Por: Martha Luisa Hernández Cadenas
El término del presente año teatral me deja una sensación de goce desmedido. No me refiero a un goce festivo (que bien podría serlo), ni a un goce complaciente (que por nocivo y común, bien podría ajustarse), sino al goce de toparme con alentadoras experiencias escénicas (desmedidas serían las reflexiones sobre ellas, si se les hiciera justicia). Los procesos que comentaré a continuación llaman mi atención, por el cómo han escogido explorar motivaciones textuales, temáticas o conceptuales, y al decir el cómo no solo me refiero al tratamiento formal que han tenido aquellos impulsos estéticos, sino a los procesos en sí mismos, a su constitución como experiencias y, por ende, a su refracción ante el público.
Pienso, no con poca nostalgia, en La última cena de El Ciervo Encantado. A principios de año, este trabajo eminentemente transdisciplinario, cerraba e inauguraba una etapa en la vida de la singular agrupación cubana. Una fiesta innombrable, sin dudas, fueron aquellas presentaciones, compartidas entre amigos y creadores disímiles, que sirvieron para celebrar, desde una postura crítica y reflexiva, lo que ha sido el proyecto dirigido por Nelda Castillo. Asimismo, marcadas sobre todo por lo performativo, aquellas citas del café-teatro La última cena en tempo postmoderno, dieron fe de lo que representa ese espacio de formación pedagógica que ha sido El Ciervo Encantado. A lo que se uniría como colofón la inauguración de una nueva sede para la compañía, ya resguardada por la máquina de escribir con la que Severo Sarduy escribiera parte de Cobra, y que se encuentra ubicada bajo el nuevo escenario que acoge al proyecto teatral.
Impactante fue el descubrimiento de La misión, dirigida por Mario Guerra, a partir del texto homónimo de Heiner Müller. Presentada como work in progress en la sala-teatro Raquel Revuelta, y más tarde, mostrada como parte de la Semana de Teatro Alemán, es un trabajo marcado por lo performativo y autorreferencial. El ejercicio riguroso, además de estar signado por la fragilidad de lo accidental, lo impredecible, procuró ser un ensayo sobre el sentido de la Revolución. Ello provocó que la presentación escénica se convirtiera en un manifiesto sobre lo político (frente a la sociedad cubana actual, sobre el trabajo del actor, sobre el sentido del teatro). Estas últimas ideas me fuerzan a considerarle como un trabajo único, ya que, debido a la deconstrucción constante del montaje, procura ser un manifiesto sobre el teatro.
La investigación sobre Delirio Habanero, original de Alberto Pedro, que definiría a la poética de Teatro de La Luna, fue devuelta a los escenarios en el presente año. Esta vez recayó en manos de jóvenes actores, quienes transformaron las ficciones de dos seres preciados en el imaginario cultural de la nación, mediante su verdad, me refiero a Yaser Rivero, Yordanka Ariosa y Luis Manuel Álvarez. En el caso de este remontaje, emociona sobremanera encontrar un espacio privilegiado desde el cual tres jóvenes artistas descubren sus obsesiones con rigor y poesía, las de una Cuba cambiante donde parece común el olvido, y en la que, sin embargo, aún no es vencido el temor por próximas demoliciones, la nostalgia por sueños pasados. Los personajes avivados en la memoria, no dejan de (d)escribir la historia y el presente, y es ahí desde donde toma cuerpo el trabajo sobre este remontaje. Eso consigue decirnos Raúl Martín, cuando permite que sean partícipes de una indagación con una fuerte carga simbólica a una generación de actores distantes de los que fundaron Delirio…, y que ellos reconozcan en el trabajo sus propias interrogantes artísticas, más aún si ese descubrimiento es común para la recepción.
No sé si sea porque PIRATA y PATRIA tienen las mismas letras, que El mal gusto se convierte en un estudio patriótico de nuestras piraterías (teatrales, emocionales, históricas, representacionales, heroicas). Estrenada en la Semana de Teatro Alemán ha sido uno de los montajes asociados a los dramaturgos Rogelio Orizondo y Marcos Díaz (en quien recae la dirección compartida con el alemán Moritz Schonecker) más sólidos. Prueba de ello es el trabajo de los jóvenes actores (Carlos Alejandro Halley, Noslén Sánchez, Enmanuel Galbán, Amalia Gaute y Violena Ampudia), y en especial de Juan Miguel Más, quien con este trabajo ofreció una de las más hermosas presencias escénicas en el 2014. De este trabajo me interesó mucho la participación de Elio, el transportador, no porque tenga que ver con la PIRATERIA, sino porque su experiencia en la creación del PAQUETE SEMANAL ha sido una de las más riesgosas y emprendedoras miradas críticas a la realidad y el presente cubanos. Y cuyo testimonio alerta sobre el ingreso del teatro documental en Cuba.
Entre las mayores alegrías que he tenido en la creación escénica, ocupa un lugar muy especial Peer Gynt de Teatro El Público. Mostrado como work in progress en los Espacios Ibsen, Semana de Teatro Noruego, fue una experiencia de lujo, si tenemos en cuenta que el discurso escénico apuntaba a ese (re)descubrirse en público, marcado por lo autotemático y el tono confesional de parte del elenco. El escenario del Teatro Trianón, sin los artificios habituales del decorado y la escenografía, pese a que en sí mismo constituía una composición plástica marcada por la sencillez y la precisión, se convirtió en una especie de altar para pensar el teatro como límite, convención y belleza. Carlos Díaz concibió una plataforma muy emotiva, a partir de la gran metáfora que representa el personaje de Henrik Ibsen sobre la vida de un hombre, su aprendizaje y destrucción, para presentar de una manera poco común al actor. En el escenario permanecen una suma inmensa de actores durante toda la función, sobre los que se teme la juventud y la desmedida, pero la total diversidad y complejidad formal del montaje, se revierte en una mirada poética a aquellas travesías del joven Peer Gynt, revisitadas por los sueños, frustraciones y verdades de una nueva generación de actores que comparten escena con sus maestros, con sus mayores referentes artísticos y con testimonios que dan fuerza a la exploración sobre el texto. Y entre los pronósticos del año próximo, se espera que sea estrenada en tres jornadas, permitiendo contar el drama desde homenajes a la historia del teatro cubano, teniendo en cuenta el precedente que fungiera el Grupo Los Doce con su Peer Gynt.
Pese a que no se trata de una presentación escénica, creo que una señal también importante sobre el panorama teatral cubano lo constituye el número correspondiente a septiembre-octubre de La Gaceta de Cuba, en el que se dedica un dossier al teatro, marcado por las reflexiones más heterogéneas sobre perfiles de la escena nacional. Prueba de ello es la portada del número, por entero una versión al diseño de cartel de Robertiko Ramos Mori para Antigonón: un contingente épico de Teatro El Público. Y los trabajos firmados por Maité Hernández-Lorenzo, Omar Valiño, Lilian Manzor, Yohayna Hernández, Carolina Caballero, Andy Arencibia, así como las contrastantes entrevistas a Abel González Melo y Rogelio Orizondo, que permiten atravesar las poéticas de ambos autores.
Tampoco quisiera dejar de mencionar algunos proyectos, eventos y sucesos que han ocupado las salas teatrales, ya no exclusivamente sucedidos en la capital. Se tratan del Mayo Teatral, las Semanas de la Cultura Inglesa, la Semana de Teatro Alemán, los Espacios Ibsen (importante estrategia para dar visibilidad al teatro hecho por jóvenes, así como a los perfiles productivos del Laboratorio Ibsen) y el Festival de Teatro de Camagüey.
De importante aporte para la praxis y teoría teatral han sido las visitas de Hans-Thies Lehmann, Alberto Villarreal, Sergio Blanco, Gabriel Calderón, Sarah Israel, Oscar Cornago, y quisiera destacar especialmente un taller que ofreciera el director y filósofo francés Jean Frederic Chevallier con la presentación de R/T Poetry 4. Les menciono por la posibilidad de actualización que traen consigo confrontaciones con referentes tan próximos –o no- que suelen ser figuras claves, o al menos indispensables, si se busca pensar el teatro contemporáneo.
Como advertía inicialmente, el goce que deja este pasado año teatral no podría sintetizarse como he intentado, pero al menos queda la mención a aquellas experiencias que piensan el teatro desde la creación. En principio, por los riesgos asumidos (la fragilidad del trabajo en proceso y la muestra de un trabajo inacabado) que expresan búsquedas abiertas, causas de un reposicionamiento ante los modos en los que el teatro mira y es mirado. Pese a que se viven momentos de crisis para el teatro, y cada vez sea más pertinente cuestionarnos cuáles son los espacios reales de indagación y visibilidad, asimismo, cuáles son las prioridades productivas y creativas que mueven a escoger a directores y agrupaciones un determinado autor foráneo, tema, equipo de creación, cuáles son las vías por las que esas intenciones toman cuerpo, se va haciendo común la preocupación por encontrar nuevas formas de decir, adecuadas a los cambios de lenguaje que el receptor domina. No sé si quepa un goce desmedido, cuando también esa crisis (que como cualquier crisis, define ética y políticas), ocupe la mayoría de los espacios. Sin embargo, quiero creer, quizás por entusiasmo juvenil, que son estos los ejemplos adecuados para atender a un teatro heterogéneo y complejo que no deja de pensar Cuba, desde una mirada que va hacia lo autorreferencial: preguntarnos qué es el teatro desde el teatro mismo puede ser el aliciente mayor para las crisis y los días, para un público que busca verdad, sobre todas las cosas.
Muy interesante tu visión por como está escrita, yo he visto algunas de las obras y me ayudaste a entender por donde iba la cosa en el teatro. la verdad ahora es que me está interesando porque todo lo que veia antes no me interesaba mucho.