Ellos hablan todo el tiempo de la búsqueda. Así, como una sola. Pero nunca se refieren explícitamente a qué, pues en toda búsqueda subyace el sentimiento de lo perdido u olvidado: el origen del ser en una América descubierta, sitiada, relegada. Que respira dormida, como esperando que la hagan resonar. América de Mallkus, Amarus y Pachamamas. América mística.
Me dicen que las sonoridades tienen diferentes riquezas según el lugar, pero que la búsqueda es siempre la misma. Una conexión de nativo a nativo, de humano a humano, imposible de quebrantar. Y reafirman: “La búsqueda, tal como la música, no cree en fronteras ni límites, no conoce el concepto de nacionalidad”.
“Cuando estuvimos con los maoríes, en Nueva Zelanda”, me cuenta Andrés Fortunato, uno de los veintidós miembros del grupo, “hicimos un concierto para niños. Una vez terminado, se empezaron a ir. Nosotros no sabíamos qué estaba pasando, pensamos que no les había gustado. Al rato, volvieron con los instrumentos de sus abuelos que, por ser aun un país bajo colonia, no son bien vistos culturalmente. Ellos sintieron que tenían que mostrarnos sus instrumentos, que además son muy similares a los nuestros: zumbadores y caracolas que suenan como trompetas. A priori parece que estamos en puntos distantes del planeta pero no, estamos todos juntos”.
Con sus instrumentos, mascarada, perfomance, su mixtura de sonoridades acústicas y electroacústicas –todas extrañamente en estado puro-, la Orquesta de Instrumentos Autóctonos y Nuevas Tecnologías va creando paisajes sonoros por la geografía de tierras que permanecen secretas, ocultas.
“Es una propuesta más bien multisensorial”, me dice Lucas Mattioni, “porque está la iluminación, el aroma, con los instrumentos que son también ahumadores…” “Trabajamos además con la gestualidad”, agrega Anabella Enrique en esta suerte de conversación múltiple, “las artes marciales tanto de oriente como movimientos de la tradición americana, que ayudan a la interpretación del instrumento”. Y finaliza Julieta Szewach: “No es solamente lo sonoro o visual, es toda una concepción y una cosmogonía de la obra, de lo que da origen a esa obra”.
“Son conceptos que vienen de las tradiciones nativas de todos los pueblos. La danza, el canto, la ritualidad, el instrumento y su confección es una unidad en sí misma, indivisible”, sigue Anabella, “y esa es la idea, que cada músico cumpla todas las funciones, de investigador, constructor, compositor, intérprete”.
Los silbatos de la muerte, el tambor de agua, los llamadores de pájaros, el palo de lluvia… En su condición de luthier, la Orquesta tiene la creencia de que cada instrumento es único, elaborado de forma artesanal: “De esta manera, cada miembro puede encontrar su propia manera de interpretar, pues el instrumento en sí no tiene un solo sonido, todo está en las posibilidades de relacionarse con él”, me explica Julieta. A lo que Melissa Foss, la única norteamericana del grupo añade: “La apariencia de los instrumentos puede incluso variar, las sonoridades pueden tener diferentes riquezas según el lugar, pero la búsqueda es siempre la misma”.
Andrés, sentado a mi izquierda y con la intención de hacer un paréntesis en la conversación, comenta sobre la tarea antropológica que es la recuperación de instrumentos perdidos, los instrumentos autóctonos que identifican la Orquesta: “La idea parte de la maestra Susana Ferreres y el maestro Alejandro Iglesias, que han dedicado su vida a rescatar las culturas tradicionales y traerlas a la modernidad, sea en el patrimonio, en el conocimiento y cosmovisión, o en las formas de encarar la música. Hoy tenemos, en conjunto con el Instituto de Musicología, la colección de instrumentos americanos más importante que existe, viva además, porque no se encuentra en vitrinas ni museos, sino en nosotros que hacemos resurgir y resonar sus sonidos para que tengan el lugar que se merecen, así como lo tienen los instrumentos europeos.”
¿Cómo es el proceso de recuperación de esos instrumentos?
“Con las comunidades que aun existen hacemos trabajo de campo, conocemos de sus instrumentos y exploramos sus sonoridades. Ahora, ya con las culturas físicamente desaparecidas, los aztecas por ejemplo, necesitamos de las piezas expuestas en museos. Nos apoyamos con filmaciones, fotografías y hasta rayos X, pues cada instrumento es por dentro un mundo nuevo, complejísimo, como son los aerófanos. En otros casos, reproducimos piezas representadas en murales o códices antiguos. Nuestra intención es poder componer con estos instrumentos, para renovar los sonidos americanos. No se trata de volver hacia atrás y reproducir o recrear lo que se hizo antes.”
En la Orquesta conviven armónicamente los instrumentos precolombinos y electroacústicos, como la cinta magnética. Se fusionan al punto de que “se han dado situaciones muy especiales con chamanes a los que les hemos mostrado la música que componemos electroacústicamente y nos refieren haber escuchado el mismo sonido en sus rituales”, comenta Andrés.
“El asunto es que, acústicamente, los instrumentos autóctonos precolombinos tenían búsquedas sonoras de una profundidad estructural muy compleja. Hemos encontrado en templos grandes escalinatas subterráneas a donde se dirigían cauces de ríos y se generaban sonidos como truenos, a propósito. Nosotros podemos hoy lograr digital o eléctricamente ese sonido, pero la tecnología para generarlos ya existía hace miles de años, a base de arcilla y barro”. “Es lo que llamamos las antiguas tecnologías precolombinas”, puntualiza Anabella.
Aquí todo resulta extraño, mezclas de elementos aparentemente opuestos: etéreo y corpóreo, tradicional y moderno, popular y académico… “Es en realidad un tándem, tampoco es que las cosas estén tan separadas. Lo que nosotros llevamos a los conciertos es el resultado de proyectos de investigación llevados por equipos interdisciplinarios, donde los instrumentos se encaran desde lo iconográfico y lo acústico”, dice Lucas, “Gracias a eso, se han generado nuevas búsquedas, necesidades que, al final, generan nuevas obras”.
Pregunto sobre el concierto de hoy, en el Teatro Mella a las 8:30 pm, y recibo por respuesta un silencio de cómplices. La sorpresa, quizá la intimidad, vencen la respuesta, hasta que a una pequeña insistencia, Lucas habla: “Aquí tenemos compositores de Chile, Brasil, Argentina, con una riqueza muy amplia de instrumentos y sonoridades. En cada obra se trabajan detalles específicos, de manera tal que no se podrían encontrar dos iguales. Es un concierto que hemos preparado especialmente para el Festival y lo que representa el Maestro Leo Brouwer para nosotros”. “Fíjate si estamos felices”, me dice Anabella desde la otra esquina con su acento argentino, “que es la primera vez que viajamos juntos el grupo entero”.
La última pregunta de esta conversación múltiple, con cinco de los veintidós miembros de la Orquesta de Instrumentos Autóctonos y Nuevas Tecnologías, busca, quizá, una reacción incómoda: ¿Es la misticidad, la ritualidad, filosofía de vida o mero recurso?
Otra vez, obtengo por respuesta la cuestión de la búsqueda, “imposible de hacerse si no está dentro de una ritualidad y una sacralidad muy nuestra”, me dice Julieta. “Porque el trabajo de la orquesta forma parte también de un proceso de transformación personal”, continúa Lucas. “Si fuera un recurso”, me dice Andrés, “pues no funcionaría”, “porque fuera una mentira”, concluye.
De la búsqueda parte entonces el sentido del viaje, por pasajes exóticos y misteriosos, con sonoridades tenues y aulladoras y estridentes. Todo eso a la vez. Algo que racionalmente no entiendes, pero que te conecta y te lleva. Fe.
https://www.youtube.com/watch?v=kVJbsjSCw0Q?rel=0