La Habana ya es la capital del teatro. Recorrer la céntrica calle Línea te puede deparar encuentros con actrices y actores —los más visibles—, así como con directores, dramaturgos, técnicos…, de diversas partes del mundo y cubanos que viven allende los mares.
No faltan ensayos generales, lecturas teatrales y estrenos, este último al parecer un requisito impuesto para que los nacidos aquí —vengan de donde vengan— puedan acceder a la programación del festival bienal.
Como una no puede sustraerse del espíritu de la ciudad que llega en oleadas de festivales, me escapé al ensayo general de La otra voz, un texto del español Manuel De, que tomó solo un poquito de la obra La voz humana, que escribiera en 1930 el francés Jean Cocteau.
Manuel se ha reinventado todo para crear, en la puesta que también dirige, su propio lenguaje. Aquí echa mano de la fotografía y el performance registrados a la manera del video arte. Hasta incluye un fragmento de una de las representaciones de Gunter Brus, un artista austriaco de la vanguardia del que yo solo tenía referencias.
El dramaturgo de 35 años, que ha confesado querer provocar similar rechazo que Brus o el alemán Joseph Beuys o la famosísima serbia Marina Abramović, todos con sus performances de vanguardia; también se vale de recursos del lenguaje audiovisual, como los blackout, que me hicieron, a ratos, pensar que veía una película con disolvencias a negro.
Para lograr su voz, Manuel usa la del actor cubano residente en España, Georbis Martínez, al que ubica en una escenografía minimalista, iluminado en penumbra rojiza, que dan más intimidad.
Martínez (para los cubanos el fotógrafo del corto de Pavel Giroud en Tres veces dos o el Ícaro-Pinocho en Icaros de Teatro El Público), regresa a su isla como Antonio, un joven artista del performance que ha sido abandonado por César (Gabriel Moreno), que acá es solo otra voz y en off.
A través de Antonio, el dramaturgo, músico, artista del performance (al que también puede verse haciendo diseño de luces en algunos espectáculos en la península ibérica, según me confesó después) se replantea el amor romántico, la pareja como la fórmula institucional de las uniones…, al menos de la manera en que nos lo enseñaron.
Manuel, se atreve a no justificar la huída de César con la infidelidad o cualquier otro recurso manido del melodrama, sino solo con la pérdida del amor, a nosotros que necesitamos motivos mayores para el abandono.
Martínez, por su parte, lo hace bien. Con un sincronismo preciso con esa voz en off y unas dotes actorales superadas, desde sus tiempos en los escenarios cubanos, en los que ya era un actorazo lleno de recursos.
Confieso que me sentí como una voyeurista, como la que mira tras el hueco de la cerradura a un hombre que sufre el desamor, mientras ensaya o imagina conversaciones de despedida con su amado, cuando pase a recoger su maleta. Sin embargo, fui, al mismo tiempo, la protagonista que sonrió y se retorció con sus recuerdos, con sus cuestionamientos y que lloró, gritó de impotencia y realizó su propio performance nauseabundo.
Señoras y señores, muchachas y muchachos, seres humanos, el amor, el desamor, el abandono, la pérdida del ser amado tienen voces que no discriminan por orientaciones sexuales ni identidades de género ni lugar de nacimiento ni cultura. Estos sentimientos hacen aflorar las verdaderas voces humanas. Si están cerca, regálese el lujo de escuchar la de Manuel De, a través de Georbis Martínez. Ellos tienen algo que decirles.
Foto de portada: Antonio Castro