Quienes conocimos a Winnie Camila Berg en su infancia, la recordamos como la jimagua violinista, una niña ocurrente y un poco tímida, siempre acompañada por su hermana Karla.
La Escuela Elemental de Música “Alejandro García Caturla” fue el punto de partida de una carrera que la llevaría hasta el Instituto Superior de Arte y en la que no han faltado premios, exploraciones, partidas y encuentros. Amante de la música de Tchaikovsky, Prokófiev, Strauss y Piazzola, Winnie Camila ha ido del violín a la viola, de Cuba a Costa Rica, y de Costa Rica al lejano Japón.
Hace pocas semanas obtuvo el Grammy Latino 2017 junto a la Orquesta Sinfónica Nacional de Costa Rica, por un álbum en el que trabajó como solista bajo la batuta del maestro Eddie Mora. El premio, apenas mencionado en Cuba, fue la llave para esta entrevista.
¿Cómo llegó la música a tu vida?
Mi madre cuenta que cuando mi hermana y yo éramos pequeñas nos gustaba mucho cantar y ella, que es amante de la música, nos puso en un coro. Entonces conocimos a la maestra y directora Sonia Mackormack, y ahí empezó todo.
Recuerdo que mi papá nos llevaba a los ensayos en su bicicleta y que mi mamá se dedicó completamente a nuestra formación. Asistí al teatro, la ópera, el ballet y a los conciertos desde muy pequeña.
Además, mi abuela tocaba el piano y cantaba góspel, y a mí me encantaba escucharla. Nunca olvidaré el día el día en que nos enseñó “Feliz cumpleaños” en el piano de la casa.
Todo eso influyó mucho en nosotras; en mi hermana que se convirtió en clarinetista, y que además arregla, compone y es una excelente pedagoga, y en mí. Mis padres dieron lo mejor de ellos para que fuéramos lo que somos hoy. No tengo cómo retribuirles.
Comenzaste estudiando violín pero luego cambiaste para la viola. ¿Por qué?
Estudié violín en la Escuela Elemental, una etapa de la que tengo muy buenos recuerdos. La decisión de tocar la viola vino mucho después, en 2008. El Instituto Superior de Arte cerró la carrera de violín, y yo me estaba preparando para los exámenes ese año para continuar mi carrera. Los exámenes eran en menos de 3 meses y me puse muy triste porque quería entrar a la universidad. Entonces me dijeron: ¿por qué no te presentas por viola? Pero yo dudé porque nunca había tocado una.
Para lograrlo fue invaluable el apoyo de mi familia y de mi profesora Carmen Amador: me consiguieron una viola y comencé a tocar. Recuerdo las largas horas estudiando para el examen. Finalmente valió la pena: me aceptaron en la universidad y comencé este lindo camino de tocar la viola.
¿Qué experiencias te dejó el trabajo de conjunto durante tres años como instrumentista en la Camerata Romeu?
La Camerata fue una escuela. Aprendí mucho sobre la disciplina, sobre el amor hacia la música desde otra perspectiva, la que no se puede ver en una partitura. Zenaida Romeu fue y es una maestra en todo sentido para mí.
¿Crees que tu música tiene un “sello cubano”?
Es muy difícil desligarme de mis raíces al interpretar la música, aunque sea clásica. No sé si tengo un sello cubano, pero trato de poseer mi propio estilo. He tenido la posibilidad de tocar con músicos de muchas partes del mundo y es inevitable que se refleje en la música los sentimientos de quienes hemos vivido en Cuba, de quienes emigramos y sabemos las dificultades y procesos que pasamos, las alegrías y tristezas que son muy diferentes a las del resto del mundo. Creo que esto se percibe en la forma que toco.
Por otro lado, desde que salí de Cuba, no he ingresado a ninguna otra escuela de música. Mi formación académica fue allá y la considero muy sólida. He recibido muy buenas clases después, y he aprendido y crecido mucho como violista, pero mi base y mi técnica son meramente de Cuba.
¿Has pensado en dedicarte a la composición o la pedagogía?
La Pedagogía me gusta, creo que aprendemos mucho cuando enseñamos, y que no hago nada con quedarme con los conocimientos solo para mí. Me gusta mucho compartir. La vida es más linda cuando se comparte.
El verano pasado empecé un curso de viola en Costa Rica, el cual quiero continuar cuando regrese. Además, he trabajado dando clases en varias escuelas de música en la misma Costa Rica y en Nicaragua, y en diversos proyectos sociales. No es lo que más he hecho pero sí me gusta.
En la composición nunca he pensado seriamente, aunque sí he trabajado en varios arreglos pequeños. Creo que algunos tienen el don de la composición y otros no.
¿Cuáles fueron los mayores retos que debiste enfrentar al emigrar a Costa Rica?
Fueron muchos. Cuando llegó esta oportunidad, estaba estudiando aún en la carrera, descubriendo mi instrumento y repertorio. No conocía Costa Rica, no sabía a qué iba a enfrentarme musicalmente, pero poco a poco me fui adentrando en el ámbito musical costarricense y descubrí lo que se hacía allá.
Me pareció muy diferente a Cuba. Todo corría con más rapidez, la vida era distinta y, al mismo tiempo, lidiaba con el tema de la emigración: nunca antes había salido de mi casa y fue un poco duro al principio.
En Costa Rica tuviste la oportunidad de estrenar obras del costarricense Carlos Castro y el lituano George Pelecis, ambas con la Orquesta Sinfónica de Heredia bajo la dirección del maestro Eddie Mora. ¿Cómo lo asumiste?
Cuando el maestro Eddie Mora me entregó la partitura del maestro Castro me sentí muy honrada. Ya había sido parte de la orquesta pero nunca había tocado como solista en Costa Rica. El maestro Eddie fue la primera persona que confió en mi trabajo. A él le agradezco por haberme puesto ese desafío.
Con muchas horas de trabajo logré dar ese primer concierto que recuerdo con mucho cariño. Luego, hace un año, toqué la obra de Pelecis, la cual también estrené con el maestro. Han sido retos difíciles; en Costa Rica hay muy buenos violistas y músicos de alto nivel, y yo tenía el desafío de ser violista, migrante, mujer. Aunque siento que soy parte de Costa Rica siempre me dicen la violista cubana…
Ahora estás en Japón…
Actualmente soy violista del Hyogo Performing Arts Center en Japón, que es una orquesta especializada en entrenamiento de conjunto, que es lo que más me gusta hacer.
En Japón todo es muy diferente y me encanta, siento que es un sueño que no me creo aún. Es un país increíble, el programa es muy bueno y estoy aprendiendo a llevar las dos culturas en mí. Pero no por ello he dejado de extrañar a Cuba: mis padres, la gente, la música en cada esquina, los amigos…
¿Cómo es hoy la vida de Winnie Camila? ¿Cuáles son sus rutinas, sus gustos, sus sueños en la música?
En Japón tengo semanas que están muy ocupadas con ensayos y conciertos, y otras libres.
Ahora me enfrento a un reto: 100 días sin parar de estudiar y aún no voy ni por la mitad. Siempre me ha gustado estudiar pero a veces me salto días, aunque con este reto es imposible. Leí un artículo de Hilary Hahn, gran violinista, y me inspiré a comenzar este reto. También estoy trabajando en un nuevo repertorio para un concierto en 2018, además de estudiar la música de orquesta.
Prefiero hacer y disfrutar la música que esté haciendo en cada momento, por lo general clásica pues es lo que más he estudiado, pero si voy a La Habana y tengo que tocar con un grupo de son, lo hago con el mismo gusto que si fuera Bach.
En cuanto a mis sueños, me gustaría seguir perfeccionándome en la música de orquesta, aprender mucho más repertorio y poder tocarlo cada vez mejor. Quisiera regresar a Cuba y poder dar un concierto, es algo que anhelo desde que me fui.
El Grammy es uno de los premios más importantes en la trayectoria de cualquier músico. ¿Cómo lo recibiste?
Humildemente, aún no lo creo. Este es un premio de la Orquesta Sinfónica Nacional de Costa Rica y me siento muy honrada por haber sido parte del disco, por la oportunidad tocar como solista dirigida por el maestro Eddie Mora. Fue un trabajo colectivo y por eso el mérito es de todos.
Personalmente entregué todo desde las primeras horas de estudio hasta la grabación de “La Serenata de la luna”, del maestro Carlos Castro, el tema que interpreto como solista en el disco. Recuerdo que cumplí veintiséis años el día que grabamos y estaba muy feliz, como estoy feliz ahora por ese premio inesperado.
Este Grammy Latino me impulsa a trabajar mejor, aunque no creo en los premios y sí en lo que somos como seres humanos, solo eso nos lleva a conseguir ciertos méritos.
En los medios cubanos apenas se ha escuchado sobre tu premio, ¿te queda un sabor amargo por eso?
No me queda sabor amargo porque el trabajo está ahí y el disco es un hecho. Me siento honrada y agradecida con este reconocimiento. No importa si este premio es conocido o poco difundido en Cuba, yo solo sé que debo seguir adelante para ser mejor músico y mejor ser humano.
¿Qué aconsejarías a los músicos jóvenes, fundamentalmente cubanos?
Les diría que no dejen que nada les haga perder la fe. Que pregunten, que aprendan de sus compañeros, que no tengan miedo. Que siempre, aunque estén en un ensayo, den lo mejor pues nunca se sabe qué momento será el último. Que la disciplina es difícil a veces, pero siempre tiene buenos resultados.
Y si pudieras mirar hacia el pasado, hacia la niña que un día fuiste, y tuvieras la oportunidad de dejarle un mensaje o un secreto, ¿qué le revelarías?
Le diría a esa niña traviesa y a veces tímida: cuando te caigas, levántate y sigue adelante, la vida es bella. ¿El secreto? El mejor momento es el ahora.