Por diversas razones, hay músicos entre nosotros que no tienen espacio prácticamente en el radar de los medios y son relegados en la escena cubana a pesar de sostener una obra de reconocible calidad.
La lista es demasiado extensa para abarcarla con todos los detalles, pero lo cierto es que el escenario mediático cubano debería romper con la permanencia del olvido para que la historia de la cultura sonora del país no siga sufriendo estragos que, lamentablemente, se incrementan con el tiempo.
La trova es una de las ramas de la música cubana más fragmentadas por las trampas frecuentes de la desatención y el poco interés que despierta este género en los medios, que optan por seguir las corrientes de moda o alejarse de las complejidades de una vertiente que se adentra en la realidad y la cuenta sin responder a más dictados que los del corazón y la conciencia del artista.
Existen colegas o decisores que prefieren ejecutar su labor sin sobresaltos. Es comprensible. Resulta más sencillo colocar la mirada sobre un ámbito de la creación cultural y sonora que tome distancia de lo problemático, que no dé dolores de cabeza, que solo le cante, digamos, al color del verano o a la sencilla alegría de vivir, sin pensar en nada más que esa frugalidad aparente de una sociedad feliz.
Pero el periodismo, para que sea, necesita extenderse por encima de los espejismos. En nuestro caso, no puede dejar de asomarse a la realidad de una isla que brama por un enfoque cuestionador en el que la audacia sea la norma, no la excepción.
La trova, para suerte de la cultura cubana y desdicha del periodismo, ha ocupado el lugar que debería sostener esta disciplina, para dar testimonio del país que es Cuba y del país que somos cada uno de nosotros. El mérito es compartido, hay que decirlo, con otras expresiones culturales.
En toda la Isla existen trovadores que defienden sus temas y que le cantan a todo lo que les palpita en su existencia. No son pocos los que están tocados por ese misterio glorioso de la poesía que solo son conocidos en su entorno y entre sus seguidores. Otros perecen en el decursar implacable del tiempo, porque su obra se desvanece por la ausencia de calidad o el cansancio lógico de quien trata de mantenerse a flote en las aguas, pero la realidad finalmente se impone.
Ireno García es uno de esos trovadores con un trabajo magnífico que ha perdurado durante varias décadas, por su sensibilidad y ese fervor de leyenda con que le canta a la vida, a la cotidianidad y a las pequeñas ofrendas del amor. Nunca ha conocido (ni creo le interesa) la popularidad ni los focos mediáticos. Se ha mantenido creando sin espejismos e implantando las reglas de un juego en el que priman las consideraciones artísticas por encima de cualquier otra cosa.
Ireno es un juglar (palabra que él representa perfectamente) que ha sostenido una obra muy sólida y creíble, con un poder de convicción reconocido en el ámbito de la canción de autor y entre sus seguidores, que quizá no sean tantos por el desconocimiento hacia su obra, pero sí son un público muy fiel.
Ireno ha compartido escenarios, grabado o colaborado con la mayoría de los exponentes de la canción y la trova en Cuba: Silvio Rodríguez, Carlos Varela, Santiago Feliú y Polito Ibáñez, entre muchos más.
Precisamente, una de sus canciones más hermosas fue retomada por Silvio Rodríguez y ha corrido con el viento a favor en la extensa obra de uno de los fundadores del llamado Movimiento de la Nueva Trova. Se trata de “Canción para recordar a María”, un tema que debería transitar con mejor suerte entre nosotros. Quizá en algún momento alguien lo rescate de algún polvoriento archivo y le haga justicia en los medios de la Isla.
Ireno, pese a todo, no se ha detenido a ver el tiempo pasar desde la acera de su casa. Ha dado cuerpo a una carrera fortalecida no solo por la pureza lírica de sus canciones y la elegancia en los arreglos, sino por ese ímpetu creativo que ha sobrevivido a las escaramuzas propias de la vida.
El trovador continúa dando conciertos y compartiendo peñas con otros músicos de distintas generaciones.
Hace algún tiempo, durante varias semanas, recuerdo que organizó una descarga junto a su esposa, la actriz Coralia Veloz, en el Instituto Internacional de Periodismo, a donde asistían jóvenes universitarios y seguidores de la trova. Allí dio lecciones de cómo se mantenía en un territorio propio, en el que se convertía en un rastreador de las pequeñas fortunas del amor, mientras habitaba en esa dimensión propia que sobrevuela su personalidad y su obra.
El trovador tiene, como dije, un repertorio sólido con canciones profundamente hermosas, en las que se deslizan historias de gran hondura humana. Ha sabido mantener a prueba de balas la sensibilidad, sin caer en las trampas de lo cotidiano que a veces se imponen como un mantra y pueden acabar con los bríos de cualquier artista. Sin embargo, las disqueras no han estado a la altura de sus canciones y apenas ha tenido la posibilidad de grabar discos que den testimonio de su paso por la cultura cubana.
Puede que muchas personas no conozcan su nombre, pero la mayoría sí ha escuchado ese himno a la capital cubana que es “Andar La Habana”. La canción ha sido un punto de conexión importante con la obra de Ireno para públicos menos conocedores y le ha otorgado cierta visibilidad a su trayectoria, sobre todo porque le dio título al conocido programa del historiador Eusebio Leal.
El Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau ha sido uno de los refugios más entrañables para este trovador habanero. Le ha permitido presentarse en espacios como “A guitarra limpia” y grabar discos llenos de canciones en las que la vida corre como un río y con las que se mantiene patentada su cualidad de observar con detenimiento todas las formas de la existencia humana.
Hermano de ese otro gran trovador que fue (es) Jorge García, Ireno tuvo cierta resonancia por los 500 años de La Habana. Lo invitaron a programas para hablar sobre su himno a la ciudad cumpliendo una arcaica dinámica de los medios cubanos: rememorar la obra de artistas cuando se cumplen solamente determinadas efemérides.
Ireno, no obstante, sigue construyendo un mundo propio en el que encuentra la trascendencia universalizando las emociones del ser humano, a pesar del olvido, que es la encarnación más triste de la memoria.
Tenías que ser tú, Michel Hernández, quien viniera al rescate y escribiera tan bello artículo sobre tamaño trovador… “Va cayendo la tarde y trae llovizna, las nubes no se pueden detener, cargada a de venir la madrugada, incógnito será el amanecer…”