Con escasísimos recursos, María Lorente (dramaturga) y Yailín Coppola (directora) armaron un espectáculo intenso para el grupo Argos Teatro: Ciudad de estrellas, una obra “para todos los públicos” que puede tener el mayor impacto en los espectadores jóvenes —siempre tan necesitados de reconocerse, con toda su complejidad, sobre las tablas— pues de ellos, desde ellos, se habla en esta pieza.
Lucía y Alex son unos muchachos que aprenden a amarse en medio de las dificultades de nuestra contemporaneidad. Él es músico; ella, dramaturga, contadora de historias. Ambos creen que un futuro común es posible, aunque con diferentes grados de intensidad. Lucía es vehemente, categórica, entregada; Alex, por su parte, más convencional, se arredra fácilmente ante los obstáculos, es pasivo, resignado y, en cierta medida, conformista. Están en ese momento en que van a iniciar sus estudios superiores, cuando el llamado al servicio militar pone una pausa no deseada en su relación. Lucía irá a estudiar a la Universidad de las Artes, crecerá en ese sofisticado y deslumbrante medio, mientras que Alex será sometido a los rigores de la vida en el cuartel, las órdenes irracionales, los abusos de poder de sus superiores en la cadena de mando.
Antes de esto, ambos han asistido a una proyección de La la land: Ciudad de sueños, el filme musical de Damien Chazelle (2016), que en 2017 obtuvo seis premios Oscar: mejor actriz (Emma Stone), mejor director, mejor banda sonora, mejor canción original (“Ciudad de estrellas”, Justin Hurwitz), mejor fotografía y mejor diseño de producción.
Entre las varias intertextualidades de la obra, está ésta que se establece con el filme. Mia (Emma Stone) y Sebastián (Ryan Gosling) son el correlato de Lucía y Alex. Ella también quiere ser dramaturga y actriz y él aspira a mantener viva la tradición más raigal del jazz, amenazado por el comercialismo y la banalidad de cierto tipo de ¿música?
En medio de la proyección de la película, Alex responde a una llamada de su madre. Tienen que abandonar la sala con toda urgencia. Ha sido convocado para incorporarse al ejército. A partir de ese momento, lo que parecía estable y para siempre será sometido a la dura prueba de la separación forzosa. Mientras Lucía emprende un camino que la llevará a realizar sus aspiraciones, Alex va pasando del idealismo propio de la edad a la amargura. Comienzan a separarse sus caminos. Y aunque ella se empecina por mantener encendida la llama que los une, él es ganado por una abulia que, entre otras cosas, va extinguiendo la pasión.
María Lorente es Lucía, pero no. Alex es Kevin Espinosa, su esposo, pero tampoco. La obra está cargada de referencias a la propia vida de la autora, pero más allá de lo anecdótico, lo que se desprende del texto es la desgarrada mirada de una generación, ese “sentimiento de no estar del todo” del que hablaba Cortázar, que se puede atribuir al bucle de fracasos económicos y sociales que ha experimentado el país en las últimas décadas, propulsor del éxodo desmedido de jóvenes que, de manera trágica, van perdiendo el sentido de pertenencia a un ámbito cultural y geográfico que ellos asocian con la penuria y la falta de oportunidades de realización.
La puesta en escena
Yailín ha resuelto la escenificación del texto con solvencia. Combina proyecciones con dinámicos cambios de escena. Para esto último le basta mover una mesa o agregar un mueble para pasar de un ámbito a otro. Hay ritmo, el que demanda la intensidad de los diálogos; hay transiciones bien señalada en el desempeño de los actores, donde brilla más Chabely Díaz (Lucía) que Eme Fonseka (Alex), lo cual se explica, sobre todo, porque ella tiene, a mi juicio, mejores textos que defender. Nolan Guerra, como el actor, esta ajustado en su papel de comodín.
Ciudad de estrellas cae en la estela de obras tan valiosas de nuestra dramaturgia como Tema para verónica (Alberto Pedro, 1978), Molinos de viento (Rafael González, 1984) y El compás de madera (Francisco Fonseca, 1980), por solo citar unos pocos ejemplos. Obras dedicadas al público juvenil escasean dentro de la producción de nuestros dramaturgos del momento, tan urgidos como estamos de discutir todo aquello que aqueja y singulariza a los miembros de esa franja etaria hoy.
Como era previsible, Lucía y Alex abandonan el país, pero con rumbos diferentes. Alex, terminado su período de servicio, parte a reunirse con su familia en Miami; Lucía viaja a Europa a continuar sus estudios de teatrología. Ahora se comunican, fugaz y muy espaciadamente, por las redes sociales. Alex, probablemente, no regrese nunca de modo permanente; Lucía aún puede hacer una carrera en Cuba, a pesar de las carencias de todo tipo. ¿Regresará? Ojalá que sí, aunque los que no hemos sido capaces de levantar un país a la altura de sus sueños, no tenemos derecho a pedírselo.
En el pórtico de su obra, la Lorente cita algunas líneas de la canción de Justin Hurwitz: “¿Quién sabe? ¿Es este el comienzo de algo maravilloso y nuevo? / ¿O un sueño más que no puedo hacer realidad?” / Who knows? /Is this the start of something wonderful and new? / Or one more dream that I cannot make true?
Ojalá que, en lo adelante, lo maravilloso y nuevo siga incitando, excitando a nuestros jóvenes, y que no cejen en el empeño por hacerlo realidad.
Dónde: Argos Teatro, Ayesterán y 19 de mayo, La Habana.
Cuándo: los restantes fines de semana de julio. Viernes y sábados, 7:00 pm.; domingos, 5:00 pm.
Cuánto: 50 cup. Los boletos se adquieren en taquilla desde dos horas antes de la función.