Ulises Aquino (La Habana, 1963), si no el mejor barítono nacional de todos los tiempos —cosa que siempre será difícil de medir— es, al menos, la figura cubana del bel canto de más proyección internacional y el que, al frente de la compañía Ópera de la Calle, más ha sonado, suena y, al parecer, seguirá sonando por largo rato.
Desarrolló sus capacidades vocales al cuidado de su padre, el también barítono Rafael Aquino, y, en el Instituto Superior de Arte de La Habana, con el maestro Hugo Marcos.
Su exitosa vida profesional comenzó el 11 de agosto de 1985 en el Gran Teatro de La Habana, nada menos que con la ópera Los payasos, de Ruggiero Leoncavallo. A partir de ese momento, obtiene numerosos premios en certámenes de canto lírico de Alemania, Austria, Francia, España y Estados Unidos. Ha actuado bajo la batuta de directores de la talla de Enrique García Asensio, Luis Remartínez, Leo Brouwer, Elena Herrera, Roberto Sánchez Ferrer, Bertrand de Billy y Norman Milanés, alternando en escena con figuras tan renombradas como Montserrat Caballé, Plácido Domingo, Victoria de los Ángeles, Pedro Lavirgen y Gianpiero Mastromei, José Bross, Youn Shik, Marcelo Giordani y Bertrand de Billy, entre otros muchos.
Aquino ha desempeñado roles importantes en óperas, operetas y zarzuelas. Se recuerdan sus desempeños en Rigoletto, El barbero de Sevilla, La traviata, La boheme, Los pescadores de perlas, Cavalleria rusticana, Un baile de máscaras, Luisa Fernanda, Los gavilanes, La leyenda del beso, Los bohemios, La revoltosa, Cecilia Valdés, María la O, El cafetal, Amalia Batista, La del soto del parral, La tabernera del puerto, La rosa del azafrán y La viuda alegre, entre tantas que ha interpretado.
Hombre activo, polémico, con gran capacidad organizativa y una demostrada vocación de servicio a la sociedad, en abril de 2006 Aquino crea la compañía Ópera de la Calle, un proyecto que se propuso —y logró— acercar el canto lírico al numeroso público no especializado, sacando los espectáculos de los recintos teatrales y tomando como escenario parques (Lennon, en La Habana; Céspedes, en Santiago de Cuba), barrios y zonas rurales (Sierra Maestra, Sierra del Escambray).
Es notorio, además, el repertorio que han ido creando, que mezcla piezas tradicionales del bel canto con ritmos cubanos e internacionales, desde Lennon hasta Frank Delgado.
En estos diecisiete años de intenso y fructífero trabajo, la ODLC, a pesar de sus presupuestos fundacionales fuera de cualquier discusión, y de sus éxitos en la arena internacional, no ha tenido un camino exento de obstáculos.
En El Cabildo, su sede, muy próxima a donde el habanero río Almendares encuentra salida al mar, luego de acondicionar un terreno baldío, levantaron un escenario y abrieron un restaurante privado, gestionado por ellos mismos, cuyos ingresos estaban destinados a contribuir a sufragar los gastos de la compañía, que también recibe financiamiento del Ministerio de Cultura.
Ahí presentaban cada noche un espectáculo de alrededor de una hora en el que se fusionaba el canto lírico con el rock, la rumba, el son, el pop, la música sacra afrocubana… En uno de esos vaivenes de la maltrecha economía nacional, fue clausurado el restaurante (2012) bajo la acusación de enriquecimiento ilícito (salarios de 2000 pesos, 80 dólares al cambio de la época), y luego vuelto a abrir. Hasta hoy.
Estoy en la casa de Ulises Aquino, en el reparto Kohly. Es una nave enorme, reacondicionada por él, incansable constructor, para que los hijos tengan siempre una base a la que regresar. Algunos de ellos han emigrado. Esto lo entristece. Pero hay que echar pa’lante, así es que nos ponemos al curro mientras atacamos las existencias de café. Este sábado 30 de septiembre el maestro arriba a la sexta década de vida. Es mi pretexto para la visita.
Eres hijo del barítono Rafael Aquino. Supongo que esa influencia directa decidió tu inclinación por el bel canto. ¿Desde cuándo supiste que sería tu camino en el arte?
Ser hijo de Rafael Aquino y ser cantante ha sido un reto, porque es muy difícil que no nos comparen. Claro que hubo una tremenda influencia suya a la hora de decidirme por el bel canto. Fue quien más me insistió en el género. Yo tenía otras inclinaciones dentro de la música popular, pero él insistía en que mis condiciones vocales eran ideales para la ópera. Y así me fui involucrando con el género, me fui enamorando. No resultó difícil, porque desde niño era lo que más veía.
Pero cuando audicioné por primera vez para el Teatro Lírico Nacional, y vi las reacciones positivas de los más importantes artistas de esa época, fue cuando verdaderamente tuve conciencia de las condiciones vocales que tenía. Entonces le di la razón a mi padre, comprendí que para mí ese era el camino. El más difícil de los caminos.
¿Cómo llega un joven cubano a preferir una modalidad musical en apariencia ajena a su cultura? ¿No sentiste la “tentación” de interpretar otros géneros de los tantos que existen bajo el rubro de música popular?
Ya te respondí parte de eso. Déjame agregar que el género lírico no era ajeno para el público cubano, muy al contrario. En los años 60, la época de mi padre, fue furor. Me tocó un tiempo de renacimiento del movimiento lírico cubano, y el renacer de la ópera a nivel mundial, con los tres famosos tenores: Luciano Pavarotti, Plácido Domingo y Josep Carrera. Se llevaban las grandes óperas a espacios abiertos nunca antes vistos, plazas inmensas…
No me era ajeno el canto lírico. Me resultaba muy atractivo. Un reto tremendo.
Cuba, además, siempre tuvo a lo largo de su historia una tremenda presencia de la ópera y la zarzuela, desde la época colonial. Aquí venían prestigiosas compañías de los géneros grande y chico.
Según tu experiencia, ¿qué tal es la enseñanza del canto lírico en Cuba?
La enseñanza del canto en Cuba ha tenido siempre un nivel de excelencia. Grandes Maestros hemos tenido, desde los primeros, como Francesco Dominici, Ojeda, Margarita Hourrutinier, Mariana de Gonitch, Rafael Aquino, Hugo Marcos, Manuel Pena… Muchos.
Tuve mucha suerte. Mi padre fue mi primer maestro, el que verdaderamente desarrolló mi órgano vocal. Después me perfeccionó Hugo Marcos, sobre todo en los estilos, el bel canto propiamente.
Otros profesores, como Pena, Caballé, me dieron tips, pero ya yo era un profesional. Tomaba sus consejos, pero la enseñanza real fue de mi padre.
Cuando acudí a estudiar a la Scala, ya era un cantante hecho. Resultó más importante ver e intercambiar en el Teatro de la Ópera, el más importante del Mundo, que la enseñanza propiamente dicha. La Scala me ayudó considerablemente a escoger el repertorio indicado para mi voz.
Debutas con la ópera Los Payasos. ¿Es una obra que te gusta particularmente? ¿Qué papel te correspondió? ¿Cómo recuerdas el momento en que sales a escena por primera vez? ¿Qué tal fue la reacción del público? ¿Sentiste miedo escénico? ¿Lo sientes aún?
Los Payasos es una ópera que he interpretado muchas veces. Debuté como Silvio, el más romántico de los personajes de barítono, y fue tremendo aquello. Me tenía que apoyar en una sola pierna, porque temblaba mucho. Si me apoyaba en las dos, la voz se me entrecortaba por los nervios. Ha sido la vez que más nervioso me he puesto sobre un escenario.
A partir de esa tremenda experiencia, me empeñé en que cada salida a escena fuera como entrar a la sala de mi casa, y disfrutar con todas las cosas que hacen que la vida te sorprenda para tener una respuesta a cada situación nueva que se presente.
El público siempre ha sido muy generoso conmigo. Me he sentido hasta mimado. En más de cuarenta años de carrera, y habiendo cantado en tantos lugares del planeta, considero un privilegio lo vivido en todos los escenarios.
Nunca he sentido miedo escénico. He sido muy cómplice de los públicos, y he logrado conectar muy rápido con ellos.
Según veo en tu hoja de vida, has alternado con grandes figuras del arte lírico mundial. ¿Comentarías cómo fue presentarte junto a algunos de ellos?
He coincidido en escena con verdaderos monstruos del género. Además, con figuras cubanas que han sido muy reconocidas internacionalmente, como Alicia Alonso, Rosa Fornés, Leo Brouwer, Frank Fernández, Hugo Marcos, Elena Herrera, Rembert Egues, Sánchez Ferrer, Pablo Milanés, Luis Carbonell… En fin, en tantos años, ¿con cuántos artistas geniales no habré alternado? Lamentablemente, no puedo recordarlos a todos.
¿Hay algo que quieras contar sobre Plácido y Montserrat?
En el caso específico de Plácido Domingo, fui yo quien más insistió con él para que visitara Cuba. Y lo logré. No sin muchas dificultades. Existe un profundo nexo entre él y las temporadas de zarzuelas de sus padres en La Habana. Pudo volver a ver el Teatro Martí, donde tanto actuaron. Me une hacia Plácido una relación de amistad sincera y de mucha admiración.
Montserrat Caballé, la gran diva, era una mujer muy simpática, cercana, llena de música. Su esposo, Bernabé Martí, un excelente tenor, estaba emparentado con nuestro Héroe Nacional, José Martí. Eso contribuyó a fomentar la cercanía.
Tuve la dicha de ser manejado por el más grande de todos los agentes de la ópera, el gran Miguel Lerín, del que guardo gratos recuerdos, y a quien deseo mucha salud y larga vida.
En fin, he caminado un poco por los márgenes de un universo complejo como es la ópera, partiendo de las particularidades del país donde nací. En la época de mi máximo esplendor era casi una quimera soñar con esos logros.
Me parece que a escala mundial se componen pocas óperas, género que, según algunos, va quedando como arqueología musical. Sé que hay zarzuelas cubanas, algunas muy notables. ¿Y óperas?
Te sorprenderías al saber que no es así. La producción de nuevas óperas es tremenda hoy en el mundo. Lo que ocurre es que no se compone al estilo de la ópera tradicional. Se hacen muchas óperas contemporáneas, incluso con temáticas pasadas, de otras épocas.
Nosotros, en Cuba, hicimos el estreno mundial de la ópera Hatuey, con la dramaturga Elise Thoron y el músico norteamericano Frank London; y antes habíamos estrenado la ópera Benkos en Cartagena de Indias, obra del maestro Jorge Emilio Fadul. Te puedo citar, asimismo, la ópera contemporánea Espíritus, escrita por Claudia Aquino y Dairy Llanes, y estrenada por Ópera de la Calle en 2017, en el Gran Teatro de La Habana.
Hay una buena producción de nuevas óperas, solo que no siempre tienen la oportunidad de llegar a escena.
Relata brevemente el concepto ópera de la calle. ¿Cómo ha sido su desarrollo en Cuba? ¿Cuáles serían los principales hitos de la compañía? ¿Qué apoyo necesitaría para tener mayor impacto en el público general? ¿Existen en otros países experiencias similares a las de la ODLC?
La Ópera de la Calle surge como una alternativa a la ópera tradicional. Me parecía necesario que el pueblo se sintiera representado con su música y sus arquetipos en escena; salirse un poco de los estereotipos del artista lírico tradicional y buscar otro artista más integral, más cercano a las nuevas formas de expresión, que pudiera conectar con las nuevas generaciones. Y lo logramos.
Luego los espacios en los que sorprendiéramos al pueblo y lo atrapáramos con nuestro arte, también lo conseguimos. Entregando mucho de lo que quería ese pueblo ver y mucho de lo que nosotros queríamos que vieran. Sin duda ha sido un suceso tremendo.
Luego viene la parte burocrática de este asunto para sostenerse, cosa que siempre me ha costado mucho trabajo. Lo hemos ido sorteando durante dieciocho años, que no es poco.
Hacer entender a la burocracia es muy complicado. Creamos nuestro propio espacio para actuar, que necesitaba de subproductos tanto gastronómicos como de otra índole para sobrevivir. Y eso fue complejo que se entendiera, al punto de que hubo una absurda decisión en su momento de cerrarnos. Parece que le molestó a alguien. Fue un escándalo internacional.
Sin embargo, hoy cualquiera tiene un espacio como el nuestro sin tantos problemas, incluso algunos de esos recintos son un atentado al arte, a la creación.
Así ha sido nuestra existencia. Una lucha constante.
¿Qué tienes por delante, en un plano inmediato, como intérprete?
Ulises Aquino cantante, ha llegado al momento en que puede decidir qué canta y si canta. Eso es una bendición. No estoy obligado a cantar para comer o para sostener a mi familia.
Hoy puedo escoger lo que hago. A mi alrededor he creado un magnífico entramado que permite que muchos jóvenes encuentren un espacio de expresión. Durante años mi esposa, Daiellie Bignotte, directora artística, ha desarrollado un tremendo programa de desarrollo con jóvenes de la comunidad, algunos de los cuales hoy son excelentes profesionales, parte de nuestra Ópera de la Calle, y que siguen generando belleza en sus presentaciones; algo definitivamente imprescindible en nuestra vida cotidiana.
Hoy canto porque es lo que más me gusta hacer.
Eres activo en las redes sociales, donde debates temas de muy diversa índole, casi siempre relacionados con la actualidad del país. ¿Sientes un deber de participación cívica o te gana el aspecto lúdico de la tecnología digital?
No soy muy activo en las redes sociales. Simplemente las utilizó para expresarme.
Como no existen otros espacios en los que el individuo de a pie pueda canalizar sus inquietudes sociales, políticas y culturales, acudo a las redes. En ellas intercambio criterios con muchos amigos.
Soy de los que piensan que el primer deber de un ciudadano es expresar su visión de las cosas. También creo firmemente en la libertad de expresión como una necesidad de todos; aún cuando no comparta determinadas posiciones. La libre expresión es, además de un derecho, un deber cívico.
Estoy convencido de que no puede llegar a ninguna parte una sociedad hipócrita, que piense una cosa y exprese otra para complacer a las altas esferas, que se mienta a sí misma y justifique sus errores y sus carencias.
El único camino para remediar las situaciones que nos impone la vida es el reconocimiento de la realidad tal cual es. Edulcorándola y mostrando una falsa imagen de la realidad no vamos hacia ninguna parte.
Así pienso. Así, en consecuencia, actúo.