Al cumplirse este 20 de agosto 120 años del natalicio de Rita Montaner Facenda en la villa habanera de Guabanacoa, permanece intacto el mito que crea esta cantante y actriz a lo largo de 30 años de intenso quehacer profesional, asociados a hitos en los anales de la cultura cubana.
Tras egresar en 1917 del Conservatorio Peyrellade —con los títulos de profesora en las especialidades de piano, canto y armonía—, la Montaner está preparada para emprender una trayectoria artística que entonces frenan el primer esposo, los nacimientos de sus dos únicos hijos y prejuicios sociales hacia la inserción de la mujer en el ambiente farandulero.
Ella empieza a romper esas barreras desde principios de los años veinte del pasado siglo, cuando —según el intelectual Alejo Carpentier—, por “[…] su timbre de voz exquisito, que acaricia el oído, así como por su mucha seguridad al atacar las notas altas y su escuela inmejorable”, la entusiasman las ovaciones del público en conciertos de Eduardo Sánchez de Fuentes, Jorge Anckermann, Gonzalo Roig y Ernesto Lecuona, y los elogios recibidos al ser la primera voz femenina en escucharse durante el programa prístino de “variedades” artísticas que en 1922, desde la emisora PWX, inicia las transmisiones radiales en Cuba y el resto de América Latina.
Sin embargo, un hecho que acontece en Nueva York en 1926 será determinante en su transitar a plenitud por los senderos del arte: “En el hotel Plaza de aquella ciudad se organizó un gran concierto a beneficio de los ciegos de New York. Se me invitó a tomar parte en él y accedí con mucho gusto. Me oyó entonces el empresario Roxy, que me hizo proposiciones que hubiera aceptado si no tuviese ya en mis manos el contrato que me ofrecieron los Follies Schuberth [sic] con los que salí en tournée presentándome en la revista Una noche en España”.
Venciendo obstáculos conyugales tendentes a frenar su condición de mujer “independiente y enérgica en todas las manifestaciones del intelecto”, según su propio decir, un año después regresa a La Habana para encabezar el elenco de la primera temporada de arte lírico cubano de envergadura, la cual —bajo la guía de Ernesto Lecuona— comienza sus faenas el 29 de septiembre de 1927, en el teatro Regina, con el estreno de Niña Rita o La Habana en 1830, cuya partitura firman el autor de La comparsa y Eliseo Grenet, director musical de la compañía constituida al efecto.
Solo un genio como Ernesto Lecuona, capaz de calar en los profundos misterios del teatro, tiene tan certera visión de la versatilidad vocal y escénica de Rita, que hasta ese instante nada más canta a Tosti, Puccini, Schumann y Rossini o selectas páginas de la música criolla. Según criterios del maestro, solo ella sería capaz de llevar al negrito calesero José Rosario a planos insospechados, por ciertas particularidades que la distinguen de otras tiples: una inusual y convincente conjunción cantante-actriz y un inimitable gracejo espontáneo.
Todas las consideraciones lecuonianas son confirmadas a partir de la fecha de aquel estreno, al plantarse Rita Montaner en la escena criolla maquillada de negro y travestida mediante una chaqueta de algodón y calzón ajustado, sombrero de copa, guantes de seda blanca y altas botas acharoladas con hebillas plateadas, para entonar, en orden primario, “¡Ay, Mamá Inés!”, de Grenet. El tema sella su triunfo personal y deviene el mayor éxito de Niña Rita, primera obra cubana que puede llamarse zarzuela como tal e iniciadora de la etapa dorada del género en el país.
Ese tango-congo da la vuelta al mundo, luego de la primera grabación discográfica hecha por ella, junto con sus interpretaciones de “El manisero”, de Moisés Simons y “Canto siboney”, de Lecuona. Se trata de una especie de premonición de un suceso que, casi de inmediato, aflora en la nación: el afrocubanismo. Como tendencia estética, humanista y sociológica, incita a nuestros intelectuales a rescatar los aportes de África a nuestra cultura y para ello toma como centro de interés en sus creaciones al negro, discriminado hasta entonces a lo largo de más de cuatro siglos.
Rita Montaner se convierte en su máxima expresión y, con tal repertorio, empieza a protagonizar jornadas gloriosas para Cuba en Europa y América. “La música afrocubana tiene en mí una cultivadora fiel porque la siento”, patentiza en aquel tiempo. Carpentier corrobora cómo ella “en los dominios de lo afrocubano, resulta insuperable (…) Se ha creado un estilo: nos grita, a voz abierta, con un formidable sentido del ritmo, canciones arrabaleras, escritas por un Simons o un Grenet, que saben, según los casos, a patio de solar, puesto de chinos, fiesta ñáñiga y pirulí premiado…”.
En posesión y dominio de ese estilo —representativo a escala universal de la auténtica forma de ser y sentir del cubano—, sustituye en el Palace, de París, a la diva Raquel Meller. Recorre Estados Unidos de Norteamérica con la Compañía del célebre Al Jolson y la obra The Wonder Bar (El Bar Maravilloso), que le permite obtener prestigio a escala continental. Es aclamada en España, Venezuela, Perú y Puerto Rico y hace exclamar a Agustín Lara que, en los labios de la Montaner, “la canción alcanzó cumbres jamás igualadas” durante los días iniciales de sus frecuentes actuaciones en México, país donde recibe incontables muestras de cariño de Arturo de Córdova, Pedro Infante, Elvira Ríos, Lucha Reyes, Gloria Marín y Andrés Soler. Esas muestran se reiteran al viajar en dos oportunidades a Argentina y actuar en la radio y teatros bonaerenses, indistintamente acompañada por Libertad Lamarque, Hugo del Carril, Enrique Santos Discépolo, Juan Carlos Thorry, Nini Marshall, Mercedes Simone, Lola Membrives, Mecha Ortiz, Tita Merello…
Sin embargo, transitar de una a otra latitud del planeta no impide a la Montaner consolidar su reinado artístico —por tres décadas— en la tierra natal. Recibe contratos en las mejores radioemisoras, ofrece atractivos recitales con páginas de un vasto repertorio, el cual abarca arias de óperas, lieder, operetas, zarzuelas, sainetes líricos, canciones europeas, norteamericanas y latinoamericanas y la mayoría de los géneros y estilos de la música popular cubana. Centraliza largas temporadas en el cabaret Tropicana y de teatro lírico o popular en coliseos habaneros.
Aparece en unas 15 películas que se ruedan en Cuba y México, así como en algunas producciones con directores de la talla de Emilio (El Indio) Fernández y Ramón Peón. Al inaugurarse la televisión cubana, en 1950, su presencia y calidad profesional se imponen en programas musicales, cómicos y dramáticos. Mientras tanto, continúa su participación en espectáculos, al lado de reconocidos artistas como Edith Piaff, Los Chavales de España, Benny Moré, el Trío Matamoros, Sindo Garay, Marta Pérez, Miguelito Valdés, Celia Cruz, Olga Guillot, María Cervantes, Rosita Fornés, Esther Borja, Dámaso Pérez Prado, Luis Carbonell…
A su vez, los más connotados autores musicales de la época se inspiran en la tipología de Rita Montaner al dedicarle varias partituras. Tales son los casos de Emilio Grenet, Gonzalo Roig, Rodrigo Prats, Gilberto Valdés, Julio Cueva, Rafael Blanco Zuazo, Alberto Zayas, Orlando de la Rosa, César Portillo de la Luz, Arsenio Rodríguez, Nilo Menéndez, Chano Pozo e Ignacio Villa (Bola de Nieve), su pianista-acompañante en diferentes circunstancias, aparte de los ya citados Eliseo Grenet y Ernesto Lecuona. Este último, el más famoso y difundido de nuestros compositores, la llega a calificar como “la más grande artista de Cuba de todos los tiempos”.
Considerada desde antes un ídolo popular —con el epíteto de La Única—, el 28 de marzo de 1942 recibe un multitudinario homenaje de admiración en el estadio La Polar. En una crónica que publica ese día, Nicolás Guillén le otorga el máximo calificativo que, hasta entonces, un intelectual de la Isla otorgara a un artista nativo, al proclamarla Rita “de Cuba”, “porque su arte expresa hasta el hondón humano lo verdaderamente nuestro (…) pues solo ella, y nadie más, ha hecho del ‘solar’ habanero, de la calle cubana, una categoría universal”.
Su última década de vida transcurre en una intensa labor en canales de la televisión y la programación teatral habanera. Como parte de esta última, el 1 de marzo de 1956 su nombre trasciende a los primeros planos de la opinión pública, al estrenar en Cuba la ópera “La Medium”, del compositor ítalo-estadounidense Gian Carlo Menotti, en la sala Hubert de Blanck.
Unos meses después, pierde la voz actuando en la comedia Fiebre de primavera, de Noel Coward, en la sala Arlequín. Es el prólogo de meses difíciles para Rita Montaner, en los cuales queda confirmada la enfermedad que pondrá fin a su existencia: cáncer de laringe. El 10 de octubre de 1957, desde los estudios del Canal 6 (CMQ), en el edificio FOCSA, se le dedica el más grandioso homenaje tributado en Cuba a una artista, con la espontánea participación de las máximas figuras nacionales y extranjeras que en ese momento laboraban en La Habana.
Horas más tarde, en la prensa se publica una nota con la firma de la Montaner y su agradecimiento al que ella estima el mejor partícipe en aquel acto: el pueblo.
A la una de la madrugada del 17 de abril de 1958, Rita Montaner fallece en el hospital Curie. Al siguiente día es sepultada en la necrópolis de Colón, acompañada con la música de sus éxitos y las lágrimas del pueblo al que, como expresión de nuestras raíces africana y española, de lo mestizo, de lo criollo, representa a través de un mito, precedido por los calificativos de La Única y Rita de Cuba…
Pero independientemente de que su nombre cristalizara en una leyenda de la cultura iberoamericana, la originalidad y autenticidad del arte de la Montaner, como avizora el intelectual Luis Amado Blanco, equivalen a una presencia insustituible en el corazón de los cubanos, para todos los tiempos:
Una lágrima, cien lágrimas, pero las lágrimas ¡son tan poca cosa! (…) Tú estarás viva en nosotros mientras podamos ir tirando. Así lo quiso el cielo. Conformémonos con lo irremediable. Apretemos el paso y sigamos cada cual a lo suyo. Así tiene que ser, así está escrito. Pero con el pañuelo en la brisa, y en el pañuelo un revoloteo de canción postrera:
—Adiós, Rita Montaner. Adiós, ya que a Dios te fuiste.
Excelente! Nunca va a dejar de estar entre nosotros. Una aclaración: sus éxitos en Buenos Aires debe haberlos exhibidos en teatros porteños, no en “teatros bonaerenses”. Bonaerense es el gentilicio de la Provincia de Buenos Aires, en tanto porteño es el gentilicio de la Ciudad de Buenos Aires.