Jazz Vilá es un soñador, mas no tiene un pelo de tonto. Se hace retratar delante del cartel de Farándula, donde sorprende la nube de patrocinadores de su pieza más reciente sobre las tablas.
Son los nuevos mecenas –antes era solo el Estado– y “no están todos”, advierte el dramaturgo, actor y experto en marketing.
Observando el cartel, los semiólogos podrían deslizar una doble lectura. O bien Farándula, rodeada de empresas, es el centro gravitatorio de un sistema colaborativo; o bien Farándula –y por extensión el arte– está sitiada y a merced de las fuerzas del mercado que terminarán por envilecer la creación.
En un país que está mutando sus conceptos y donde la lógica económica ha venido irrumpiendo en los predios de la cultura, tijera en mano recortando presupuestos, la estrategia de Vilá no parece descolocada: hacer converger arte y mercado en dosis no groseras con el objetivo puesto en el público, sobre todo el juvenil, que “aún no ha despertado a las salas”.
“Hay cosas que quizás estética e ideológicamente tienen que ceder un poco al hecho del contacto con el público. Muchas veces los directores, debido a su ego, se olvidan de que la obra pertenece al público y la hacen más para sí mismos”, insiste el autor de Eclipse y Rascacielos, en una larga conversación con OnCuba a la entrada de la sala Llauradó, ubicada en los jardines de lo que fuera una espléndida mansión aristocrática, ahora en vías de extinción.
Como parte del plan promocional, Vilá y su troupe aprovecharon las bicicletas facilitadas por VeloCuba, un taller privado y uno de los sponsors de la obra.
Exhibiéndose por varias arterias de la ciudad, Red Bull en mano, vocearon su “mercancía” teatral, a la usanza de avisadores circenses del pasado.
“Ninguna de las empresas extranjeras que me apoyan está ilegal en Cuba. Todas operan con la anuencia del gobierno”, dice el director, cuyas prácticas de producción sonarán gruesas en algunas orejas peludas; incluso dentro del gremio escénico, donde también enfrenta resistencias o descreimientos.
“Lo que sucede es falta de gestión, no porque sean inexistentes esos mecanismos en Cuba”, explica y se muestra a favor de una visión dúctil hacia el mundo de los negocios.
“Siempre que estas empresas quieran apoyar el hecho teatral, en términos de cultura, tenemos que darle la bienvenida”, recomienda.
–¿Esa nube de sponsors te cambia el rumbo de la mano a la hora de escribir?
–Para nada, para nada. Cuando yo los busco a ellos ya la mano terminó de escribir.
–¿Y el dato de que Nutella sea un detalle perfectamente reconocible en Farándula?
–No está enfocado para promover el producto, sino que se inserta en una escena familiar. De hecho, la firma no aparece como patrocinador de Farándula. Sin embargo, he escrito una obra, El pequeño, inspirada en El principito, en la que Nutella va a poder colaborar… Si fuera una africana lo que hubiera estado en la obra, me hubiera ido a La Estrella.
Vilá, La Habana, 1984, quiere estar a la altura de sus ambiciones: engatusar a los empresarios –él los llama amigos, ya sean estatales y privados, locales y foráneos– con sus proyectos escénicos, en los que de alguna manera visibiliza los productos de sus sponsors, y seducir al público mediante tramas de actualidad espectacularmente exhibidas.
“He querido rescatar la magia del teatro”, resume.
Por tanto, ¿la meta? Un teatro concurrido, juvenil, entretenido y sustentable. ¿Los peligros? Que el efectismo se lleve por delante a la reflexión.
Uno de tales efectos fue lograr, por primera vez en la historia teatral cubana, que la lluvia sea con agua y no con sonido. Un simulacro –su instalación costó madrugas– que hace levantar de sus butacas a los espectadores que curiosos intentan saber cómo drena el líquido, luego de percatarse de que no es virtual.
Ese sentido de la espectacularidad, en parte, le viene a Jazz de su paso por Teatro El Público. “Fue mi casa, mi escuela”. Pero la madurez en tal dominio, donde el director quiere ser tan audaz como el deus ex machina de los griegos, cuajó en su trabajo de asistente de vestuario y de producción en Europa con los Ballets de Montecarlo y la compañía española de Blanca Li.
Con esta última, montó Poeta en Nueva York, “donde había una escena que ocurría con la lluvia… Ver ese sistema es lo que me hace traerlo aquí y adaptarlo a nuestras condiciones”.
El director no intenta hacerse notar como un copista de primicias técnicas, descocado y tercermundista, sino como alguien que concilia argumento con tecnología. “En Farándula estaba escrita la escena de la lluvia y no quería poner sonido. Eso es conformismo y yo me alejo de eso.”
La incomunicación interpersonal, el fenómeno migratorio interno y la corrupción es la tríada argumental que soporta esta comedia de enredos, con toques de costumbrismo aportados por la tradición escénica de la Isla.
“Eso es algo que se ha perdido en el teatro actual”, estima Vilá, citando al respecto piezas como Andoba, Te sigo esperando y Contigo pan y cebolla. “Son obras que tienen que ver con la cotidianidad, sin ningún discurso grandilocuente”.
–¿Te obsesiona que haya público en tus puestas?
–Mi afán no es que haya un público de Jazz Vilá, yo quiero que haya un público del teatro contemporáneo cubano.
–El hecho de que mantengas un público masivo y muy interesado en lo que haces, te estaría restando poder autocrítico para evaluar tus obras…
–Todo lo contrario. Mientras las obras mías más éxitos tienen, más yo busco como conectar con ese público, preguntando directamente a las personas. Más allá del halago, lo que trato de buscar es cómo enriquecer la obra.
–¿Eres perfeccionista?
–Siempre busco la perfección, aunque no exista. El error está en no buscarla.
–¿Te hace un escritor narcisista el hecho autorreferencial de que en cada personaje de Rascacielos haya un poco de ti?
–Todos los personajes parten de uno y de algún modo de mi punto de vista, incluso aquellos que no están de acuerdo con las cosas en las que creo.
–Qué palabras detestas?
– Odio la palabra no, como odio la palabra guerra.
–¿El teatro puede cambiar a la gente?
–El teatro no puede, el teatro cambia a la gente.
–¿Vendrán cambios en Cuba?
–Habrá los cambios que tengan que venir, pero lo importante es cómo nos adaptemos a esos cambios. Lo fundamental es que sigamos unidos como pueblo y que todos conservemos la paz y la calma.
–¿Qué es lo más enloquecido que has pensado llevar a escena y que no has podido?
–El rapto de Europa. Ya está escrita y sería la primera obra que no podría estrenar en la sala Llauradó por falta de espacio. Es una obra visualmente impactante, que además lleva un autobús en escena.
–Un vaso a la mitad. ¿Está medio lleno o medio vacío?
– Para mí, cuando el vaso está a la mitad, está medio vacío. Siempre hay que seguir echando para que se llene. Los conformistas te dirán que está casi lleno. Los que tenemos ilusión y sueños te diremos que está medio vacío.
Con 17 años, Jazz Vilá transformó el ruinoso cine México en una experiencia escénica comunitaria y a despecho de los especialistas, que presuponían que el público del Cerro sería refractario a Lorca, montó La casa de Bernarda Alba. Los sponsors fueron los vecinos.
Desde entonces Vilá no ha dejado de trabajar. No fuma, no bebe y el dinero conseguido en sus viajes lo emplea para ver todo tipo de teatro y asimilar de la tradición europea o estadounidense los modos de concebir un espectáculo con oropel y sustancia.
Con Eclipse, a partir de una libre relectura de La señorita Julia, ese clásico del teatro nórdico, captó la atención de muchos y tuvo que hacer funciones de martes a domingo, algo que no ocurría hace años en el teatro cubano, arrellanado en los fines de semana.
Multiplicó varias veces el público con Rascacielos, que tuvo más de ochenta funciones, repletó la sala la noche del concierto de Rolling Stones, y superó los 10 mil espectadores y las ochenta funciones.
Con Farándula, Vilá pretende pulverizar los récords anteriores y hacer una gira nacional, solo interrumpida en abril por la participación del grupo en el Festival internacional de Teatro Siglo De Oro, en El Paso, Texas, donde llevarán una versión de La vida es sueño, de Calderón de la Barca. Será la primera compañía cubana en el evento de teatro clásico español más antiguo del planeta y que reúne a colectivos de Europa y América, además de a cientos de académicos de todo el mundo.
Es martes. Venta de entradas para toda la semana. El teléfono no para de sonar en la recepción y la cola se alarga y se alarga más allá de la gran verja de entrada a la Casona. Luego repta a lo largo de la calle 11. La ansiedad no falta. La sala es pequeña. Apenas 125 butacas. Un estudiante de enfermería ha sacado entradas para quince colegas. Se escuchan protestas, mientras desde Bejucal, un pueblo a 40 kilómetros de La Habana, ha llegado el ómnibus que trae a una fogosa tribu de espectadores. Alguien que no sabe la causa del gentío, ni el lugar de que se trata, como si de repente el teatro se convirtiera en un agromercado sin tarimas, pregunta al vuelo, con la mayor seriedad del mundo:
– Y aquí qué pasa… ¿sacaron papas?
Atractivo tema, bien escrito, titulo con gancho, que bien encontrarse con este tipo de periodismo. Y que ha desatado el interes de ver la obra. Gracias!