¿Quién es Pedro Luis Ferrer? me preguntó en una ocasión una muchacha de unos 21 años durante una conversación encarnizada sobre música cubana. No recuerdo el tiempo ni el lugar pero si sé que aquella pregunta me martilló la cabeza. Su interrogante en primera instancia parecía abocada a la sencillez pero se convirtió en alimento para el desvelo ¿Quién es Pedro Luis Ferrer? pensé algunos días en esos diálogos interiores que rayan la locura.
Tal vez el trovador tampoco tenga esa respuesta sobre sí mismo. Lo digo porque es un ejercicio demasiado difícil tener todas las certezas definitorias de la personalidad, siempre hay trampas insalvables en el camino minado de la vida. Pero sabemos que Pedro Luis Ferrer ha dejado su nombre en los arrabales de la existencia y se ha convertido en una palabra que parece hecha para él: un juglar, un trovador de las sombras, un taxidermista de las raíces más privilegiadas de la música cubana. Cada uno de sus seguidores sabrá definirlo como mejor le parezca, de acuerdo con lo que ha visto y escuchado en sus canciones. De acuerdo con lo que siente cuando el juglar le habla del abuelo Paco, de la vaquita Pijirigua, del amigo palero, de la mariposa, de los mitos que ya no son y de los extravíos finalmente que pusieron sobre aguas turbulentas el rumbo de generaciones.
Pedro Luis Ferrer ha sido una vida que ha andado suelta entre los cubanos a pesar de los silencios en torno a su voz, a sus canciones. Ha sido un hombre que abrió la mano de la libertad con temas escritos con la coherencia del camino que decidió desandar por su cuenta y riesgo, sin mayores pedestales que la guitarra, la voz y los clamores que no han dejado escucharse en el calor de sus conciertos mientras sus canciones se perdían en la niebla de los medios de comunicación.
De muy pocos trovadores se han escuchado tantas leyendas como de Pedro Luis. Leyendas ciertas a veces, otras basadas en los rumores populares que él mismo ha desmentido con ese humor que le ha servido para refugiarse hasta en los momentos en que mencionar su nombre en algún espacio de los medios era un boleto al ostracismo, o muestra de arrojo o valentía, o simplemente de querer hacer un acto de justicia con una música que nos ha retratado como nación, que no es otra cosa que hacer un acto de justicia con Cuba. Entre esas leyendas se rió jocosamente de aquella que hablaba de que le habían suspendido un concierto y lo habían retirado del escenario en medio de la presentación.
Pedro Luis, digámoslo por lo claro, es un patrimonio vivo de la cultura cubana. Ha estudiado a fondo los aportes del changüí, de la guaracha, los sones montunos, la trova y los ha incorporado a un repertorio con un estricto sentido de responsabilidad histórica y con canciones entregadas al destino de hablar de Cuba desde las más diversas aristas y con toda la libertad que permite la música compuesta desde la coherencia y sin más búsqueda que ser fiel a uno mismo.
Pedro es también una escuela. En sus conciertos aprovecha los espacios de silencio entre canción y canción para hablar sobre el origen de los ritmos autóctonos cubanos, para hacer bromas muy serias sobre los músicos y repasar cómo ha escrito varias de esas canciones convertidas en emblema por el tiempo y la razón otorgada por su público. Junto a su sabiduría nacida dentro de su familia y de sus conexiones con el pueblo cubano ha incorporado un humor picante lleno de imágenes cubanas que han hecho estallar de risa a sus públicos en sus conciertos, lo mismo en el corazón de La Habana que en las noches bohemias del ilustre Mejunje, un humor muy cubano que lo distingue entre el gremio, como él llama a sus colegas trovadores.
Su nombre también se relaciona directamente con las prohibiciones y la censura que han lastrado por décadas la cultura cubana. Él se ha burlado de los muros y los silencios. Durante años ninguna institución oficial le ha propuesto organizar un concierto o algún tipo de presentación. Ya sea por cobardía de algún funcionario o por una resolución bien establecida que de vez en cuando ha cercado a los músicos “problemáticos” u otro a artista con la misma condición. En una ocasión, para burlarse de las miradas desde la otra acera, nombró a un periplo suyo gira por los patios y azoteas de La Habana. Dijo luego que se convirtió en uno de los años en que más cantó en la ciudad.
Sus temas, se sabe, han escudriñado en la Cuba real, en las marcas del país que la mayoría lleva sobre las espaldas y que son para toda la vida, aunque sea otra la condición geográfica. Abuelo Paco,100 por ciento cubano, Fundamento, son solo tres de los temas con los que ha hablado del país sin ataduras y con los que también ha enseñado amar a la verdadera Cuba.
El autor de Cómo me gusta hablar español no ha estado ausente del paso del tiempo. O sea, no se ha detenido a descansar entre las sábanas de la repetición que en realidad es lo más parecido a la muerte en vida del artista y ha sabido tomarle el pulso al paso de los años en Cuba. Uno de los ejemplos, ya no tan recientes, fue el tema Ahora que te permiten criticar, una composición irónica sobre la realidad cubana que habla de cómo algunos artistas se montaban tras ver la luz verde institucional sobre el tren de la crítica mientras él venía haciendo lo mismo incluso cuando el terreno era más inhóspito y se pagaban las consecuencias por sentarse a escribir con criterio propio.
Hoy Pedro Luis cumple 70 años. La fecha debería ser honrada en los medios estatales cubanos, en las instituciones dedicadas a la promoción de la música. Quizás algún programa haga alguna pequeña mención y ojalá aparezca un trabajo que profundice en su obra y que recuerde el lugar que ocupa en la cultura cubana. Pero el optimismo, en este caso, es una habitación vacía.
Pedro celebrará su cumpleaños en un concierto en la ciudad de Miami, donde reside hace algunos años y donde ha dicho lo mismo que en Cuba. Es decir, donde ha sido el mismo Pedro Luis Ferrer que hemos conocidos en los escenarios nacionales. Cantará junto a su grupo y su hija Lena Ferrer, otra intérprete y compositora con una obra de probada calidad que sigue de cerca los pasos a su padre.
No creo que en la memoria de Pedro Luis Ferrer palidezca la nostalgia de Cuba. Porque cualquiera que lo escuche no solo está escuchando al trovador, sino también el palpitar de Cuba, con sus ritmos autóctonos, sus destinos y esas esperanzas por la isla que quizá se renuevan en cada concierto suyo tanto aquí como allá.
Hoy sus seguidores en la isla volverán a oír sus canciones con la esperanza también de verlo en esos conciertos que provocan esa estrecha comunión entre cubanos y donde se siente que todos somos (o hemos sido) esa Cuba real que nos circunda y que ha sido, entre otras cosas, lo más dulce y eterno que su canto nos regaló.
M gustaría q el concierto d Pedro o Luis Ferrer, por su cumpleaños 70 fuera en LaHabana. Allí estariía presente el público mas cercano al artista t y su obra.
Hace poco fui a grabar música en un USB en un banco y pedí a Pedro Luis Ferrer, lo tenían, pero no sabían quien era. Tuve que deletrear su nombre. Felicidades a ese gran músico