Yosvany Terry lo ha vuelto a hacer: junto a los jóvenes integrantes de la Harvard Jazz Band —la orquesta que dirige en la prestigiosa universidad estadounidense en la que es profesor— regresó a Cuba. La que ya es su segunda gira educacional por el país caribeño fue una oportunidad para el aprendizaje colectivo, el intercambio con otros artistas del patio y, por supuesto, un deleite para el público.
La agrupación volvió con ese espíritu a Casa de las Américas, el mismo lugar donde dejó tan buen sabor en 2017, durante el primer concierto. Lo sucedido el pasado 30 de mayo en el recinto capitalino confirma el éxito de este segundo encuentro.
No alcanzaron las sillas para tantas personas que acudieron. Gente de pie, y hasta sentada en el suelo, colmó la sala; por suerte, el clima ayudó, el aire acondicionado funcionaba y los ánimos generales estaban expectantes.
Como manda la liturgia, los 18 componentes de la agrupación salieron a escena entre aplausos del público y ocuparon sus posiciones a la espera de la salida de su director. Todos uniformados, camisa blanca con pantalón oscuro los muchachos y conjuntadas las muchachas, apenas dos: Kaiya Brooks al piano y Dylan Goodman en la batería. Yosvany Terry lucía una guayabera blanca con bordados azules.
En primera fila estaba su madre, Lidia Cabrera, vestida de azul. “¿Ustedes conocieron a mi esposo? A la hora que llegara de cualquier concierto, sin importar lo cansado que estuviera, no podía dormirse sin tomarse su tacita de café”, me dijo la vez que conversamos en la casa familiar de los Terry, café mediante.
Aquellas palabras vinieron a mi mente cuando me percaté de su presencia, atenta a su hijo, así como estábamos todos los del público. Yosvany, quien no sacó su saxofón en esta ocasión, agarró el chekeré, cerró los ojos y así empezó un viaje musical memorable de casi hora y media.
El solo de chekeré no era casual. Se mostraba como una especie de ritual iniciático, un alegato emocional, una forma de decirle a todos los presentes, incluidos los músicos de la orquesta, “aquí estoy, este soy yo, estos somos nosotros”.
Desde que su padre Don Pancho (1940-2018) se convirtió en el Rey del Chekeré, el instrumento percutido es conocido como un emblema de los Terry. Yosvany y sus hermanos secundaron el respeto y la práctica de un instrumento que tiene un espacio reconocible en el latin jazz y otros géneros.
Un año antes de su fallecimiento, Don Pancho Terry compartió escenario con la Harvard Jazz Band en su primer viaje a Cuba, en el mismo lugar donde ahora su hijo estaba tocando el instrumento. Poco a poco el resto de intérpretes entró en la dinámica sonora y, sin que el sonido del chekeré se disipara en el ambiente, se escuchó la voz de Yosvany, secundada por los músicos de Harvard. “Alaroye yokode” vocearon todos desde el escenario; un canto a Elegguá, la primera deidad a la que debe mostrarse respeto en el panteón Yoruba.
Y los caminos se abrieron para estos intérpretes que llevaron adelante el repertorio, una síntesis de jazz neoyorkino pasado por el tamiz afrocubano.
El chekeré se detuvo, hubo un silencio en la sala, un recogimiento breve que solo rompió el piano de Joshua Fang, de 24 años. A su llamado respondió una orquesta vivaz, a la que se sumaron intérpretes cubanos como Tomás Ramos Ortiz “El Panga” y en los metales los trombonistas Jorge Ortega, Andrés Arcia y Louris Rene Terry. Juntos arrancaron el concierto con una interpretación de “Dark side, light side”, de George Cables, una carta de presentación en clave de latin jazz.
Yosvany entonces saludó a su público y desgranó detalles de esta segunda gira. “Para nosotros siempre es muy importante visitar instituciones de educación, lugares en la comunidad, para que los estudiantes aprendan cómo hacemos las cosas acá y sepan cómo es la cotidianidad, no solo musical, también de la sociedad”, aseguró en la velada el reconocido saxofonista cubano, quien desde 2015 es profesor de la especialidad de música en la Universidad de Harvard. Allí imparte varios cursos relacionados con historia e interpretación de la música, sobre todo el jazz y las músicas raigales del África Occidental, actividades que combina con la dirección de la banda.
En esta oportunidad, la gira, con duración de una semana, comenzó en el conservatorio Amadeo Roldán, de la que Yosvany es egresado, con un intercambio entre estudiantes de ambas orillas. Luego fueron a Bejucal para conocer parte de las tradiciones asociadas a sus famosos tambores, “una experiencia transformadora con una de las congas más importantes de nuestro país”, puntualizó el músico a su audiencia en Casa de las Américas.
El recorrido siguió por espacios que son referencia de la protección medioambiental en Cuba, como el complejo Las Terrazas. También hicieron una visita a la ciudad de Matanzas para intercambiar con la Orquesta Failde y conocer sobre el danzón en el lugar mismo donde nació este género.
“Creo que nadie nos preparó para el calor que íbamos a encontrar”, bromeó a propósito de las altas temperaturas registradas en el mes de mayo, para luego hacer una breve reflexión sobre la necesidad de atención al cambio climático, algo que arrancó los aplausos del público en el concierto en Casa de las Américas.
La velada siguió a ritmo de George Cables, uno de los grandes pianistas y compositores de la escena del jazz de la Gran Manzana, con una versión de su tema “Cedar Walton” un tributo a otro tótem del jazz neoyorkino (1934-2013).
No quedó rincón de Casa de las Américas que no se estremeciera con esa cuerda de metales y el drums en el tema “Benny’s Tune”, una composición del guitarrista Lionel Loueke incluida en el disco In a trance (2005). Luego reinó la calma con una balada de Benny Carter. “Katy Do” nos trasladó a uno de esos night clubs estadounidenses.
Y ante la señal oportuna de Yosvany, mientras dirigía la orquesta, una pareja del público abandonó sus asientos con mesura y tomó el centro del auditorio, justo en frente de la jazz band.
Eran dos bailadores de Santa Amalia, el reconocido grupo que por años ha sido cultor de la danza del jazz en nuestro país. Y con ese swing también bailó el público.
“¿Y qué les pareció?”, preguntó Yosvany y obtuvo por respuesta un aplauso. Entonces fue el turno del maestro cubano del trombón, Demetrio Muñiz, invitado a dirigir la orquesta en dos temas que ensayó con los jóvenes intérpretes durante los días de esta gira educacional.
“Siempre emana felicidad y alegría”, avisaba Terry al público refiriéndose a Demetrio, y ese espíritu se apoderó al instante de la sala con una rompedora pieza de jazz latino y una versión de su “Danzón de media noche”, incluido en la más reciente producción discográfica del maestro, Tromboneando con Demetrio Muñiz (EGREM, 2024).
Superada con éxito la prueba del danzón, que suponía un reto para los jóvenes de Harvard, lo siguiente daría vía libre al éxtasis musical. En ese punto del trayecto era el turno de la obra de Herbie Hancock.
“Maiden voyage”, un tema antológico del disco homónimo (Blue Note Records, 1965) contó con el lucimiento de Kaiya Brooks al piano y una ejecución excepcional de la sección de metales. Casi de corrido, un redoble y “¡Happy birthday!”. Era el cumpleaños de Yosvany Terry; banda y público nos lanzamos, unos en español, otros en inglés, pero el canto era el mismo. Sin duda, una excelente manera de celebrar un año más de vida y creación.
Hacia el ocaso del concierto solo quedaba presentar al nutrido grupo, diverso en cuanto a orígenes y culturas, un ejercicio de memoria para el profesor, que supo nombrar cada uno de los nombres de sus alumnos, con sus apellidos. Salió airoso.
Aquellos jóvenes, músicos no profesionales, desbordaron confianza y talento sobre la escena. Tenían bajo control su repertorio y la ejecución dio muestras de ello, cada uno tuvo su momento para lucirse en la improvisación. Desde los pianistas hasta los bateristas que asumieron en distintos momentos —Dylan Goodman y Raghav Mehrotra—, así como los trompetistas Chris Shin, Gabriel Ortiz, Emil Massad, Toussaint Miller. Junto a los cubanos estaba el trombonista Makoto Kelp. Completaron la sección de metales el saxofonista barítono Chris Bauge, los saxo tenor Jamin liu y Zeb Jewell-Alibhai, junto a los altos Matthew Chen y Weston Lewin. En la guitarra, Dries Rooryck y al bajo, Jaray Liu. Con edades entre 24 y 27 años, los jóvenes artistas dejaron satisfecho y orgulloso a su profesor el día de su cumpleaños; doble motivo para celebrar, regocijo del público mediante.
Con repertorio diseñado para reverenciar el jazz clásico y contemporáneo, la Harvard Jazz Band se pasea con soltura entre el swing, el blues, bossa-nova, el bebop y el jazz latino. En definitiva, como aseguran desde la agrupación, tocan jazz de todo tipo.
El buen trabajo visto sobre la escena, por supuesto, no sale de la nada. Es fruto de la dedicación de un artista como Yosvany Terry, pero también del apoyo de grandes del jazz que han compartido momentos con la agrupación y enriquecido sus experiencias, en talleres y conciertos compartidos. Entre algunos de estos nombres sobresalen: Herbie Hancock, Rufus Reid, George Cables, Wallace Roney, Eddie Henderson, Dena DeRose, Chucho Valdés y Rubén Blades.
Pero lo vivido en Casa necesitaba terminar por lo alto. para ello escogieron la obra de otro nombre ineludible en la historia del jazz, Ralph Peterson Jr. Con “The art of war” los músicos terminaron de librar su propia batalla en el escenario.
Cuando Zeb Jewell-Alibhai estaba en su momento de destaque, no pudo evitarlo; al finalizar su improvisación lanzó un grito eufórico, como una continuación de la nota: “That is!”. Y todos lo siguieron en un gesto sincopado, de irreverente juventud, en clave de bienestar generalizado.
Aquello arrancó los aplausos de una audiencia que salió gozosa, animada y consciente de que algo diferente los esperaba de puertas afuera, en la cotidianidad; pero lo vivido había valido la pena. Volvían a casa con una sonrisa.
Última parada, Fábrica de Arte Cubano
La última parada de esta gira educacional fue Fábrica de Arte Cubano, donde la Harvard Jazz Band realizó un segundo concierto el sábado 1 de junio. Interpretaron el mismo repertorio, con similar performance, pero en una plaza diferente; la Nave 3 del espacio cultural de 26 y 11, en El Vedado.
Un poco antes, a las 5:00 p.m., los jóvenes intérpretes estadounidenses van ocupando posiciones en la Nave 3 para el ensayo del concierto.
No disponen de mucho tiempo, pues la Fábrica debe abrir sus puertas alrededor de las 8:00p.m., pero el repertorio lo conocen al dedillo, así que solo es cuestión de chequear aspectos técnicos y revisar otros detalles.
Los jóvenes lucen tranquilos y concentrados, bromean entre sí a la espera de Yosvany. Muy cerca, teléfono en mano, está la musicóloga y productora cubana Cary Diez, enfocada en los detalles de la producción. Ella es de las personas que entiende el significado de este tipo de intercambios, lo útiles que son también para los estudiantes cubanos de las escuelas de arte, algo a lo que Cary siempre está pendiente y dedica sus esfuerzos.
También van llegando, a bordo de sus bicicletas, los trombonistas cubanos. Los jóvenes van ordenando sus posiciones sobre el escenario con actitud jovial. Van calentando sus instrumentos; uno improvisa el solo de trompeta, otros van reconociendo el piano, los saxofones toman asiento en su posición y de ahí no se moverán hasta terminado el ensayo.
Matthew Chen, de 26 años, cuenta en inglés a OnCuba que es la primera vez que visitan el país caribeño. La orquesta se compone de estudiantes de la universidad y sus integrantes varían cada año, en dependencia de la duración del curso y la participación de ellos en la actividad, que es extracurricular, aunque también les da créditos para culminar sus estudios.
Chen, por ejemplo, estudia Licenciatura en Artes, pero sus intereses por la música y por explorar las posibilidades de un instrumento que le apasiona —el saxofón— lo llevaron a formar parte de la orquesta hace dos años.
“Trabajar con Yosvany es espectacular”, asegura el intérprete, quien al igual que el resto de sus compañeros valora este viaje a Cuba como una buena experiencia e infiere que, aunque les gustaría pasar más tiempo en la ciudad, al otro día de este concierto deben regresar a los Estados Unidos.
“Hay tanto que aprender sobre la música cubana y cómo impacta en el resto de las músicas; en el jazz sobre todo, que es lo que nosotros estudiamos. Como el director es cubano, buena parte de la música que hacemos está relacionada con el jazz latino de este país. Estar aquí y tener todas estas experiencias nos ayuda a entender de dónde viene todo el conocimiento y el background del director; nos ha permitido comprender lo que tocamos y aprendimos con él en Harvard”.
La Harvard Jazz Band es una de las seis orquestas que acoge la prestigiosa universidad de Harvard y que están comandadas por músicos profesionales. La universidad también cuenta con ocho coros diferentes, pero esa es otra historia.
Están la Orquesta de Cámara Barroca, la Orquesta Sinfónica Harvard-Radcliffe, la Banda de la Universidad para los eventos deportivos, la Harvard Wind Ensemble, la Harvard Pop Orchestra y la agrupación que dirige el cubano Yosvany Terry desde 2015; cada formación lleva adelante una labor educativa, pero también de promoción cultural y exposición del talento artístico.
Yosvany aparece en la Nave 3 e inmediatamente los músicos y técnicos ponen manos a la obra. Interpretan de arriba abajo la pieza de George Cables, “Cedar Walton”, y lo demás es coser y cantar, puntualizar detalles.
La fuerza de la música colma el espacio y llama la atención de trabajadores de otras áreas de Fábrica de Arte Cubano (FAC); la noche se augura potente. Unas jóvenes modelos que ensayan pasarela en la planta baja se acercan y, escondidas tras una puerta, cuchichean hablando sobre los jóvenes músicos de la jazz band, entre risas y bromas. Los músicos terminan, empacan y sin tiempo para más se dirigen rumbo a su autobús. El tiempo no sobra.
De camino al transporte, a Chris Bauge, con su saxofón barítono en el estuche, le alcanza el tiempo para detenerse unos instantes y contar en español que “estar en contacto con los ritmos cubanos ha influido en mi manera de improvisar con el instrumento y en cómo interpreto la música, pero no sé todavía lo suficiente sobre la cultura musical de Cuba. Deseo aprender más y elevar mi estilo”, apunta.
El saxofonista de 27 años cuenta que sus primeros conocimientos sobre la cultura cubana vinieron por influencia de su abuela. Ella había vivido varios años en Miami y se había relacionado con cubanoamericanos. “Mi curiosidad por Cuba venía por ahí, por esas conversaciones [con su abuela], hasta que llegué a la música y empezamos a conocer géneros cubanos como el danzón, la salsa. Entonces apareció Yosvany y nos abrió un mundo totalmente nuevo”.
Chris admite que los paisajes del campo cubano y las estampas de la capital lo conmueven bastante, a la vez que confiesa que le sorprende ver que existan lugares como FAC. Junto a sus compañeros visitó FAC la noche anterior al concierto en la Nave 3. “Es uno de los lugares más fantásticos que he visitado”, dijo.
Chris Bauge lleva una carrera universitaria, Medicina, en paralelo al estudio del saxofón. Entre Harvard y el Conservatorio de Música de Nueva Inglaterra, ambas situadas en el estado de Massachusetts lleva su jornada estudiantil y musical.
Casi al abordar el autobús y ante la interrogante “¿por qué te gusta la música?”, Chris responde sin dudar: “¡Porque me hace feliz!”.
La música, una pasión
Los estudiantes ya van rumbo a su residencia, donde se alistarán para el concierto de la noche. Cary Díez, aún en FAC, luce más tranquila. Solo debe coordinar la recogida de Yosvany. Mientras, el reconocido músico y profesor cubano toma asiento en uno de los bancos del bulevar lateral interior de Fábrica de Arte y conversa con OnCuba sobre este viaje, las metas conquistadas con su jazz band y los deseos por cumplir.
Yosvany Terry siempre tiene algo para mostrar en su tierra natal. Cuando no es un empeño formativo asociado a las escuelas de arte —todavía los Estudios Abdala vibran con los dos sets de jazz que junto a músicos cubanos interpretó en exclusiva para estudiantes, en una noche de enero de 2023, parte de su colaboración con la organización Horns to Havana—, es alguna presentación con artistas extranjeros o del patio.
Pero ahora, cuando casi llega la hora de abrir las puertas de FAC, en medio del trasiego de los trabajadores del recinto, conversamos sobre un viaje significativo, otro en su labor como educador.
Los jóvenes músicos protagonizaron un grato momento en Casa de las Américas. Para personas que no se dedican enteramente a la música se les vio disfrutar con comodidad y serenidad ese momento sobre el escenario.
Están acostumbrados a presentarse como tres o cuatro veces al año. Con el grupo tenemos dos residencias, una en el otoño y otra en la primavera, con artistas invitados, maestros del jazz; eso también les da un poco de confianza, les permite tener un poco más de complicidad entre ellos mismos a nivel musical y de performance. También les da mucha más tranquilidad tener la posibilidad de presentarse constantemente.
La música es parte de su pasión. Por ello, aunque muchos están estudiando ciencias del medioambiente, ingenierías, antropología, economía, física y otras disciplinas, la música los une. Es la razón por la cual audicionan a principios de año para ser parte de la orquesta de la universidad.
¿Cuál es tu feedback al final de este viaje que concluye con el concierto en Fábrica de Arte Cubano?
El viaje ha sido diferente; aún cuando hemos visitado algunos de los lugares a los que fui con la orquesta anteriormente. Como todos los estudiantes que vinieron ahora son nuevos, es la primera vez para ellos.
Quise incluir también algunas experiencias nuevas para mí, como la presentación que hicieron los miembros de Tambores de Bejucal, interactuar con ellos en una ceremonia que hacen antes de tocar sus tambores; interactuar con la Orquesta Failde.
Fuimos al conservatorio Amadeo Roldán, hicimos un recorrido por la Habana Vieja, algo que no pudimos hacer la vez pasada, un poco para que los estudiantes entendieran la historia de la ciudad y las distintas cosas que suceden en la cronología histórica cubana, cómo funciona la sociedad a partir del momento en que Cuba se convierte en una nación, una República; este tipo de cosas que para mí son muy importante y les ayuda mucho a aprender más sobre la música.
Tengo la misión de enseñar con contextualización histórico-social, para que ellos puedan saber qué sucedió en el mundo en el momento en que la música se creó, cuáles fueron los grandes sucesos que hicieron reaccionar a los músicos y los artistas de formas específicas, creando géneros y componiendo de una forma singular en cada contexto. Entonces quería que eso lo viéramos aquí en Cuba, con estilos musicales como el danzón, la guaracha, entre otros.
Sorprendió verlos al inicio del performance interpretando el canto afrocubano junto a ti. Logran apropiarse de ciertos elementos culturales y los pasan por su tamiz interpretativo. Como profesor, me imagino que eso te hace sentir satisfecho.
Sí, mucho. Imparto algunos cursos que están enfocados en el legado afrocubano en las Américas y también en la música del oeste de África que llega a nuestro continente y cómo estas tradiciones influencian el jazz, particularmente el legado lucumí, el arará del reino de Dahomey.
Pienso incluir también el legado Palo, del Congo. Para mí es muy importante que ellos [los estudiantes] puedan conocer ese legado que tenemos acá en Cuba y que no existe en Estados Unidos ni en muchos otros lugares.
Al mismo tiempo, el intercambio los ayuda a entender la música que están tocando, porque fue este mismo legado el que influenció a muchos músicos y cultores del jazz. Mientras más información ellos tengan, mejor; la música gana.
Al mismo tiempo ellos se embullan bastante con este tipo de contacto musical que es bastante desconocido para ellos. Se enriquece su acervo cultural, así como la forma de interpretar y de encarar sus composiciones.
Desde el primer viaje a Cuba en 2017 hasta este momento han pasado siete años que incluyen una pandemia, una situación política complicada entre Cuba y Estados Unidos y un panorama económico complejo para el país, que imagino interfiere en la posibilidad de hacer más seguido estos intercambios. Has hecho dos viajes a dos Cubas diferentes, prácticamente. ¿Tienes intenciones de hacer más frecuentes las giras?
Mi interés es brindar a los estudiantes una forma de conocer y tener una relación inmersiva con culturas que para ellos son ajenas, por eso hemos viajado también a República Dominicana, Brasil; ellos también están interesados en conocer otras latitudes.
A Cuba regresaremos en otro momento, pero siempre me gusta darles tiempo [a los estudiantes] para que, antes de regresar, puedan conocer otros lugares. Me gustaría ir a Sudáfrica, Corea del Sur; algunos estudiantes proponen que vayamos a México, Panamá; hay bastantes lugares que nos interesan.
Pienso que podríamos venir a Cuba a cada dos años, por ejemplo. Dejando un año por el medio, porque igual debemos planificarlo y buscar los fondos, los patrocinios. Para poder hacer una gira como esta, que siempre es cara porque la Universidad de Harvard no asume la totalidad de los gastos, tenemos que ir a varias instituciones para recaudar fondos, a veces contactar con alumnos que fueron parte de la banda, ya graduados, profesionales que también nos ayudan con contribuciones. Entonces, es bueno tener un año de por medio y que pudiéramos lograr hacer estos viajes con mayor frecuencia.
Los músicos forman parte de la banda durante el transcurso de sus carreras universitarias. ¿Qué camino siguen los componentes de la jazz band cuando se gradúan? ¿Alguno hoy es músico profesional?
Hay algunos que sabemos que serán músicos profesionales, pero en su mayoría se dedicarán a otras cosas. La música la van a mantener como parte de sus pasiones.
Conozco alumnos que se han graduado, se convertirán en doctores, pero siguen tocando su saxofón, como también otros que tienen su propia banda de jazz, la Harvard Alumni Jazz Band; son los alumnos que otrora fueron parte de la orquesta de la escuela, pero que llevan 30 años de graduados y se mantienen juntos para hacer música. Esta se mantiene como parte de quienes son ellos y de sus vidas.
¿Cómo fue la conversación con tus estudiantes tras el concierto de Casa de las Américas?
Hubo mucha emoción, alegría, también porque era mi cumpleaños (sonríe). Lo celebramos allí. Fue una noche bastante buena, un buen concierto. Nos habíamos preparado mucho para este momento, estuvimos ensayando tres veces en Cuba, más todos los ensayos que hicimos en la universidad antes de venir para acá. Entonces, la presentación en Casa fue como disfrutar el fruto de lo sembrado y la acogida que tuvo por el público.
Aquel primer concierto en 2017 contó con la participación de tu padre, Don Pancho Terry, así como del maestro Joaquín Betancourt, Yaroldy Abreu y otros importantes músicos del ámbito nacional. ¿Cuán emocionante fue para ti esa primera gira educacional en tu país?
Fue casi como un sueño convertido en realidad; poder darle a mis estudiantes la oportunidad de conocer de dónde vengo, mi cultura y darles la posibilidad de relacionarse con músicos profesionales y con estudiantes cubanos. Eso es lo más importante para crear una colaboración y un intercambio cultural orgánicos.
Esa es la misión de una gira educacional como esta, que los alumnos puedan conocer a otros estudiantes, compartir, aprender, que tengan una experiencia donde constantemente se les está dando información sobre los lugares que visitamos, los elementos histórico-sociales; están constantemente aprendiendo. Que vean que los jóvenes de su generación aquí son iguales a ellos. No hay diferencias entre un estudiante universitario de aquí, de allá, de París, de Brasil, Argentina, Canadá, México; son todos iguales.
Al frente de la Harvard Jazz Band desde 2015. Haciendo un rápido balance de casi diez años de trabajo, ¿has logrado todo lo que te has propuesto con la orquesta?
Es una pregunta interesante, porque puede ser que tengas metas, pero las metas van cambiando en la medida que vas teniendo más oportunidades. Entonces, uno no tiene la sensación de haberlo logrado todo. Cada año te propones objetivos nuevos e intentas cumplirlos; eso es un regocijo.
La meta no es traer a los estudiantes de Harvard a Cuba o llevarlos a Brasil, sino que aprendan. Antes de que yo entrara en la Universidad de Harvard, la orquesta era una asignatura extracurricular por la cual los estudiantes no recibían créditos. Fue posible convertirla en una asignatura en la cual ellos reciben créditos que les sirven para graduarse.
Ese hecho me da la oportunidad de enseñarles música realmente, enseñarles sobre tradiciones musicales y poder hablarles sobre cosas mucho más específicas que tienen que ver con la improvisación, la interpretación y el surgimiento de los diferentes estilos musicales que trabajamos con la orquesta.
Son 18 integrantes de diferente procedencia cultural dentro de Estados Unidos. ¿Qué te aporta como músico un espacio de creación multicultural?
El contexto de la educación en Estados Unidos es realmente eso, un espacio multicultural, multiétnico y completamente abierto. Eso es una cosa que nosotros no conocemos aquí.
Los estudiantes en Cuba en su mayoría vienen de contextos similares, la escuela es un espacio bastante homogéneo, donde todos somos cubanos y donde hay muy pocos estudiantes internacionales.
Al mismo tiempo, pienso que la multiculturalidad en la banda para mí es un camino para el aprendizaje constante, para informarme, investigar; es bastante importante y creo que tiene un impacto en las cosas que hago y en mi forma de pensar, de intercambiar conocimientos y de enseñar.
Aunque vives y trabajas en Estados Unidos, tu casa familiar está en La Habana, visitas con frecuencia la capital y estás al tanto de lo que se mueve en esta realidad artística. ¿Cómo ves el panorama cultural habanero (cubano) actual?
Es una pregunta bastante compleja, porque hay muchos músicos y artistas jóvenes cubanos que están tomando la decisión de vivir en otros lugares.
Ahora, el gran problema para mí es cómo lograr que esa información musical pueda ser pasada de generación en generación y cómo los que vienen detrás puedan realmente tener toda la información que necesitan para tener éxito, no solamente como músicos y artistas, sino para tener también las herramientas necesarias para llevar el arte hacia un lugar más innovador y creativo, a partir de tener la experiencia y la profundidad de la base, que hacen falta para sostener el edificio.
Mientras más profunda sea esa base, más alto y firme podrá ser ese edificio. Entonces hay momentos donde eso está siendo probado y constantemente retado, porque hay espacios en los que se está cortando este tipo de de trasmisión o esta forma orgánica de pasar el conocimiento y la cultura oral, que es muy saludable y pervive en Cuba.
Es duro que la joven generación no llegue a tener la oportunidad de experimentar un carnaval, de experimentar una orquesta danzonera, una banda nacional tocando en una retreta en medio de un parque, o de experimentar lo que se vive en un club de jazz donde tocan generaciones anteriores.
Es en esos espacios donde pasan todas las cosas que tienen que ver con la ética de los músicos, la ética de cómo se viaja, de cómo uno se comporta en diferentes espacios, cómo uno habla sobre la música, cómo uno aprende a relacionarse, a ser un líder dentro de la comunidad; ese tipo de cosas que tienen que ver con el tipo de intercambio del que estamos hablando y con la transferencia de conocimientos de generación a generación. Para mí esa es la parte más preocupante debido a la gran emigración por la que está pasando Cuba.
¿Hasta qué punto estás satisfecho con este tipo de intercambios culturales entre Cuba y Estados Unidos que has logrado con tu orquesta?
Siempre lo digo, mis hermanos y yo crecimos dentro de un seno familiar donde desde temprana edad aprendimos que los músicos son embajadores culturales. El arte es un espacio para la transformación, para el diálogo, pero es un espacio también donde uno hace preguntas, donde está la parte inquisitiva para la búsqueda de respuestas y soluciones.
Siguiendo esta convicción vengo siempre a compartir mis conocimientos y mis experiencias en Cuba con mis estudiantes, y al mismo tiempo a darle la oportunidad a jóvenes artistas, músicos estudiantes, de conocer una cultura diferente a la suya.
Muchos de ellos llegarán a ser físicos, senadores, grandes líderes y gente que estará al frente de la innovación en su generación. Entonces, si en un futuro ellos van a estar en una posición de poder desde la cual podrán lograr transformaciones y cambios, ya habrán tenido una experiencia diversa y habrán conocido directamente un país diferente.
Uno no siente por lo que no conoce, claro…
Claro y ese poder de transformación que tiene el arte, esa capacidad de exponer cosas que el diálogo o incluso la política a veces no logran. Mi padre fue a muchos países con los que Cuba no tenía ningún tipo de relaciones diplomáticas y, como músicos, ellos fueron los embajadores que lograron ir por primera vez y a partir de ahí afianzaron relaciones diplomáticas con esas naciones.
Esto no es más que la creencia mía y la confianza que tengo en el poder del arte como un agente unificador y de transformación.
Excelente artículo Sergio! Felicidades! El concierto en Casa de las Américas fue muy especial, una selección de obras exquisitas y una hermosa oportunidad transformadora.