“Esto no me lo creerán si lo cuento”. ¿Cuántas veces no hemos experimentado situaciones cotidianas tan extraordinarias que darían material para una película o una obra de teatro? Cesc Gay (Barcelona, 1967) lo sabe de sobra.
En más de dos décadas de carrera, el director y guionista español ha contado en sus historias lo que ha querido sobre el mundo que le rodea; vivencias suyas o de otros, amasadas en textos que luego han saltado al cine, la televisión o el escenario de un teatro. Sus historias hablan de sentimientos y emociones cotidianas, con una dosis de drama y pinceladas de humor inteligente —que no teme a coquetear con lo absurdo. La obra final logra ser siempre un espejo en el que el público puede verse reflejado.
Quien ha visto Los vecinos de arriba, o su versión cinematográfica (Sentimental), se ha sentido interpelado. La ficción de los cuatro vecinos ha devenido en un éxito rotundo desde el debut teatral en 2015 hasta su paso por decenas de escenarios y pantallas grandes alrededor del mundo. La experiencia de la puesta en Cuba ha tenido un destino similar: la respuesta del público a la propuesta cubana de Argos Teatro, dirigida por Caleb Casas, habla por sí sola.
“Quiero verla, así que volveré”, aseguró a OnCuba Cesc, quien estuvo de visita por primera vez en la isla en octubre para presentar su más reciente película, Historias para no contar (2022), como parte de la Muestra de cine español en La Habana. En el largometraje cinco cuentos plasman desde la comedia conductas humanas que rozan lo patético; hablan de miedo, de amor, embustes y más.
Venir a presentar su obra fue una oportunidad para saciar la curiosidad de conocer el país. “El de La Habana fue de los primeros festivales en hacernos caso”, cuenta a propósito de sus inicios en el cine, con Hotel room (1998). Incluso, confiesa que con 18 años intentó venir a estudiar a la Escuela de Cine y Televisión de San Antonio de los Baños, pero no tuvo éxito en la gestión.
Lo cierto es que sus películas habían llegado mucho antes a Cuba, aunque su nombre, a priori, genera todavía extrañeza entre el público cubano. Por aquí hemos disfrutado, sea en las salas de proyección habaneras o a través de soportes alternativos, películas como En la ciudad (2003), Una pistola en cada mano (2012), Truman (2015) y Sentimental (2020).
En esos largometrajes el director se ha apoyado en elencos de primer nivel, en los que ha incluido nombres como Javier Cámara, Alberto San Juan, Eduard Fernández, Leonor Watling o Ricardo Darín, quien protagoniza la multipremiada Truman, que entre otros galardones obtuvo 5 premios Goya en 2016: Mejor película, Mejor director, Mejor actor protagonista (Ricardo Darín), Mejor actor de reparto (Javier Cámara) y Mejor guión original.
La Academia de Cine de España reconoció, así, la producción con la que Cesc Gay se cuestiona cómo asumimos la muerte desde una mirada que siempre busca dialogar con el espectador. “A mí siempre me ha interesado intentar explicarme como persona y explicarnos a todos. He contado siempre historias que tienen que ver con la relación con uno mismo y con los demás y cómo eso afecta las emociones, los sentimientos”.
No se considera un creador para el thriller, aunque su serie Félix (Movistar, 2018), un thriller romántico, está muy bien conseguida —un profesor argentino obsesivo intenta encontrar a una mujer que apenas conoce y cree que está en peligro. En definitiva, donde Cesc pone el foco de su ficción encontramos cuestionamientos y algún motivo para pensar, más allá del buen rato.
“Al final creo que se trata de entender qué sabes hacer y dónde. Me he dado cuenta de que funciono en ese lugar, contando lo que siento, lo que veo, entendiendo mejor la psiquis masculina que la femenina, aunque al final las emociones son compartidas. En cualquier lugar del mundo lo primero son las relaciones y los vínculos entre los padres, hijos, hermanos, las parejas, el amor, los amigos y yo me nutro de eso”.
Pocos líos, cine urbano y verdad sobre las tablas
Antes de debutar en el cine, Cesc Gay era un aficionado. Agarraba los casetes de 3 minutos y la cámara súper 8 de su padre para filmar historias cortas que él mismo protagonizaba. Era un entretenimiento que compaginaba con otros hobbies, como una banda de música donde descargaba con amigos; ni siquiera hoy es capaz de asegurar la razón que lo llevó a estudiar cine con 17 años.
Pasaba buenos ratos mientras filmaba, eso sí: empezó a rodearse de nuevos amigos, con los que alternaba para trabajar en proyectos que encaraba con cámaras de video, recuerda, algo que le fascinaba, porque ya no tenía que depender de los casetes. Años después se encontraría en una habitación de hotel, un 4 de julio, escribiendo el guion de Hotel room en New York.
Para la producción, cuya dirección compartió con otros dos amigos —Daniel Gimelberg y Xavier Domingo—, lograron juntar 25 mil dólares y rodaron en casa de uno de ellos. “Nos animamos a hacer una película independiente y nos creímos los orígenes conceptuales del cine de Sundance. Filmamos una película con poco dinero ¿Qué podíamos perder? Si estaba bien, igual podíamos terminar en el cine. Entramos en ese juego, y tuvimos la suerte de conseguir que una productora en Barcelona terminara Hotel room; entonces el Festival de San Sebastián la vio y ahí me cambió la vida”.
Ahora Cesc Gay está sentado frente a mí en un sofá Chester en el lobby del hotel Cohiba, en Paseo y Malecón. La comodidad del modelo de asiento contrasta con el cuadro que enmarca la ventana a sus espaldas: el azul del mar y el cielo, edificios radiantes que desentonan con otros que lucen grises, vetustos. Una extensa fila de carros aguarda para abastecerse de gasolina mientras un paisaje encendido por el fuerte sol del otoño cubano ilumina la media mañana.
Sobre la mesa, un café acabado. El autor de Los vecinos de arriba termina de hacer algunas anotaciones en un cuaderno negro donde, asegura, vierte ideas para una próxima obra de teatro (sería la tercera de su corta, pero fructífera, carrera escénica). Aguardamos la llegada de Caleb Casas para conversar sobre la obra que durante un mes provocó colas de más de 12 horas —con lista de espera incluida— para conseguir entradas en la capitalina sala de Argos Teatro. Mientras esperamos, tenemos mucho sobre qué conversar: el cine, las historias ya contadas, el éxito cosechado, lo que sigue.
Son Historias para no contar las que trajiste a la Muestra. Pero decidiste contarlas…
Yo sí, pero los protagonistas de las historias no y ese es el concepto que une los cinco episodios de la película. Siempre estamos ocultando algo, tenemos una fachada con la que salimos a la calle, con la que nos vinculamos a la gente. Lo que realmente nos importa y nos afecta se queda dentro y ahí es donde me interesa poner la mirada como escritor.
Los hombres sobre todo tenemos un orgullo y actitudes a veces lamentables, patéticas y ridículas. Entonces, me aprovecho de eso para hacer humor, algo que he hecho siempre en mis películas. Cada vez me gusta más el relato corto, lo episódico, algo que me permitió esta vez [en Historias para no contar] contar con un elenco muy importante de actores —José Coronado, Anna Castillo, Alexandra Jiménez, Javier Rey, Alex Brendemühl, Antonio de la Torre, María León, entre otros—, porque venían para tres o cuatro días de trabajo y eso ayuda, al ser historias tan cortas.
Historias… nace como una serie de televisión para Movistar+ en España. Yo ya había hecho una serie para ellos —Félix (6 episodios), estrenada en 2018—, interpretada por Leonardo Sbaraglia, y luego me pidieron que pensara otra cosa, así que me puse a trabajar en el concepto de esta película. Creo que llegué a escribir como 11 o 12 historias distintas. Pero la plataforma luego no lo vio claro; prefería apostar por series con continuidad argumental. Entonces decidí sacar un largometraje de ahí.
Saqué ideas de todos lados: cosas que me pudieron pasar a mí directamente o a alguien cercano. Voy robando un poco de todos lados y, claro, también me invento lo mío, porque los escritores inventamos cosas, ¿no? Mis amigos me tienen un poco de miedo porque saben que cuando me cuentan algo igual termina, de alguna manera, en una película. Pero luego los invito a cenar y todo arreglado.
Más allá del entretenimiento y las risas que suscitan algunas situaciones, en la película retratas prejuicios en torno al amor libre, abordas problemas de parejas, pones un espejo delante del espectador. ¿Es tu intención como creador aportar ideas a los debates sociales de la actualidad?
Creo que nunca he entrado en esa liga. No he buscado con mis películas reivindicar posturas directamente, supongo que sea porque he tenido la suerte de vivir en un país y una ciudad donde no me suponía una urgencia hacerlo. Posiblemente, si yo viviera aquí, si fuera cubano, tendría la necesidad de hablar de otras cosas, ¿no?
Alguien me dijo una vez que yo hago un cine muy burgués y puede ser que lo sientan así porque hago un cine urbano, que se relaciona más con la clase social que no tiene problemas para llegar a fin de mes, pero al final las situaciones que narro conectan con miradas diversas. Yo vengo de una familia de clase media normal: ni con mucho dinero, ni con poco. Entonces siempre me lancé directamente a escribir sobre esos vínculos.
¿Cómo afrontas el proceso creativo de ese cine urbano que realizas?
Gano conciencia cuando me reúno con la mayoría de mis amigos. Si, por ejemplo, vamos a ver un partido del Barça o nos tomamos unas cervezas, ellos no están pensando en el trabajo: tienen un sueldo fijo cada mes, trabajan en una empresa y están tranquilos en sus vacaciones. Yo en cambio estoy torturándome porque no me sale el guión.
Los creadores vivimos en un estado de ansiedad casi permanente. Llevo media hora intentado darle forma a un texto y no me sale. Es una pelea constante y hay que aprender a vivir con ello, angustiarse lo menos posible, pero eso uno lo aprende con los años y yo he sido un privilegiado: hago películas con las que me gano la vida.
Pero el acto creativo implica eso: estar siempre vulnerable a ser juzgado, porque nunca sabes cómo recibirán tu película, si van a confiar en ti para un próximo trabajo, aunque eso también tiene un lado de adrenalina que puede ser estimulante. Yo tengo 55 años y ya lo entiendo, pero al principio cuesta.
Ahora estoy preparando el rodaje de mi próxima película, que se llamará Mi amiga Eva, una comedia con una mujer en el centro de la narrativa, la primera vez que escribo una protagonista femenina. Tengo otras cosas por ahí y voy dando forma a otro texto de teatro. Debo ir a Madrid próximamente a dirigir la versión en castellano de 53 domingos, una tragicomedia familiar. Tengo la suerte de poder ir sembrando cosas y que se vayan colocando. Ahora es un buen momento.
¿Cómo es ese tránsito del cine al teatro y viceversa?
Muchos de mis amigos, mi esposa, son gente de teatro: actores y directores en Barcelona. Siempre vi el teatro de lejos, con mucho respeto, pero siempre me atrajo. Me proponían proyectos y no terminaba de atreverme. Un día, mientras estaba dándole forma al rodaje de Truman, empecé a escribir en un tono de comedia un texto nuevo porque mi vecina de los altos estaba todo el día follando, gritando y eso generó en casa un poco de debate.
Era una situación grotesca que producía muchas bromas en casa; entonces empecé a escribir sin saber bien qué estaba escribiendo y terminé dándole forma a Los vecinos de arriba. Cuando lo leí pensé que podía atreverme a montarlo sobre la escena. Conseguí la complicidad de cuatro actores, un teatro lo aceptó y ahí arrancó todo. Imagínate, siete años más tarde, Caleb Casas está haciendo aquí esta obra, porque vio la película en un avión.
Caleb Casas: “El público necesita pasarla bien y reflexionar de otros modos”
Sentimental (2020) fue la película que amplificó el alcance de la historia…
Cuando escribí el texto pensé que lo podía filmar también, pero quería encaminar la obra antes. Cinco años después del estreno original en catalán —Els veïns de dalt (Teatro Romea, 2015)—, tras dirigirla en Barcelona y Madrid, se había presentado en muchos lugares del circuito teatral español. Decido entonces, con Javier Cámara, darle forma a la película (el elenco lo completan Griselda Siciliani, Belén Cuesta y Alberto San Juan, quien obtuvo el Premio Goya en 2021 a Mejor actor de reparto por su interpretación en la cinta).
Fue una película económica de producir porque es un decorado con cuatro cosas. Luego la versión para el cine ha llevado la obra de teatro a disímiles lugares, como Tel Aviv, en Israel, Italia, donde además han hecho un remake para el cine (Vicini di casa, 2022); se acaba de estrenar en Grecia y ha estado en más de una docena de países.
Lo más bonito de todo es que, hoy por hoy, yo subo en el ascensor hasta mi casa y me encuentro a veces a mi vecina, que no sabe nada. Ella es alemana, vive en Barcelona hace años y no se imagina que, inspirado por ella, escribí una obra de teatro que se ha representado en no sé cuántos países ya, que he hecho una película y que los estadounidenses ahora van a hacer otro remake con Amy Adams, Paul Rubb y Tessa Thompson. Ahora están con el tema de la huelga de actores, pero tenían pensado rodar en noviembre.
Es gracioso todo lo que ha ocurrido con esta obra, desde el inicio. Tal vez, si un día estrenamos en Alemania, se lo cuento a la vecina.
Me imagino que para un creador sea gratificante saber que hay tantas miradas sobre su obra ¿Has visto alguna de esas versiones?
La de La Habana quiero verla, así que igual vuelvo. Vi la portuguesa y me encantó porque la interpretaban desde esa melancolía que los caracteriza y se generaba una atmósfera de tristeza que me fascinó, aparte del espacio en Oporto, un teatro de cuatro mil plazas: fue una propuesta redonda.
Luego la vi en Argentina, con Diego Peretti a la cabeza, una puesta con mucho ritmo. Cada uno aporta lo suyo y el resultado es siempre distinto.
Es muy bonito para un autor cuando cedes la obra y cada país o director hace su versión y genera vivencias nuevas en torno a ella. El estreno de la primera obra fue en catalán y arrasó. Barcelona y Madrid son dos polos de promoción que se retroalimentan y así fue; me asocié con un productor en Madrid, con un elenco nuevo, y la capital abrió una puerta a Latinoamérica y otros mercados muy fuerte, porque [la obra] se hace en castellano y entonces ahí aparecen los argentinos, los mexicanos, todos.
Demuestras un sentido del humor abarcador. ¿Cómo filtras tus ocurrencias para conectar con la risa del espectador?
Eso me pasa solo con el teatro, porque en general nunca he hecho comedias puras en el cine. Intento que esto sea un poco lo que me guía: si a mí no me hace gracia, no sale. Yo soy el filtro. Si algo aprendí es que no puedes escribir humor pensando en qué le va a gustar a tu amigo, porque tú no eres él, a no ser que quieras hacer un producto para toda la familia, una cosa general, medio ambigua. A mí me gustan las películas de gente que escribe lo que quiere y conecta con el público.
Luego me sucede algo curioso en el teatro que en el cine no he experimentado, porque tampoco lo he buscado: comprobar que he escrito algo que no pensaba que generaría una reacción y que de repente produce una conexión con la gente, función tras función. Eso me ha hecho aprender dónde están las dinámicas del espectador para que siempre, en esas dos réplicas, se genere algo. Por eso intento ir bastante a ver las funciones, cosa que en el cine no hago nunca.
¿No te gusta ver tus propias películas?
No. Creo que he visto solo un par de veces una película mía en el cine y siempre he sentido que lo cambiaría todo. En cambio el teatro es distinto, porque están ahí los actores haciendo lo suyo y cada día la cosa es diferente. Eso lo disfruto mucho. Imagínate si vengo un día y veo la obra aquí.
Para un director de cine, ¿qué significa el teatro?
Yo aún lo pienso [al teatro] como una persona que te gusta pero te da mucho respeto, porque el teatro no es mi terreno y me siento muy desprotegido. En el cine, como director, mandas, dictas, haces lo que quieres, sacas lo que necesitas de los actores; luego se van, tú tienes tu sala de montaje y ya sabes por dónde irás.
En el teatro no. Allí mandan ellos y hay que entender eso; es una relación que estoy asimilando aún, con esta nueva obra, 53 domingos, que tiene un formato muy parecido a Los vecinos…, con 4 personajes. Como me fue bien con las dos, me he lanzado a por la tercera. Arriesgarse forma parte de esta profesión si quieres ser fiel a tu camino.
¿Te has sentido libre como creador?
Sí. He luchado por ello, lo sigo haciendo, y he dicho que no a muchas cosas porque sabía que podía perder esa libertad. Sabía que tendría reuniones constantes con gente que opinaría sobre demasiadas cosas; al final se trata de dimensionar desde qué lugar estás a gusto, aunque dejes de hacer cosas grandes y de ganar más dinero. Igual un día cambio y dentro de cinco años estreno una superproducción, pero nunca hay que olvidar que cuanto más dinero buscas en más líos te metes.
Bendito email
Cesc Gay y Caleb Casas se conocieron en Barcelona, hace un par de meses, aunque el vínculo entre ambos surgió tiempo atrás, vía correo electrónico. Ahora comparten el mismo sofá y desbordan buena sintonía, como es de esperar que ocurra entre dos creadores unidos por un propósito.
La historia de los cuatro vecinos sedujo a Caleb durante un viaje en avión. Eligió ver la película indicada en el catálogo de la aerolínea. Sentimental tenía ingredientes que el actor cubano buscaba para utilizar como ejercicio en uno de los talleres de teatro que imparte a aficionados en Villa Lola, un espacio abierto a la creación y formación artística que dirige la coreógrafa española, radicada en Cuba, y su esposa, Susana Pous. “El humor, la ironía, la inteligencia y los cambios tan sorprendentes que tiene la historia, la sencillez de cuatro actores en un set y una situación específica en una noche. Era eso”, dice.
Hasta ese momento, cuenta, no tenía ninguna pretensión profesional con la historia. “Intenté buscar [el guión de] la obra, porque no está publicada. Logré contactar con Daniel López, socio de Cesc, pero no me la podía dar. Entonces mis alumnos me trajeron una copia de la película y empezamos a trabajar con ella. Estuvimos 6 meses haciendo este proceso; iba poco a poco y quería que quedara bien, aunque fuese para un ejercicio pedagógico. Cuando ya tenía el 80 % armado, se me ocurrió que podía dirigirla con profesionales y ahí fue cuando conseguí el email de Cesc, le escribí y me respondió súper rápido, amable; a partir de ahí la cosa fue sobre ruedas”.
Para Cesc, cada vez que le piden permiso para versionar su obra “es como si me pidieran que les enviara un hijo mío para cuidarlo ellos”. Daniel López es su socio y productor de sus obras, así que siempre funciona como un filtro ante cualquier propuesta profesional vinculada al negocio de ambos.
“Al principio le restamos importancia al pedido de Caleb, porque no teníamos mucha información y hemos dado permiso otras veces a versiones que han sido horrorosas. Entonces hay algo de riesgo y de confiar en ese sentido. Pero cuando me escribió directamente, lo vi claro”, explicó Cesc.
Caleb le comentó en aquel email que “sentía que el público necesitaba algo como Los vecinos de arriba para que reflexionaran pero pasándolo bien, porque la gente aquí necesita pasarla bien y eso fue, en parte, lo que le escribí en el primer correo: la gente necesita cosas así”.
“Ablandaste mi corazón —espeta el autor barcelonés mientras se dirige a Caleb—. Lo leí y pensé en este país de ustedes. Cuba ha sido un lugar en el imaginario de todos, un territorio curioso al que un español como yo le provoca cierta afinidad, tiene algo que te vincula un poco. Así que me gustó la idea”.
Los vecinos (cubanos) de arriba
El dramaturgo y cineasta se interesa por cada detalle relacionado con la gestión de la producción y puesta en escena que ha dirigido Casas y para la cual ha contado con artistas de primera línea, parte esencial del éxito que ha supuesto este empeño en la capital cubana. Osvaldo Doimeadiós, Laura de la Uz, Jacqueline Arenal, Eduardo Martínez, Carlos Luis González y el propio Caleb Casas dan vida a estas dos parejas vecinas en la versión para las tablas cubanas. Diferentes entre sí, los diálogos de estos vecinos dejaron ratos muy agradables en el recuerdo del público.
“Joder, qué putada no haber visto la obra. Voy a volver, voy a volver”, se lamenta Cesc y repite el mantra, como para que se cumpla. A Caleb le hubiera gustado preparar una puesta especial para el creador de la historia durante este viaje, pero debía estar todo el elenco y Jacqueline Arenal —lo explica el propio Casas— se encuentra actualmente trabajando en el rodaje de la serie Cien años de soledad, que Netflix graba en Colombia.
Sin embargo, asegura a OnCuba que Los vecinos… volverán en enero, a falta de confirmar en qué teatro sucederá. “En principio será en Argos Teatro, pero queremos cambiar el sistema de venta de entradas, porque venderlas el mismo día, dos horas antes de la función, hizo que la gente hiciera cola desde las 6 de la mañana; eso es una locura”.
“Es como poner gasolina; una fila interminable”—comenta Cesc señalando a la gasolinera de Paseo y Malecón. Desde el hotel se ve la extensa fila de espera.
“Lo queremos hacer —continúa Caleb— con la condición de que se abra taquilla el martes para que la gente pueda comprar para la fecha que prefiera del fin de semana y no tenga que estar todos los días aguardando. Nos encantaría poder presentar la puesta en un teatro con más capacidad, pero sabemos que es complicado. Enero es el mes en que estará el elenco completo disponible nuevamente; esa debe ser nuestra oportunidad”.
Sea como sea, el compromiso parece estar fijado: en enero de 2024 vuelven Los vecinos de arriba. De momento, Caleb afirma haber cumplido todas las expectativas con lo que han ido cosechando. “Quería que fuera un suceso, con buenos actores que supieran trabajar la comedia; quería hacer una dirección muy fina y este texto creo que me daba todo eso”.
Más allá de las risas hay un espacio para la reflexión y el actor que ha encarnado a José Martí en Hierro, también con Argos, es consciente de ello. “Es una trampa Los vecinos de arriba, porque hay tanta tristeza por debajo de esa pareja; al final la cosa da un vuelco sorprendente y el público se queda descolocado, se convierte en un drama y pasan de la risa a otra cosa. Hemos visto gente llorando”.
Cesc Gay lo secunda y ahonda en el proceso creativo que dio origen al texto teatral. “Al principio no quería asumir lo que estaba escribiendo, porque en aquel momento estaba dándole forma a Truman, una historia que viene de un lugar doloroso, de la muerte de mi madre, de cómo viví esa enfermedad y de cómo la gente se relaciona con la muerte. Yo estaba en ese lugar que siempre ha sido doloroso para mí y entonces Los vecinos… era una liberación, me lo pasaba muy bien, pero hubo un momento, cuando había escrito mucho, en que tuve que definir hacia dónde me dirigía.
“Al final esto es la pelea de un matrimonio y, no sé cómo, un día, escribí esa frase: ‘yo no me quiero rendir’, y ahí entendí que estaba escribiendo sobre una pareja que viene muy cargada; un buen día, por una tontería, como preparar un “pica pica” para unos vecinos, todo se va a la mierda. Ahí es cuando las obras caminan a otro lugar, porque es verdad que las comedias a veces pueden quedarse en algo impreciso. Y eso tienes que exigírtelo como creador, porque el público agradece disfrutar la comedia, pero eso luego tiene que sufrir una transformación, producir algo”.
“Una chica fue con una amiga y, cuando se acabó la obra, le dijo: ‘Creo que me voy a divorciar’” —cuenta Caleb y lanza una carcajada—. “Claro, la obra era un rayos X y cada uno se identificaba a su manera con lo que sucedía ahí”.
Caleb proviene de obras memorables como Locos de amor, Diez millones, Hierro. Lanzarse a dirigir por primera vez una comedia de este calibre ha supuesto un cambio de ruta importante para el también actor.
“[La obra me ha hecho] cambiar completamente el drama. Argos Teatro siempre ha hecho reflexionar desde el drama, entonces se trataba de cambiar un poco. Nunca había hecho comedia, así que actuar y dirigir una ha sido una experiencia maravillosa”.
Entonces Cesc lo secunda: “Los que tenemos suerte de llevar años en una misma profesión necesitamos arriesgarnos en algún momento y Caleb, haciendo esto, se nutre de cosas nuevas y se coloca en un lugar de ilusión, de desafío, si no acabas haciendo lo que ya sabes: un actor interpretando lo que siempre ha interpretado; te vas aburriendo. Es verdad que no es fácil cuando uno nunca ha dirigido, porque te pueden criticar: ’ah, mira ahora, Caleb dirige’. Yo he tenido que escuchar un poco eso en España: ’ah, otro director de cine que hace teatro’. Pero hay que seguir intentando. Estoy loco por llegar a Madrid a montar ahora los 53 domingos”.
Casas: “¿Entonces haces una versión completamente distinta de los 53, en castellano?, porque lo habías hecho en catalán”.
Gay: “Claro, pero se ha ido retrasando, porque el actor que lo iba a hacer tiene un problema y ahora apareció Netflix, así que igual la filmo antes; no sé aún. Pero tengo ganas de hacerla en Madrid, porque, para un español, Cataluña nos da una parte, pero luego Madrid es donde hacemos negocios si la cosa funciona”.
¿Ya le tienes puesto el ojo a 53 domingos?
Casas: Sí, ya la leí y me encantaría montarla.
Es una tragicomedia de tres hermanos que se reúnen para discutir la situación de un padre que necesita cuidados, asistencia. La historia realmente calaría entre el público cubano.
Gay: Es una historia de hermanos, enclavada en lo familiar.
¿Veremos más colaboraciones entre ambos?
Casas: Si Cesc me deja, sí.
Gay: Yo, a cambio de venir, digo que sí. ¿De qué sirve un texto en el cajón de un armario?
Ustedes serían buenos vecinos, me imagino.
(Caleb asiente).
Gay: Es muy importante tener buenos vecinos. Parece una tontería, pero yo estos días cuando estaba caminando por las calles lo estuve pensando. Salí a andar por Centro Habana y había un sol, mucho calor; me detuve a mirar las casas y pensé en los vecinos. Esto solo se puede sobrevivir con una red de vecinos que se ayudan; veía la gente desde sus ventanas y pensé que debe ser casi imposible vivir en tu individualidad, porque cuando no te falta un huevo, te falta un poco de sal.
Casas: Ventana abierta totalmente.
Gay: Yo vengo de una sociedad en la que por suerte vivimos todos un poco mejor, pero cada uno cierra la casa porque no necesita del otro y pensé en eso, en ese apoyo que te debes dar como vecino de calle, de edificio. Ver a la gente aquí me impresioné mucho.