Quiso el destino que ambos coincidieran en tiempo y espacio, Huberal Herrera pudo conocer a Ernesto Lecuona, el genio nacido en Guanabacoa un 6 de agosto hace 125 años.
Aun cuando el piano no reproduce la música de Lecuona, la casa de Huberal se encuentra inundada de recuerdos: libros, discos, retratos e incluso un molde de yeso con el rostro del autor de La Comparsa.
Su casa resulta un espacio singular en la barriada de Los Sitios en Centro Habana donde, si se camina por el lado correcto de la acerca, puedes escuchar el percutir de las teclas del piano que te traslada a otros lugares alejados del bullicio y la anacrónica arquitectura del entorno.
Allí Huberal nos cuenta, con la misma parsimonia con la cual toca el piano, que mientras cursaba estudios de abogacía en la Universidad de la Habana en los años 50 del pasado siglo, llegó al hogar de Lecuona a través de amistades en común:
“Un matrimonio amigo mío, él era profesor de la Facultad de Geología en la Universidad y ella pianista organista, Clara Borges, tenía un hermano que cantaba en los conciertos de Lecuona, Rolando Borges, quien le habló a Lecuona de mí. Fuimos un día a su finquita y ahí comenzó la amistad, a partir de que me escuchó y le gustó como interpretaba sus obras”, confiesa a OnCuba.
El reconocido pianista le explicaba en aquel entonces a Herrera que tenía un talento poco común y debía elegir el mundo del arte. “Me gustaba mucho el derecho también, pero él determinó el camino que he recorrido hasta ahora”, nos dice.
Para un joven intérprete y admirador de la música de este compositor, conocer a su ídolo y tener la oportunidad de mantener vivo su legado en el piano resulta un honor significativo, una labor que Herrera ha sabido prestigiar porque más allá del genio musical de su “maestro”, logró conocer al ser humano cuyos valores estaban a la altura de su virtuosismo.
“Lecuona era una persona encantadora. Su carácter era muy pasivo, gustaba de estar en su casa, la finca, rodeado de aves, sin hacer mucha vida social. A él había que ir a verlo por eso su casa siempre estaba llena de gente, decir en aquel momento ‘yo soy amigo de Lecuona’ le daba cierta etiqueta de importancia a esa persona”, por eso ayudaba a todos y eran pocas las cantantes de la época que no le debían algo, pues las ponía en sus programas o les componía canciones.
“Era muy ameno y atendía muy bien a quien lo visitaba —precisa— Todo le daba igual y no se ponía bravo con nada ni con nadie. Había incluso rumores, sabes que la gente habla lo que no deben y lo que no saben, y decían que en su finca hasta había orgías, cuando en aquel lugar solo se tomaba mucho café y té, bebidas alcohólicas solamente vino en Noche Buena y vísperas de Año Nuevo”.
Rememora con tristeza que “era un empedernido del café y el cigarro, era uno tras otro, eso fue lo que lo mató. Ser amigo de Lecuona fue una bendición. A su lado siempre se aprendía mucho”, concluye.
Reconocido por la crítica nacional y extranjera como el mejor intérprete de la música de Lecuona, Herrera lleva más de 60 años dedicado al rescate del patrimonio sonoro del autor de reconocidas piezas de la música cubana, que abarca zarzuelas, vals, música para cine, composiciones para piano y canciones.
¿Cuándo inicia esa labor de rescate?
Desde chiquito estoy escuchando su música. Mi mamá tocaba algo de piano y una tía por parte de padre también. El que había en mi casa era un piano pianola, que trabajaba por rollos, picados ya con música, era de pedales, y en mi casa había una cantidad incontable de rollos de Lecuona.
Lecuona era un ídolo aquí y afuera. Ya al establecer contacto con él y entablar la amistad, me obsequiaba manuscritos y obras por lo cual me di a la tarea de tocar y practicar más su obra.
Cuando él partió, quedó su hermana Elisa, con la cual también entablé amistad y me proporcionó mucha música. Recuerdo que había una danza que me llamaba mucho la atención, La 32, que no la tenía escrita en aquel momento, pero si grabada en un disco de 78 rpm, entonces me dije que iba a escribir esa danza.
A pesar de que era bastante complicada la saqué bastante rápido, considerando la calidad de aquellos discos grabados en la década del 20, un disco que se había puesto mucho y tenía mucho scratch. Cuando la tuve lista fui a casa de Elisa y quedó impresionada cuando toqué esa danza.
Tuve además contacto con una pianista que trabajaba con él, Sara Jústiz, quien también me dijo que hiciera lo mismo con Preludio en la noche. Así me fui embullando y me puse a rescatar y escribir aquellas obras grabadas, hasta que surgió el ciclo de tres programas de la música de Lecuona.
El primero de aquellos recitales fue en la Biblioteca Nacional José Martí, después en la sala de conciertos de la Sinagoga Judía (al costado del Centro Cultural Bertolt Brecht) y luego en el Teatro de Bellas Artes.
Así me fui haciendo de esa popularidad pues la música de Lecuona gusta más que los clásicos europeos, y las personas fueron aportándome manuscritos y grabaciones y fui acopiando.
También fui mucho a archivos y bibliotecas a copiar día tras días notica a notica, pasar eso en limpio… era muy trabajoso. También fui haciendo versiones de obras que él no transcribió para piano.
Precisamente en ese aspecto, de los momentos más importantes fue cuando Gonzalo Roig me dice un día que había una obra de Lecuona que debía tocar: Del Manglar. Le dije que tenía entendido que esa obra no existía, que había desaparecido…
Lecuona y Roig fueron grandes amigos, trabajaron juntos muchos años y prácticamente no podían vivir uno sin el otro, pero tenían sus discusiones; un buen día Roig, de carácter más imperativo, en medio de una discusión le dice a Lecuona que Del Manglar más nunca se iba a tocar, y le dijo que lo había quemado, incluso tenía una copa de plata con unos papeles quemados y le decía que allí estaban las cenizas de la pieza.
Las partituras de los instrumentos las conservó y me las dio. El único problema era que en ese libro de partituras estaban todos los instrumentos, menos el piano, entonces tuve que hacer una versión del piano ajustada a la partitura.
Hubo una época en la cual no escribió tanto para piano porque empezó su fascinación con el teatro lírico y le escribía a todos los cantantes. La cantidad de zarzuelas que escribió es bastante grande, aunque las que más se conocen son Rosa la China, María la O y El Cafetal, pero él tiene obras valiosísimas en esa variante.
Entre tantos temas de Lecuona que ha interpretado en sus 91 años, Herrera no tiene favoritos, incluso dentro de la música en general: “Siempre tuve la divisa de que todo lo que iba a tocar me tenía que gustar, nunca he pensado en piezas preferidas, ni siquiera de Lecuona, sus composiciones eran tan directas, tan sinceras y cubanas, que le gustan a todo el mundo”.