Los rusos llegaron a Cuba, y no trajeron cualquier cosa. Sabían con qué debían llegar. Los rusos pueden darse el lujo de llegar al sitio que deseen, siempre tienen algo bueno para ofrecer. No es cualquier país, es Rusia, y por tanto no podían traer cualquier obrita de sala sino Ana Karenina. Les dijeron que cortaran cinta en el Festival de Teatro, que hicieran suya la inauguración, y han obedecido. Se podría decir entonces que ya quedó oficialmente inaugurado el 15 Festival de Teatro de La Habana, en la sala Avellaneda, con esa rusa manera de hacer el teatro.
Veinticuatro actores abandonaron su sede de la calle Arbat, allá en Rusia, ese edificio donde está el teatro Evguéni Vajtángov, y vinieron a actuar a La Habana. Más de 90 años tiene el Teatro Estatal Académico Evguéni Vajtángov, como ven, una historia. “Cada espectáculo debe ser una fiesta. Si no hay fiesta no hay espectáculo”, dijo una vez Vajtángov.
No se habló una palabra en dos horas y medias durante la representación. El público, seguramente, no esperaba tal cosa. Todo lo que allí se habló, se habló con el gesto y la música, con el ritmo y el cuerpo. Lo anterior puede llegar a cuestionarnos muchísimas cosas, o liquidar cualquier cuestionamiento sobre el arte. ¿Por qué el espectáculo de ayer fue teatro? ¿Por qué no danza, o ballet? ¿Cuál es, realmente, el lenguaje del teatro, si es que tiene alguno fijo? Y más que del teatro, del arte en general. Hasta dónde y cómo. El cisne negro tiene obligatoriamente que teatralizar el gesto y el rostro para creer nosotros, por ejemplo, que dé tal color.
El tren –algo tan recurrente en la obra de Tolstoi, todo empieza con un tren, el hijo de Ana juega con un tren, Ana se va a Moscú en tren y en el tren conoce a Vronski, luego Ana se quita la vida arrojándose delante de un tren- no era tal tren, sino una línea horizontal de actores con maleta en mano. El desespero de Ana por alejarse del esposo e irse con el amante podía estar en un salto o en la música de Tchaikovski. Lo sociedad dándole la espalda Ana, el hijo corriendo a sus abrazos, el desenfreno por Vronski, los nervios de Ana Karenina, los bailes de salón, sus sospechas del amante, los celos tormentosos, todo estuvo ayer en la movida del brazo, en el desplazamiento por la escena, en los brincos y vueltas y caídas al suelo.
Aplaudieron mucho a Ana Karenina en La Habana. Aplaudieron uno a uno a sus actores. El teatro ruso siempre debe aplaudirse y los cubanos lo supieron ayer. Los rusos tienen una escuela de teatro y una tradición. Los rusos tienen ya el sello del famoso método de Stanislavski, de la figura de Gogol, de la maestría de Grotowski y las puestas del Bolshoi. Si Ana Karenina la representan los argentinos, o los paraguayos, habría que ver. Pero los rusos llevan esa manera, esa manera rusa hacer el teatro.
Hasta el día 3 de noviembre sesionará en La Habana el festival de teatro. ¿Qué se les puede decir al público, pues, en una ocasión así? Huyan a las salas de teatro. Vayan a ver a Álvaro Solar y a Georbis Martínez y a los chinos con su Thunderstorm. Vean Bag Lady y vean a Batida Teatro. Y visiten a los rusos en la Sala Avellaneda. Es siempre bueno ver a los rusos.
Muy bien, y aplausos muy merecidos, pero… Grotowski no era polaco?