Entre los poderes de la música está el de ser banda sonora de un tiempo y una generación o incluso de varias. A través de un puñado de canciones es posible anclar los recuerdos en el tiempo. Son como hilos invisibles que interconectan a personas que quizá nunca más volverán a verse y hacen evocar momentos entrañables que no volverán.
Las canciones de Maná, por ejemplo, me trasladan a mis años de secundaria, a mediados de los 90 en mi natal Holguín. Sobre todo en noveno grado, cuando éramos un grupo de amigos con pelo largo y no parábamos de escuchar los casetes del conjunto mexicano.
Por entonces, con 14 años, nos autoproclamábamos tan fans de Maná que en una fiestecita nos atrevimos a sacar la música que sonaba con aquel “Muévelo, muévelo” o “Te ves buena” para imponer “Rayando el sol” y cantar a viva voz antes de que nos echaran de la casa.
Delirábamos con aquel primer disco de la banda, Falta amor, lanzado en 1990. También nos había llegado, no sé cómo, ¿Dónde jugarán los niños? y Cuando los ángeles lloran.
Conocíamos, además, vida y milagro de sus integrantes. Todas las ideas y vueltas desde que comenzaron a mediados de los 80 con el nombre de Sombreros verdes para luego mutar a Maná y, definitivamente, armarse con la formación actual: Fher Olvera como vocalista, guitarrista y compositor; Alex González en la batería, Sergio Vallín en la guitarra y Juan Calleros en el bajo.
Sus letras de amor y desamor, denuncia social, el sentirnos un poco rebeldes, su propuesta estética, una fusión musical de tantos ritmos… calzaba a medida con el final de nuestra adolescencia. Soñábamos con un concierto de la banda en Cuba; pero lo más cerca que llegamos fue que Fher Olvera viajara a La Habana para grabar “Si ella me faltara alguna vez“ con el gran Pablo Milanés para el álbum Pablo querido.
Con el tiempo se fue apagando el idilio. Algunos nos fuimos de Cuba. Otros, los menos, se quedaron. Perdí el rastro de esos amigos y también el de Maná. Pero siempre que escuchaba alguna de aquellas canciones, esbozaba una sonrisa y la cantaba.
Aparecieron las redes sociales y nos reencontramos por Facebook, veintipico de años después, cuando uno nos etiquetó a varios en una foto. Podía vérsele desbordado de emoción en la primera fila de un recital de Maná en Miami.
Reencuentro
Maná aterrizó en Buenos Aires como parte de su gira mundial México lindo y querido. Agotaron cinco presentaciones previstas en el micro estadio Movistar Arena, con un aforo de 12 mil espectadores.
A modo de telón, una gigantesca pantalla de led cubría todo lo largo del escenario. Mientras el público iba posicionándose, en la pantalla se proyectaba una catarina con dos rosas rojas por ojos y un sombrero de mariachis. Es el símbolo gráfico de la gira. Más mexicano, imposible.
Apagadas las luces del recinto, la pantalla se elevó hasta lo más alto. Sonó la voz de Bob Marley por los parlantes con el tema “Could You Be Loved” como introducción del show. Y ahí, sobre el escenario, apareció Maná, mis viejos conocidos.
El público estalló entre gritos y aplausos. Recorrí con la mirada la muchedumbre y tuve la ilusión de encontrar entre aquellos emocionados desconocidos los rostros lozanos de mis compañeros de la secundaria. Tuve el impulso de buscar entre la marea de gente a Héctor, Noelito, Michel, Abel, Miguel, Carlos Alberto, Ivette, Daylin, Odette, Luis Mario, Leiliana, Yurima, Yuniesky, Luis Santiago, Laritza, Dolmara, Fausto, Alexander…
Será una noche de pura entrega, por parte de Maná y de los 12 mil del público en el recinto; amenizada por un montón de canciones clásicas, la calidad de los músicos, el formidable sonido y el despliegue visual de la puesta en escena.
Se agolparán los recuerdos con cada melodía. Cantaremos a viva voz como si no hubiese pasado el tiempo; yo como si estuviera alrededor de aquella grabadora en una noche, en un portal cualquiera de Holguín.
Estaré así, atento a los detalles, durante las dos intensas horas que durará este viaje entrañable, evidencia de una caprichosa circularidad en la vida. Celebremos.
Un concierto espectacular
A Maná no le hace falta estrenar disco para salir de gira. De hecho, no sacan un fonograma desde Cama incendiada (2015) así que al abrirse completamente las puertas tras la pandemia hace un par de años, se lanzaron al camino.
Los avala una hoja de ruta con casi cuatro décadas de bregar por la música. Más de diez discos propios, otros álbumes en vivo o compilaciones. También decenas de colaboraciones. En su vitrina ostentan 4 premios Grammy, 9 premios Grammy Latinos, 26 premios Billboard Latinos y 15 Premios Lo Nuestro.
Bien podrían recostarse a su exitosa carrera y descansar. Pero nada más alejado. A estos cuatro músicos al parecer sigue moviéndolos la adrenalina de los conciertos, estar cerca del público y someterse, una y otra vez, a las exigencias de tocar en vivo.
Siguen por los vericuetos de la fusión sin descuidar su sello sonoro de banda de pop rock. Así transitan con soltura por el reggae, el pop, la balada, la ranchera y hasta los corridos mexicanos. Se dan el gusto de hacer algunos temas abolerados y saltar con maestría a pasajes de hard rock, ska o algo de blues.
Se reinventan en un mundo plagado por lo visual y la tecnología. Todo el caudal musical de Maná es acompañado por una puesta en escena alucinante. Todo roza la perfección sin que se vuelva mecánico, sin perder espontaneidad. Hay todo un inmenso equipo de profesionales del espectáculo detrás para brindar un show de primer nivel.
Para esta gira, de la abultada carpeta de hits, han escogido una veintena de temas. Armaron un repertorio donde no importa la cronología sino la concatenación para bailar, suspirar, cantar, enternecerse y, obvio, rockearla.
Como para sonar fiel a la memoria de sus grabaciones, el cuarteto agrandó la banda. Sumó a Juan Carlos Toribio en teclados, Héctor Quintana en percusión y Fernando “Psycho” Vallín en guitarras y coros.
Así abrieron el concierto en Buenos Aires: “Manda una señal”, el primer track de Amar es combatir, el séptimo disco de la banda, publicado en 2006. Acto seguido llegó “De pies a cabeza”, el segundo sencillo de su tercer álbum, ¿Dónde jugarán los niños? (1992). Luego soltaron “Corazón espinado”, el famoso tema compuesto junto a Santana.
La canción, incluida en el álbum Supernatural del guitarrista mexicano-estadounidense, en 1999, dio la vuelta al mundo. Todos recordamos su solo de guitarra en uno de los pasajes más memorables del disco. Esta vez Sergio Vallín se encargó del solo y demostró ser un fuera de serie. Varias veces Vallín sería protagonista en la noche, con toques rockeros que desatarían la ovación.
Continuó la cita con Maná: “Ángel de amor”, “Labios compartidos” y “¿Dónde jugarán los niños?”. Antes de cantar este tema, Fher tomó un par de minutos para reflexionar sobre el presente del planeta:
“Los Maná hemos hablado mucho acerca de cuidar a la naturaleza, la que nos da el día, el oxígeno, la luz, el calor. Por un lado, hace veinticuatro años que estoy con este tema, estamos tristes por el maltrato a la misma; por otro lado, vemos a jóvenes despertando y defendiéndola. La disyuntiva es cómo convencer al planeta de que recapacite. E incluso cómo cuidar a esa gente que está hablando de estos temas tan serios. En mi caso, doy testimonio porque soy un hombre de fe. Les digo algo: exíjanles a los políticos y empresarios que no jodan a la Argentina, que respeten a la Tierra. Este es un pequeño mensaje que les dejo para que guarden en su corazón”, sentenció.
De pronto , a un costado de la tarima apareció un enorme elefante inflable. A sus pies Fher cantó:
La tierra está a punto de partirse en dos./ El cielo ya se ha roto, ya se ha roto el llanto gris./ La mar vomita ríos de aceite sin cesar./ Y hoy me pregunté, después de tanta destrucción:/ ¿Dónde diablos jugarán los pobres niños?/ ¡Ay ay ay!/ ¿En dónde jugarán?
Llegó “Vivir sin aire” con el infaltable solo de armónica del vocalista; luego “Bendita tu luz”, “Mariposa traicionera” y cerró bien arriba una especie de primer bloque con el desgarrador “Se me olvidó otra vez”, tema de su compatriota Juan Gabriel, que Maná versionó en una mezcla entre cumbia y reggae en 1999 para la grabación de su MTV Unplugged. Luego vino “Oye mi amor” y otro cover, “Get Up, Stand Up”, clásico de Bob Marley.
Entonces fue el momento exclusivo de Alex, conocido también como “El Animal”, cuya madre, por cierto, es cubana. A solas con su batería, demostró su distintivo sonido, ese que le impregna las esencias rockeras a la banda. Durante unos 10 minutos derrochó habilidades percusivas. Velocidad, ritmo y creatividad en el manejo de progresiones, destiempos, fills y breaks. Además, es un gran showman. Canta, arenga a la multitud, hace malabares con las baquetas y salta desde su asiento con una energía contagiosa.
Acto seguido, se apagó todo el recinto y por unos segundos reinó el silencio. Todo era parte del espectáculo. Era el tiempo necesario para que Fher llegara hasta el fondo de la sala, a otro escenario más íntimo. Desde ahí, como si estuvieran en un bar, muy cerca de la gente, cantó la ranchera “El rey”, clásico del cancionero mexicano. Siguieron con “Te lloré un río”, “Huele a tristeza” y “Eres mi religión”.
Volvieron al escenario principal para cerrar la noche con “Me vale” en la voz de Alex desde la batería y Fher, Juan, Sergio correteando divertidos con sus instrumentos de un flanco al otro del escenario como niños en su salsa. “En el muelle de San Blas”, “Clavado en un bar” y “Rayando el sol” quedaron para la despedida.
En medio, Fher presentó a uno por uno de la banda. Dirigiéndose al público les deseó que ojalá tuvieran amigos como sus camaradas de ruta. “Llevamos más de treinta años juntos. Los matrimonios nos preguntan cómo lo hacemos. Hay mucho humor. Mucho respeto. Dejamos de lado los egos y vamos hacia un objetivo en común”.
Se prendieron los celulares y, como luciérnagas en medio del campo, todos corearon:
Rayando el sol, (oh, eh, oh) desesperación. / Es más fácil llegar al sol que a tu corazón./ Me muero por ti, (oh, eh, oh) viviendo sin ti./ Y no aguanto, me duele tanto estar así. / Rayando el sol.
Hubo lluvia de globos gigantes para que todo terminara como la gran fiesta que fue. Los músicos se despojaron de sus instrumentos y bailaron al borde del escenario al compás de “Angry”, de Los Rolling Stones mientras se despedían del público.
“Maná no es una banda de protesta, sino un tributo a las cosas que sentimos”, leí alguna vez que dijo uno de ellos en una entrevista. Es la síntesis de lo vivido en este concierto como un puente a esos momentos de alegría.