¿Quién mata con más rigor? Amor.
Luego de algunas décadas regresa una comedia del Fénix de los Ingenios a dialogar con el público en Cuba de la mano de una agrupación artística del patio, la Compañía Teatral Hubert de Blanck. Si en el pasado siglo el teatro clásico español no era presencia infrecuente en los repertorios de la isla, a partir del final de la pasada centuria y en las dos primeras décadas de esta su aparición se ha hecho memorable.
Reconocían aquellos teatristas a dicho teatro como una de las fuentes principales del nuestro, en tanto teatro nacional; mediante aquel se enseñaba a decir el verso, se practicaba la gentil gestualidad y movimiento del cuerpo, el manejo del traje, de los accesorios y elementos de utilería (como un abanico, un pañuelo, un mantón) y en el programa de las academias de teatro (ADADEL, Teatro Universitario, Seminario del Teatro Universitario, Pro Arte) era elemento obligado.
Continuó vigente en la enseñanza artística surgida después de 1959 (primera y sucesivas Escuelas de Instructores y la Escuela Nacional de Arte, la ENA) y también lo hicieron, por un tiempo, en el nivel superior (Instituto Superior de Arte) posiblemente mientras estuvo cercana la generación de profesores que se había formado como actores con su práctica. Luego, no parece haber quedado huella.
Estos argumentos vuelven suceso teatral el regreso a escena de El perro del hortelano (1618), de Félix Lope de Vega (1562-1635), que toma su título del conocido proverbio popular “como perro del hortelano que ni come ni deja comer al amo” referido a quienes ni hacen ni dejan a los demás hacer, un enunciado que se supone provenga de alguna conocida historia griega o latina, dado que ha sido posible hallarla en otras lenguas.
Se trata de una de las comedias más populares de la inmensa cifra que se le atribuyen al también poeta y novelista, una de las figuras más importantes del Siglo de Oro español, tenido, además, entre los más prolíficos escritores de la literatura universal.
Lope es considerado también como el renovador del teatro español de su tiempo al librarlo de las reglas aristotélicas que, hasta ese momento, lo limitaban y concentrarse en historias y situaciones de corte realista seleccionadas del común vivir, combinando valor literario con la capacidad de interesar al público. De un modo magistral conectó la tradición dramática culta con el lenguaje coloquial e hizo del teatro del Siglo de Oro hispano un fenómeno popular.
En su puesta en escena en La Habana de este último mes del año la obra se alza sobre una cuidada y hábil versión del texto original, a cargo de Orietta Medina, directora de la puesta y de la compañía, que acerca al espectador nuestro a la escritura lopesca manteniendo ritmo, musicalidad y gracia, mientras ajusta su extensión a una medida pertinente para nuestros públicos.
Aprovechando que el autor ubica la historia en la ciudad de Nápoles, cuando aún estaba bajo dominio español, la representación transcurre signada por el estilo de la Commedia dell’ Arte, con la aparición ocasional de algunas de sus figuras icónicas sobre la zona de acción.
El tratamiento general del ámbito de la escena se corresponde con la austeridad propia del teatro hispano de la época (el teatro de los corrales) y el espacio ha sido organizado de manera que la alfombra que delimita el cuadrado central del escenario sea el territorio donde transcurre la historia, en tanto en sus laterales (cual si se tratara de los hombros del teatro) los actores esperan el momento en que les corresponda “entrar a escena”.
Espero que el establecimiento de esta convención resulte un elemento más de interés para el público, a quien le es dado observar un espacio central donde “se actúa”, pero también otro donde en lugar de ver al personaje vemos al actor, y que posibilita observar la transformación del actor en el personaje o viceversa; en este caso vivenciar cómo el actor abandona el personaje una vez que termina su ejecución y sale de la zona central.
Aunque se emplean los elementos escenográficos indispensables —lo cual le ofrece limpieza a la escena—, se cuidan planos y niveles y la labor actoral, debidamente acompañada por el diseño de la iluminación de Fabricio Hernández, se coloca en primer plano.
Marcela García, como la Condesa Diana o Condesa de Belflor; Hansel Lestegás en el secretario Teodoro, y Faustino Pérez en el Tristán —el pícaro criado que nos legó el teatro del Siglo de Oro— ejecutan sus ricas y cuidadas partituras y el resto del elenco les secunda con diligencia.
Pero es imprescindible decir que Marcela logró un estreno de gloria. Allí estuvieron todos los matices de la compleja Condesa de Belflor, con el tiempo exacto que exige el humor para conseguir su eficacia, las transiciones limpias y precisas, los desplazamientos amplios y elegantes, la gestualidad cuidada, la proyección diáfana y una energía que iluminaba la sala toda. Compartió palmas con ella, en esta función de apertura, Faustino Pérez en su intenso y riquísimo Tristán, con sus largas y complejas tiradas y sus intervenciones plenas de gracia e inteligencia, adecuadamente moduladas para trabajar la respiración y dotar a cada frase del sentido adecuado, y obligado a hacerse comprender por un espectador no avezado en tales lances.
El elenco cuidó cada momento, sumando méritos en ocasiones como en las escenas de complicidad entre la criada Anarda, de Ilena Díaz, y la Condesa, o las de los supuestos Matones que improvisan Sara Benítez, Elian Juan e Ilena Díaz “haciéndoles la segunda” al temible bandido en que ha de trastocarse oportunamente Tristán.
Bien defendida —y prometiendo mucho más— la Marcela de Heydi Hidalgo; acertadas las intervenciones de Daniel Oliver, lo mismo en el Octavio, en el Conde Federico que animando con una hermosa voz el jolgorio que estalla de improviso. Siempre eficaz Juan Carlos García —posee el don de la ubicuidad— para apoyar en lo que fuese preciso, además de desempeñarse en el Fabio y en el viejo Conde Ludovico.
Con intención he dejado para el final el “detalle” de esa fuente viva y actuante que componen y animan Katia Rionda y Eugenia Bárzaga, dos de las tantas magas a quienes debemos la producción de este espectáculo —tarea compleja dadas las exigencias del teatro de época— puesto que son, nada más y nada menos, que las encargadas del departamento de vestuario de la compañía.
No faltó la música en la propuesta y se presentó en sus diferentes variantes, incluyendo canto y también baile. La asesoría para los cantos fue de Judit Carreño y las coreografías y su montaje se deben a la laboriosa Berta Casañas. La selección musical definitiva, ajena a cualquier lugar común, se caracterizó por la delicadeza y la variedad y estuvo a cargo del Maestro Juan Piñera y de la dirección de la puesta.
Lo que en su contexto de origen fue, como apetecía a Lope, historia transgresora y desafiante de los valores y convenciones sociales vigentes llega a nuestra época como una galante comedia amorosa de enredos, plena de inteligente y fino humor para dar inicio al último mes del año.
Es el regalo de una agrupación de cómicos que hoy muestra algo tan añorado como el “sentido de compañía”. Únicamente sobre esas bases es dado hacer obra semejante en los tiempos que corren. Lo mejor: a pesar de que la distancia ante el goce de un humor de esta clase pudiera medirse en términos de “generaciones de espectadores”, poco a poco el público fue entrando en el juego hasta disfrutarlo plenamente.
Es nuestro exorcismo contra la dureza y estulticia de una existencia cotidiana que se sitúa en las antípodas del arte. Nuestra afirmación de libertad y esperanza. Nuestro “No pasarán”. Nuestro “Gracias a la vida”.
¿Dónde? Sala teatral Hubert de Blanck. Calzada entre A y B, El Vedado.
¿Cuándo? Viernes 8, 15; Sábado 9, 16 y Domingo 10 y 17 de diciembre.
¿Cuánto? 50.00 CUP.
Está prohibido hacer fotos o videos sin la autorizacion previa de la Dirección de la Compañía.