La presencia de Arturo O’Farril ya se ha vuelto recurrente en los escenarios del Festival Jazz Plaza. Desde la primera vez que viajara a Cuba, dice, ha tenido el sueño de conectarse más y más y más –él insiste en expresarlo de esa manera- con la tierra de su padre. Porque lo importante no es dónde uno nació, sino de dónde es que uno viene. Nacido en México y crecido en Estados Unidos, O´Farril habla en un español con el acento clásico del gringo. Convivencia de varios elementos a la vez, lo latino, hispano, africano y norteamericano que se funden en una música: el latin jazz.
“Yo siento que existe un amor entre Cuba y Estados Unidos demasiado fuerte, demasiado intenso. Una pasión que no tiene que ver solo con la política o la ideología –eso es secundario-, sino con el simple hecho de que la gente se quiera. Yo por ejemplo vivo allá, pero cuando estoy aquí siento que estoy en mi tierra, con mi gente.
“Cuando Dizzie Gillespie conoció al gran conguero Chano Pozo, se estableció entre ellos una conversación sobre las raíces que tenían en común, siendo uno norteamericano y el otro cubano. Al punto que Dizzie dijo una vez: “Yo no hablo español y él no habla inglés, pero los dos hablamos África”. Y me puso a pensar, porque cuando tú conoces a alguien que comparte tus raíces, lo siguiente es preguntarse, ¿a dónde vamos ahora? Dizzie siempre dijo que la música afrocubana y el jazz no están del todo separadas. Y yo lo creo. Es mucho más importante para nosotros y el progreso de nuestra música entender y seguir el camino que tenemos juntos.
“De ahí el proyecto Conversación continuada, donde le di a seis músicos la misión de realizar esa composición. Del lado acá están Yassek Manzano, Michel Herrera y Alexis Bosch, y del lado allá Michel Brouswomen, Darris Prieto y Arturo O’Farril. Aunque es difícil porque no podemos estar todo el tiempo juntos, la conversación imaginaria está presente en el disco y el proyecto. Tenemos elementos de África, Cuba, religión, de Djs… Es un disco muy bonito que vamos a grabar aquí, en los estudios Abdala.
“Pero la Conversación continuada no es solo un disco, es todo un concepto para la educación. Yo tengo el sueño de traer estudiantes de Estados Unidos y hacer un taller de 3 o 4 semanas, y que de ahí salga una nueva orquesta dirigida por ellos mismos, con la música propia de ellos. Es un intercambio cultural que tendrá implicaciones luego en lo social e ideológico: seguir la conversación que iniciaron Dizzie y Chano.
El elemento cubano dentro del jazz, ¿qué tan imprescindible resulta?
“Es fundamental. Mira, básicamente, lo que existe es el swing, tumbao, groove, o como lo quieras llamar. El asunto está en cómo entender, sentir esos ritmos. Los grandes sí lo entendieron, Dizzie, Louis Armstrong; que sin el toque latino o afrocubano no puede haber jazz. Lamentablemente muchos jazzistas nos ven a nosotros los latinos como que más abajo. Dicen, qué interesante, qué exóticos son, con sus camisas de guayaberas, tocando esos ritmos tan complicados. Nos ven como increíbles, pero raros. Sin embargo, por la parte cubana es todo lo contrario: se venera el latin jazz. Y eso me duele mucho, porque en realidad somos gente que tenemos la misma lengua, musicalmente hablando.
“Eso sí, para tocar música latina tienes que crecer muchos años oyendo y entendiendo esa onda. Conocer los instrumentos, sí, el bongó, la campana, el tumbador, la clave con sus dos compases; pero ese swing que tiene lo latino es demasiado fuerte. Hay gente que cree que van a tocar música latina porque les da la gana, y no lo logran porque no sienten lo africano que está en ella.
“En Norteamérica, por ejemplo, hay versiones de música latina que te duermen, porque no tienen nada de timba. Y si escuchas a las instituciones que enseñan y presentan latin jazz en Los Angeles creerás que murió ahí mismo.
“Ahora tenemos allá a Pedrito Martínez, que está haciendo cosas muy bonitas en los Estados Unidos, enseñando al público norteamericano qué es la música cubana, pero no por la religión, sino por su modernismo y elegancia. Él representa lo más fino de la música afrocubana, y está llegando con mucho apoyo y éxito. Este año además, la institución más importante del mundo del jazz norteamericano, la Jazz Lincoln Center de Wynton Marsalis, tuvo en su concierto inaugural a Pedrito Martínez, Chucho Valdés y un montón de música cubana.
“Hay un hombre que dice que los cubanos tocan turbo jazz, porque son muy talentosos y tienen muy buena técnica, es cierto; pero hay más. Hay cubanos que tocan con puro corazón. Yassek Manzano, por ejemplo, él no toca notas, él toca música desde el alma. Y yo como consumidor no quiero oír notas. De hecho, yo odio las notas. Si cuando un músico toca yo puedo sentir sus pasiones, emociones, paranoias, lo que le asusta, lo que le gusta, si yo puedo oír todo eso en una nota suya, es mucho más importante que todo lo demás. Por eso el norteamericano se vuelve loco con la música cubana.
“Por suerte los jóvenes de Estados Unidos están mezclando ahora el hip-hop, los elementos de Dj, los ritmos de escalas indias. Porque el jazz tradicional ya se hizo, ¿qué sentido tiene hacerlo otra vez? Si ya los originales lo hicieron muy bien, ¿por qué vamos a tocar lo que ellos tocaron mejor? Tocar algo nuevo es hacer progresar el arte.
“Y al final, cuando uno mira y analiza, no existe tal jazz, ni afrocubano, ni clásico, ni moderno, sino solo música. Para mí Mozart está conectado a Lupe Fiasco, a Dizzie Gillespie, a Ernesto Lecuona, a Bach, es todo un continuo, como el agua. Ese mar de ahí afuera –dice O’Farril señalando al Malecón- está conectado con Rusia, con Indonesia. Si creemos en verdad que la música es como el mar, sabremos que no hay división posible, y que todo está conectado por una raíz común, sea cual fuere.”