Chucho Valdés cumple 83 años. Celebrar un aniversario más de su nacimiento va más allá del festejo de la existencia, la experiencia acumulada y la longevidad; es también motivo para repasar una labor creativa tan poliédrica como la suya.
Hace mucho tiempo que Dionisio Jesús Valdés Rodríguez, el hijo de Bebo, dejó de ser conocido por su nombre de nacimiento. El niño que iba a ver a su padre trabajar con las grandes estrellas de la época dorada del cabaret Tropicana, creció. Lo hizo también curtido por las teclas del piano, primero bajo la égida de Bebo, luego animado por su permanente curiosidad e interés de ir más allá.
Escribo estas líneas a modo de impromptu, como una composición nacida sin plan preconcebido. Una a una se suceden estas letras, mientras permanezco absorto por la maravilla que acabo de presenciar: el gigante, el rey del jazz cubano, a piano solo durante su primer y reciente paso por los Tiny Desk Concerts —publicado el 12 de agosto pasado—, la estremecedora serie de conciertos del programa de radio All Songs Considered de NPR Music.
El rincón de esa oficina de radio en Washington D.C. en la que se grabó el live session ha congregado a un público diverso y repartido dicha entre los amantes de la buena música durante años. Por eso ver a Chucho Valdés allí —como sucedió con otros artistas cubanos antes que él— provoca al mismo tiempo curiosidad y certeza de que lo que allí se ve es algo único; un deleite pleno.
Tres piezas. Con su “Mambo influenciado” y “Ponle la clave”, el maestro demostró por qué es virtuoso. Readapta sus creaciones, juega con ellas y expone su dominio del arte del piano, puente entre generaciones, reflejo de un entendimiento afrocubano de la expresión musical clásica. Con “Impromptu Desk”, Chucho demostró la capacidad para crear in situ una pieza musical, con un discurso emotivo y creíble.
Esa creación in extremis me recordó una de las últimas ocasiones en las que lo pude ver, en vivo, tocando el piano en La Habana. Era agosto de 2017, Gran Teatro de La Habana. Un piano y un hombre sobre el escenario. “¿Ustedes ven esto que tengo aquí?”, dijo, mientras mostraba al público un papel diminuto, cuyo contenido pasó enseguida a explicar. “Acá tengo la primera línea de cada una de las composiciones que tocaré esta noche para ustedes —piezas icónicas del repertorio cubano, desde Lecuona hasta sus propias obras—, o sea, que sé cómo empieza esto, pero no cómo terminará. Así que, si mañana repetimos este concierto, les aseguro que no será igual”.
Aquello terminó, como Chucho ha acostumbrado a su público, con el convencimiento de que este hombre es un creador fuera de serie, un artista inmenso.
Así ha sido en cada una de las facetas que ha experimentado, ya sea a piano solo, como acompañante o en cualquiera de los formatos que uno pueda imaginar (trío, cuarteto, jazz band…). Y ahí ha estado ese nombre propio luminoso que es Chucho Valdés, lo mismo brillando junto al chino Lang Lang —uno de los mejores pianistas concertistas del mundo—, en un formato sinfónico en la Plaza de la Catedral, que siendo el anfitrión del día internacional del jazz en La Habana de 2017 junto a Herbie Hancock, Esperanza Spalding, Quincy Jones y decenas de grandes nombres del género en Cuba y el mundo.
“Era un privilegio ver, por diez pesos cubanos, a Chucho Valdés tocar todos los fines de semana en un lugar distinto. Era tremendo”, me comentó en una reciente conversación el pianista cubano, radicado en Nueva York, Dayramir González (La Habana, 1983). Como tantos músicos de su generación y los que han venido después, Dayramir no escapa de la influencia del piano de Chucho, de su avanzado jazz afrocubano. Tampoco de la arrolladora historia de Irakere.
No se puede pensar en el personaje sin tener en cuenta el fenómeno que ha movilizado, y está claro que el segundo tampoco se puede entender sin el primero. Chucho Valdés e Irakere son una marca indeleble en la cultura cubana, con todo lo que eso implica.
Por ello, cuando se anunció el festejo de la agrupación que Chucho diera a conocer en 1973, la expectación fue máxima y el disfrute de los que han podido vivirla, colosal. Eso se sabe. “Irakere 50” es el nombre de la gira por las cinco décadas del gran fenómeno de la música cubana. Aquella fue la unión, además, de tres leyendas: Chucho, Arturo Sandoval y Paquito D’ Rivera.
“Es sencillo, Sandoval es un superdotado. Paquito, un genio. Y no es lo mismo”, comenta Chucho Valdés en el documental “Chucho Valdés featuring Irakere: Latin jazz founders”, de Ileana Rodríguez, sobre la historia y distintas etapas de una de las agrupaciones con más pedigrí de la música cubana, cuyo repertorio se sigue disfrutando en la actualidad por los más diversos públicos.
Uno de los tantos amigos que me ha tocado despedir en los últimos años, Alejandro García, hace poco, en agosto pasado, me escribió desde Séte, al sur de Francia. “Acabamos de verlo y fue genial”, me dijo, refiriéndose al último concierto de la gira europea de Chucho Valdés, Irakere 50, en 2024.
El tiempo ha seguido su curso. Hoy ya es una realidad el disco Cuba and Beyond (2024), un pan caliente exquisito, lo más reciente de la creación de Chucho Valdés y su formación actual, Royal Quartet. “Es la versión más contemporánea de todos mis cuartetos”, dijo el creador en el making of de este álbum, que comparte con Robeto Jr. Vizcaino en las percusiones, Horacio “El Negro” Hernández en el drums y José A. Gola en el bajo.
Es un disco sabroso. “Hemos logrado —advierte Chucho en el making— hacer un trabajo de evolución sobre las raíces y sobre la tradición cubana con elementos de la música de jazz y muchos elementos armónicos y rítmicos de la música europea también”.
La definición de este disco es “pura esencia Valdés”, porque, como creador, Chucho siempre se ha atrevido a ir más allá. Es un material que se escucha como se camina por las calles de La Habana: entre el “Punto cubano”, el “Son de almendra”, “Congablues”, “Habanera partida”, ese toque sublime de “Mozart a la cubana”, la reverencia clara a Chick Corea (1941-2021) con la “Armando’s Rhumba”, la afectividad en “Nosotros” y la bacanal “Tatomanía”.
Pero esta es tan solo la parada más reciente en el largo viaje de Chucho Valdés por los caminos de la música, un mundo único que está lejos de acabar. Por algo el Premio Nacional de Música (1998) es el cubano más reconocido por la Academia Nacional de Artes y Ciencias de la Grabación de Estados Unidos. Con 7 premios Grammy y 12 nominaciones, el listado de galardones es extenso y ha sido nombrado recientemente NEA Jazz Master 2025 por la National Endowment for the Arts (NEA) de Estados Unidos, el máximo honor en el campo del jazz de esa nación.
En definitiva, es un creador que entró, hace años ya, a esa categoría de leyenda viva de la música, algo que no está reservado para muchos. Escucharlo y poder preguntarnos, a sus 83, qué será lo próximo que disfrutaremos de su arte, es una suerte bendita.
La herencia permanece
“Chucho es un genio”, me espeta desde el otro lado del teléfono la musicóloga Élsida González cuando le cuento la anécdota del recital en el Gran Teatro de La Habana, en 2017. Además de ser una admiradora de la obra de Valdés, como especialista de la Empresa de Grabaciones y Ediciones Musicales (Egrem) capitaneó un proyecto extraordinario en 2021 en homenaje al fundador de Irakere en su 80 cumpleaños.
Con Los herederos: homenaje a Chucho Valdés e Irakere (Egrem, 2021), Élsida logró juntar a 63 músicos de primera línea para versionar temas icónicos del repertorio de la agrupación-leyenda, que en 2023 llegó a sus cinco décadas de fundada. “El mejor homenaje era mostrar su herencia y ahí pude reunir a músicos que se sentían herederos de ese legado, fuesen pianistas o no”, recuerda.
“Chucho Valdés es el artista cubano vivo más universal dentro del jazz y la persona más influyente para las generaciones posteriores. Todo el mundo quiere saber qué está haciendo. Siempre está en movimiento, en creatividad, y acercándose a generaciones que le aportan muchísimo. Es un faro para la música cubana, pero es un artista mundial y debe ser mirado desde esa óptica”, comenta la especialista, quien ha tenido la oportunidad de trabajar con el notable pianista en otros empeños discográficos que salieron bajo el sello Egrem.
Pero el contacto consciente de Élsida González, de 70 años, con la música de Chucho empezó desde muy joven. “Mi padre era músico, compraba todos los discos del mundo y estoy casi segura de que en mi casa, desde las primeras creaciones, lo escuchamos. Irakere se funda en el ‘73; yo era una adolescente. Soy de Santa Clara, pero pude participar en los conciertos que hacían en La Habana y ver todo lo que transmitían por televisión. Ponían mucho a Irakere en los programas de televisión. He vivido, por fortuna, todas las etapas de un creador incansable”.
Al reflexionar sobre la capacidad creativa de Chucho, Élsida lo define como alguien intrépido, que ha sabido acercarse a las novedades de cada tiempo y “estar siempre en el reto, para los jóvenes que lo acompañen y para él. Eso es maravilloso”.
“Cuando ves las distintas etapas de Irakere y notas cuántas generaciones pasaron por ahí entiendes el éxito de la agrupación; si en un momento determinado cambiaba ‘la bola’, acogía gente nueva. Él se retroalimenta mucho de todo eso. Hoy, cuando tú ves el Royal Quartet, percibes que Chucho sigue estando pendiente de esa actualización. Creo que en los últimos años él ha tenido grandes oportunidades de demostrarlo”.
La última vez que Élsida disfrutó en vivo la música de Chucho Valdés, recuerda, fue en un concierto en el teatro Mella en algún Jazz Plaza, antes de la pandemia. Sin embargo, aunque no haya asistido a presentaciones de Chucho en el exterior, o a la gira “Irakere 50”, la musicóloga no pierde pie ni pisada al quehacer del pianista, gracias a las bondades de internet.
“Un homenaje a Irakere tenía que ser Chucho quien decidiera cómo sería, porque él es el creador de ese proyecto. Decidió algo fabuloso: rescatar la amistad y relación musical con Paquito y Sandoval. Es una cosa maravillosa, un hecho que marca la carrera de todos ellos y creo que eso le da al homenaje, también, un valor extra. Después de tantos años separados, que se volvieran a encontrar, percibir que todavía tienen diálogo musical y que aunque haya personas tan jóvenes en el team puedan entenderse, te da la medida de por qué hicimos en Cuba Los herederos“.
El disco, producido por la Egrem, se grabó en 2021 y recoge diez temas imperdibles, entre versiones de piezas icónicas de Irakere, otras de Chucho Valdés y algún regalo original para el maestro como “Una melodía a Picho”, de César López. “El amor se escucha en ese disco”, sintetiza Élsida González al otro lado del teléfono, desde su casa en el municipio 10 de Octubre, La Habana.
Grabado en la época convulsa de la pandemia, “es un disco excelente porque no se hizo solamente para tocar la obra de Chucho e Irakere. Fueron obras hechas o arregladas por gente que trabajó en aquel fenómeno musical, como Germán Velazco, Orlando Valle “Maraca”, César López, José Luis Cortés “El Tosco”. Fue maravilloso. Aquel “Obatalá”, entre Cucurucho Valdés y Geidy Chapman, fue extraordinario. Sé que Chucho escuchó cada tema, porque César López se los mandaba. En los Premios Grammy del año pasado la delegación de Egrem le llevó algunos ejemplares del disco y se los entregó. Sus hijos, Leyanis y Jessie Valdés, también participaron en el material, y le hablaron de lo que estuvimos haciendo”.
“Habría sido encantador —reflexiona— tener la posibilidad de hacer los conciertos en vivo de Los Herederos. Me hacía mucha ilusión, pero pasamos por lo mismo siempre: somos un país con una riqueza musical y artística grandiosa, pero muy pocos recursos, y se nos quedan, a veces, las ideas truncas. Yo celebro todos los días la gran música cubana que he vivido. Tal vez la oportunidad de hacer ese homenaje en Cuba que algunos sueñan llegue un día, aunque para eso se deben aunar muchas voluntades. Pero hay un homenaje a Irakere en el mundo, y lo está dirigiendo quien creó el grupo, la persona que lo tiene que hacer”.
De momento, Élsida González y el público en general celebran la riqueza musical que pareciera impensable para una sola persona. Pero es real, se disfruta, se siente, se baila; y conmueve. “Chucho tiene una capacidad inmensa, ha trabajado en todos los formatos y ha tenido tiempo para hacer lo que ha querido. Cuando hizo las primeras cosas a trío era muy joven; otra etapa muy rica fue la que vivió con los Afro-Cuban Messengers, con todos esos muchachos. Todas sus etapas han sido geniales.
“Y seré muy exacta en lo que te voy a decir: el pueblo de Cuba quiere mucho a Chucho Valdés. La etapa de Irakere es recordada por las generaciones que la pudieron vivir en lo bailable. Lo bailable lo hacía con el mismo rigor que hacía el jazz. Eso la gente no lo olvida. Los conciertos en el Amadeo Roldán son una marca en este país. Nadie podrá borrarla”, reflexiona.
Antes de despedirnos, Élsida me recuerda que el 9 de octubre también es el cumpleaños de Bebo Valdés (1918-2013). “Ha habido una historia demasiado grande entre ambos. Del padre al hijo, la música. Dicen que la gloria cabe en un grano de maíz, pero todo lo que Chucho ha hecho, para detallarlo, es demasiado para ese diminuto espacio”.
!!!!? Que cumplas muchos años más con salud y enseñando a ser mejor cubano, aunque se actúe en el extranjero !!!!!!