Mientras Ernán López-Nussa daba los primeros acordes de su conocida pieza Momo en el teatro Mella, su sobrino Harold le seguía en otro piano. También lo acompañaban Ruy y Ruy Adrián -padre e hijo-, ambos tocando espectacularmente la batería.
Era un concierto de la familia López-Nussa. La idea se le ocurrió a Harold en una ocasión. Un festival de jazz internacional le pidió presentar un proyecto y escogió a los músicos perfectos. Nunca antes habían tenido la oportunidad de presentarse juntos en Cuba y la clausura de la 30 edición del Festival Jazz Plaza se la ofreció, como aseguró Ernán.
No faltaron allí las pinturas del padre de Ruy y Ernán, ubicadas al fondo de la escena, las cuales recrearon esa musicalidad que ambos legaron como herencia a Ruy Adrián y Harold.
Es que el concepto de familia, según dijo este domingo Ruy, es muy amplio y comprende a esas personas entrañables que “siempre están con nosotros”. Por eso nombró a la profesora Teresita Junco, a su esposa, a su padre y a un número amplio de seres humanos inmensos que le son indispensables para vivir.
Acompañada del trompetista Mayquel González, la familia López-Nussa hizo de la despedida de Jazz Plaza una noche memorable, que marcó aún más por esa manera única de mostrar el jazz, dándole cubanía a un género que indiscutiblemente ha tenido la huella de la Isla en su base melódica.
Y es que Jazz Plaza ha sido escenario primordial para presentar esos vasos comunicantes de la sonoridad de la Mayor de las Antillas con lo más clásico de un estilo nacido en el intenso sur de Estados Unidos.
Precisamente esa mixtura musical estuvo latente en esta 30 edición. Estuvo en el melodioso empaste del tres de Pancho Amat y sus invitados a Fábrica de Arte Cubano. El Premio Nacional de Música ofreció allí una clase magistral a los asistentes sobre las potencialidades del instrumento en el declarado género musical del Siglo XX, como bien han señalado los estudiosos.
En la inauguración del evento, el maestro Bobby Carcassés y un grupo de músicos evidenciaron esa manera cubana con que el jazz se expresa. El que el showman de Cuba inició en el teatro Mella con Summertime, de Gershwin. El standard abrió una velada especial, que tuvo en el escenario a la Camerata Romeu, el cuarteto santiaguero Magic Sax y a los jóvenes Rolando Luna, Gastón Joya y Rodney Barreto.
Heredero del legado de su padre Chico, Arturo O’Farrill nos conectó con esa vertiente afrolatina del jazz, al utilizar los sonidos de las tumbadoras y otros instrumentos de percusión. O’Farrill igualmente hizo una propuesta singular al vincular su música a la danza, y proponer la pieza 24 horas y un perro, en la que tuvo como acompañantes a su orquesta Afro Latin Jazz y el grupo danzario Mal Paso.
Dos bandas gigantes se adueñaron de la jornada nocturna del viernes en el Mella: la Blues Devils Jazz Orchestra y la Jazz Band del maestro Joaquín Betancourt. Al clásico swing de la agrupación procedente de Kansas City, se le sumó un rhythm criollo, salido de la sonoridad del grupo habanero.
Y quienes quisieron acercarse a ese efervescente movimiento de jóvenes cultores del estilo encontraron una velada sabatina única en la actuación de Roberto Fonseca y sus músicos, la cual condensó esa estética de Fonseca percibida ya en ocasiones anteriores de Jazz Plaza.
El Festival, creado el 14 de febrero de 1980 en la Casa de Cultura de Plaza, no ha perdido su esencia. Continúa tomando el pulso a un estilo que tiene en Cuba a un sinnúmero de cultores y seguidores.