El nombre de Pedrito Martínez nos llegó a muchos de los que vivimos en la isla cuando ya era un triunfador en la ciudad de Nueva York y bastante más allá.
Su historia del chico que llegó a la Gran Manzana con la maleta cargada de sueños y lo logró todo parece sacada del cine.
De Cayo Hueso en Centro Habana a compartir escenario con los más grandes nombres de la música estadounidense, el camino de Pedrito puede parecer una reencarnación de Chano Pozo y otros tantos cubanos que, sin estudios académicos, a golpe de talento y sabor, conquistaron y aportaron mucho a la música universal.
La diferencia con Pedrito es que su carrera musical en la isla, antes de establecerse en Estados Unidos, fue breve y poco conocida para los grandes públicos, pero lo suficientemente sólida como para que fuera la propia música la que lo llevara allí.
Cuando salió de Cuba, el percusionista tenía suficiente conocimiento folclórico para sumarle a lo que encontraría en una de las ciudades más cosmopolitas del mundo y sacar de esa mezcla un estilo propio que le permitiría triunfar aquí y allá.
Desde hace unos tres años la presencia de Pedrito Martínez en Cuba ha venido haciéndose más frecuente. La primera vez que pude verlo en vivo fue en 2023, durante el Festival internacional Jazz Plaza, evento al que regresó este año, después de hacer participado en el Getting Funky in Havana a inicios de enero. Además, está anunciado entre los participantes del Festival de la Salsa, que tendrá lugar a finales de febrero.
Al Jazz Plaza el también cantante y bailarín vino con dos de sus proyectos musicales: Pedrito Martínez Group, con el que estrenó en vivo parte del disco que acaba de terminar y cuyo lanzamiento oficial será en marzo; y Elipsis, el trío que integra junto al percusionista mexicano Antonio Sánchez y el bajista estadounidense Michael League, líder de la banda Snarky Puppy.
Pedrito no solo vuelve a casa con su arte, contribuye además a que otros grandes del mundo lleguen a Cuba, una fórmula que ya había probado en 2023, cuando puso a la gloria de la percusión mundial Giovanni Hidalgo sobre la escena del Jazz Plaza.
Concertar una entrevista con él fue mágicamente fácil. Bastó coincidir en un lugar, planteárselo y tener por respuesta un “de aquí salimos con fecha y hora pactada”. Sin que hubiera que recordárselo, así fue.
Conversar con él fue descubrir cómo casi todas sus maneras de ver, entender y actuar en la vida y el arte, las explica en historias, en experiencias vividas, en nombres de personas y momentos exactos que fueron marcando su camino. Como si, más que hacernos saber cómo piensa o qué ha vivido, quisiera que aprendiéramos de sus propios tropiezos y certezas.
Llegar a la música sin tener una formación académica, ¿cómo fue ese camino? Pros y contras.
Fue un camino bastante difícil, pero muy lindo. Tuve la gran oportunidad de conocer a excelentes rumberos y exponentes del género afrocubano, que fueron mis mentores, que se convirtieron en mis grandes amigos.
Algunos de los que realmente marcaron más quién es Pedrito hoy día fueron Pancho Quinto, un señor increíble, un viejito con unos conocimientos de folclore cubano impresionante; Federico Arístides Soto, Tata Güines, con quien tuve la gran oportunidad de tocar los últimos tres años que viví en Cuba, tocábamos en el Hotel Cohíba; y también mi mentor, Román Díaz, que hoy vive en Estados Unidos.
La calle es una escuela muy particular. No puedo hablar de cómo son las escuelas de música porque no tuve la gran dicha de ir a una; pero el mío fue un viaje increíble. Es un aprendizaje muy personal porque los que te digo que son mentores no se sentaban conmigo a enseñarme los patrones: yo aprendí de forma autodidacta por mis propios medios y fue muy lindo porque íbamos compartiendo ideas, mezclando conocimientos diferentes. Fue, como digo yo, un aprendizaje divergente, no convergente.
Tuvimos que buscar ciertas directrices, protocolos y fórmulas para hacer que las cosas funcionasen de esa manera. Los viejos me decían: “Mira, debes sentarte para tocar el batá de esta forma, la postura es muy importante”; pero otros grandes sabios decían que la postura no es importante porque todo está basado en tu complexión física.
Yo veía a Papo Angarica, que ponía el tambor mayor casi en el piso y, sin embargo, veía a Andrés Chacón que se sentaba recto, y empecé a hacer preguntas. Yo soy súper curioso, siempre fui preguntón de muchacho y a veces molestaba. Pero yo decía: “Bueno, si se requiere que pegunte para que yo adquiera conocimiento, tengo que hacerlo”.
¿Hay un momento en que conscientemente decides que la música será tu camino o fue algo que fluyó?
Realmente fluyó. Yo estaba en judo —fui muy bueno en el judo y el atletismo—, y había un muchacho que vivía justo en la esquina de mi casa, que siempre pasaba con sus tumbadoras, sus chequerés, y me llamaba la atención.
Frente a mi casa estaba el cine Strand [San Miguel entre Hospital y Aramburo]. Allí ensayaban orquestas como la Ritmo Oriental, Neno González y Pancho el Bravo, y uno se nutría ahí de toda esa música tan bella.
Pero no sabía por dónde entrar, a quién acudir para entrar al mundo de la música popular cubana. Y le pregunté a mi vecino. Su tío tenía un grupo en el Gran Teatro, y me dice: “Te voy a llevar un día al ensayo a ver si te gusta”. Fui para allá con él y recuerdo que pasé una de las vergüenzas más grandes de mi vida, porque yo no tenía ritmo, yo no sabía realmente los patrones que iban en qué género folclórico.
Estaban tocando congo, y la campana del congo es un 6×8 muy rápida, y me dice “coge la campana”, y el brazo se me empezó a cansar y empecé a echar el tiempo para atrás, y para atrás, y para atrás, y se paró todo el mundo. Se giraron para mí, y pasé mucha vergüenza. Pero realmente fue una experiencia indeleble, porque llegué a mi casa con una inspiración y unas ganas de aprender folclore cubano, como es, de verdad… Así fue como comencé.
¿Pensaste dedicarte a otra cosa?
No. En mi casa era deporte y música. Mi tío Mariano, que fue campeón de lucha grecorromana, el hermano menor de mi mamá, nos enseñó a bailar a todos, y desde muy niños siempre supimos lo que era la buena música, la fiesta. En mi casa se hacían muchas fiestas. Mi papá tenía un amigo que se llamaba Guerrero, que era un buen guitarrista, y amanecíamos escuchando a mi mamá cantando boleros. Mi papá no es un buen bailarín, no sabe tocar, tiene muy poco ritmo; pero le encanta la música. Vengo de una familia a la que le fascina el arte.
A la mayoría de los cubanos les llegó el nombre de Pedrito Martínez cuando ya estabas triunfando en el mundo, pero pocos conocen tu trayectoria musical en Cuba, ¿cómo fue?
Fui muy afortunado, porque ahora la nueva generación no ha tenido la posibilidad de compartir con esos grandes representantes del folclore cubano que ya no están: Santa Cruz, Jesús Pérez, Andrés Chacón, Candito…
Estuve en un grupo que se llamaba Oriki, del maestro Pupy Insua, pero el director era Hugo Oslé, quien fue una persona que realmente me ayudó muchísimo en la confianza como artista, a salir a un escenario y siempre tratar de dar lo mejor de mí.
En la Casa de África teníamos un espectáculo. Pasábamos por todos los géneros, afrocubano, hacíamos bantú, gaga, vudú, tumba francesa, arará, yoruba, rumba. Esa fue la Biblia de mi aprendizaje. Ahí adquirí muchísimo conocimiento con Pupy Insua, que era el primer bailarín de Yoruba Andabo.
El periodo que estuve con Oriki, teníamos una sede en la Casa de África. Tocábamos todas las semanas: ensayábamos y hacíamos eventos los fines de semana. Y fue donde realmente me puse duro con el folclore, porque estábamos todos los días practicando y con aquellas ansias de ser grandes, de viajar, de salir por el país. Fue muy lindo, la verdad y realmente les agradezco a todos estos grupos folclóricos, a todos esos artistas, esos grandes músicos.
Emigrar es un proceso difícil en general, pero para los artistas y profesionales tiene el peso de la duda de si podrán volver a hacer lo que hacen, lo que aman hacer, ¿lidiaste con eso?
No me sucedió porque yo no era nadie, básicamente. Era músico y nosotros los músicos somos muy soñadores. Era 1998. Tenía la esperanza de llegar a Nueva York y poder cumplir mis sueños, que eran llegar a ser alguien. Venía con una sed de aprender, con un hambre de grandeza y estaba en la ciudad correcta. Yo llegué y el cambio fue increíblemente perturbador.
De tocar folclore, de hablar solamente español a llegar ahí y encontrarte suizos, rusos, turcos, chinos, japoneses. Una ciudad muy diversa.
Lo primero que hice fue ir a ver grupos de jazz. Había un lugar que se llamaba Zinc Bar en Manhattan. Ahí iban las mejores bandas de latin jazz, de jazz, de música brasileña, de cumbia. Llegabas a ese huequito y te encontrabas la mejor música de la ciudad de Nueva York. Ahí aprendí muchísimo.
Comencé a comprar discos de música africana: Salif Keïta, Oumou Sangaré, Baaba Maal, Fela Kuti. Empecé a escuchar música, todo tipo de música. Me encerré a estudiar por horas; tantas, que mi esposa decía que me iba a enfermar. Yo dije: “Me enfermaré, pero cuando salga a la calle voy a ser un león”.
Accidentalmente llegó a mi correo electrónico una carta que había que llenar de una competencia, Thelonious Monk, que hacen todos los años en Washington. Cada año es un instrumento diferente. Ese año, 2000, era de percusión.
Había que enviar 5 minutos de un solo de percusión y un resumen de con quién habías tocado. Lo envío, me aceptan y cuando llego ahí, era el único que tenía un currículo chiquitito, decía: Tata Güines y Pancho Quinto. Los otros muchachos estaban graduados a las escuelas de música de Berkeley, de Columbia. El único rumberito ahí era yo. Y tenía dos colmillos de oro, parecía un objeto anacrónico ahí.
Paso a la semifinal, y gano después la competencia Thelonious Monk. Herbie Hancock me entregó el premio, que era 20 mil dólares y la oportunidad de ir a una escuela de música. Eso me abrió todas las puertas. Ahí firmé con todas las compañías que estoy firmado hasta ahora. Increíble. Me cambió la vida.
Eres la muestra de lo que es el talento pero también el ser aplicado, ¿cuál de los dos ha sido más importante para cumplir tus sueños?
Uno necesita del otro. Tú necesitas esa disciplina, la perseverancia, la tenacidad, la fuerza y el buen carácter siempre. Porque yo vi, a través de todos estos años, a grandes artistas caer por ser déspotas, por ser personas que realmente no son conscientes de que antes de ser músicos somos seres humanos y nos debemos respeto.
Eso es algo que me identifica. Por lo general me gusta estar siempre de buen humor, de buen carácter y tratar a los demás con mucho respeto. Eso me ayudó muchísimo en la ciudad de Nueva York, donde hay tantos caracteres y culturas diferentes.
Pienso que parte de ser artista es tener la capacidad de ser elocuente a la hora de hablar, saber expresarse y poder llegar no solo con la música.
Antes de nosotros subir a un escenario, hay un sinnúmero de personas que se nos acercan, que hablan con nosotros y están buscando ese acercamiento al artista, la parte humana. Eso es más importante para mí que ser artista, y de ahí, todo fluye.
Mirando un poco hacia atrás, ¿todo lo que has vivido alcanzó, superó, o se quedó por debajo de tus expectativas?
Superé mis expectativas. Soy un muchacho que viene de un barrio marginal, de Cayo Hueso, y lo primero que realmente me causó una alegría inmensa fue verme en casa de Bruce Springsteen grabando el disco suyo con su esposa. Yo veía a Bruce Springsteen en “We are the world”, y decía “quién es ese ronco, que me gusta su voz”, y de momento, estar sentado en su casa, yendo para su estudio, me cambió la vida. Fue una experiencia imborrable.
¿Cómo es tu ejercicio mantenerte centrado en lo que haces pero atento y sumando a tu trabajo todo lo otro que está pasando en la música?
Vivo en una ciudad que me exige aprender muchos otros géneros musicales, y creo que está en mi ADN ya. Me encantan los retos y hacer cosas diferentes. Cada uno de mis discos ha sido muy diferente en cuestión de concepto, en cuestión de instrumentación. Me fascina eso.
La medida del éxito es la incomodidad, y la vida me ha puesto a prueba en muchas ocasiones, y me encanta. De hecho, yo pienso que soy el músico que soy por las vergüenzas que pasé anteriormente y me alegro de eso. Es la dualidad de la vida: tienen que pasarte cosas malas, tiene que haber cosas buenas; ese es el equilibrio.
He experimentado muchas cosas increíbles habiéndome sentido mal al principio. Me sucedió con Sting y Elton John en este proyecto que se llama Rainforest. Yo estaba con una ansiedad, pensando coger la tumbadora y hacer un solo de rumba y nada que ver. Me hicieron poner un set inmenso y estuve tocando toda la noche tamborín. Estaba frustrado, molestísimo. Era toda la noche con las panderetas en un concierto de 2 horas. Y todavía él me decía “Big, brother Pedro, big”. “Quiero que exageres eso, que todo el público vea que hay un percusionista atrás”. Aprendí que la música en los Estados Unidos no es solo tener la capacidad de tocar las tumbadoras a un nivel excelente, sino que tienes que saber cómo usar otros elementos, otros colores.
¿En qué momento decides formar tu agrupación?
Todo en mi vida —me atrevo a usar términos absolutos— ha sido accidental. Nunca quise ser director de grupo ni pensé que iba a estar escribiendo las canciones de todos mis discos, ni que tenía la capacidad de componer o hacer arreglos musicales. Y sucedió accidentalmente.
En el tiempo que decido hacer mi grupo estaba girando muchísimo con Paquito D’Rivera, con Horacio El Negro y con Yerba Buena; lo menos que tenía en mente era ser director de grupo y estar escribiendo canciones y echarme esa responsabilidad arriba.
Abren un restaurante que se llama Guantanamera, en el centro de la ciudad de Nueva York y un amigo mío me dice que necesitan un grupo que tocara la semana entera, de lunes a domingo. Y yo dije que no podía, que no tenía tiempo para eso.
Pero mi amigo me dice que comenzara, y que ya cuando el grupo estuviera cuadrado, dejaba algún suplente; pero estaba esa sede para cuando no estuviera girando. Y lo hice así.
No esperé que fuera a explotar tan rápido. Ese lugar se volvió un centro de descarga, músicos de todas partes del mundo iban y terminaban la noche en Guantanamera. Y me di cuenta de que ese lugar había causado sensación a un nivel descomunal cuando veo a Eric Clapton, Steve Winwood, Steve Gadd, Ross Tylerman, Milton Nascimento y Roger Waters sentados ahí. Esa noche me di cuenta de que algo increíble estaba pasando.
Tomé eso en serio y empecé a mandar suplentes para los otros trabajos. Guantanamera fue una explosión. Todos los artistas iban, porque además el Lincoln Center estaba a dos cuadras y terminaban de tocar en los eventos allí y todos los músicos para Guantanamera.
Fue increíble, fue realmente el trampolín y el salto a la popularidad, porque ahí no teníamos ni que ensayar. Tocábamos la semana entera y todos los temas los montábamos tocando.
Como no escribía canciones todavía, cogía los temas que más me gustaban, que me gustaban para bailar, que no tuvieran tanta complicación de arreglo y los montaba con el grupo. Después me viene la necesidad de empezar a componer.
Empecé a componer en los aviones. De noche, cuando la gente estaba durmiendo, me venía la musa; así compongo todavía. Y empiezo con mi teléfono así bajito, grabando las melodías. Pero cuando me vienen las canciones, me vienen con letra y melodía. Es una cosa muy rara.
El tipo de música que haces requiere entender la energía de Cuba. ¿Cómo te mantienes adquiriendo el cúmulo de conocimientos al que estás expuesto en Nueva York y, a la vez, conectado con el lugar de donde vienes y su música?
Llevo muchos años en la religión. Y, afortunadamente, en la ciudad de Nueva York toco en muchas actividades religiosas. Tengo mi propio tambor de fundamento, como se le dice, y cuando no estoy de gira, los fines de semana siempre estoy haciendo actividades religiosas.
La rumba tiene una fuerza increíble y un alcance indescriptible. Desde que llegué a Nueva York he sido testigo de que se toca rumba, se toca batá, no como en Cuba, pero los rumberos que están allá quieren mantener vivo el legado de la música. Una de esas personas soy yo, que he incluido en todas mis producciones una rumba, un batá, un canto yoruba.
No puede morir, y no va a morir siempre y cuando haya personas como yo y como muchas que hay en Estados Unidos tratando de incluirlo en sus producciones de salsa, de latin jazz.
A mí hay que decirme que no lo ponga, que no lo incluya para no hacerlo. Pero está difícil que me lo digan a esta altura. Eso es parte de mi forma de componer, de mi sistema, de mi fórmula.
Pero cada vez que vengo a Cuba, siempre noto que regreso a Estados Unidos con una energía mucho más positiva, con una actitud de “quiero seguir creciendo”. ¿Por qué? Porque, aunque parezca que no, a pesar de que Cuba no tiene tanta diversidad de música que venga del exterior —porque aquí interna tenemos un sinnúmero—, el cubano es una esponja. Tenemos capacidad de entendimiento y de meternos en otros géneros y salir a flotar, y sobrevivir.
He venido en muchas ocasiones y me he dado cuenta de que el género reparto está ahora muy fuerte. Y yo dije: “Bueno, ¿por qué no voy a tratar de entrar un poco en ese mundo?”. El primer tema de mi disco nuevo se llama “Ilusión óptica”, que es el nombre del disco. Y lo hice con Yomil y con Alexander Abreu. Y el segundo tema se llama “Filosofando en clave”, y tengo a Wampi y a Cimafunk. Me encantan los retos, me encanta mezclar cosas diferentes.
Cuando estaba componiendo y haciendo la producción del disco anterior, Ruben Blades quería ser el productor. Con cuestiones de películas y demás, se complicó y no pudo hacerlo, pero sí cantó dos temas en el disco. Uno se llama “Compa Galletano” y el otro “Antadilla”.
Y el maestro me dijo, “Pedro, lo más importante en la composición, en la música, es que a ti te guste lo que estás haciendo. No compongas, no escribas para el público. Compón para ti, escribe para ti. Y si a ti te gusta lo que estás haciendo, lo demás es secundario”.
Aunque para nosotros los artistas lo más importante sea el público, a la hora de la composición es imposible hacer feliz a todo el mundo. Por eso, por lo general, trato de llamar en mis composiciones a un jazzista, a una persona del mundo del pop, del mundo del R&B, mezclar todas esas cosas y ver el resultado. Si no funciona, busco otros caminos, pero ¿por qué no hacerlo? Cuando alguien te dice: “Este es el único modo de hacer algo”, es porque en realidad hay muchas más formas.
En los últimos años ha crecido tu presencia en los escenarios cubanos, en los grandes eventos musicales. ¿Qué representa para ti venir a hacer lo que nunca hiciste cuando vivías en Cuba?
Siempre quise hacerlo. Pedrito siempre estuvo aquí.
Es una cuestión de momentos, de oportunidades y de tiempo también. Desafortunadamente, no pude hacer la carrera que quería aquí en Cuba, pero me alegro muchísimo de estar representando a Cuba en el mundo entero. Una de las cosas que realmente me tocó el corazón fue uno de los eventos que Cubanismo fue a hacer en Estados Unidos, en un teatro que se llama The Town Hall.
El maestro Juan de Marcos me subió al escenario como invitado y dijo: “Tal vez muchas personas no lo conozcan en Cuba, pero aquí sí todos lo conocemos. Y yo quisiera decirles que este muchacho es el que está manteniendo la bandera cubana en alto en los Estados Unidos, pero no porque está haciendo música cubana, es el tipo de música que está haciendo, que es nuestra música afrocubana, nuestro folclore”.
Eso es un compromiso para mí, una misión tremenda y un peso tremendo, pero me siento inmensamente agradecido por sus palabras.
El año pasado vine nueve veces a Cuba. Y estoy siempre en la búsqueda de cosas nuevas, sonidos nuevos, para ver qué incorporar a mi música; pero a la vez vengo a llenarme de oxígeno, de mi gente, de mi familia, de mis hermanos, de mi Cuba. Eso nadie me lo va a sacar del sistema.
¿Tiene más posibilidades un músico cubano de hacer carrera fuera de Cuba o hace falta hacer carrera en Cuba?
Yo hubiese querido hacer carrera dentro de Cuba, porque hubiese querido experimentar y nutrirme un poco más del público cubano, de ese aplauso del público cubano, de esos halagos de la fanaticada cubana. Es diferente.
En Estados Unidos, en dependencia del tipo de festival, del tipo de venue o del lugar en que toques, es un público diferente. En los Performing Arts Centers, tocamos para un público un poco más de la tercer edad, que solamente van a escuchar la música; pero vas a un festival y es otra dinámica, totalmente diferente. Vas a un club pequeño y es distinto.
Aquí tú vas a cualquier tipo de evento y vas a ver un público muy parecido, con una energía muy parecida. Hubiese querido hacer carrera aquí en Cuba, como la que tengo en Estados Unidos ahora. Pero bueno, el esfuerzo fue arduo y al final no importa donde haya triunfado, lo que estoy representando es lo mismo: la bandera cubana. Dentro o fuera, ahora mismo no importa para mí. Estoy aquí y allá, y estoy haciendo la misma función, representando y dándole valor a la música cubana como lo lleva, como le toca.
Eres religioso, e imagino que seas de los que creen que venimos al mundo con una misión, ¿cuál es la misión de Pedrito Martínez?
Pienso que mi misión es unir. Soy muy familiar, me encanta la unidad. En la mayoría de los grupos que he tenido, nos hemos llevado como hermanos. No es que Pedrito es el director del grupo y va en una guagua diferente o coge un avión privado. Me gusta manejar yo mismo 5 horas con el grupo, reírnos, escuchar música.
Vengo de un hogar muy funcional, somos cuatro hermanos de la misma madre y el mismo padre y lo que conozco es eso: dar y pasarla bien, estar de buen humor siempre, de buen carácter, compartir.
Me gusta venir a Cuba, pasar tiempo con mis amistades, hacer grabaciones. Es lo que realmente hace a Pedrito feliz: esos momentos pequeños; esos pedacitos de alegría. Voy aprendiendo mucho a la vez. Y eso me llena el alma.
¿Qué te queda por hacer, qué sueño inmediato tienes?
Puede parecer egoísta y demasiado ambicioso si te digo que tengo muchos más sueños por cumplir; pero hay muchos más. Y ya la vida me ha dado la oportunidad de cumplir la mayoría de los sueños.
Cuando vivía en Cuba, vivía el diario. Lo que el destino y las fuerzas arquetípicas, los santos del Panteón Yoruba, me pongan en el camino, lo acepto, con la frente en alto y estoico. Entonces la vida me dio todo. Me dio unos padres excelentes, me dio una esposa excelente, me dio una hija maravillosa, me dio unos hermanos maravillosos y me dio la música, que me hace el hombre más feliz del mundo.
Mis discos han estado nominados a los Grammys. He tocado en producciones que han ganado Grammys. He tenido el reconocimiento de entidades del Gobierno de Estados Unidos. Me han dado muchos premios. Siete veces consecutivas mejor percusionista de jazz de los Estados Unidos. Me dieron un premio a la excelencia que se llama Sphinx, que se lo dan a tres músicos en todos los Estados Unidos y lo entregan en la Casa Blanca. Gané el premio de Thelonius Monk a mejor percusionista de jazz…
Tengo salud, soy una persona que se cuida mucho; me han dado esa fuerza de espíritu para no desviarme por el mal camino, a las drogas, al alcohol. ¿Qué más puedo pedirle a la vida?