El siglo XXI me encontró en La Habana. Estudiaba en la universidad, caminaba las calles de esa mi ciudad y tenía unas ansias de saber que aún me duran. En ese momento se gestaron muchas preguntas que siguen rondándome.
La banda sonora de aquellos años es amplia. Escuchaba todo lo que me caía en las manos, pero hay un par de agrupaciones que evocan las ganas y las esperanzas de esa época. Habana Abierta es una de ellas. La otra, más que una banda, era, o es, un proyecto, un suspiro de esperanza, lanzado en una botella a un futuro que aún nos espera. Ese proyecto llenó el aire de chispas y todavía me emociono queriendo ponerle letra a Escriba y Lea con las Tubular Bells.
El proyecto reunió a un grupo de músicos maravillosos. Me atrevo a decir que, más que músicos, son un grupo de intelectuales que marcaron la educación sentimental de una época. Le pusieron rostro, ritmo y sabor a muchas de las ansias que habitaban La Habana de esos días.
Roberto Carcassés, Robertico, me recordó todo esto y mucho más, en un concierto que me llenó de nostalgias hace unos días en Berlín. Me lo recordó porque la música es también diálogo y el jazz una expresión maravillosa de ello. Me lo recordó en Berlín, donde por suerte han venido a dar algunas de esas personas lindas con las que vengo conversando desde entonces, con los que comparto sueños y preguntas.
El concierto tuvo un toque íntimo por el lugar y las canciones escogidas. Fue en un pequeño bar de Charlotenburg, a media luz y lleno de sonrisas. En el piano Robertico, en la batería Javier Reyes y en el bajo Checho Gómez, en algunas canciones se incorporó Regis Molina con el saxofón, lo que dio más colores a los arreglos de este versátil pianista. Con composiciones de Robertico, de Lecuona, Cachao, Emiliano Salvador y otros, este piquete puso a gozar al público, que al final siguió pidiendo “otra”.
La maestría de Carcassés estuvo acompañada por una humildad tan cautivadora como su música. A través de esa humildad se le vio conectar con los músicos como si fueran amigos de mucho tiempo. De ahí que me atreva a decir que la amistad es la alegoría que le dio inicio al concierto. Con su tema Claro de Luna en Marianao y un evidente contrapunteo con Debussy comenzó el concierto. Este tema es una mezcla que bien pudiera ser un soliloquio interpretado al piano; pero también podría ser una conversación imaginaria entre una barriada habanera y los quehaceres musicales y artísticos de muchos amigos y amigas, que además hacen música juntos. La música, sus melodías y notas, llenaron el espacio, también, de cierto romance.
Cuando este elenco generoso empezó a tocar Cubanos por el mundo, se me vino abajo el andamiaje emocional con que sobrevivo el invierno; me pregunté por toda esa gente hermosa que conocí a principios de los 2000 y que andan en su mayoría desperdigados por el mundo. Gente con la disfruté tantos conciertos, salidas al teatro, exposiciones o películas en el Chaplin; con quienes bailé y discutí Cuba, el sueño de lo imposible.
Pero Robertico no dejó que la nostalgia se impusiera y terminó con el tumbao timbesco que se ha impuesto en la música cubana desde los noventa y al que yo no me puedo resistir.
El timbre de la música cubana de los noventa es inconfundible y sus influencias son muchas. Todo esto se sintió en la música del pianista de Marianao. Se podía escuchar su formación clásica, sus influencias desde un Manuel de Falla hasta Jelly Roll Morton. Todo este despilfarro de generosidad musical con la clave de guía calentó el invierno berlinés.
Y sí, el público gozó y la clave sonó: Pa — pa — Pá — pa — Pá: a gozar que las bombas están cayendo —yo ahí pondría un “aunque” y dejo la nostalgia a un lado y me pongo a pensar que hay muchas cosas por hacer.
Gracias Robertico por reunir a todos esos músicos desde hace más de veinte años, gracias por la música y los valores que vienen con ella, gracias por esa humildad tuya, gracias por interactuar. Nos vemos en el próximo concierto.