Ya termina el concierto y Santiago anuncia que repetirá algunas canciones. No le ha gustado cómo quedaron, confiesa, por más que todos hayamos quedado especialmente complacidos. “Pueden permanecer en la sala, o irse si lo desean”, dice dirigiéndose al público, a su público que, al cabo de décadas, le es fiel, lo conoce y lo quiere tal como es. Su público se queda entonces y lo acompaña en ese acto de reparación preciosista; casi contradictorio cuando ya le han perdonado, con risa comprensiva, que en medio de un tema musical hiciera una pausa inexplicable y encendiera meticuloso un cigarrillo, antes de decir: “Les juro que no me acuerdo de qué carajo sigue ahora”.
Celebraba entonces su cincuenta cumpleaños con un recuento de su obra: había, pues, canciones que no tocaba hace tiempo, y no tuvo reparo alguno en echarlo a ver. Como no lo había tenido en apelar a la colaboración del auditorio durante una grabación en vivo en el año 2000: “Estamos haciendo un disco, así que aplaudan un poquitico más exagerado”.
No es nada más que el desenfado “santiaguino”, mezclado con su humor natural. La sinceridad redonda, la misma que como escudo no le da más que el corazón desnudo, el anti espectáculo, entendido este como pretensión, pose, lentejuela, afeites. Sin ensayo ni guion, o con uno que será subvertido, felizmente irrespetado, Santiago Feliú en escena se me antoja como en la sala de su casa, un día común; solo que guitacanturreando, interpretando letra y música sobrecogedoras, tocando con la izquierda, pero conservando alineación para diestro en las cuerdas; o bien sentado al piano, la armónica casi siempre al unísono con las cuerdas mismas o, incluso, el teclado.
Nació en La Habana, el 29 de marzo de 1962. Alumno de Silvio Rodríguez, quien lo considera “un hermanito”, y con influencia de otros grandes como Noel Nicola, ostenta una obra prolífica recogida en los once fonogramas que conforman su discografía. A finales de los ´70 el propio Silvio los presentaba a Donato Poveda y él en el programa televisivo “Te doy una canción”. Después, a mediados de los ´80 conoce a los que con él se consideran parte de una misma hornada entre la nueva y la novísima trova, si bien existen diferencias esenciales entre ellos: Frank Delgado, Gerardo Alfonso y Carlos Varela.
El menor de los Feliú ha impuesto su poética, resultado de trova, rock, jazz y otras influencias, en el intento –ya visiblemente exitoso– de “a toda costa de lograr el mayor equilibrio entre música y poesía”, como ha dicho alguna vez.
Santi ha vivido fuera de Cuba, especialmente en Argentina, su segundo hogar. Pero regresa siempre a esta tierra. La sensualidad de la Isla lo llama, los motivos de inspiración que sabe le aguardan detrás de cualquier esquina, o de cualquier boca, o donde la ilusión tuvo hijos, sobrevolando sueños, esperando ser encontrados, sublimados, dulcemente cantados; aunque luego, en algún concierto, puedan ser, por un instante, apenas olvidados.
Fotos: Alejandro Ramírez Anderson