Es junio de 2024 y hay silencio en la sala Adolfo Llauradó de La Habana. Casi un siglo y medio después de su desaparición física, Carlos Marx ha resucitado en la ficción de la obra de teatro Marx en el Soho. El pensador alemán regresó a este mundo por solo una hora, tiempo suficiente para discutir y criticar el presente social y económico.
Es la última escena y Marx se retira al fondo del escenario, bañado apenas por una luz cálida que destaca su figura. Todo lo demás está en penumbras. Es el momento de la despedida, y proclama:
No vamos a hablar más sobre el capitalismo o el socialismo. Vamos a hablar de la increíble riqueza que tiene la Tierra para los seres humanos. Dar a la gente lo que necesita: comida, medicinas, aire limpio, agua pura, árboles y hierba, casas agradables donde vivir, algunas horas de trabajo y más horas de ocio. No preguntes quién lo merece. Todo ser humano lo merece.
Fin.
Los aplausos estallan, mientras Michaelis Cué (Campechuela, 1945)1, el actor que ha interpretado a Marx, se aproxima al proscenio, coloca su mano en el pecho, cerca del corazón, y se conmueve hasta las lágrimas.
¿Por qué a sus casi 80 años habría de emocionarse tanto este querido y reconocido actor cubano? Las emociones son intensas esa noche para el también dramaturgo, profesor y director con más de cinco décadas de experiencia.
En junio de 2004, hace 20 años, en este mismo escenario, Cué estrenó este unipersonal con el autor, el historiador estadounidense Howard Zinn, presente en primera fila. Este evento marcó el inicio de un largo recorrido que ha incluido más de trescientas funciones dentro y fuera de Cuba, la adaptación para la TV, y premios como el Villanueva a la mejor puesta en escena en 2004.
La premisa de Marx en el Soho es ingeniosa y provocadora: el filósofo, tras su muerte, recibe permiso para regresar a la Tierra durante una hora con el objetivo de defender sus ideas y corregir malentendidos. Sin embargo, debido a un error burocrático, en lugar de aparecer en el Soho londinense, se encuentra en el Soho de Nueva York.
La obra, estrenada mundialmente en 1995, llegó a Cuba casi por azar en 2003. En ese momento, Michaelis Cué era conocido por su papel de Enrique Chiquito en el popular programa infantil La sombrilla amarilla. Con maestría supo desdoblarse y lograr lo que pocos actores han conseguido: quedar en la memoria emotiva del público no por uno, sino dos personajes completamente distintos.
La versión de Marx en el Soho presentada por Cué se destaca por un trabajo colaborativo en la dirección y producción. Bárbara Rivero, quien asumió la versión dramatúrgica junto a él, aportó su experiencia y visión artística, mientras que el diseño escenográfico corrió a cargo de Luis Lacosta y Oscar Fagette, quienes crearon un entorno visualmente impactante con pocos recursos. Miriam Dueñas se encargó del vestuario, mientras que Saskia Cruz diseñó la iluminación, realzando la atmósfera dramática. La música, a cargo del maestro Bobby Carcassés, añadió profundidad emocional a la puesta en escena. Además, César Bernardo desempeñó el papel de director asistente, contribuyendo al éxito del montaje con su apoyo y experiencia.
La interpretación de Marx de Michaelis ha sido elogiada por la intensidad que aporta al personaje, que permite una conexión directa con las ideas y pasiones del teórico. Su actuación ha sido fundamental para que la obra mantenga relevancia y resonancia a lo largo de los años.
Con el pretexto del aniversario cerrado de su estreno en Cuba y con el eco de aquella función en La Habana, decidí entrevistar a su protagonista. Desde Buenos Aires, envié una serie de preguntas por WhatsApp a La Habana, y al recibir las respuestas, la línea entre Cué y Marx parecía desdibujarse. Mientras escuchaba los audios, me preguntaba si estaba conversando con Carlos Cué o Michaelis Marx.
¿Cómo llegas a Marx en el Soho?
La obra llegó a Cuba a través del dramaturgo español Alfonso Sastre. Desde el Ministerio de Cultura se le entregó al Consejo de las Artes Escénicas, quienes empezaron a buscar a alguien interesado en interpretarla. El texto fue pasando de mano en mano, ya que el reto de hacer a Carlos Marx intimidaba a muchos. Finalmente, le llegó al director Julio César Ramírez, quien pensó en mí como el actor adecuado.
Al leer el texto, decidí que lo haría. Luego Julio se complicó con otros trabajos y no podía llevar el proyecto adelante. Ahí decidí asumir como director de la obra. Desde noviembre o diciembre de 2003, como seis meses antes del estreno, mientras trabajaba en el programa infantil La sombrilla amarilla y estábamos de gira por Cuba, empecé a aprenderme el texto y a hacerle cortes, preparando mi versión para el estreno en junio.
De día Michaelis Cué era Enrique Chitquito y de noche se ponía en la piel de Marx. Así de versátil fue tu vida entonces. ¿Cómo lograbas hacer esa transición?
Al enfrentar un nuevo texto, me veo obligado a romper cualquier encasillamiento previo. A menudo, en entrevistas, me preguntaban si sentía que estaba encasillado. Mi respuesta siempre ha sido que, si ese fuera el caso, sería un nuevo reto artístico que aceptaría con gusto. Además, enfrentar un monólogo es un desafío enorme para cualquier actor, ya que implica un desgaste físico, emocional y espiritual sin descanso en el escenario.
¿Recuerdas tus primeras impresiones al estudiar la obra?
Entré en un estado de trance. La energía que me transmitía el texto me confirmó que ese era el camino, y eso fue lo que anoté como mi primera impresión. Decidí que no iba a imitar físicamente a Carlos Marx, ni dejarme el pelo largo o la barba. Mi enfoque fue absorber la energía del texto y proyectarla, sin caer en la caracterización.
Me planteé cómo un profesor de marxismo cubano, atrapado en el dogma, recibiría este enfoque, y eso me motivó aún más. En lugar de interpretar a Marx o a los otros personajes, me centré en captar y transmitir sus energías.
Esta obra fue una manera de dirigirme a un público cubano lleno de prejuicios y saturado de enseñanzas dogmáticas del marxismo. El autor, Howard Zinn, escribió la obra para el público estadounidense, pero encontré en ella un medio para cuestionar y superar el dogma que había aprendido.
Mi mayor reto fue hacer esta obra para un público cubano, que desde el principio me cuestionó. Me decían que estaba loco por interpretar a Carlos Marx, ya que no tenía nada que ver con él. Incluso me sugerían cambiar el título de la obra, pero me mantuve firme en dejarlo como estaba.
Sin embargo, hice una versión adaptada, enfatizando aspectos más atractivos para nuestro contexto. Sabía que los cubanos están familiarizados con el marxismo, por lo que no podía enfocarme solo en las ideas filosóficas y categorías, como se hace para el público estadounidense. En su lugar, me centré más en las relaciones personales de Marx, como las contradicciones entre Jenny [Johanna Bertha Julie von Westphalen] y [Mijaíl] Bakunin, y las dificultades familiares. Esta adaptación, pensé, sería más atractiva y relevante para la audiencia de la isla.
Para sorprender al espectador, era crucial resaltar aspectos de la vida personal de Marx, como el papel clave de su esposa Jenny, sus hijas, y sus relaciones con Engels y Bakunin.
La obra presenta un contrasentido dramático: Marx regresa a la Tierra, pero en lugar de aparecer en el Soho de Londres, lo hace en el Soho de Nueva York. Esto le permite al autor, Howard Zinn, mezclar datos biográficos precisos con sus propias ideas, ya que era un marxista profundo y tenía una postura crítica hacia el estalinismo y ciertas doctrinas.
La obra, además de ser rigurosa, está llena de ironías y humor fino, como cuando Marx bromea sobre cómo el capitalismo, en cierta forma, salvó su vida gracias a Engels, cuyo padre era un empresario en Manchester. Este enfoque, con sus matices humorísticos y familiares, fue pensado para conectar con el público cubano, evitando caer en lo que podría haber sido un discurso político dogmático.
¿Qué tiene de particular el Marx de Michaelis Cué?
Interpretar a Carlos Marx es ya un reto y eso me atrajo particularmente. Decidí no hacer una caracterización tradicional de Marx, evitando la barba y los trajes específicos. Opté por un enfoque contemporáneo, usando zapatillas, jeans y una camisa blanca, con solo un frac para añadir un toque de época.
Lo más interesante es que mi interpretación ha resonado en personas de diversas ideologías, lo que refleja la autenticidad del espectáculo. Mi objetivo siempre ha sido que lo que se presente en el escenario sea verosímil y conecte con el público. Este espectáculo me permitió salir de mi zona de confort y enfrentar un reto que, 20 años después, sigue siendo demandado y apreciado por el público.
¿Cómo fueron tus encuentros con Howard Zinn, el escritor de la obra?
Un mes antes del estreno, Howard Zinn vino a La Habana para ver qué estábamos haciendo con su obra. Tuvimos una larga conversación durante un almuerzo. Lo recuerdo como un hombre modesto, simple y muy receptivo.
Creo que, al verme por primera vez, debió dudar de mi capacidad para interpretar a Carlos Marx debido a mi estatura y complexión, y a la época en la que se desarrolla la obra. Sin embargo, le expliqué mi enfoque y entendió mi perspectiva. Recuerdo que me comentó que pensaba que la obra no podría representarse en Cuba debido a los prejuicios y a las críticas que hace sobre el socialismo real. Le respondí que yo compartía las mismas críticas sobre los errores, el oportunismo y la corrupción del socialismo real.
También recuerdo que le expliqué que, en Cuba, debido a los problemas de transporte, un espectáculo debía durar entre una hora y una hora y cuarto, ya que el público siempre estaba preocupado por cómo volver a casa. Él me dio toda la libertad para adaptar la obra.
Al día siguiente, vio un ensayo y quedó fascinado. Es más, creyó que ya estaba lista para el estreno. Sin embargo, le comenté que aún necesitaba un mes más de trabajo, ya que en ese momento solo había memorizado el texto y me encontraba en pleno proceso de desarrollo. Aunque logré avanzar mucho en pocos días, sabía que faltaban detalles importantes por pulir. Howard se mostró muy comprensivo. Incluso quería llevarme a Estados Unidos. Lamentablemente falleció antes de que esto pudiera concretarse.
¿Podrías rememorar la noche del estreno?
Fue un éxito total, con la sala llena de intelectuales cubanos y profesores de filosofía y marxismo. Incluso el autor, Howard Zinn, estuvo presente y quedó encantado con la obra. Le agradezco que tanto en Cuba como en Estados Unidos siempre fue muy elogioso con mi trabajo.
Sin embargo, en la segunda función casi no había público, lo que me hizo pensar que solo haría unas pocas funciones. Pero el boca a boca comenzó a correr, y la audiencia fue creciendo, en especial entre los jóvenes. Recibí reacciones muy variadas y simpáticas, desde quienes querían unirse al Partido Comunista hasta quienes, al principio, no veían a Marx en mí, pero al final lo reconocían en mi interpretación.
Para mí, es una de las mayores satisfacciones artísticas que he tenido, ya que logré no sólo narrar, sino también crear un conflicto dramático que conectara con el público. Mi objetivo no era hacer política, sino arte, y siento que gané esa batalla.
Después de dos décadas, ¿qué representa para ti Marx en el Soho?
Siento que la obra me ha permitido ser útil y, además, me ha aclarado muchas cosas. Stanislavski solía decir que al leer un texto por primera vez, uno debía escribir sus primeras impresiones. Durante el proceso de trabajo, cuando surgen obstáculos, volver a esas impresiones iniciales ayuda a destrabarse. Ese consejo sabio lo he seguido a lo largo de mi carrera.
Cuando cayó el Muro de Berlín, experimenté la misma desilusión de muchos que habíamos estudiado el marxismo. Siendo joven, leí el Manifiesto Comunista y lo comprendí por completo; me resultó muy esclarecedor. Tuve la suerte de acudir primero a Marx, al autor original, antes de encontrarme con los dogmas y esquemas que dominaban el estudio del marxismo en la escuela. El propio Marx decía “duda de todo”. Él mismo me alertaba de que el dogma no era el camino.
Adoptar el papel de Marx significó conectar con su historia de vida. Vengo de una infancia humilde y precaria, y conocí de primera mano lo que era la lucha de clases. La Revolución cambió mi vida, me brindó oportunidades, como estudiar en la Escuela Nacional de Arte desde muy joven. Aunque no soy filósofo, como artista entendí que esta obra me permitía enfrentar muchas de las dudas que la caída del Muro de Berlín me dejó. Descubrí que no podía tratar de interpretar a Carlos Marx de forma convencional. Ese desafío me encantó.
¿Qué crees que pensaría Marx si, en lugar de caer en Nueva York, hubiese llegado a Cuba?
A menudo me hago la misma pregunta. Si Marx llegara a La Habana, creo que tendría sentimientos encontrados. Por un lado, criticaría los problemas y fracasos del socialismo en Cuba, pero también podría haber visto en la resistencia del pueblo cubano un signo de esperanza. Incluso Marx encontraría más preguntas que respuestas en su visita, ya que la realidad cubana plantea muchas interrogantes. Por eso, lo que se aborda en la obra de teatro sigue siendo relevante hoy. Las personas en el público, sean de las inclinaciones políticas que sean, encuentran algo valioso en el espectáculo.
Nacido en Campechuela, Granma, en 1945, el destacado actor, dramaturgo, profesor y director teatral cubano se graduó en la Escuela Nacional de Arte de La Habana en 1967, en la especialidad en Artes Dramáticas. Hizo la licenciatura en Filología en la Universidad de La Habana en 1984. Realizó el un postgrado en Dirección Teatral en la antigua URSS. A lo largo de su carrera ha sido miembro de importantes grupos teatrales como Joven Teatro, Los Doce, Teatro Estudio, Teatro Extramuro, Cubana de Acero, Teatro Político Bertolt Brecht y Teatro Mío. En el cine ha participado en largometrajes como Caravana, La vida es silbar, Entre ciclones y El porvenir de una ilusión, así como en numerosos cortometrajes. Además, ha impartido clases de Actuación, Voz y Dicción, Movimiento e Historia del Teatro. Destaca por su labor como director de la Escuela Nacional de Teatro de Nicaragua, donde contribuyó a la creación de sus Planes de Estudios.