El gran aporte de Cuba a la cultura universal se sustenta en su música, sobre todo la popular y bailable. Las concordias de danza, habanera, danzón, danzonete, tumba francesa (Guantánamo), chachachá, mambo, bolero, son, canción trovadoresca, cantos afrocubanos, toques de tambores, bembé, guaguancó, columbia, yambú, tahona, changüí, guajira, criolla, romanza, parranda espirituana, zapateo, conga, mozambique, pilón, pacá, simalé, dengue, guaracha, criolla, pregón, sucu-sucu, descarga (jazz), bolero filin y timba habanera son el resultado de confluencias sonoras de España, Francia, Inglaterra, Italia, Estados Unidos, Viena, China y África.
La mayor isla del Caribe es un vértice cardinal de ese triángulo completado por las otras dos grandes potencias de música popular en el mundo: Estados Unidos y Brasil. Reflujo de ida y vuelta en periplo por Asia y Oceanía y regreso al África (madre de casi todos los ritmos).
Blues y jazz (Estados Unidos), folclore de fronda procelosa: afluencia perfecta de lo melódico, lo rítmico y lo armónico (Brasil) y 180 años de recurrencia rítmica imperiosa de presencia en muchos espacios musicales del planeta (Cuba). Negros y mulatos han sido los generadores de esas tempestuosas antífonas surgidas por el encuentro cultural de Europa y África.
América, o mejor el Caribe: espacio de conjunciones melódicas y cadenciosas. Cuba, centro del jolgorio: semilla de habaneras, danzones y tangos congos; expansión del son (raíz de la bomba portorriqueña, la plena, merengue, vallenato, joropo y cumbia).
Sí, “el son es lo más sublime para el alma divertir”. El Sexteto Habanero graba sones en Nueva York en los años 20, y en la Exposición Iberoamericana de Sevilla de 1929 el Septeto Nacional, de Ignacio Piñeiro, impone “Suavecito”, un tema de sabrosa cadencia que los sevillanos hacen suyo: “Suavecito, suavecito/ suavecito es como me gusta más/ una linda sevillana/ le decía a su maridito/ me vuelvo loca, chiquito/ por la música cubana”. Los cuerpos se acercan, se contonean siguiendo los golpes de las claves y el rasgueo metálico del tres: “El son se convertiría en nuestro primer artículo musical de exportación”.(1)
1928: El Cabaret Lido de París recibe al pianista Oscar Calle, en su orquesta toca el trompeta Julio Cueva (autor de la popular guaracha “El golpe de la bibijagua”). El pianista Eliseo Grenet (compositor del hermoso y triste “Lamento cubano”) se instala en París y dirige, por un tiempo, la orquesta del Cabaret La Cueva. Crea la “conga de salón” (forma simplificada de las comparsas cubanas: los bailadores forman una larga fila en el recinto y conguean tomados de la cintura). El pianista y compositor Moisés Simons viaja a España y logra rotundo éxito con la zarzuela La Niña Merced; pero, el destino final es París, plaza que ya Rita Montaner ha conquistado haciendo popular “El manisero” (pregón que Simons compone en 1928 y se convierte en hit mundial).
Los parisinos bailan desbocados el “Ay, Mamá Inés” (“Ay Mamá Inés, ay Mamá Inés/ todos los negros tomamos café…”). Años 30: en la mayoría de los centros nocturnos de la Ciudad Luz hay un músico cubano (Marino Barreto, Pedro Guida, Rita Montaner, Lázaro Quintero, Antonio Machín, Don Azpiazu, Julio Cueva…) imponiendo el sabor de guarachas, boleros, congas y sones.
Madrid recibe a los pianistas Ernesto Lecuona y Armando Oréfiche. Lecuona Cuban Boys recorre el mundo. El italiano Alberto Rabagliati es el vocalista líder de la orquesta de Oréfiche. Sutileza europea en las armonizaciones y potencia rítmica cubana: clave del éxito. Preámbulos de la segunda guerra mundial: no hay pachanga europea donde no esté presente un músico cubano.
Nueva York. El trompetista Vicente Sigler Lalondrí llega a la Gran Manzana en 1920 y rápidamente impone su estilo con una orquesta conformada por músicos portorriqueños y cubanos. El violinista Alberto Iznaga (1906-1995) lo hace en 1929. Después de ser parte de la orquesta de Sigler, forma la exitosa Siboney, muy aceptada en los clubes neoyorkinos. El flautista, clarinetista y saxofón Alberto Socarrás (1908-1987) será el primer jazzista cubano en grabar un solo de flauta con la orquesta de Clarence Williams en 1929. La orquesta de Azpiazu alcanza reconocimiento en muchas ciudades de la Unión Americana, y el bolerista Panchito Riset hace época con su agudo y singular vibrato en resonancia de sugestivo fraseo palpitante, con la agrupación de Don Antobal (hermano de Azpiazu).
Por esos años, la Babel de Hierro también acoge a Eliseo Grenet, Alfredo Brito –autor del mejor arreglo realizado (hasta hoy) a “El Manisero” y miembro de la Orquesta de Paul Whiteman)– y a Antonio María Romeu. Mario Bauzá entra en 1932 a la Orquesta de Noble Sissle, y más tarde a la del baterista Chick Webb, en la que llegó a ser director musical y descubridor de una de las voces más completas del jazz, Ella Fitzgerald. Trompetista de la banda de Cab Calloway, fingió una enfermedad para que Dizzy Gillespie lo sustituyera y así se diera a conocer con Calloway. Anda por ahí Frank Grillo, Machito, el futuro director, maraquero y cantante de Afro-Cubans (primer ensamble en fusionar ritmos afrocubanos con las improntas del jazz estadounidense). Después La Lupe, después Celia Cruz, y muchos más.
Chano Pozo. Año 1946, viaja a Estados Unidos: breve colaboración con Miguelito Valdés y Arsenio Rodríguez. Míster Babalú lo presenta con Mario Bauzá y este, a su vez, lo lleva con el trompeta director de big band, Dizzy Gillespie quien quiere incorporar a un conguero en su orquesta. 29 de septiembre de 1947: concierto en el Carnegie Hall de New York. Suenan “Cubana Be”, “Cubana Bop” y “Afro-Cuban Suite” (G. Fuller): el delirio se adueña del lugar durante 30 minutos, los endiablados tabaleos del conguero y sus coplas en lengua yoruba transforman el rostro del bebop (“Poder rítmico misterioso y frenético”, exclama, el baterista regular de la banda, Teddy Stewart). La cantante Ella Fitzgerald –que está entre el público–le dice más tarde a Dizzy: “No sé, pero el jazz a partir de hoy será otro; ese cubano ha revolucionado sus pautas métricas”. No se equivocó la intérprete de “Sugar Blues”: nació el cubop, raigón de lo que hoy se conoce como latin jazz en su vertiente afrocubana. Después vendrían “Manteca”, “Tin Deo” (con James Moody), “Woody’n You” o “Guachi Guaro”. En “Carambola” (Chico O’Farrill), “Con alma” (Gillespie), “A Night in Tunisia” (Gillespie) o “Mambo Inn” (Bauzá) –piezas emblemáticas del jazz latino– se hacen evidentes las huellas del conguero, compositor y bailarín de Cayo Hueso. Los ritmos cubanos se reencuentran de manera determinante con el jazz norteamericano.
El 3 de diciembre de 1948, Bar Río, Avenida Lennox, Harlem: suena en la victrola “Manteca”, Chano se está tomando a pulso, un vaso de ron puro; vestido de blanco, calza zapatos de dos tonos, un pañuelo rojo –muestra de su veneración por Santa Bárbara–sobresale, doblado triangularmente, del bolsillo del saco; parece reconcentrado en la botella de licor. Entra a la cantina Cabito Muñoz –veterano de la segunda guerra mundial, proveedor a menudeo de marihuana–, quien ha engañado al músico habanero vendiéndole cigarrillos de “manteca blanda” (mezcla de orégano con muy poca hierba pura de marihuana). El autor de “Blen, Blen, Blen” le reclama: se produce una discusión que opaca los silbos de la sección brass de “Manteca”. “A mí, tú no me roba, ‘cabito’ e mierda”, dicen que dijo Chano. Se escucharon disparos. Cabito Muñoz vació el cargador de su pistola del ejército norteamericano sobre el autor de “Comételo to”. “Manteca” ya no suena en la victrola. Muere Luciano Pozo González. El costo de los pitillos, unos 15 dólares. Chano Pozo cargaba en su billetera 1500 billetes verdes: cuestión de hombría, no de dinero: un abakuá no puede permitir que le tomen el pelo de forma tan tonta. Esa noche iba a tocar con la orquesta de Miguelito Valdés. Tiempo después Benny Moré confesaría en una sabrosa guaracha mambo: “Qué sentimiento me da/ cada vez que yo me acuerdo/ de los rumberos famosos/ qué sentimiento me da/ ¡Oh, Chano/ murió Chano Pozo!/ […]/ Sin Chano yo no quiero bailar/ sin Chano/ a la rumba yo no voy más/ sin Chano/ pero, no puedo más/ sin Chano/ a la rumba yo no voy más…”. Fernando Ortiz escribió: “Chano Pozo fue un revolucionario entre los tambores del jazz, su influjo fue directo, inmediato. Por el tambor de Chano hablaban sus abuelos, pero también conversaba toda Cuba”. Después Tata Güines. Después los tamboreros del jazz: Cándido Camero, Patato Valdés, Orestes Vilató, Francisco Aguabella, Mongo Santamaría, El niño Alfonso, Angá, Francisco Mela, Luis Conte…
México. Presencia definitiva de Bola de Nieve, Benny Moré, Celia Cruz, Ernesto Lecuona, Hermanos Rigual, Acerina, Osvaldo Ferré, Juan Bruno Terraza, Julio Gutiérrez, Ninón Sevilla, Orlando de la Rosa, Adolfo Guzmán, René Touzet, Silvestre Méndez, Dámaso Pérez Prado, Sonora Matancera, María Antonieta Pons, José Antonio Méndez, Olga Guillot, René Cabel, Mariano Mercerón, Vicentico Valdés, Rolando La Serie, Rudy Calzado, Daniel Herrera, Osmany Paredes, Pancho Céspedes, David Torrens…
Chico O’Farril (1921-2001) el compositor y arreglista cubano más solicitado por los jazzistas estadounidenses durante más de 50 años: artífice fundamental del jazz afrocubano. Bebo Valdés cabalgando otra vez en Suecia y más tarde por el mundo con su Lágrimas negras y Cigala. Cachao, Juanito Márquez, Chocolate Armentero Paquito D’Rivera, Arturo Sandoval, Horacio El Negro Hernández, Miguelito Valdés, Yosvany Terry, Willy Chirino, Albita, Gloria Estefan, Pepe Rivero, Iván González Lewis Melón, Dafnis Prieto, Niuver, Gema & Pavel, Yelsy Heredia, Timbalive, Habana Abierta, Alain Pérez, Raúl Paz… (Curiosidades: en el hard rock, un cubano toca la batería en la Banda de Bon Jovi: Tico Torres. Alejandro González, de Maná, uno de los mejores bateristas del rock latino, es hijo de madre cubana. Y Juan Formell y Los Van en 1969. Y Chucho Valdés e Irakere en 1973.
Esto es solo un esbozo, apuntes que requieren un compendio quizás, más preciso. Músicos cubanos por el mundo: una larga crónica… Almanaque de muchas fechas. Huellas que se prolongan por todo el orbe. Sí, cualquiera puede volverse loco –como los sevillanos allá por los años finales de la década del 20 del siglo pasado– al escuchar la armonía y el ritmo de la Isla que, musicalmente, preside al Caribe.
Nota:
(1) Cristóbal Díaz Ayala: Cuando salí de La Habana, 1999.
¿Y los del Buena Vista Social Club? ¿Y Omara Portuondo, tan conocida como Celia Cruz? Y, sobre todo ¿dónde queda el triunfo de Rosita Fornés en México? Olvidos imperdonables.. (aunque sé que estp es solo un resumen apretado; pero igual…)