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Camila Rodríguez Hernández (Cárdenas, 6 de junio de 1997), conocida como Camila Rodhe, es una actriz y cantante cubana que ha demostrado su talento tanto en la música como en el teatro. Rodeada desde pequeña por influencias musicales —especialmente el jazz—, su primer contacto con el arte fue a través del canto.
Integró el conjunto Mestizaje en su ciudad natal, y más adelante se unió al grupo teatral El Portazo, con el que interpretó, entre otras obras, la comedia musical Todos los hombres son iguales. Allí dio vida a Susana, una mujer algo histérica y burlona, arrastrada por sus amigas y quien luego las reprende por hacerla perder el control.
Sus interpretaciones, presencia escénica y talento la hicieron merecedora en 2019 del Premio Adolfo Llauradó a la mejor actriz joven, otorgado por la Asociación Hermanos Saíz.
Hoy en Estados Unidos, Camila continúa formándose y sueña con retomar su carrera.

¿Cómo llegas a la actuación?
Fue un accidente. Me presenté a las pruebas de la ENA porque ese año no abrió la especialidad de música. La verdad, me daba igual si entraba o no. Pero el chiste se volvió serio: pasé a las pruebas nacionales y, cuando me di cuenta, ya estaba sentada en un aula de actuación en La Habana.
Creciste en un ambiente musical. ¿Por qué crees que te inclinaste a ser actriz?
Fue fortuito, como dije. Pero, al graduarme, me sentía perdida. No entendía nada del teatro, a pesar de haber pasado cuatro años estudiándolo. Sentía que debía retomar mi camino en la música y me fui lejos en esa búsqueda, hasta que una noche Pedro Franco, director de teatro, me convence de ir a un ensayo de la tercera temporada de CCPC: la República Light, y me pide que entre al elenco. Con mucho miedo acepté. Y lo demás ya es historia.
¿Algo de esos primeros años te marcó?
La primera vez que actué frente a un público que no era de la escuela, ni familiares ni amigos, sino un montón de desconocidos. Esa noche me reconocí como actriz. Aunque no fue mi mejor interpretación, recuerdo el impacto que ese público tuvo en mí, así como el de mis compañeros actores: su proceso detrás del escenario, la entrega en escena, el ajetreo entre bambalinas, la adrenalina, lo vital que todo se sentía. Desde esa noche supe que eso era algo que quería seguir experimentando.
Aun siendo tan joven, has podido incursionar en la actuación radial, el teatro y el cine. ¿Cuál de estos medios prefieres?
El teatro. Tiene una fuerza distinta, un impacto único tanto para quien lo hace como para quien lo recibe. Hay algo en el teatro —no sé bien qué— que te vuelve adicta, que te llena el alma y los sentidos de una forma diferente. Es un espacio donde casi todo es posible. En una función pueden suceder muchas cosas irrepetibles; lo que pasa una noche, quizás no se repita mañana. Y lo que ocurra mañana será completamente nuevo. Ser parte de esos momentos efímeros es profundamente emocionante.
El grupo de teatro El Portazo fue como una casa llena de actores y buenos momentos. ¿Cómo describirías tus años allí?
¡Uf, El Portazo! Le debo muchísimo. Fue mi puerta de entrada a la actuación, el lugar donde me enamoré de este oficio. Siempre he descrito esa experiencia como un “qué rico malestar” —una expresión que no inventé, pero que le queda perfecta. Mis años en el grupo fueron intensos, turbulentos (risas), vividos con mucha entrega. Aprendí observando a mis compañeros, tanto como artista como persona. Lo extraño. El Portazo fue una escuela, un desafío, una fiesta… y sigue siendo un lugar muy importante para mí.
¿Cuál fue la lección más importante de formar parte del equipo?
Una de las lecciones más valiosas que me llevé fue que rescatar la belleza es fundamental. Y no me refiero solo a lo estético o a lo teatral: hablo de una belleza más profunda. Quienes hayan visto una obra de El Portazo —o han sido parte del grupo— saben de lo que hablo. Es casi un concepto de vida, una filosofía. Nuestro trabajo es no dejar que eso se pierda.
¿Qué representó obtener el Premio Adolfo Llauradó?
Una sorpresa. Aún me estaba acostumbrando a la idea de ser actriz cuando me dieron la noticia. Es difícil describir lo que sentí: estaba feliz, un poco incrédula también, pero sobre todo me sentí orgullosa. Fue una forma de reconocer mi trabajo, mi esfuerzo, y me dio la certeza de que iba por buen camino. Estuve —y sigo estando— muy agradecida.
¿Hay algún actor o actriz con quien hayas compartido escena y te gustaría repetir la experiencia?
Es una pregunta difícil. Hay muchos actores y actrices con los que me encantaría volver a trabajar. Pero si tengo que mencionar a alguien en especial, sería Juan Luis Prado, aunque todos lo conocimos como Maya Queen. Daría lo que fuera por tener aunque sea un rato más en escena con ella.
Uno con el que no hayas actuado…
¡Uy, no sé! Son tantos… Quisiera actuar con todos (risas). Me encantaría descubrir todo lo que podría aprender de cada uno.
Formaste parte del elenco del filme Malecón (2025). ¿Qué puedes comentar de ese proyecto y de tu personaje?
Malecón fue mi primer encuentro real con el cine y con las cámaras. Desde el primer día fue una experiencia mágica. Tuve la suerte de compartir con actores que admiro profundamente, como César Domínguez y Omar Rolando, de quienes recibí mucho apoyo y paciencia. Carlos Larrazábal, que también debutaba como director, me dio su confianza y un espacio seguro para explorar.
El proyecto me pareció hermoso y valiente. Filmar en Cuba no es fácil, y menos hacer una película en un mes. Fue una locura, intensa, pero no quería que terminara. Me divertí muchísimo, aprendí y, además, me llevé una linda amistad con mi Yuyu, César.
Mi personaje se llama Yuli. Es una joven cubana que, desde muy pequeña, aprendió lo que es el amor, la despedida, el sacrificio y el dolor. Tuvo que tomar decisiones difíciles para ayudar a su familia y siempre puso por delante el bienestar de los suyos. Le tengo mucho respeto, siento empatía por ella y, en cierta forma, creo que logré homenajear a muchas mujeres que conozco… y también a otras que no.

Has experimentado en carne propia la emigración. ¿Cómo ha sido ese proceso desde tu mirada como actriz?
Emigrar tiene muchas cosas duras, más de las que podría mencionar ahora mismo. Para un profesional del arte quizá sea un poco más difícil. No puedo decirte cuántas veces me ha asaltado el miedo de no saber si alguna vez volveré a hacer lo que tanto me gusta. La incertidumbre y la quietud son horribles. Sientes que el tiempo pasa y aún estás aprendiendo a lidiar con un país nuevo, con sus propias reglas y su cultura, sin saber dónde vas a encajar o si realmente tienes lo que se necesita para lograrlo allí.
Ves a tus antiguos compañeros, emigrados como tú, en proyectos, y no puedes evitar cuestionarte cosas sobre ti misma. Es una lucha constante contra tus propios pensamientos negativos e inseguridades. Estoy hablando de una experiencia muy mía. Hacer arte es difícil en cualquier lugar, vivir de ello, aún más, pero ambas cosas en un terreno desconocido, donde pagar las cuentas es prioridad y el ambiente está lleno de gente, asusta. Claro, el silencio no es opción cuando uno canta, y eso me queda y me levanta; así sea cantando en la ducha: me recuerdo quién soy, de dónde vengo y hacia dónde voy. Nadie ha dicho que sea imposible.
¿Cuáles son los mayores desafíos que enfrentan los artistas cubanos de tu generación y cómo los has abordado tú?
Uno de los mayores desafíos que enfrentamos los actores cubanos de mi generación hoy día es competir con un mundo cada vez más tecnológico y avanzado. Nos toca reinventarnos, no hay de otra. Mantener el interés de la gente para que vaya a una sala de teatro a reír o llorar contigo, cuando pueden hacerlo con un video en su móvil en menos de 3 minutos —y encima con inteligencia artificial—, no es tarea fácil.
También está el factor vida. No importa donde estés, cada vez es más difícil para la gente encontrar un momento para dedicarse a la recreación. O estás muy cansado por un día de trabajo o de adversidades, o hacer la comida se vuelve una hazaña. Esto afecta tanto al público como a nosotros, los artistas, pero dice la gente de El Portazo que hay que “hacer de la luchita un arte”, y creo que eso no lo podemos olvidar nunca.
Personalmente, intento mantenerme informada, leer, asistir a conciertos, estrenos, todo lo que mi tiempo me permita. Hablo con quienes conozco sobre proyectos que pueden ver y apoyar, difundo en mis redes cada estreno y apoyo en lo que pueda al arte. Creo que difundir es fundamental en el campo de la creación cultural.
¿Cómo ha influido el arte en tu crecimiento personal?
Gracias al arte he podido viajar a muchos lugares, conocer personas y cosas, todas interesantes y particulares. Por eso he aprendido muchísimo y he vivido con intensidad. Mi arte me ha salvado muchas veces: de la mera existencia, del aburrimiento, de la depresión; me ha guiado a personas y lugares hermosos y únicos. Me ha hecho quien soy. He aprendido con cada proyecto, personaje, tarea y compañero.
¿Qué proyectos quedan para la mitad restante de 2025?
Me he propuesto volver a cantar, quiero retomar mis proyectos musicales, y esta vez habrá colaboraciones que quizás para el próximo año estén listas. Con respecto a la actuación, también hay cosas en movimiento, pero de eso aún no puedo hablar.

¿Qué personaje te gustaría interpretar?
Siempre he querido hacer a Rachel, de La Bella del Alhambra, porque yo soy ella y ella soy yo. Siempre he soñado con que alguien haga un remake algún día y yo tenga la suerte de que me elijan. Es una de mis películas cubanas favoritas; sería un sueño hecho realidad o, quién sabe, quizá sea yo quien ponga en marcha ese proyecto.
Si una película hablara sobre tu vida, ¿cuál sería el título?
Creo que sería A pesar del viento. Soy muy gitana, voy a donde me lleven los pies. Intento estar siempre en movimiento, no solo físico, sino emocional y espiritual, luchando, como muchos, por mantenerme en pie y no perder quien soy en el intento. Soy yo, a pesar de mí misma, si es que eso tiene algún sentido.