Cuando fui a la sala Argos Teatro a ver el espectáculo Favez, dirigido por Alberto Corona (1985) e interpretado por Liliana Lam (1988), sabía que detrás del montaje debía haber muchas horas de diálogo y trabajo conjunto. Porque Liliana y Alberto no solo son dos actores con trayectorias compartidas desde su formación en el grupo Hubert de Blanck junto a su maestro Pancho García, sino además porque conforman una familia junto a sus dos hijas pequeñas.
Los imaginaba a ambos en la sala de su casa, en la cocina o sentados en la terraza, debatiendo sobre cualquier detalle de la obra en proceso, entre los altibajos y sudores con los que se suele llevar hoy la dinámica cotidiana de un hogar en Cuba.
Lecciones de Favez siglos después
“Favez fue un punto de partida para concientizar mejor mi masculinidad —me confesó Corona—, porque yo, hijo de un padre militar arraigado a los cánones ortodoxos de la hombría, como muchos, fui víctima del machismo y tenía la necesidad de sentirme más libre”.
De ahí que el libro sobre Enriqueta Favez Por andar vestida de hombre, del Doctor en Ciencias Históricas Julio César González Pagés (Editorial de la Mujer, 2012) sirviera como referente principal de la obra de teatro.
Luego de perder a su hija y enviudar, Favez suplanta la identidad de su esposo. Tras haber trabajado en la guerra llega al oriente cubano (1819) como Enrique Favez. Allí ejerce como médico atendiendo gratuitamente y alfabetizando a muchas personas. Con 33 años, Favez había atravesado juicio y condena por su cambio de identidad y su trabajo como médico, había perdido a su hija y su esposo, y sufría por la imposibilidad de estar con Juana de León, con quien se había casado en la isla. Terminaría internada en un convento de Nueva Orleans en el que fallecería como “la hermana Magdalena”. Es el devenir que recogen Liliana Lam y su esposo en un texto para la revista Tablas, en un número presentado estos días en la Feria Internacional del Libro de La Habana.
Después de ensayar cinco versiones, la pareja mantuvo su empeño en “volver a la biografía de Favez, porque es una historia transgresora que nos enseña siempre muchas cosas. Doscientos años después, demuestra que hay que luchar por lo que uno quiere; no conformarse ni darse por vencido. Rescatar la historia del personaje, que sufrió tantas calamidades, volver a esa vida atravesada por desgracias, nos educa y deja mensajes extremadamente importantes”.
Favez, suiza, fue la primera mujer en ejercer la medicina en Cuba. En su historia dos conflictos atraviesan el imaginario patriarcal y exponen estrictos esquemas de género padecidos por años: por un lado, la imposibilidad de ejercer la profesión por parte de las mujeres hasta finales del siglo XIX; y por otro, la incomprensión y la condena hacia quien cambió su identidad de género.
Aunque parezca increíble, llevar a cabo un proyecto como este reveló prejuicios latentes. “Desde que empezamos a trabajar los temas de género, nuestra vida empezó a cambiar. Y hemos enfrentado criterios disímiles. A veces nuestros propios padres nos hacían comentarios como: ¿Y por qué Alberto está cocinando?, o encontraban raro que yo llegara más tarde a la casa por estar trabajando —comenta Liliana—. Cuando asumí el personaje de Favez me corté el pelo y me dejé crecer todos los vellos del cuerpo. Se generó un poco de polémica entre los amigos; aunque luego pasó. Creo que cada uno va entendiendo cuando es capaz de respetar. Si hubiera más respeto al otro, el mundo sería distinto”.
Cuando Alberto leyó el libro Macho varón masculino, también de Julio César González Pagés, descubrió asuntos en torno a las masculinidades, la paternidad, la violencia de género y el feminismo que le interesó abordar en su espacio profesional y la vida diaria.
“Con Favez empecé a plantearme que mi teatro abordara estos temas, de los que no se habla mucho en el espacio público, sobre todo entre los hombres. En lo cotidiano, empecé a sentir que quería ser un hombre que no sintiera complejo, sin tabúes, incluso teniendo un padre que, por verme ocuparme de los quehaceres de la casa, llegaba y le decía a Liliana que tenía a su hijo como un esclavo y que él no me había criado así. Cosas que se dicen en jarana; pero empiezas a entender que son parte de un pensamiento real y arraigado”.
Machismo contra felicidad
Liliana y Alberto han continuado un camino creativo en el que siguen apostando por temas similares. La alianza con instituciones como Unicef, la Red Iberoamericana y Africana de Masculinidades (RIAM), el trabajo con el periodista Jesús Muñoz (junto a quien realizaron encuestas a hombres deportistas, cocineros, económicos, artistas, etc.), han consolidado su preocupación y, sobre todo, su ocupación.
De aquellas encuestas Alberto recuerda: “A todos los encuestados les interesaba el tema de las nuevas masculinidades, alejarse de la masculinidad hegemónica y patriarcal; pero cuando avanzas y ves algunas posturas o comentarios, comprendes que resulta difícil entender y asimilar el asunto. El machismo va contra la felicidad, del esplendor del ser humano. Limita el crecimiento como intelectual, como persona, como padre, como hombre. Por eso siento que debo luchar contra eso; que mi teatro tiene que ser una plataforma para visibilizarlo y llegar a todos los hombres y mujeres posibles”.
Muestra biográfica sin instrucciones de uso
En el último semestre de 2022 Liliana Lam dirigió el proyecto Kilómetro cero, un espectáculo que recogía algunas de las historias del libro Pingueros en La Habana, del propio Pagés. Hablar de prostitución masculina en Cuba es complejo porque, por un lado, debe evitarse el moralismo y, por otro, conflictos presentes en las biografías recogidas tocan zonas sensibles en la vida de cualquier sujeto.
Para Liliana, “el propósito fue mostrar estas historias que parten de vidas reales, tratando de construirlas de la manera más realista posible, sin adornos, pero tampoco agravando la situación. Plantear las circunstancias lo más cercanas posible a la verdad. La idea era que cada espectador pudiera mirar y entender la obra teniendo en cuenta que no está viendo caricaturas, sino vidas comunes y reales. No hay intención de manipular al espectador. El equipo trabajó para que cada receptor pudiera tener sensaciones y lecturas propias a partir de cada historia”.
Es una ganancia para artistas y público poder encontrar este tipo de investigación en la sala Argos Teatro, donde hemos visto espectáculos sobre asuntos que permanecen en un espacio subalterno, que se acercan a vidas marginales a través de las cuales el director Carlos Celdrán ha logrado conquistar un público asiduo a la sala.
Un show paterno
Más allá de ese espacio teatral, la pareja de actores procura seguir indagando en asuntos de género. Así “nació el Top Show del Papá Vendedor, algo que Liliana escribió y yo interpreté. Trata sobre un padre que vende cosas para bebés y a partir de ahí empieza a contar su historia de papá responsable. Un padre que ha estado activo desde que su esposa salió embarazada y que habla de las consultas, del nacimiento de los hijos, de cuando se enfermaban, etcétera. Fue una experiencia que probamos con un grupo de mujeres y funcionó de maravilla. Lo hicimos después en una comunidad vulnerable de Pinar del Río por donde acababa de pasar un ciclón, y la interacción con los padres superó nuestras expectativas. Algunos lloraron”, recuerda Alberto.
“Interactuar con esas personas de comunidades intrincadas fue muy bueno —añade—. Uno supone que el machismo es más intrínseco, el hombre proveedor que trabaja como base del hogar, “cabeza de familia”. De pronto vimos hombres así con muchas inquietudes y necesidades de encontrar otras vías para criar a sus hijos, para vivir su vida en sentido general y no sentir miedos, vergüenza, complejo por llorar o planchar la ropa”.
Crecimiento compartido
En esta, como en otras experiencias profesionales, Liliana y Alberto han aprendido a alternar sus roles. En la telenovela Tan lejos y tan cerca, mientras Alberto interpretaba el personaje de Nelson, cuando por primera vez compartió set con su hija Lucía Corona, Liliana trabajó como coach de la niña. Cuando ella dirigía Kilómetro cero, Alberto asumió el personaje de Yunier en uno de los elencos. Ahora, mientras llevan a escena La llamada (versión libre de ambos a partir del texto de Paloma Pedrero La llamada de Lauren), que Liliana dirige, volverán a actuar juntos.
La llamada tiene que ver con “un hombre sensible, inteligente, que lleva una relación de tres años con Rosa y empieza a sentir de nuevo una inquietud que tenía desde la infancia y que había negado por asumir otros patrones. Como nunca había llegado a ser plenamente feliz, determina llevar su sexualidad a otro nivel con su esposa. Eso ayudará a ser más pleno. Hablamos de la importancia de tener a una pareja al lado, y de viajar por la sexualidad lejos de la violencia de género propia de patrones machistas”.
En su crecimiento compartido radica parte de la complementariedad por la que luchan ambos. “Compartir el espacio familiar y profesional con Alberto es una maravilla. Nosotros, además de ser una pareja y compartir la parte sentimental e íntima, ante todo somos amigos y nos llevamos muy bien. Tenemos una relación diáfana, de mucha armonía. Nos entendemos, nos divertimos juntos. En algunas cosas tenemos puntos de vista diferentes pero nos complementamos. Él me respeta mucho y yo también a él. Esa es la base fundamental para cualquier relación. Nos hacemos aportes mutuamente, en nuestra casa, con nuestras hijas. Sé que es difícil de creer, pero para nosotros estar juntos es un privilegio, es algo que aprovechamos al máximo”.