Lo conocí en 1974 en la Escuela Secundaria Básica (ESBU) “Niños Héroes de Chapultepec”. Lo vi por primera vez en el patio de la escuela con su manera Ab-Zurda de tocar la guitarra.
Cuando veía sus dedos poner esos jeroglíficos en el traste y la emisión diferente y particular de su sonoridad me quedaba como el día que entré con Juaniquiqui, de Mayohuacán, al Vaticano para partirnos el cuello con Michelangelo. Son momentos irrepetibles y particulares.
Esa noche en que conocí a Santiago terminamos en los lindes de la escuela con algunas muchachas que parecían salidas de un cuento de Bocaccio. Estuvimos retozando alegremente en una loma de naranjas heladas, de madrugada, cantando y cantándolas. Santiago y yo nos hicimos amigos. Lo acompañé en tantas cosas y él me acompañó también en tantas, que valen el libro que nunca escribiré. Ese egoísmo amoroso de hermanos de otra sangre, me lo reservo. Discos, conciertos antológicos, giras buenas y regulares —nunca malas— alegrías, tristezas, muertes de amadas personas, y también amores de cine, nos acompañan en nuestra amistad.
Compuso la canción “Beso” para el disco Sin Julieta delante de mí, y lo oí estrenarla en un concierto con Elmer Ferrer en Bellas Artes. Hay un par de definiciones de esos dos que son mías, qué regalazo. Guardo como tesoro una grabación de celular que me hicieron Miguel Díaz Canel Jr. y Juan Carlos Suárez, de Polaroid, cuando lo llevé [a Santiago] a su casa para que cantara con ellos “Ágora”. Le gustó y la iba a cantar en el disco, me mostró sus seis recientes canciones y hablamos de volver a trabajar juntos, ese video es la complicidad absoluta de nuestro mutuo querer. Una semana después, vi cómo lo vestían para el largo viaje y lo lloré detrás de un cristal. Hoy lo sigo llorando, pero también lo río y mucho, que es la mejor manera de tenerlo cerca.
Psicodelia en Los Andes y un concierto íntimo con Fito Páez
Con Santiago me marcó todo: lo bueno y lo no tan bueno…Te cuento un par: soy geógrafo de alma y de título pedagógico y me crucé con Los Andes durante un viaje. En ese mismo viaje Santiago me preguntó muchas veces, como alumno aplicado, por ejemplo, qué “coño era un Iceberg”. Le conté, le busqué referencias y tuvimos el privilegio de ir al glaciar “Perito Moreno”, en Calafate, muy al sur de la Patagonia, Argentina. La vida nos premió con la caída de un gran pedazo de hielo cuaternario o más allá (con perdón del cambio climático). Ese sonido contra el lago y ´presenciar el nacimiento de un Iceberg, fueron catatónicos para él.
Cuando llegamos a la cabaña donde estábamos viviendo, situada en medio de un lago que parecía sacado del “Señor de los Anillos”, empezamos a oír “Tales Topographic Ocean” de Yes, en estado de psicodelia. Cuando terminaron las cuatro caras de los discos, el Santi comenzó a afinar la guitarra y se hizo el milagro sonoro: esbozó un par de versos de la letra, desgranó aquellos acordes irreverentes, me miró con cara de felicidad y dijo: “a partir de ahora mis quehaceres se llamarán Canción de Arte”. Fui el primero que la escuchó. Era el regalo a su amigo de aquella noche naranjera.
En otra ocasión, cuando vivíamos en Buenos Aires, cerca del cementerio de Chacarita, en casa de dos amigos cruciales —Pili, el habanero, de apellido Comin, hermano de todas las almas, y Fernando Barrientos, el compositor de “Amor es más fuerte”, de la película “Tango Feroz”— le habíamos puesto un faso a la estatua de Gardel y Santi atiende una llamada de Fito Páez, que esa noche recibiría en su casa a Arturo Ripstein, quien presentaba la película “El Coronel no tiene quien le escriba”.
Santiago tocaba entonces en La trastienda y las casi dos horas y media que duró su concierto fue tremendo suceso de concentración y placer sonoro. Cuando les gusta algo, los argentinos no paran de decir “una más y no jodemos más”. Santiago terminó cantando, con ovación de 5 minutos, “Yo pisaré las calles nuevamente”, de don Pablo Milanés.
Llegamos a casa de Fito ya muy tarde, Arturo se iba y solo dio tiempo a las presentaciones formales. Fito nos invita entonces a su estudio, como gran anfitrión, y esos dos locos se cayeron a canciones en el piano y la guitarra. Estrenaron, se deleitaron y fueron de “Hard Day Nigth” a “Magical and Mistery Tours”. El mejor concierto, el que nunca hicieron, y yo estuve allí. Otro regalo de naranjas.
Mi amigo Santiago era Aries y yo soy Leo. Él vio en Barcelona a Yes, mi banda Inglesa de rock sinfónico, pero yo vi primero en Barcelona a Jethro Tull y a Bob Dylan, sus referencias. Jodíamos con eso como niños y juguetes. Esa es la amistad. No es un camino recto, como tampoco lo es el amor. Cuando nos poníamos cabrones, nos decíamos hasta cubo, pero nos lo decíamos, nunca guardamos rencores, y, como ya te dije, íbamos a trabajar juntos otra vez en el 2014. Te comenté también que me impresionaría, para siempre, su incorruptibilidad sostenida y dolorosa con su obra. Nunca hizo concesiones, eso nunca apareció en su brújula. Que se oiga alto y claro, “músico que hace concesión se lo jama la corriente”. Mira tus alrededores.
La música de Santiago Feliú es culto, no es de malos Hit Parade. Hay buenos Hit Parade y él disfrutó formar parte de algunos entre 1985-86, con los discos “Vidas” y “Trovadores”. Entonces hizo zafra en Argentina, La CBS Records lo firmó y fue conocido entre toda esa joven generación. Don Silvio Rodríguez apuntaló esa explosión en su primera gira con AfroCuba, pero aquí no pasó lo mismo.
En el “Planeta Cuba”, la escondida y solapada corruptela promocional escapa a mi entendimiento. Un trovador que cante “Al Hombre le pasa, que sabe qué pasa, de pronto su casa será otro lugar” y le suceda algo así es prácticamente como si llegara a un oasis en el Sahara, pidiera agua y le dieran masarreal. No matchea con la mentalidad radial.
Yo era la persona que iba a cobrar sus derechos de autor, y siempre nos poníamos letales cada vez que leíamos la lista de los temas radiados. Siempre los mismos: “Vida”, “Para Bárbara” y algún que otro perdido. Había raras excepciones, como Humberto Manduley y de programas de otras provincias, pero La Habana…Silencio. No se enteraron de los discos Trovadores, Para Mañana, Náuseas de Fin de Siglo, Futuro Inmediato, Sin Julieta. Eran incómodos algunos temas, y otros…su poesía era incomprensible. Era más fácil, Lalalalalalalalalalalalalalalalalalalalal y más na.
La “desaparición” de Santiago de “Buenos días”
Santi compuso, a pedido de Froilán Arencibia y Guille Vilar, el tema “Esta Mañana”, para la Revista matutina “Buenos Días”, una belleza de “Bostezo de Aroma y de Café”. Años después, alguien decidió desaparecerla de la presentación. Es para arrancarle los pelos uno a uno. Qué clase de estupidez sonora. Un minuto de silencio. Debemos estar rodeados de belleza constructiva y sanadora, no de agresividades y malas metáforas.
Yo fui la persona que propuso el tema “El Mambí” al Ministerio de Cultura, me consta que a la dirección de ese Ministerio Santiago le es muy cercano humana y sonoramente, no es nada obligado ni impostado, es natural.
En Santa Clara, después de un concierto bello y emotivo en el Festival Longina, se reúne un grupo de cantautores y creadores a descargar, entre ellos el poeta Alpidio Alonso, creador de ese Festival y hoy Ministro de Cultura. En un momento de la noche, Santi cogió un libro de poemas de Alonso, y empezó a inventar músicas para esos versos y casi cantó el libro completo. Santiago habló de esa noche con alegría, con ternura, con respeto. Al finalizar se fue frente al Parque Vidal y terminó, casi al amanecer, con un grupo de chicos de la Trovuntivitis. Al otro día yo me despierto y veo la guitarra llena de huellas de los pajaritos jodedores del parque y de las bolitas de los árboles. Me hace todo el cuento [Santiago] en primera persona. Esa noche, impregnado por la poesía del poeta Alpidio, Santi compuso “Tú” que después grabó en Sin Julieta.
Creo que hacer obras audiovisuales que contrarresten el mal mercado es algo hermoso, y apoyo con mis dos manos esa idea del Ministerio de Cultura, algo hay que hacer para contrarrestar la mediocridad, aunque haya en el empeño obras grandes y otras mediocres, pero vale el intento. Cuando, a principios de este siglo, premiaron el video de “La Ilusión” en el programa de Cruzata, Santiago me sorprendió diciendo: “vamos a recoger el Premio al Teatro Mella”; siempre decía que no, pero ese día estaba para el trance.
Cuando subió al escenario el público coreaba el nombre de un grupo de reguetón. Santi solo dijo: “bueno esos no soy yo o algo así”, cagado de la risa, pero es algo digno de llanto.
La respuesta está en el viento
Él [Santiago] fue profundamente cuidadoso con la estética de sus videos. El único consejo que puedo dar ahora que no puede opinar desde la tierra sobre su trabajo —pero nos mira— es que cuando se acerquen a su obra lo estudien. Es la mejor manera de honrarlo. A él le gustaría haber sido fotografiado por Alejandro Pérez, que es un grande. No fue por decreto que el Ministerio aprobó la idea de hacer el video “El Mambí”, fue por amor.
Contra los que entienden su obra y la utilizan para sus fines personales puse recientemente en Facebook un texto llamado “Perdónalos Santi”.
A esta altura del partido, solo entiendo de músicas que me erizan y me erizaron. Pienso en parte de mi currículo: Arte Vivo, Emiliano Salvador, Monte de Espuma, Alberto Tosca, Donato Poveda, Pedro Luis Ferrer, Sergio Vitier, Víctor Rodríguez, Frank Delgado, el primer Interactivo, Yusa, Francis del Rio, Elmer Ferrer, Enrique Pla, Horacio El Negro Hernández, Polaroid, Héctor Quintana, Ariel Barreiro, Leonardo García, Carlo Fidel Taboada, Ruy Adrián López Nussa, Javier Zalba, Silvio Rodríguez, Real Project, Ruly Herrera, Rober Luis Gómez, Néstor del Prado, El Diablo Ilustrado, y, claro loco, Santiago Feliú. La respuesta está en el viento, el tiempo y el cuento y el invento…
Cuba tiene un privilegio gigante: mucho más bien que mal, reparte lo poco que hay en la mayor cantidad de financiamientos de proyectos musicales. Eso es único, loable, humanista, hermoso. De ahí que hayan no sé cuántas obras de patrimonio, acumuladas durante todos estos años para cuidar músicos y músicas olvidadas.
Pero sucede que muchas veces se trata de una lotería real, todo depende del funcionario que te toque. Ahí se rompen todas las jerarquías y empiezan los intereses de la corte. A veces me recuerdan las aventuras de salón de Lucien de Rubempre en “Papa Goriot”. Y de pronto aparecen ilustres desconocidos con más discos y promoción que el mismo Benny Moré. Dinero personalizado contra política de Estado. Al final, la obra decidirá. Y siempre los traban pero el daño sonoro es irreversible.
Músicas que calan
En la Cuba sonora, la mía, la amada, hay más buenos músicos que treinta vidas que vivir y eso será eterno. Estoy estudiando a un joven baterista increíble llamado Marcos Morales, ya estamos conversando las primeras ideas de un audiovisual. Me sacude la vida un matancero incorruptible llamado Carlo Fidel Taboada, trovador de leyenda.
Ruly Herrera, uno de los líderes de Real Project, es conmovedoramente tremendo, igual de tremendo que Rober Luis Gómez; Héctor Quintana, el guitarrista, es de otra galaxia y Ariel Barreiros me sacude hasta el último hueso. Pero hay una cantidad de payasos sonoros —con perdón de los payasos— que me dan “nauseas de este siglo”. Diosito, la Caridad del Cobre y todos los santos sonoros mal invocados castigan.
La verdad es que me invento mis proyectos. Acabo de terminar con la disquera Colibrí dos discos: un acercamiento a la obra de Sergio Vitier, con producción de Javier Zalba, y un disco muy personal, producido por mí, con textos de Eliseo Diego. Con Héctor Quintana estoy trabajando un disco de jazz rock fusión instrumental con canciones de Silvio Rodríguez, y otro del increíble poeta y trovador cienfueguero Ariel Barreiros. También hago otro disco muy difícil llamado “Fascinantemente Mundo” con canciones de Santiago Feliú, así como uno con Horacio Hernández, para el sello EGREM. Se llama “Dr. Tambor” y es un acercamiento en dibujos animados a la enseñanza de la percusión. Con Fidel Díaz Castro “La Isla del Diablo”, y otros 10 más.
“No tengo televisión, renuncié a eso”
Tendré, pronto en julio, 65 años. No soy político ni crítico de barricadas, soy un ciudadano de esta Isla que se siente cuidado por el futuro cada vez más cercano de varias vacunas cubanísimas, en diferentes estadios. Salgo a la calle y choco con el precio de la malanga, o con la cola del pan, que no hago, y el latir de las personas. Creo que esta época es como para recetarnos todos, sin miedo, ni prejuicios, es una prueba donde sale lo mejor y lo peor de los seres humanos. Quiero lo mejor para mi Isla, detesto el odio de cualquier orilla. Dialogantes deben ser el presente y el futuro. No tengo televisión, renuncié a eso. Solo tengo un canal, veo a Industriales jugar — siempre campeón— y al Barcelona de Messi, algo que también compartía con el “Gago”. Oigo mucha radio y en mi casa suena siempre un disco diferente, volví a leer como un animal, sueño en discos y trato de aprender a vivir sin mi madre.
No soy capaz de dar fórmulas porque no creo en ellas, además no sugiero lo que no acato. El reto está planteado para todos: el mal gusto, la vulgaridad, la repetición de esquemas, la banalidad y la necesidad imperiosa de pegar un tema, lastran a veces a las mejores plumas. En mi Solar de la infancia, mi madre me cantaba, para controlar mis insomnios jiribillezcos, “Drume Negrito” y “Mamá Inés”. Hay mucho prócer musical en esta tierra, desde “Brindis de Salas” hasta el ilusionado niño que va al Conservatorio Guillermo Tomás, para no respetarlos…
La mala música intencional, y su promoción desmedida, vulgar y monetaria, es imperialismo auditivo. No transo, “estoy plantao”.
genial, gracias en nombre de los demas plantaos!
He leído de un tirón, como todo lo que se publica que relacione tu nombre. No puedo decir menos que, me siento satisfactoriamente orgullosa, de haber intercambiado contigo Pat de veces en mi vida y lamento no haber dedicado mucho más de mi tiempo en nuestra incipiente amistad. Éxitos y mucha salud.
1-Excelente!!!! solo eso.
Buenísimo Enrique! Lo leí de una… las Tallas som las tayas… y que viva la amistad y la buena música!
Bendiciones!