La noticia explotó en La Habana. El astro del jazz, Dizzy Gillespie, de visita en Cuba para participar en el Festival Internacional Jazz Plaza en 1985, se le acercó en el escenario del hotel Parisién a un joven Gonzalo Rubalcaba, para invitarlo al concierto que ofrecería en la noche siguiente. Al músico, de apenas 17 años, la sorpresa se le dibujó en el rostro y tras ese momento se le abrió un horizonte de posibilidades infinitas en su carrera.
Gonzalo es hoy, junto a Chucho Valdés, uno de los principales exponentes del jazz cubano en el circuito mundial. El músico salió de Cuba hace más de 30 años y su carrera ascendió rápidamente hacia la cúspide del jazz. Con varios premios Grammy y colaboraciones de gran relumbre en el mundo del jazz, Rubalcaba se preparaba para emprender una nueva gira mundial con la cantante Aymée Nuviola, pero el proyecto se pospuso por la pandemia del coronavirus.
Desde su casa en Miami, donde vive “a solo unos 4 minutos en carro” de su colega y amigo Chucho Valdés, Rubalcaba ha permanecido casi 3 meses en confinamiento junto a su familia. Esta temporada la ha empleado en terminar el disco Viento y tiempo que grabó con la Nuviola y en desarrollar otros proyectos prioritarios en su carrera.
“Hay muchas cosas en mi forma de vida que no han cambiado. Yo tengo unas costumbres muy específicas cuando estoy en casa y horarios prácticamente inamovibles. Tengo mi hora para levantarme, para trabajar en la mañana, y un itinerario de todo lo que voy a hacer durante el día, el cual está ligado a proyectos en los que estoy trabajando, ya sea directamente con el piano o en el campo de la composición. En la tarde salgo a hacer mis ejercicios. Nada de eso ha variado. Por supuesto he estado en casa con la familia porque nosotros tenemos una vida bastante familiar. Hay cosas que han faltado, como es el hecho de socializar un poco. Dicho sea de paso, no es que yo sea la típica persona que socializa muchísimo. Pero la posibilidad de salir a pasear, ir a un teatro, a un restaurante, cualquier cosa que uno hace como familia, despareció”, dice a este redactor Rubalcaba vía online desde Miami.
El músico analiza el impacto que ha provocado la pandemia en muchas personas y músicos en todo el globo. “Desaparecieron las giras, conciertos, todos los compromisos profesionales que tenía pactados. No se ha hablado en ningún caso de que fuesen cancelados, sino de posponerlos. El verano para nosotros es la etapa del año más importante porque es en la que más se trabaja y se realizan todos los festivales de jazz alrededor del mundo. También están los ciclos de conciertos en los teatros. Todo eso ha parado. Y esa situación tiene consecuencias múltiples sobre el gremio de los artistas, tanto económicas, artísticas, y psicológicas en algunos casos. Hay gente que lo único que han hecho en su vida es subirse a un escenario y hacer su trabajo. Ahora, al cabo de los 50, 60 o 70 años van a estar más de seis meses sin hacer esto de manera obligatoria, no por decisión propia. Eso trae trastornos en muchas áreas del comportamiento humano. No es normal. El hombre no está diseñado para estar enjaulado. Para estar escondido. Se ha tenido que evitar hasta el roce físico con las personas. Esto tiene un impacto que va a variar de acuerdo con la personalidad de cada persona, a su estado espiritual, a sus capacidades emocionales. Mucha gente casi vive en su centro de trabajo, vive en los aviones, viajando. En muchos casos, la familia ha pasado a un segundo plano. Ese es el tipo de vida de millones de personas en el mundo. Ahora tienen que retomar una forma de vida que estaba prácticamente pérdida y vincularse más a la familia, tienen que retomar la comunicación con sus seres queridos. Y me imagino que en algunos casos ha sido dramático porque esas cosas no se aprenden de un día para otro”.
Para Rubalcaba es completamente errónea la forma en que se está enfocando el regreso del arte tras los meses más duros del confinamiento. “Para nosotros, los profesionales de la música y de las artes, es un poco preocupante cómo se está enfocando la reapertura. La cultura es el último de los campos en abrir. Me refiero a la programación de los teatros, de todo aquello que está vinculado a la cultura. Me parece un error porque no creo que la cultura tenga una función decorativa en la sociedad, sino esencial. Por otra parte, si el mundo de la cultura es el último en abrir, será también el último en recuperarse de todo el daño económico que está sufriendo. Si no sube a un escenario, el artista no puede vivir de su trabajo. Es lamentable que haya que mencionar tanto el aspecto económico, pero es la realidad.
He oído comentarios que afirman que tocar desde tu casa, y hacer conciertos online será la forma en que se van a relacionar los artistas con el público, la que quedará para el futuro. Creo que es un error pensar de esa manera. Ese no es el fundamento de lo que conocemos como concierto. No es la forma natural de establecer una relación concertante pues para eso tiene que existir un público. No podemos pensar que esa sea la única forma que va a existir. Me parece absurdo”.
¿Cómo ve el futuro de la música tras esta pandemia?
No digo que esa práctica de hacer conciertos online tenga que desaparecer cuando pasemos a condiciones normales, que no va a ser la normalidad que conocemos hasta ahora. Puede existir como una alternativa, como otra realidad. De hecho, ya existía, pero los artistas no dependían de esa práctica para poder vivir y hacer arte. Y eso es lo que tenemos que evitar.
Para mí este tipo de conciertos son un método muy incómodo porque cuando yo toco desde mi casa siento que no me he desplazado ni dirigido a ningún espacio de rigor que me exija y me permite realizarme profesionalmente. Sigo pensado que estoy en mi casa y no siento mi casa como el escenario para un concierto. La interpretación de la música cobra su máximo esplendor en el espacio que se ha creado para su escucha. Hasta el hecho de vestirnos para ir a un teatro tiene un poder enorme. Nos estamos perdiendo un poco en la forma que estamos proyectando el futuro.
¿Ha desarrollado algún proyecto durante este tiempo de confinamiento?
No he parado de trabajar en la casa. Ahora voy a sacar un disco que de alguna manera tiene que ver con el tema que sacamos recientemente con Cimafunk. La canción es un single y no formará parte del álbum, llamado Viento y tiempo, como la canción de Kelvis Ochoa que incluimos. Se me han ido muy rápido estos meses por estar envuelto en la posproducción de ese trabajo. El álbum lo acabamos de entregar a las plataformas digitales. Este trabajo me ha permitido respirar y aliviar los efectos del confinamiento.
El año pasado Aymée Nuviola y yo decidimos hacer un trabajo juntos. Hacía rato veníamos hablando sobre la idea pero finalmente en 2019 se dieron las condiciones para llevarla a cabo. Entonces ese proyecto se llevó a Japón donde hicimos seis shows en el Blue Note Tokio. Habíamos pensado en grabarlos para dejar testimonio de esos conciertos y saber si con ese material se podía realizar un disco en vivo. Afortunadamente se logró. La producción del disco comenzó en febrero y pensábamos girar con ese proyecto a partir de junio en Estados Unidos y Europa, pero se pospuso. Hace muy pocos días se terminó la masterización del disco.
El pasado mes de marzo tocaste junto a Alejandro Sanz en el concierto que ofreció vía streaming al inicio del confinamiento. ¿Fue compleja la organización de ese concierto en uno de los momentos más complejos de la cuarentena?
Creo que fue uno de los primeros conciertos que se realizaron en esta etapa. Hay un productor llamado Julio Reyes con mucho prestigio que trabaja con muchas figuras importantes. En más de una ocasión Julio, cuando ha estado envuelto en determinadas producciones, por alguna razón ha pensado en mí y me ha invitado a participar. Hacía unos tres o cuatro meses me llamó para tocar una canción en un disco en homenaje a Joaquín Sabina. En el álbum muchísimas figuras iban a cantar sus canciones, entre ellas Alejandro Sanz, y me llama para que le ponga el piano. A Alejandro le encantó el trabajo que se había hecho. Luego cuando pensó en hacer el “live” Julio hizo una banda y me invita a que forme parte de ese concierto con Alejandro. Era inicialmente solo una presentación de él pero luego se suma Juanes tras conocer sobre el proyecto. No hubo prácticamente ensayos. Estuvimos dos horas antes en el lugar donde se iba a hacer la presentación, en el estudio de Julio Reyes. Mientras se estaba probando sonido revisamos las canciones que se iban a tocar. De hecho, nos agarró la transmisión en vivo cuando estábamos hablando y tuvimos que empezar ya con la gente conectada. Aquello surgió de la manera más espontánea posible y tuvo una aceptación increíble.
En enero se dio a conocer que presentaría el proyecto Viento y tiempo junto a Aymée Nuviola para abrir el Festival Jazz Plaza en La Habana, pero luego no se concretó la presentación. ¿Cuál fue el motivo que provocó la cancelación de ese espectáculo?
Lo que sucedió realmente fue que adelantaron la noticia cuando todavía había una serie de detalles sin confirmar. O mejor dicho, había detalles que confirmaron y después negaron, dijeron que no se podían concretar. Cuando se mandaron los pormenores de las condiciones técnicas que necesitábamos para hacer el concierto, el único lugar que contaba con esa infraestructura era el Gran Teatro, Alicia Alonso. Ese teatro es el que tiene más o menos un piano en condiciones que se puede utilizar.
El Instituto de la Música dijo que sí, que no había problemas, que todo estaba bien. No se escuchó más nada por un tiempo. Pero cuando nuestras oficinas hablaron para saber si se mantenía, si las cosas estaban firmes, nos dijeron que no se podía hacer en ese teatro, que tenía que pasarse para el Karl Marx, pero allí nosotros no podíamos celebrarlo. Ese teatro no tiene las condiciones para un concierto como este. Unos días antes de que dijeran la programación nos avisaron sobre el cambio. En ese momento fue que se detuvo todo. Esa fue la razón esencial de por qué no se pudo hacer. Lo molesto es que, a pesar de que las oficinas ya estaban hablando de todo esto, salieron y dijeron que nosotros íbamos. Ese tipo de informaciones pone en desventaja al artista porque crea un estado de opinión entre la gente al no decir las cosas como son.
El pasado año giró con Chucho Valdés en un proyecto a dúo que llegó a importantes escenarios internacionales. ¿Qué experiencias pudo recoger de esa gira?
La primera vez que se presentó fue en el Día Internacional del Jazz que se celebró en La Habana en 2017. A partir de ahí estuvimos un año y medio girando. Pudimos llevar el proyecto a muchísimos lugares; la mayoría de los escenarios eran espacios destinados a la música clásica en países como Austria, Italia, Londres, Luxemburgo, China, Corea, Japón Brasil, Estados Unidos. La acogida del público y de crítica fue muy importante. Teníamos un repertorio bastante ambicioso desde el punto de vista de estilos, de compositores, de nacionalidades, de culturas. Había música brasileña, europea, norteamericana. Asumimos una serie de retos que evidenciaron el compromiso que depositamos en ese proyecto. Tocábamos también música de Chucho y mía. El hecho de tocar con una frecuencia constante permite que los proyectos se vayan abrazando y adquiriendo una madurez, un tiempo y una cadencia que es importante. Vas logrando confianza en la comunicación con el otro y en el material que defiendes. Las giras te dan la posibilidad de compartir mucho tiempo con la gente con la que estás trabajando. Un concierto de piano por lo general nunca llega a dos horas. Eso es todo lo que puedes estar en un escenario, fuera de ahí el resto del tiempo lo pasas viajando o pensando en otros proyectos. Es mucho más el tiempo que uno comparte con las personas que están fuera del escenario que durante el concierto. Si esa relación fuera del escenario no funciona bien, puede afectar el resultado de los conciertos. En ese caso yo quedé muy satisfecho con lo que pudimos lograr y gozamos mucho porque también estaba el aspecto humano.
¿Le exigió algún requerimiento especifico compartir escenario con Chucho?
Todos los proyectos tienen algo que uno debe priorizar en aras de lograr lo que el trabajo significa. He estado envuelto en muchísimas colaboraciones en los últimos 20 años con cantantes, dúos con diferentes músicos. Cada proyecto exige de uno algo específico. Eso está dado en los matices del repertorio que tocas, la historia que cuentas, las exigencias de índole estética, técnica. Este proyecto con Chucho tuvo muchas aristas. Había momentos que requerían de un determinado nivel de virtuosismo, pero el proyecto no era eso únicamente. Era mucho más. Lo interesante era tratar a los géneros en su estado original y luego transformarlos, llevarlos a otro punto. Para eso no basta con tocar mucho el instrumento, sino con tener una conciencia y un grado de información musical importante que te permita saber dónde empezar con algo y cómo transformar ese “algo”. Es decir, ir a la esencia de las cosas y conocerlas, para luego transformarlas. Eso fue un poco lo que hicimos. Como nosotros vivimos tan cerca, ensayamos en nuestras casas. Yo iba a la suya y algunas veces él venía a la mía. Tuvimos tiempo para preparar todo.
En 2011 volviste a un escenario en Cuba luego de casi 20 años de ausencia. ¿Recuerdas cómo viviste ese regreso?
Creo que todos los cubanos hemos experimentado ese sentimiento de no entender exactamente por qué hay tantas cosas que no puedes hacer, expresar y transmitir en tu propio suelo. Hace muchas décadas que estamos en esto. Seguimos sin aprender que este tipo de práctica no suma, sino que resta y no ayuda en nada. No se ha logrado más nada que dividir, que enconar sentimientos; no se ha logrado más nada que debilitarnos como nación, como generaciones, como culturas.
Durante todo ese tiempo que estuve sin presentarme en Cuba a mí me hacían preguntas en conferencias de prensa alrededor del mundo. Las preguntas siempre eran las mismas: ¿Por qué no vas a Cuba a tocar? Mi respuesta también era la misma: “Porque no me invitan”. Hay algo que tiene que quedar claro. Yo no puedo ir ni a Cuba ni a ninguna parte del mundo si no me invitan a tocar. Ningún artista puede decir dónde tocar o no. Eso independientemente de condicionamientos políticos, ideológicos, diplomáticos, como les quieran llamar. Hay algo que no se ha entendido. La razón de que un cubano vaya o no a tocar a su tierra, esté o no de acuerdo con las estructuras o el sistema que existen en el país, no está dado solamente por esos factores de la sociedad, sino con que tiene que recibir ofertas e invitaciones a través de los canales lógicos que existen en todo el mundo. Por qué no me invitan es otra pregunta, no me pregunten por qué yo no voy. Porque pareciera que el problema recae sobre mí. Son dos ángulos completamente distintos de ver la situación. Entonces yo no sé si ese planteamiento se escuchó alguna vez en Cuba por parte de las estructuras pertinentes y decidieron invitarme. Eso fue lo que pasó todo ese tiempo.
Cuando llego me encuentro la situación de que hay muchos de mi generación que ya no viven en Cuba, que ya no están en Cuba. Uno encuentra un vacío generacional porque te encuentras mucha gente que no conoces, aunque hay otros que permanecen. Como humanos al fin uno siempre busca esa conexión generacional que la hemos perdido porque todo el mundo está en un lugar diferente. Eso es lo primero que sientes. Lo otro que sientes, y es muy lamentable tener que decirlo, es que mucha gente te mira como si uno fuera el causante del problema porque no está ahí o porque decidió vivir en otra parte. Eso no es verdad. Los artistas y cualquier persona de cualquier parte del planeta, en un momento determinado, tienen la libertad de explorar la vida, y sus posibilidades en cualquier lugar. Eso es puramente genuino por las razones que sean, tanto intelectuales, políticas, económicas, creativas, sentimentales.
La gente tiene el derecho y la posibilidad de hacerlo y no lo podemos encuadrar todo en el espacio de titularte como un enemigo. Si mis ideas o mi forma de pensar van o no en contra, o no conectan con la realidad de un lugar, yo no soy un enemigo. No me siento un enemigo. Hay que ver cómo lo ve la otra parte porque todos tenemos una percepción diferente de las cosas. Siempre tiene que existir la intención de la libertad de pensar, de hacer las cosas como uno cree y a partir de ahí uno se equivoca o acierta, que también es un derecho que tienen los individuos. Uno no llega a apreciar si los pasos han sido coherentes o pertinentes, si no los llevas a cabo.
Todo esto fue un poco lo que experimenté en el tiempo que volví a Cuba, claro siempre existieron excepciones porque hubo gente que me recibió con mucho cariño, con mucho respeto, con admiración; gente que había estado al tanto, en la medida que podía, de lo que había estado haciendo fuera de Cuba. También había otros que no sabían nada para los que yo era un nombre totalmente desconocido hasta ese momento, lo cual me dice en qué medida el no estar ahí te vuelve invisible.
¿Se sintió fuera de lugar o de contexto durante ese regreso a Cuba?
Es muy raro. Creo que lo dije en un documental que se hizo cuando grabé el disco en homenaje a Bola de Nieve junto a Pancho Céspedes. Cuando me acercaba a Cuba, recuerdo que desde el avión se empezó a ver tierra cubana y yo hice un comentario porque fue lo que me surgió. “Yo sé que esto es Cuba, además yo sé que soy de aquí, pero también sé que ya no pertenezco a esto”.
Ahí está expuesto mi sentimiento. Nadie podrá borrar nunca que soy cubano y lo seré hasta el último día de mi vida. Nadie podrá borrar que nací y crecí allí, y que hay una parte de mi formación como persona y profesional que se dio en Cuba, entre otras tantas cosas que se pueden nombrar. Lo cierto es que ya no pertenecía a esa realidad que existe o existía ahí. Pertenezco a otra, que es la de donde yo vivo y donde me desenvuelvo.
Sin embargo, siguió retornando a Cuba en varias ocasiones. ¿Por qué decidió mantener ese itinerario?
Estoy contento con que sea así. Más allá de cualquier otro asunto, existe el público cubano que tiene todo el derecho del mundo a verlo y escucharlo todo, para después hacer su juicio. Eso se llama tener referencias. Es la posibilidad de darle a una nación la mayor cantidad de referencias posibles, y eso es lo que permite al público y los individuos en general, tener capacidad de juicio coherente. Creo que de alguna manera todos tenemos que colaborar con eso para que la gente vea todo lo que pueda. Eso no va a cambiar en nada las ideas o los pensamientos que tiene uno. Tiene que quedar claro que negar mi arte a mi propia gente también está fuera de lugar.
¿Qué valoración tiene de la escuela cubana de jazz, sobre todo de la obra de los más jóvenes instrumentistas?
Hay una gran cantidad de músicos ahora mismo con gran talento, desde jóvenes pianistas, percusionistas, trompetistas bajistas. Eso de alguna manera habla de la salud de la música en Cuba, algo que es parte de la historia de Cuba, una historia que se remonta a muchos años atrás. Cuba siempre ha estado diseñada como nación para ofrecer manifestaciones artísticas con un nivel muy alto. Ahora hay una generación de la cual me siento muy contento por la seriedad que están mostrando. No se trata solamente de la capacidad que tienen los jóvenes de desplazarse con rapidez, con fuerza, sino de su inteligencia y de la conciencia con lo que están haciendo.
Casi siempre separamos estas cualidades y pensamos que mientras más jóvenes menos maduro es el discurso que presentan. Sin embargo, es muy admirable lo que está pasando, hay mucha madurez a edades muy tempranas. La escuela no da eso. Lo da la posibilidad de tener acceso a mayores referencias, a otros testimonios sobre la forma de hacer música. A estos muchachos jóvenes los puedes encontrar en festivales en Japón, Europa, Estados Unidos, ese es el verdadero beneficio de tener contacto con otros medios. No se trata solamente de lo que van a llevar, sino lo que se llevan de allí. Lo que adquieren en esos lugares. Actualmente tienen mucha más actualización que en tiempos anteriores sobre la música que hacen. Ahora hay medios en las manos de algunas personas en Cuba que no existían cuando yo era joven y que permiten conocer en tiempo real lo que se está haciendo do en otras partes del mundo.
Antes estábamos un poco desfasados porque no existían ni las tecnologías, ni los medios que existen hoy. Tampoco teníamos la posibilidad de contactar con un mundo exterior que nos permitiera estar al tanto de lo que estaba pasando. Esa barrera se ha ido estrechando. La escuela siempre ha estado visible en las generaciones de los últimos 50 años; sin embargo, esa escuela en el caso de Cuba fue muy ortodoxa durante mucho tiempo. No era permitido o no estaba bien visto que uno tuviera relación con otras formas de hacer música, algo que era inevitable. No había espacio para otro vocabulario o para otra estética que no viniera de la música clásica. En ese sentido se ha ganado en Cuba. Existe un poco más de convivencia entre la música clásica y otras formas de hacer música. Eso se percibe en las generaciones nuevas y me parece genial lo que hacen, su forma de tocar, de componer, aun cuando no tengan todas las condiciones ni instrumentos.
El piano ha sido siempre en Cuba el aspecto frágil. Se ha hecho difícil contar con un buen piano. Se han aprobado presupuestos pero no se dan cuenta que una vez que se gasta 200 000 dólares —que es lo que puede costar un Hamburgo Steinway de 9 pies— y lo pones en un estudio de grabación, no termina el proceso. En ese momento empieza otro que es el cuidado del instrumento. Con los pianos siempre ha existido ese problema en Cuba. Varias veces se ha aprobado dinero para su compra. Pero para lograr la cultura del sonido que produce el instrumento, necesitas crecer preparándolo para que tenga determinado nivel de calidad.
Cuando te enfrentas a un instrumento en buenas condiciones puedes percatarte de que hay una serie de detalles que los tienes perdidos, porque tu preparación no está basada en esa referencia. La única forma de evolucionar, de crecer, es decir estas cosas como son. Yo doy clases en la universidad de Miami y siempre digo que no se trata solo de estudiar con el piano 5 horas, sino de revisar el proceso que tienes diseñado para eso. Si todos los días te sientas frente al instrumento a mirarte, a decirte mira qué lindo soy y qué bárbaro soy, puedes estar seguro de que estás malgastando el tiempo. Uno tiene que estar consciente de los problemas que tiene, de sus fragilidades, de lo que no puede hacer bien, de lo que no ha alcanzado. Ese es el momento para sentarte al instrumento y sufrir con eso. Eso es aplicable a la sociedad y a todo.
Recientemente grabó con Cimafunk el tema Azúcar pa´tu café. ¿Cómo nació la idea de colaborar con este joven músico cubano?
Esa idea vino por el mánager de Aymée Nuviola. Ya yo había oído hablar de Cimafunk pero no la había visto trabajando, ni tampoco había visto videos de él. En una ocasión estaba compartiendo con periodistas del Nuevo Herald y me hablaron de Cimafunk y de todo lo que estaba haciendo, de sus conciertos junto a Alejandro Sanz en Estados Unidos y que todos estaban encantados con él. Esa fue la primera vez que escuché hablar de Cimafunk. Luego no supe más nada sobre él hasta que un buen día el mánager de Aymée me dice que iban a producir un single de una canción que escribió ella, pero querían hacerla en la onda de unir funk con la esencia de la música cubana.
Cuando se iba a poner la voz el manager de Aymée se le ocurrió llamar a Cimafunk e invitarlo como figura especial. Él andaba en Europa y vino directo para Miami. Días después hicimos el video clip y fue una fiesta. Cimafunk tiene una personalidad muy contagiosa. No tengo dudas que está haciendo algo que empieza a mostrar un nuevo camino, una nueva forma de lo que es la música bailable en Cuba. No creo sea muy prematuro para decirlo. Lo que él proyecta es muy distinto. Me atrevo a decir que es parte del futuro inmediato de la música cubana.
¿Qué diferencia percibe entre el joven que fue y el músico consagrado que es hoy?
Hay rasgos que nunca cambian. Las bases que determinan tu carácter, tu personalidad. Vas creciendo, pero mantienes tu esencia. Hay otros detalles que vas adquiriendo que son el alimento diario de la existencia, que están dados por todas las experiencias que vas viviendo, las buenas, las malas, las regulares, las iluminadas, las oscuras, lo que ganas, lo que pierdes. No hay forma en que permanezcas exactamente igual. La lealtad no cambia y las convicciones que uno tiene desde muy pequeño, que vienen desde la familia, tampoco.
Con el tiempo uno va entendiéndose mejor o aceptando alguna dirección social que permite ese balance que debe haber en la vida de las personas. Esos son rasgos que determinan quién fuiste. No me veo creyendo en la posibilidad de que la edad te haga cambiar de un punto cardinal al otro. Si lo haces, es que nunca supiste cuál era la dirección que querías. He crecido por lo que he visto y por lo que he vivido. Todo no es color rosa y todo no es como uno pensó. Y eso no es necesariamente una derrota. La vida se va encargando de mostrarte en qué momento eres falible o no, y te permite comprender aquellas primeras ideas o pensamientos y uno va entendiendo de qué se trata todo. Nada de eso debe matar, el hambre de ver resultados, los cuales, no obstante, siempre van a estar matizados por una realidad que no se puede cambiar del todo.