Agnieska Hernández, al frente de La Franja Teatral, sabe cómo hacer un espectáculo inquietante. Ahora centró la mirada en la violencia de género y todo lo que de ella se desprende, en tanto canon del sistema de relaciones patriarcales.
La historia arranca en el siglo XVII, más exactamente en 1677, cuando Anton van Leeuwenhoek, holandés, comerciante de tela, observa que su semen está poblado por seres vivos (“animáculos”, diría él) que “avanzan con movimientos de serpiente”. En esos espermatozoides, proclamaría con júbilo, “se esconden mis hijos”. Y esta primera formulación plantea de plano la exclusión del otro término de la ecuación de la vida, la mujer que será fecundada, y en cuyas entrañas se forjará un nuevo ser.
A partir de ahí, sucesivos monólogos ponen a disposición de los espectadores un surtido temático que va desde las relaciones parentales disfuncionales, la procreación fuera del matrimonio, los prejuicios machistas, y el libre ejercicio de la sexualidad, hasta la violencia de género, cuyo exponente de mayor gravedad es el feminicidio.
La hija juzga al padre. La mujer que se “dio” por amor, juzga al amante irresponsable, las meretrices vindican el dominio de su cuerpo, verdadero espacio de libertad:
FLORA. ¿De qué voy vestida? ¡Dilo! De hembra, de cielo, de noche. Me visto como yo quiera. Me gusta la transparencia. Me llega hasta los escotes, ¿soy?: La dueña de este cuerpo y no es un patio trasero. Yo elijo cómo me visto y con quién me desvisto. ¿Tú entendiste? ¿Qué solo el “sí” es “sí”?
Agnieska toma como base para su discurso la novela Karakter, de Ferdinand Borderwijk, texto que modifica y versiona libremente con arreglo a sus necesidades escénicas. Las líneas temáticas se irán trenzando alrededor de la trama principal: la niña que ha crecido sin padre, vejada por sus compañeros de escuela y por la sociedad que la considera un fruto espurio.
Del feminismo va Padre nuestro. Es una pieza dura, de gran expresividad y atractivo visual que recuerda, por momentos, el estilo del maestro Roberto Blanco, de movimientos minuciosamente coreografiados, interpretación de música en vivo y soluciones visuales, en ocasiones apoyadas por instantes de back projection, de mucha eficacia. Resalta la calidad del elenco, bien entrenado, con presencia escénica y clara proyección. Un lujo de compañía, La Franja Teatral.
A la cabeza del texto que la directora y dramaturga ha elaborado como pauta de su espectáculo, puede leerse: “Entrenamiento de ADN”. Barrunto que detrás de esa expresión hay toda una teoría sobre el hecho escénico. Cuando he conversado con ella, he olvidado preguntarle sobre el asunto en cuestión. Aventuro aquí que se trata de un dispositivo similar al que ensaya la maestra Nelda Castillo con El Ciervo Encantado: recurrir a la memoria que no se cifra en la conciencia, sino en las profundidades ontológicas de los actores-personajes, que asumen el discurso como parte de sus propias vidas “pasadas”, en el cúmulo de información que recibimos por cauce genético.
Los casos de violencia de género no son nuevos en Cuba. La visibilidad que van ganando en la conciencia popular quizá se preste a equívoco. Entre 2019 y lo que va de 2023, el observatorio independiente Yo Sí Te Creo en Cuba ha registrado 144 feminicidios; solo en este año, hasta el 26 de abril, se han confirmado 27.
Es de suponer que ante la normalización de esta forma de violencia, muchos delitos de este corte queden sin denunciarse o se tipifiquen de otra forma. Igual las cifras son alarmantes, por crecientes, y demandan una urgente intervención desde la legislación y el aparato policial, pero también desde el arte y la academia. Es una batalla en la que todos los cubanos de buena voluntad han de participar con decisión y firmeza, pues su barrido transversal no repara en estamentos sociales.
Es esa “intromisión” en asunto tan delicado como urgente, otro de los valores de Padre nuestro. El arte no está para dar soluciones ni para enviar mensajes, ni siquiera para historiar los hechos —que de todo eso puede tener—, sino para alentar y dar herramientas emocionales a quienes deben propiciar los cambios.
Me quedo aquí con unas palabras de Agnieska sobre la manera en que su teatro aspira a participar en el debate de la contemporaneidad de Cuba:
Cuba siempre está en nuestras piezas, aun cuando no son tiempos sencillos para establecer el diálogo poético con una sociedad donde hay notables deterioros materiales y comunicativos, y múltiples estratos, estigmas, heridas abiertas; y tampoco es fácil recibir al público y olvidar quién es en este momento. Intento poner una semilla poética que nos ayude a ser más tolerantes o menos racistas o que nos ayude a mirar. La identificación podría causarnos terror, Aristóteles. O conmiseración. Si el teatro no puede parecerse a su tiempo, o si el teatro no pudiese abrir los brazos para entender y ofrecer una oportunidad humana al entendimiento de nuestras sociedades en tiempo real, pues el teatro entonces serviría de entertainment un ratico y enseguida estaría de más.
Dónde: Sala “Tito Junco”. Centro Cultural Bertolt Brecht. Calle 13 esquina a I, El Vedado, La Habana.
Cuándo: viernes 5 y sábado 6 de mayo a las 8:30 pm; domingo 7 de mayo a las 6:00 pm. ¡Últimas funciones!
Cuánto: 20 cup.