Hace 58 años se despedía físicamente del mundo uno de los mayores íconos de la cultura cubana, un hombre que fue y sigue siendo sinónimo de ritmo y musicalidad; alguien cuya leyenda, a casi seis décadas de su muerte, no ha dejado de crecer en la Isla que lo vio nacer y que lo adoró como una deidad criolla y terrenal.
Bartolomé Maximiliano Moré Gutiérrez, el hijo predilecto de Santa Isabel de las Lajas y de toda Cuba, cerró sus ojos definitivamente el 19 de febrero de 1963, pero ya para entonces había ganado como pocos la inmortalidad. Su portentosa voz, esa que todavía resuena en la memoria colectiva de los cubanos, lo encumbró por encima de su época, de cualquier época, a la par de su genio y su gracia inigualable dentro o fuera de los escenarios.
El Benny fue un fenómeno musical, un artista de pueblo que se hizo a sí mismo a golpe de talento y que, sin haber estudiado afinación ni armonía, era capaz de cantar como los dioses lo mismo un mambo que un son, una guaracha que un bolero. Bastón en mano, con sus pantalones anchos y su sombrero, conquistó lo mismo al público cubano que al internacional ―en México, en Venezuela, en Colombia, fue aclamado como un ídolo―, a los que puso a bailar de lo lindo y también emocionó con sus prodigiosas interpretaciones.
Mucho se ha escrito de su vida, de su meteórico ascenso y temprano fallecimiento, de sus numerosos éxitos y no pocos sinsabores, de su carácter bohemio, jovial, desenfrenado, de su carisma y naturalidad. También de su vínculo con personas y lugares de su patria, desde su natal terruño lajero, “su rincón querido”, hasta la cosmopolita Habana, pasando por Cienfuegos, “la ciudad que más me gusta a mí”, y Vertientes, donde vivió parte de su infancia y juventud, trabajó como carretillero, cortó caña y comenzó a cantar en serio en el Conjunto Avance. Sin embargo, ninguna biografía suya estaría completa sin referir sus lazos con Santiago de Cuba, una ciudad ineludible en el despegue de su carrera.
Una canción y dos padrinos
A Santiago, el Benny le dedicó una de sus más populares interpretaciones, aquella en que, con su timbre privilegiado, la cantó como “policromada estampa criolla que derrite el sol” y que, contrario a lo que algunos piensan, no es de su autoría, sino del bayamés Ramón Cabrera ―Pavón era su verdadero apellido―, “el cantor de las ciudades de Cuba” y de quien Moré interpretó otras conocidas obras como “Guantánamo”, “Palma Soriano” y “(A la bahía de) Manzanillo”.
Fueron también santiagueros quienes, casi accidentalmente, le abrieron la puerta de la fama. Se cuenta que Siro Rodríguez, uno de los integrantes del célebre Trío Matamoros, quedó sumamente impresionado luego de escucharlo cantar en el bar del restaurante El Templete, en La Habana, adonde el Benny había llegado en busca de fortuna. Con esa referencia, el mismísimo Miguel Matamoros acudió a él ―quien por entonces era conocido como Bartolo y cantaba en el septeto de Moso Borgellá― primero para una suplencia en la radio y pronto como una de las voces del conjunto que dirigía el autor de “Lágrimas negras” y “Son de la loma”.
Con la agrupación de Matamoros, Moré hizo sus primeras grabaciones y viajó a México, donde, al finalizar el contrato, decidió quedarse. Allí permaneció durante cinco años, entre 1945 y 1950, cantó en teatros y cabarets, realizó más grabaciones, pegó varios temas, trabajó en películas, y se unió a orquestas como la del santiaguero Mariano Mercerón y la de Dámaso Pérez Prado, el “Rey del Mambo”, con las que consolidó su popularidad en el público mexicano. Pero en Cuba seguía siendo mayormente desconocido. Ello, y la nostalgia de su tierra y su familia, lo haría regresar a la Isla, donde finalmente lograría su consagración. Y en ello, Santiago también sería fundamental.
Benny Moré, la música cubana. A los 100 años de su nacimiento
En la Cadena Oriental
El Benny llegó a la urbe santiaguera en 1951 de la mano del saxofonista Mariano Mercerón, con quien ya había trabajado en México. Se dice que a su regreso del país azteca y estando en Vertientes junto a un hermano ―algunas fuentes aseguran, en cambio, que estaba en La Habana―, el lajero fue llamado por Mercerón para que cantase con su orquesta en uno de los programas estelares de la entonces popular Cadena Oriental de Radio ―llamado “De Fiesta con Bacardí”, según varias fuentes consultadas, y “Ritmos de Oriente”, según otras―, patrocinado nada menos que por la poderosa compañía ronera Bacardí.
Manuel Bell, quien fuera operador suplente de la Cadena a inicios de los años cincuenta, me contaría más de medio siglo después que al llegar a Santiago el Benny, a quien como muchos cubanos de entonces él apenas conocía, “lucía como un señor muy flaco, casi desgarbado”, pero que “cuando abría la boca, se acababa el mundo. Había que oírlo en vivo. Aquello era tremendo”. 1
De esos primeros tiempos queda también una más recordada e ilustrativa anécdota, cuyos protagonistas son otros dos grandes de la música cubana: Pacho Alonso y Fernando Álvarez. Ambos integraban la orquesta de Mercerón, en la que cantaban y hacían coros. Pero al escuchar al Benny por primera vez, Pacho, sorprendido, le comentaría a Fernando con la mayor sinceridad: “¿Y nosotros somos cantantes, compay? ¡Mire cómo canta ese moreno!”2
También en Santiago de Cuba ocurrió el hecho que lo bautizó para siempre con su más famoso sobrenombre. La anécdota de su surgimiento ha sido contada de varias formas, pero, más allá de las diferencias, todas coinciden en situar su génesis en la capital oriental. Según Israel Castellanos, amigo personal de Moré, un día, mientras ambos estaban parados en una esquina, el Benny vio pasar a una hermosa santiaguera e, inspirado en un tema musical de moda, exclamó: “¡Oh, bárbara!”. Ante la frase, un muchacho que estaba cerca de ambos lo corregiría: “Qué va, compay, el bárbaro es usted”. Esa misma noche, y luego de conocerse lo sucedido, fue presentado en la radio como el “Bárbaro del Mambo”, género en que había cosechado éxitos junto a Pérez Prado. El título sería cambiado más tarde en La Habana al definitivo “Bárbaro del Ritmo” por el locutor Ibrahim Urbino, en un programa dedicado al ritmo Batanga. 3
De bares y cantinas
Amante de la noche, el ron y las mujeres, el Benny dejó su huella por los bares y cantinas de Santiago de Cuba. Más de una vez paralizó uno de estos sitios o, incluso, una esquina con su canto. Se cuenta que cuando salía de su trabajo en el teatro de la emisora, se iba hasta un bar cercano en el que cantaba nuevamente sus canciones, siempre trago en mano, acompañando su propia voz que nacía de una vitrola. Trocha, Santa Úrsula, Barracones, Martí, formaron parte de su itinerario bohemio durante su primera etapa santiaguera o en los no pocos viajes que hizo luego a la ciudad, como solista o ya con su banda, tras regresar a la capital cubana una vez terminado su trabajo con Mercerón.
El ya fallecido Roberto Nápoles, quien por muchos años fue cantante y contrabajista de la emblemática orquesta santiaguera Chepín-Chovén, me reveló poco antes de morir, ya nonagenario, que en uno de los pasos de Moré por Santiago lo invitó a cantar a un café del que era dueño por entonces.
“Le propuse 200 pesos por una actuación, pero él no podía porque tenía que irse para Venezuela. Y quien te dice a ti que de momento van a buscarme rápido a la casa, que Benny Moré me estaba esperando en el Café. Cuando llegué la calle estaba repleta, yo no sé de dónde había salido tanta gente, y era que él estaba echando monedas en el traganíquel, y estaba cantando sus propias canciones”, me narró con una sonrisa quien fuera apodado “el contrabajo que canta”. 4
En una ocasión previa, durante otra visita a Santiago, el Bárbaro del Ritmo le confesaría sin complejos a Nápoles su admiración por él. El Benny, quien en aquella ocasión había viajado solo, escogió a la Chepín-Chovén para una actuación en el cabaret San Pedro del Mar y antes de la presentación le daría al músico santiaguero una muestra de su gracia y humildad.
“En uno de los ensayos dice: ‘vamos a coger un diez’ ―le contaría Nápoles a los periodistas Reinaldo Cedeño y Michel Damián Suárez―, y se acera a mí, que tocaba el bajo y me comenta: ‘maestro, ¿y la cachimba, qué?’. La cachimba era para él la garganta, y entonces yo le pregunto que cómo sabía que yo también cantaba. ‘¡Ah, porque cuando usted iba a Vertientes (con la orquesta de Chepín), yo era admirador suyo y me paraba a oírlo cantar!’ Entonces le contesté: ‘mire cómo es la vida, ahora es a la inversa’”. 5
Con hechos como éste, Benny Moré quedó para siempre en la memoria de Santiago y su gente. A la capital oriental lo ató siempre un afecto sincero que los santiagueros reciprocaron con su admiración y cariño. No es de extrañar que a la ciudad le naciera mucho después su propio Benny, bohemio y carismático como el original, y quien siguiendo la estampa y los pasos del lajero se convertiría en una figura entrañable de la ciudad, y hasta le pondría su voz al filme que, entre ficción y realidad, rinde tributo al gran Bartolo.
Muchas veces el Benny cantó en Santiago, en sus teatros, emisoras y cabarets ―se dice, incluso, que en la histórica madrugada del 25 al 26 de julio de 1953, estaba actuando junto a su Banda Gigante en San Pedro del Mar cuando se produjo el asalto al cuartel Moncada―, y también en parques como el Céspedes y áreas de carnaval como la populosa de Carretera del Morro y calle 3, y en bares, cafés y bodegas. Y lo hizo codo a codo, trago a trago, con sus más alegres y humildes parroquianos, despojado de cualquier atisbo de fama o de vanidad. Como un santiaguero más.
Notas
1 Testimonio dado para el libro La palabra en el aire. Memorias de la radio santiaguera (Editorial Oriente, Santiago de Cuba, 2014), de mi autoría.
2 Anécdota contada por Joaquín G. Santana en “El Benny Moré que no todos conocen”, texto publicado en el blog Desde Cuba.
3 Anécdota contada por Joaquín G. Santana en “El Benny Moré que no todos conocen”, texto publicado en el blog Desde Cuba.
4 Testimonio dado para el libro La palabra en el aire. Memorias de la radio santiaguera (Editorial Oriente, Santiago de Cuba, 2014), de mi autoría.
5 Testimonio publicado en el libro Son de la loma (Editoria Musical de Cuba, La Habana, 2001), de Reinaldo Cedeño y Michel Damián Suárez.