Desde el 18 de marzo no paran las colas frente a la sede de Argos Teatro, en Ayestarán 307, esquina a 20 de mayo. Dicen que hay una lista con las personas que quedaron “pendientes”, tal como sucede cuando en algún punto de la capital empiezan a vender pollo o aceite. Pero esta vez, es teatro.
“¡Hasta para eso hay que hacer colas en este país!”, se queja una señora irritada al filo de las 3:30 pm, cuando empezaban a vender las entradas en taquilla el domingo 2 de abril. “Ese tipo de obras es para ponerlas en el Karl Marx”, dice otro señor. La capacidad en Argos Teatro no sobrepasa las 150 butacas.
Por eso el actor y director Caleb Casas quisiera extender el programa de Los vecinos de arriba, la refrescante comedia teatral del barcelonés Cesc Gay (1967), considerado uno de los cronistas más agudos de las clases medias urbanas.
“Me encantaría extender el tiempo de esta obra, que hemos hecho con tanto rigor, para que pueda tener más vida durante el año. ¡Queremos más diversión!“, cuenta Caleb a OnCuba.
Con más de medio millón de espectadores, Los vecinos… ha sido representada en España, Argentina, y el año pasado se mantuvo durante dieciséis semanas consecutivas en el Teatro Trail de Miami, bajo la dirección de Alexis Valdés.
El amor, la exploración sexual, la monotonía y la aventura de vivir en pareja son los temas principales de la obra, cuyo montaje en Cuba cuenta con María Lorente como asistente de dirección y las actuaciones de Laura de la Uz, Osvaldo Doimeadiós, Carlos González, Jacqueline Arenal, Eduardo Martínez y el propio Casas.
El domingo 16 de abril finalizarán las presentaciones.
A partir de este nuevo éxito teatral, conversamos con Caleb Casas, graduado como actor en la Universidad de las Artes (ISA) y muy recordado por sus actuaciones en aventuras de la televisión cubana como Memorias de un abuelo, El elegido del tiempo o La Atenea está en San Miguel. Durante casi ocho años en Colombia trabajó en telenovelas y series de gran popularidad. Sobre las tablas se recuerdan sus interpretaciones en La Celestina, Roberto Zucco, Vida y muerte de Pier Paolo Pasolini, Diez millones, Hierro, entre otras.
¿En Colombia cambió tu forma de hacer televisión?
Todo cambió. Es un mercado vertiginoso, gente de toda Latinoamérica busca abrirse camino en las plataformas televisivas. Lleva tiempo conocer los mecanismos para comprender las reglas del juego y luego saber qué es lo que quieres: un buen agente de casting, gente seria que te asesore, qué concesiones estás dispuesto a hacer, etcétera.
Sobre todo cuando vienes de un país en el que no sucede nada de eso. No hay tal magnitud de actores, competencia, de recursos y producciones a la par.
Con el tiempo logré trabajar en proyectos interesantes, cierto reconocimiento en el público colombiano y sobre todo sentirme económicamente bien.
Fue un ciclo que llegó a su fin, y regresé a La Habana. Me casé, conformé un nuevo hogar y dediqué todo mi tiempo como actor a Carlos Celdrán, director de la compañía Argos Teatro.
Es lo mejor que me pudo pasar, en todo sentido. Lo que hemos hecho estos últimos años ha sido maravilloso, fruto de un fuerte trabajo, de creación, de búsqueda y afinación actoral.
¿No te atrae la idea de internacionalizar más tu carrera o se trata de falta de propuestas?
Siempre ha habido propuestas internacionales; pero si no estás en el lugar, todo se vuelve más complicado. A veces te necesitan con pocos días de antelación. Se hace inviable. No obstante, me siento muy bien con lo que estoy haciendo aquí en La Habana.
En Cuba todavía se te ve muy poco, ¿qué sucede?
La televisión te ubica en tiempo y espacio, para el espectador y para los directores. Al no salir a menudo, la gente se desubica. Piensan que no estoy en Cuba.
Hice mucha televisión en mi juventud: series, aventuras, largos períodos dedicados a aprender y brindar toda mi energía. Ahora uno se lo piensa más cuando lo invitan a un proceso que demanda mucho tiempo bajo contrato. Sobre todo por los largos períodos de una novela y las pocas condiciones y recursos.
Trato de hacer cine, teatro, cosas cortas en la televisión y que sean ricas y complejas para el trabajo. Siempre estoy abierto.
Se sabe de tu “idilio” con las artes plásticas, ¿te dedicas a pintar seriamente?
No me dedico a pintar. Tengo pequeños y muy aislados momentos en los que cojo un papel y juego. Es como un idioma que no dominas completamente y vuelves a él y aprendes un par de palabras nuevas. No llegué a desarrollarlo porque mis planes eran estudiar las técnicas en la Academia de Bellas Artes San Alejandro; pero el teatro se cruzó y ganó.
Dibujo en cartulina. Carboncillo y grafito es lo que más utilizo. Lo que voy haciendo lo guardo. A veces me atrevo y publico algún boceto para ver qué reacciones trae.
Es claro tu deseo de dirigir teatro, no es la primera vez que te enfrentas a ello. ¿Se trata de propuestas que no has podido eludir o estás haciendo lo que más te gusta?
En Colombia tuve que impartir clases para poder costear gastos mientras no actuaba. En esos talleres empecé a dirigir las escenas finales del proceso y fui practicando con los alumnos. Luego estuve en un taller de dirección cinematográfica en Bogotá, en Estudio Babel. El trabajo final fue dirigir un corto, y fue una de las mejores experiencias que he tenido.
Llevo mucho tiempo dando clases, también observando a directores, cómo utilizan sus herramientas; y he tenido la suerte de ver a grandes actores en vivo en el escenario internacional. Además, he absorbido directamente de la fuente inagotable de mi maestro Carlos Celdrán.
Estoy, definitivamente, materializando un sueño, una necesidad. La propuesta me la impuse. Había espacio, tiempo y unas ganas de esas que no sabes de dónde salen.
Me gusta el trabajo de dirección actoral: buscar, escudriñar e intentar encender la vida a través de los actores en un escenario, delante de una cámara, etcétera.
¿Qué tipo de teatro prefieres?
El que no represente. En el que desaparezca la técnica y veas una historia que te conmueva hasta los huesos. Donde los silencios estén impregnados de más sentidos que los gritos técnicos y vacíos. Donde se escuche de verdad y se mire de verdad.
¿Cómo separas el actor del director?
No puedo desligarme del actor, porque esa es mi naturaleza a la hora de pedirle algo a otro actor. De ahí se parte. Pero, como director, debo hacer todo el trabajo general; cuidar todos los detalles. Es abrir en tu cerebro más aplicaciones de lo habitual…
Es una empresa excitante y agotadora. Ideas y decisiones que se visualizan y se materializan ante la vista. Consejos que pides a las fuentes experimentadas. Y, sobre todo, una gran responsabilidad que cae sobre tus hombros. Llevar este avión (me gusta más que el barco) a una buena velocidad y altura es todo un arte.
¿Qué faltaría para ver en escena tu propio grupo?
Lo que está en escena es lo que hay; es el grupo que he creado con mucho esfuerzo, paciencia y amor. No sé el tiempo que dure. Pero crear una organización ni me pasa por la cabeza. Soy Argos Teatro.
Imagino que hacer teatro en Cuba hoy sea un sacrificio mayor, ¿es así?
¡Lo es! Por eso cuando sientes que has resuelto el 80 % de las decisiones artísticas, duermes contento. Pides ayudas, logras apoyos de instituciones; los amigos se juntan y colaboran. En este caso han sido muchos los que estuvieron encantados de colaborar.
Los mismos actores han aportado de todo para que no falte lo más mínimo, y tener lo necesario dentro del teatro. Por supuesto, mi esposa Susana Pous. Sin ella no tendría la “gasolina” para arrancar este motor todos los días.
Con independencia de la calidad que podamos haber logrado en el proceso de ensayos, la calidez familiar que hemos creado es muy grande. Estoy agradecido por haber sido partícipe de la reunión de personas tan talentosas y el descubrimiento de que son seres humanos de una humildad, ternura y generosidad extraordinarias.
A propósito de Los vecinos de arriba, ¿te atraen las comedias?
Era algo lejano para mí. Como actor, siempre me he entrenado en el drama. En los últimos años todos los trabajos han demandado mucho dolor. Ha sido agotador. Nunca pensé dirigir en teatro; menos, una comedia. Creo que la pandemia nos obligó a mirar hacia otros lados.
En uno de mis talleres de actuación en La Habana con alumnos adultos aficionados al teatro hicimos para el final del taller una adaptación de Sentimental (Cesc Gay, 2020). En el proceso, tan divertido para ellos y para mí, comprendí que era una puesta excelente para estos tiempos y que el público habanero se la merecía. Por eso comencé la pesquisa por los derechos de la obra original para montarla profesionalmente en La Habana y bajo el sello de Argos Teatro.
Con rostros tan conocidos como Laura de la Uz, Jacqueline Arenal, Osvaldo Doimeadiós… sería un éxito seguro. ¿No era una fórmula demasiado fácil?
Sabía que la obra había que ponerla en La Habana, porque no existían obras de este estilo. El público necesita pasarla bien y reflexionar de otros modos, y esta tragicomedia pone en radiografía de manera intrépida los conflictos y prejuicios que puede vivir un matrimonio con el paso del tiempo, y hablar sin pelos en la lengua sobre la libertad sexual en las parejas. Es una comedia que no te invita a reflexionar: te lo exige sin que te des cuenta.
Sabía que debía encontrar cuatro buenos actores para lograr la afinación actoral que demanda este ágil texto de Cesc Gay. Es una obra que ha sido interpretada por grandes actores, siendo éxito de taquilla en España, primero en catalán y luego en castellano, y después en todos los países en los que se ha versionado.
Reunir a grandes actores de Cuba, más que un sueño, era una obligación. Que Osvaldo Doimeadiós dijera que sí fue un gran impulso para llamar a los demás. Para sorpresa y alegría, Jacqueline Arenal, Edith Massola, Laura de la Uz, Eduardo Martínez, Carlos Luis González fueron aceptando poco a poco mientras se materializaba el proyecto.
Tuve que doblar el elenco de antemano, por los tiempos y trabajos de cada uno de ellos. Edith tenía tantos proyectos a la vez que fue imposible que estuviera con nosotros al final. No fue fácil asumir el riesgo de que confiaran en mí sin saber realmente cuál sería el resultado.
Ha sido una gran lección de generosidad. Por eso estoy profundamente agradecido con cada uno de ellos; que sin pensarlo aceptaron y desplegaron todo su talento y energía para hacer de este proyecto algo importante.
Y a Santiago no vienen?