Hace varias décadas, leyendo un estudio sobre la obra del Picasso ya entrado en años –Success and Failure of Pablo Picasso– me detuve bruscamente ante una oración que enfatizaba la importancia del tema en la pintura. Era una sola oración, al parecer adjetiva, para mí medular, que matizaba la razón misma del libro en cuestión. De hecho, me habría de motivar toda una línea de investigación que desembocaría en varios textos, el primero de los cuales (en 1971), titulado “Los temas en la pintura cubana”, rendía tributo al énfasis puesto sobre el tema.
El de los autorretratos dibujados del anciano Picasso fue el primer estudio que yo leía de aquel autor: John Berger. Por la solapa del delgado volumen me enteré que el que escribía tan desenfadadamente era británico, y autor no solo de conocidos textos de crítica de arte, sino de una obra que pudiéramos llamar abarcadora: era poeta y novelista, autor de obras teatrales y radiales destinadas a las emisiones culturales de la British Broadcasting Company (BBC), que lo calificaban como una suerte de hombre de letras al que nada original le era ajeno. Si quisiera reducir la amplísima cita de sus obras a aquellas definitorias de una manera de pensar original y enriquecedora, considero que habría que mencionar Ways of Seeing, escrito para una serie de programas de la BBC en 1972, y la novela G., que obtuvo el prestigioso Premio Booker ese mismo año. The Look of Things, también de 1972, y About Looking, de 1980, constituyen la trilogía que, a mi juicio, exponen la manera de ver –look— que propone Berger, siempre libre de rigidez en el acercamiento a la obra pictórica, fotográfica o dibujada. Al consignar estos títulos, se hace evidente cuál es el punto de partida del autor: la reiteración del término “ver” en el título no es casual, adquiere peso significativo al devenir una suerte de conminación a librarnos de visiones heredadas y asumidas mecánicamente, para entonces llegar a experimentar de veras la visión de las cosas. La obra original de Berger parte de fundamentos marxistas como valiosa herramienta de análisis de la realidad. Para muchos estudiosos, su obra deviene un imprescindible referente intelectual de la cultura contemporánea, en tanto análisis de una producción artística libre de etiquetas al uso.
El libro sobre los dibujos autorreferenciales del anciano Picasso fue mi inicial encuentro– de hecho, mi inicial vuelco pensante– con las reflexiones de John Berger, mi primera deuda con él. No sabía yo entonces que se trataba de uno de los principales pensadores que habría de alcanzar un lugar cimero como creador y también como intérprete acucioso de las artes plásticas, tanto las contemporáneas como las de épocas pasadas. (Recuerdo en especial su atención a la pintura española atesorada en museos y colecciones.) Fue tan fuerte el impacto que dejó en mí la lectura de aquella oración sobre el significado del tema considerado en su sentido menos evidente, que me senté y, por primera y única vez en mi vida, le escribí una breve carta expresándole mi gratitud.
Era la época de cartas en sobres que se cerraban antes de colocarlos debidamente selladosen un buzón de correos. Como no sabía su dirección, la envié, sin muchas esperanzas, a la editorial en Inglaterra. Por consiguiente, me sentí bastante sorprendida cuando, algunas semanas después, el cartero me entregó una carta, cuyo sobre sellado indicaba que había sido enviado desde un pueblito de Francia. Era Berger, respondiendo con amabilidad mi carta y anunciando, además, que enviaba varios libros suyos traducidos al español para mis cursos universitarios.
Varias décadas después, en Alicante, donde había ido para ofrecer conferencias sobre José Martí, me sorprendió un letrero en la calle que anunciaba, presentada por Ignacio Ramonet, una comparecencia de John Berger. Cuando terminó, me atreví a subir al escenario a saludarlo. Amablemente, rememoramos años pasados y, al despedirme y comentar que al día siguiente regresaba a casa –“home”–, él me preguntó ¿pero adónde regresa?, y aprobó con amplia sonrisa al oír “a Cuba”.
John Berger ha muerto hace una semana, en Inglaterra, su lugar de nacimiento. No hace mucho leí, en un semanario británico, la reseña de la ceremonia con la cual se festejó en Londres su cumpleaños 90. Sentí que el orador principal, con voz alterada por la emoción, expresaba lo que todos en tantas latitudes y culturas, hemos tenido el privilegio de recibir; lo que John Berger siempre compartió: su infatigable y penetrante mirada, que abrió, para cada uno de nosotros, panoramas de insospechada riqueza.